Hay cosas por las que nadie está dispuesto a pagar y
cosas por las que no nos importa pagar lo que nos pidan. Quizá, si nos
pusiésemos a hacer listas, ninguna sería idéntica para ninguno de nosotros y
quizá resultase que yo pagaría lo que me pidieran por algo por lo que usted no
daría ni un real. Algún publicista podría pensar que lo que nos define es la
relación de todo lo que consigue sacarnos el dinero del bolsillo.
Yo creo que pagaría lo que me pidiesen por escuchar el
agua del río fluyendo en el silencio de la noche al abrigo de un avellano, o
por ver a mi hija levantarse en una tabla de surf arrastrando consigo una ola,
o por saber qué hay en el cajón de los tesoros escondidos en lo más oscuro de
un palacio. Creo que pagaría por muchas cosas que son gratis y eso me confunde,
porque no daría ni un duro por un reloj maravilloso, ni por vestir el traje más
elegante de la fiesta o por dormir en la suite más cara del planeta.
Esa confusión entre lo que es gratis y lo que es
valioso es una confusión que se lleva por delante muchas cosas y quería, al
hilo de esto, empezar la temporada compartiendo con usted una tristeza: la de
que se haya tenido que cerrar La Crónica. Sé que es una noticia de hace mucho.
Lo sé y que, por tanto, no es ya una noticia. Lo que quiero compartir con usted
hoy es mi tristeza de aquel día, algo que no pude hacer en su momento. Quiero empezar
la temporada pagando esa pequeña deuda, la del reconocimiento a todos los que
trabajaban en el periódico, en los últimos tiempos cobrando mal o sin cobrar,
para que usted y yo pudiéramos tener en las manos una mirada más sobre lo que
pasa. Algo que ahora ya no tenemos. Valdría decir que el agujero que nos
muestra el día a día es un poco más estrecho desde que no podemos leer las
noticias en La Crónica. Y en el fondo de esta pequeña o gran desgracia está la
crisis, por supuesto. Las empresas no gastan en publicidad, primero porque no
tienen qué gastar, segundo porque a pesar de que ya sabemos que no es así,
muchos de nuestros empresarios siguen pensando que la publicidad es un gasto y
no una inversión. No sé si es cierta la anécdota que se atribuye al fundador de
la Ford, quien supuestamente fue preguntado acerca de en qué gastaría su último
dólar y, sin dudarlo un segundo, contestó que en publicidad. Nuestros
empresarios no estarían de acuerdo y en la mayor parte de los casos piensan que
eso de la publicidad es algo por lo que no vale la pena pagar.
Tiene usted
razón, no son todos así. Afortunadamente.
Lo que pasa es que La Crónica ha desaparecido absorbida
por el marasmo de la crisis y un poco también por todo lo que les está pasando
a los medios en general, que han tenido que asumir que, para la mayoría de los
ciudadanos, la información es algo por lo que no vale la pena pagar. En cambio
no les importa en absoluto pagar una cifra escandalosa por el fichaje de un
jugador de fútbol. No, ahí no tiene usted razón, no es Florentino quien paga
los 101 millones por el fichaje de Bale. Él es quien firma el cheque, pero
quienes finalmente pagamos somos todos los que consumimos fútbol, los que vamos
a los bares a ver los partidos, los que los compramos para verlos en casa, los
que pagamos lo que sea por una camiseta, los que nos gastamos un dineral en ver
un partido en el estadio, incluso los que dedicamos tiempo de radio a hablar de
este asunto. Entre todos lo pagamos, ¿o acaso pensabas que el aturdimiento
futbolero es algo que nos sale gratis?
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