Hace algo más de quince días, el mundo entero andaba
pendiente del famoso Félix Baumgartner. Me imagino que recuerdan la
historia: un deportista extremo que se lanzó desde la estratosfera,
dejándose caer a treinta y nueve mil metros de altura, siendo el
primer ser humano en romper la barrera del sonido sin apoyo mecánico
y en caída libre. Hemos sido millones los que, de un modo u otro,
hemos visto caer dando vueltas ese puntito de luz, pendientes de un
tipo gordo y con gafas que dirigía la aventura desde el control de
tierra, con el aire del que te va a despachar cincuenta céntimos de
alcayatas y el espíritu de un oficinista aburrido de escanear día
tras día el mismo formulario. ¡Qué lejos del glamour de los
actores de Hollywood en las grandes superproducciones sobre viajes al
espacio! Recuerdo especialmente a Ed Harris en Apollo XIII, quizá lo
único salvable de la película, pasando por encima de un previsible
guión y un poco más que correcto Tom Hanks.
Ya digo. Unos en directo, otros en internet, algunos en
resúmenes emitidos por las televisiones, millones de personas hemos
terminado por ver la caída temeraria del aventurero, y eso que es
verdad que, como espectáculo, la historia no dio mucho de sí. Pero
allí estábamos, aguantando el tirón de una subida interminable,
con la boca abierta cuando el austriaco se asomó al mundo y se dejó
caer. Un poco decepcionados después, pero fascinados ante la idea de
que alguien pueda subir tan lejos y atreverse a soltarse físicamente
de cualquier soporte de seguridad. Es la fascinación del peligro. La
atracción del cielo.
Hemos visto fotografías del globo tomadas desde el
espacio. Sabemos de memoria cómo es ese planeta azul en el que
vivimos. Lo observamos desde nuestra prepotencia de amos del mundo
como un pequeño juguete, una preciada bola de cristal que nos
perteneciera. Creo que es esa sensación la que nos fascina. Por eso
puede que tengan razón los dueños de Zero2infinity y seguramente
sea negocio el asunto este del turismo espacial. Ya saben de qué les
hablo, es esa empresa catalana que está haciendo pruebas en la
Virgen del Camino para enviar una cápsula a la estratosfera en la
que puedan viajar cuatro turistas. Tendrán que pagar una pasta,
dicen que alrededor de 110.000 euros, pero seguro que hay muchas
personas que pensarán que vale la pena. Bueno, pensarán que vale la
pena y tendrán el dinero, claro, que tal y como se está poniendo el
asunto nos vemos cada vez más en ese punto en el que hay unos pocos
que se pueden pagar un viaje a la estratosfera y unos muchos que
tienen problemas para pagar el billete del autobús.
Se habrán fijado en el pequeño detalle de que, por
mucho que se venda la estratosfera, en la cápsula las condiciones
ambientales serán las de la Costa Azul, el destino turístico con el
que asociamos lo más exclusivo de la jet-set. La distinción está
en poder pagarlo y el que paga tiene que sentirse distinguido. El
paquete se completa, según la información del martes, con una cena
ligera, unos masajes y dos noches en un hotel de lujo. Yo propondría
además, si salen desde León, un paseo por la desolada industria
leonesa. Más que nada para que no todo sea vino y rosas.
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