Todos tenemos sueños que queremos ver cumplidos. Eso
es esperanza.
¿Cuáles son tus sueños? ¿Cuánto tiempo hace que no te lo
preguntas?
Apuesto a que te parece que sueñas todos los días con un golpe de
suerte: quizá una lotería o una oportunidad para torear en Las Ventas o una
prueba para jugar en un equipo de fútbol de primera división, participar en la
enésima Operación Triunfo o en la entrega siguiente del fenómeno Máster Chef.
Sueñas tal vez con una oportunidad en el trabajo, un tropezón del jefe, un
cambio de destino. Piensas que sueñas una casa más cómoda, un coche más molón. Se
te olvida que hay quienes sueñan con un plato de lentejas, con un yogur, aunque
sea de esos caducados que se come el ministro, o con un riñón compatible para el
trasplante. Igual soñaste alguna vez un tranvía o una moderna estación de FEVE
en el centro de la ciudad. Tal vez sueñas un aeropuerto al lado de una Escuela
de Pilotos.
¿Eres de los que sueñan cosas baratas, pongamos por
caso más trenes de alta velocidad o sueñas a lo grande, por ejemplo un Reino de
León independiente a la escocesa, por no mezclar con otras culturas más
extrañas, culturas en las que no existe la gaita? ¿Tu sueño es un acordeón, una
caricia, la mirada de un nieto? Esperanza.
Te sueñas dentro de diez minutos
tomando una taza de café. Te sueñas dentro de diez días en un viaje a una isla
lejana. Te sueñas dentro de diez años al calor de una chimenea sonriendo al
leer la última página de ese libro. Terrible condición esta del ser humano,
siempre agarrado a la esperanza. Y eso que solo sabe bailar cha-cha-chá.
Será verdad que es lo último que se
pierde.
Cuando un filósofo alemán dejó dicho que una de las
tres preguntas fundamentales cuya respuesta explica qué es el hombre es qué me cabe
esperar, nos colocó en la pista de lo que somos. Uno está hecho de la pasta de
sus sueños, porque toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. Y eso que
Calderón apuntaba más alto, que, a pesar de su condición, hay en su idea un
vitriolo disolvente que reduce la realidad a puro sueño. Una avanzadilla del
idealismo.
Pero decía una canción de los setenta que cantábamos
en catalán que la fe no es esperar, que la fe no es soñar y es que los
catalanes saben que no se trata de esperar, sino de hacer. Por eso Escocia
tendrá un referéndum para seguir siendo parte de Gran Bretaña y los catalanes,
que no tocan la gaita, lo harán de otra manera. Pero vuelvo al suco, que me
esnorto, como decía el tío Ful: esto de hoy mío con la esperanza no es porque
sí, es porque me tiene muy buena pinta el estreno de teatro de este domingo en
Espacio Vías. Será a las nueve de la noche, con entrada libre y se titula
precisamente así, “Esperanza”. No es un estreno definitivo, sino una muestra al
público para afinar un trabajo que desde hace meses vienen realizando la actriz
María Giménez y la directora Olga Peris, en una apuesta valiente de la primera,
que es protagonista, autora de los textos y productora del espectáculo. Una
actriz leonesa que vuelve a casa para hablarnos de la necesidad permanente de
escapar.
Ya lo saben. A revisar los sueños. Y mucho ojito con
lo que se espera, porque lo malo de los sueños es que, si se sueñan como se
debe, es decir, a la catalana, trabajando, haciendo cosas, terminan siendo
realidad.