Yo mismo lo he hecho, lo confieso. Creo que lo hemos hecho muchos
de nosotros y seguro que en alguna situación inconveniente. La estampa es de
este miércoles en un restaurante de la capital, aunque es trasladable a otras
muchas situaciones. Les cuento: en la mesa del rincón, cuatro hombres de
negocios de diferentes edades, vestidos con ropa casual, ya desprovistos del
traje de faena, esperaban la comida que acababan de encargar al camarero.
Mantenían una charla animada hasta que a uno de ellos se le iluminó la pantalla
en el móvil y en pocos segundos los cuatro estaban pendientes de lo que pasaba
en esa realidad cibernética que se abría ante sus ojos. Seguramente estaban
comunicándose entre sí, aunque naturalmente deberían estar haciéndolo con
alguien más. Estaban juntos, sentados a la misma mesa, pendientes de una
conversación virtual que se estaba celebrando sin celebrarse.
Es un fenómeno muy frecuente entre adolescentes, que se reúnen y
pasan la tarde hablándose por “guasap” estando unos al lado de los otros, como
si por el hecho de ver sus palabras escritas en la luminosidad de la pantalla
pudieran tener más gracia, cuando lo que ocurre es que, en lugar de reírse
abiertamente por algo que alguno ha dicho, se limitan a escribir “ja, ja, ja”
en su teclado o a buscar en la galería de emoticones una carita sonriente. Me
recuerda esas pistolas de payaso en las que cuando se disparan sale una
banderita en la que está escrito “Bang”. Es, pero realmente no es. Claro, que
no son solo los adolescentes, ni los ejecutivos. Hasta una pareja que parecía
ser una pareja de novios estaba hace poco tomando algo en una terraza mientras
cada uno atendía la actividad febril de su teléfono, olvidándose de que estaban
pasando juntos la tarde.
Nos enredamos tanto en el “guasap” porque nos gusta siempre tener
la última palabra: “si te parece quedamos así”, dice uno. “Vale”, contesta el
otro. “Pues eso”, dice el primero y así se eternizan hasta que alguno de los
dos escribe las siglas mágicas que suelen poner fin a toda conversación
cibernética: OK. “OK”, contesta el otro y fin de la conversación.
En el tema del ERE del Ayuntamiento de León la última palabra la
tendrá naturalmente el propio Ayuntamiento, si bien parece ser que vendrá
escrita desde fuera, que para eso se dejan una pasta en el asesoramiento de una
firma con nombre extranjero que será la encargada de informar de qué es lo que conviene
hacer. Habría que saber quién escribe el OK final en este asunto, un asunto que
para sanear la sobredimensión de la plantilla de trabajadores municipales nos
cuesta alrededor de 150 mil euros en asesoramiento externo. Estoy seguro de que
será un servicio de mayor calidad del que otra empresa ajena al Ayuntamiento ha
prestado recientemente. Me refiero a la pasada Cabalgata de Reyes, quizá una de
las peor organizadas de todas las que yo he visto en los últimos años.
Entiendo que Baker y McKenzie serán muy útiles para poner orden en
el entramado laboral del Ayuntamiento, lo que no sé es si su informe es
absolutamente necesario. ¿OK?
No hay comentarios:
Publicar un comentario