El fin de semana pasado colgaba del cielo una luna de fin del
mundo. Colgaba casi a ras de suelo, tocando con los cuernos de luna menguante
las azoteas de los edificios más altos y brillaba con un fulgor intenso, con la
luz de la helada rebotando en su extrema delgadez. Era una luna apocalíptica,
el final de la penúltima luna del año. A esa hora, quizá la una de la madrugada
del sábado, una estrella recorrió el cielo por el norte; un fogonazo fugaz de
varios segundos de duración con trayectoria de oeste a este, que podría
haberse confundido con la estrella que hace más de dos mil años condujo a Belén
a unos sabios tartessos, según explica Benedicto XVI en su libro “La Infancia
de Jesús”.
Pensé que debía guardar la idea de esa luna de fin del mundo para
compartirla con ustedes en este viernes, último viernes antes de ese fatídico
veintiuno de diciembre señalado por los esotéricos para el final de la tierra
tal y como la conocemos. Habíamos salido a dar un paseo por la ciudad para ver
las luces que adornan algunas calles, esas en las que los comerciantes se han
puesto de acuerdo para animar el consumo y, al volver al pueblo, el cielo
brillaba sin que ninguna nube velase su perfección. Nunca podré contemplar una
iluminación tan espectacular. Ninguna dotación presupuestaria podría competir
con semejante arquitectura de arcos, alineaciones, figuras, brillos.
En la ciudad, los angelotes, los cristales de hielo, los paquetes de colores,
las bolas que adornan los árboles, el recuerdo de que ya está abierta la
campaña de ventas para la Navidad no consiguieron hacerme creer que no está
pasando nada. En los carteles de los bares y de los comercios, bajo la leyenda
de establecimiento colaborador con la iluminación navideña, se advierte la
desesperada llamada a la normalidad: "¿Lo ven? Hay luces especiales en el cielo
de las calles. Es una campaña como las otras". Ese es el mensaje aparente, pero
a la vez, la disparidad decorativa, las evidentes diferencias de presupuesto
entre unas calles y otras explican que algo oscuro está pasando.
Lo ha dicho
Alfredo Martínez desde la Federación de Comerciantes. Lo ha dicho Pedro Llamas
desde la Asociación de Hostelería. Lo sabe cualquiera que se asome a la calle.
Va a ser una campaña de ventas diferente. En una ciudad de funcionarios como esta,
van a faltar muchas pagas extra. Lo vemos en los restaurantes, en lo fácil que
es encontrar mesa en estas fechas, cuando en otras temporadas había que
reservar con mucha antelación. Lo vemos en los centros comerciales, en los que hipotéticos
compradores deambulan por los pasillos con las manos vacías de bolsas. Lo vemos
en el pequeño comercio, agobiado por la crisis y la fagocitosis de las grandes
superficies.
Quizá sea verdad que el viernes que viene es el día del fin del
mundo y por eso hay una Navidad sin consumo, ¿quién se lo podría creer? Empieza
uno quitando la mula y el buey del portal y termina con los Reyes Magos
convertidos en sabios andaluces, haciendo unas fiestas con la mitad de turrón y
las compras justas. Si estará difícil el tema de las ventas que, ante la escasa
demanda de consumo, hay un puesto del mercadillo que ha decidido hacer
publicidad en la radio. Lo he oído en otra emisora, lo confieso, el puesto se
llama “la boutique del mercado”. Los martes y viernes en Colón, miércoles en la
Plaza Mayor y el domingo en el Paseo de la Condesa.
Lo que digo, esto va a ser
el acabose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario