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jueves, 7 de febrero de 2013

Tengo, tengo, tengo. (En Hoy por Hoy León, 8 de febrero de 2013)


Hace algunos años, arropados por el cuero de los asientos de un suntuoso Audi, un por entonces joven empresario leonés me preguntó qué significaba para mí ser rico. “Rico, pero rico de verdad”, me dijo. Hablaba solo de dinero, claro está, y le contesté en su lenguaje, pero diciéndole más lo que él quería oír que lo que yo podía pensar. También es verdad que por entonces trabajaba en el área de la gestión empresarial y tenía en mi cabeza un horizonte demasiado poblado de cifras, proyecciones, análisis de cuentas y optimización de recursos y tampoco había tenido todavía algunas de las experiencias que en estos últimos tiempos han ido ajustando mi forma de entender el mundo.

Eran los años del furor del crecimiento y los gestores financieros hacían su agosto manejando el pastel de los fondos de inversión y demás productos para la multiplicación de los panes y los peces. Algunos de aquellos presuntuosos delfines de la banca, que nos metieron por la vía muerta de la especulación en este jardín lleno de zarzas en el que andamos hoy, se retiraron de forma prematura a sus palacios de invierno y se parten de risa al contemplar las zozobras del personal. Otros andan igual de enganchados en el zarzal que la mayoría y muchos, muchísimos, se han apuntado a eso de la insolvencia. Esa insolvencia que protege los bienes de tantos, como aquel empresario del que les hablaba al principio, ese que me preguntó cuánto dinero había que tener en Suiza para poder decir que uno es rico, ese que hoy es formalmente insolvente y que, no se vayan a confundir, es uno de tantos, un empresario anónimo cuya debacle no ha salido en los papeles, que pasó de manejar cuentas con millones de euros a ser uno más en esa lista de insolventes. Por eso me encanta la figura de la insolvencia punible, porque, como en cierta ocasión me dijo una empresaria dedicada a la promoción de viviendas, “esto de la Ley Concursal es una maravilla” y me lo dijo mientras me contaba que su empresa había entrado en concurso de acreedores, pero que ella estaba fenomenal, porque acababa de llegar de Miami donde había visto no se cuántas maravillas y quizá, digo yo, alguna nueva oportunidad de negocio.

No, que no se me enfaden en las confederaciones empresariales, que ya sé que en nuestro país ser emprendedor no es fácil, que llevar adelante una empresa en las circunstancias actuales tiene un mérito enorme, pero es que hemos visto mucho de lo otro: hemos visto mucha insolvencia punible. Cajas repletas de billetes en oficinas de empresas en quiebra. Difícil equilibrio el del derecho al beneficio proporcionado del emprendedor y el derecho del trabajador a participar de esos beneficios, aunque sea simplemente en términos de seguridad.

Es triste, a mí me lo parece, ver a importantes empresarios leoneses bajo sospecha. Es triste leer en los titulares de un periódico las duras noticias sobre la difícil situación del dueño del otro periódico y al revés. Es triste, créanme, pensar que no sabemos ni la mitad de lo que deberíamos saber, por mucho que se hagan públicas las declaraciones de los Consejeros, por mucho que en la prensa se aireen los trapos sucios del vecino de enfrente.  Tengo, tengo, tengo, decía aquella canción infantil. Y ya va siendo hora de que comprendamos que tú no tienes nada, si lo que tienes es solo dinero o algo semejante.

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