Hay un sociólogo anglosajón que, desde la perspectiva del
pragmatismo, analiza la realidad del trabajo en un ensayo titulado “La
corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo
capitalismo”. (Richard Sennett, 1998). En este libro, Sennet dice que el corto plazo hace imposible la confianza; y
que la presión por la obtención de resultados de manera eficaz y eficiente ha
convertido a la persona en un ser que debe reinventarse cada día para ser
competitivo en su entorno.
Parece que hay que olvidarse definitivamente de la idea de definir
a una persona por su profesión. Ya no podremos hablar del zapatero de la
esquina. Ni siquiera podremos hablar de Ino, el de la pollería de la calle
Villafranca, aunque lo diga su cartel y su negocio, porque el artesano o el
comerciante que han desarrollado toda su vida en una misma actividad son
fenómenos a extinguir. El mundo ya no es así. La exigencia del nuevo
capitalismo nos aparta de nuestra identidad: el hombre ya no es más su trabajo.
Ya no hay ni tan siquiera un trabajo. Si hace cuatro días se hablaba de
flexibilidad, de reconversión, incluso de los eufemísticos “mini jobs”, ahora
ya estamos dos casillas más allá, por eso no es corrosión del carácter, lo que
hay ya es desesperación. Lo dice este sociólogo: el hecho de vivir bajo la idea
de “nada a largo plazo” socava la confianza mutua, hace imposible el
compromiso. ¿En quien pueden confiar los trabajadores que hasta hace nada
estuvieron haciendo esfuerzos para sacar adelante sus empresas, aguantando
EREs, trabajando horas extra, cuando descubren de un día para otro que ya no
existe, que su puesto de trabajo se ha esfumado en el intercambio de acciones?
¿A qué empresario, si es que tienen la suerte de volver a encontrar trabajo,
podrán creer ya? No quiero hablar de empresas de aquí, porque me da la
sensación de que me repito cada viernes. Podemos hablar, por ejemplo, de un
gigante como Pescanova que se desmorona parece ser que para caer en manos
japonesas. El dinero japonés se está convirtiendo en nuestro alivio y
esperanza. Es el río de inversión japonesa lo que está manteniendo a flote esa
deuda que nos embarga cada vez que abren la boca nuestros políticos, esa
presión que nos cuesta más que todos los recortes. El dinero llega de Japón,
para chocar con China. O lo que sea, que uno ya no tiene interés por más cosas,
salvo que sabe que hay algo que ha venido a corroerle el carácter, a socavar su
confianza. Pero como vinieron a por los comunistas y yo no soy comunista, no
hice nada. Ya saben.
Y dice la Presidenta del PP de León que va a denunciar a quienes
vuelvan a llevar a cabo protestas como las que en estos días pasados han
causado molestias a los vecinos y problemas en la propia sede, al tener que
quitar los huevos que se habían lanzado durante las mismas, algo que, es
verdad, cuesta dinero. También se podría decir aquí que, como a mí no me
tiraban los huevos, yo no hice nada. Seguro que no deberíamos llegar a esta
situación. Pero, ¿quién se atreve a pedir confianza a quienes se manifiestan porque
ven cerradas todas las puertas? Seguro que han visto ese anuncio del Atleti en
el que un grupo de señores de mediana edad se presentan a una entrevista de
trabajo. Es bonito, sí, pero muy duro. Yo me acuerdo de muchos amigos que trabajan
en la Caja pensando que tienen un trabajo para siempre. Ya, ya sé, que como yo
nunca he trabajado en la Caja no hace falta que diga nada.
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