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viernes, 2 de noviembre de 2012

Estratosfera. (En Hoy por Hoy León, 2 de noviembre de 2012)


Hace algo más de quince días, el mundo entero andaba pendiente del famoso Félix Baumgartner. Me imagino que recuerdan la historia: un deportista extremo que se lanzó desde la estratosfera, dejándose caer a treinta y nueve mil metros de altura, siendo el primer ser humano en romper la barrera del sonido sin apoyo mecánico y en caída libre. Hemos sido millones los que, de un modo u otro, hemos visto caer dando vueltas ese puntito de luz, pendientes de un tipo gordo y con gafas que dirigía la aventura desde el control de tierra, con el aire del que te va a despachar cincuenta céntimos de alcayatas y el espíritu de un oficinista aburrido de escanear día tras día el mismo formulario. ¡Qué lejos del glamour de los actores de Hollywood en las grandes superproducciones sobre viajes al espacio! Recuerdo especialmente a Ed Harris en Apollo XIII, quizá lo único salvable de la película, pasando por encima de un previsible guión y un poco más que correcto Tom Hanks.

Ya digo. Unos en directo, otros en internet, algunos en resúmenes emitidos por las televisiones, millones de personas hemos terminado por ver la caída temeraria del aventurero, y eso que es verdad que, como espectáculo, la historia no dio mucho de sí. Pero allí estábamos, aguantando el tirón de una subida interminable, con la boca abierta cuando el austriaco se asomó al mundo y se dejó caer. Un poco decepcionados después, pero fascinados ante la idea de que alguien pueda subir tan lejos y atreverse a soltarse físicamente de cualquier soporte de seguridad. Es la fascinación del peligro. La atracción del cielo.

Hemos visto fotografías del globo tomadas desde el espacio. Sabemos de memoria cómo es ese planeta azul en el que vivimos. Lo observamos desde nuestra prepotencia de amos del mundo como un pequeño juguete, una preciada bola de cristal que nos perteneciera. Creo que es esa sensación la que nos fascina. Por eso puede que tengan razón los dueños de Zero2infinity y seguramente sea negocio el asunto este del turismo espacial. Ya saben de qué les hablo, es esa empresa catalana que está haciendo pruebas en la Virgen del Camino para enviar una cápsula a la estratosfera en la que puedan viajar cuatro turistas. Tendrán que pagar una pasta, dicen que alrededor de 110.000 euros, pero seguro que hay muchas personas que pensarán que vale la pena. Bueno, pensarán que vale la pena y tendrán el dinero, claro, que tal y como se está poniendo el asunto nos vemos cada vez más en ese punto en el que hay unos pocos que se pueden pagar un viaje a la estratosfera y unos muchos que tienen problemas para pagar el billete del autobús.

Se habrán fijado en el pequeño detalle de que, por mucho que se venda la estratosfera, en la cápsula las condiciones ambientales serán las de la Costa Azul, el destino turístico con el que asociamos lo más exclusivo de la jet-set. La distinción está en poder pagarlo y el que paga tiene que sentirse distinguido. El paquete se completa, según la información del martes, con una cena ligera, unos masajes y dos noches en un hotel de lujo. Yo propondría además, si salen desde León, un paseo por la desolada industria leonesa. Más que nada para que no todo sea vino y rosas.

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