En el ojo de pez que hay a la salida de mi casa ya no se ve si
vienen coches de la derecha ni de la izquierda. Algún vándalo ha hecho una
pintada en el espejo, una pintada con el símbolo nazi de la cruz gamada. La
primera vez que lo vi estaba medio dormido y no me fijé bien. Pero llevo ya
muchos días enfrentándome a él cada vez que salgo. Hay pintadas semejantes en
las paredes, pintadas que recuerdan aquellos viejos enfrentamientos de los años
setenta que señalaban ciertos barrios como “zona nacional”, pintadas que
simulan puntos de mira, avisos de bronca, un juego insensato de
provocación. Porque, es verdad, también
hay a montones mensajes de los llamados “antinazis”, muchachos que en algún
caso no tienen ni idea de lo que fue el Holocausto más allá de la Lista de
Schindler o El Niño del Pijama de Rayas. Con todo, me asombra ver cada mañana
la esvástica dibujada en el espejo que miro forzosamente para saber si hay
tráfico. Me asombra y me enciende. ¿Quién está colocando en la cabeza de
nuestros jóvenes la idea de dibujar esvásticas por ahí? ¿Qué clase de moda es
esa?
A algunos colectivos integrados en el 15 M se les ha asociado con
movimientos antifascistas, se les ha descalificado con despectivos clichés. Se
les ha llamado “perroflautas”, “okupas”, “anti-sistema” y yo que sé qué otras
lindezas en un intento por desactivar una idea que venía empujando en contra de
lo que el viernes pasado Chechu Gómez calificó con exactitud, en una de sus
perlas del informativo de las nueve menos diez, como “políticas florero”. Hay
un hartazgo de las políticas florero. Chechu lo decía a propósito del panfleto machista
de Santovenia de la Valdoncina y la falta de respuesta del PSOE ante la
insistencia del PP para que tome alguna medida, algo que en ese momento todavía
no había hecho. Política florero. Decimos, proclamamos, exigimos, pero, cuando
nos vemos en la situación, nos convertimos en un jarrón chino. Y nos estamos
cansando de tanta flor. Tanta pose, tanta campaña, tanto bienqueda, tanta foto,
tanto relumbrón y tanta miseria.
Me gusta la nueva pintura en los pasos de cebra: según se entre en
él se le advierte al peatón que mire a la izquierda o a la derecha. Si vas,
miras a un lado. Si vuelves, al otro. Es bueno saberlo. No sé si hacía falta,
pero hay que reconocer que es bueno saberlo. Lo que ocurre es que, como es tan
amarilla la pintura y llama tanto la atención, donde miras es al suelo y no
miras ni a un lado ni al otro. A la mayoría no nos hace falta que nos digan
hacia dónde tenemos que mirar. Yo sé lo que me duele tener que ver una
esvástica pintada en el espejo cada vez que salgo de mi casa y sé que el
movimiento del 15 M
está cambiando el modo de pensar de muchas personas, a pesar de la habilidad de
los políticos florero para traer todo a su terreno.
Acuérdense de los romanos, que, cuando el pueblo se encendía, le
daban pan y circo, pan y toros en versiones más recientes. Ahora dan fútbol,
eso sí, por la tele, que para conseguir una entrada en un partido como el de esta
noche hay que dejarse un pico y, a falta de pan, dicen en la OMS que volvamos a
comer insectos, que tienen muchas proteínas y hay muchos. Fijo que ellos
no se los comen y si les apetece irse al fútbol, tienen gratis una entrada de
las de más de doscientos cincuenta euros.
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