Hace dos semanas se celebró el mercadillo Gelete para
el intercambio de libros de texto. Ya saben que, desde hace algún tiempo, no se
realiza en la plaza de la Pícara Justina, como era tradicional, sino en el
Centro Comercial León Plaza, un cambio de ubicación al que se vio obligada la
organización por razones que ya han ido quedando olvidadas. Cada vez tenemos
que ir con más cuidado en lo que hacemos o decimos, porque puede resultar
lesivo para los intereses de alguien que tenga capacidad para anteponer esos
intereses a cualquier otra consideración y eso puede traernos problemas. Por
ejemplo, en esto del intercambio de libros usados conviene dejar muy claro que
se trata de eso, de un intercambio y siempre, desde luego, entre particulares.
Los chicos venden sus libros de cursos pasados y compran los del que va a
empezar, aunque no conviene decirlo. Se debe hacer hincapié en la idea del
intercambio, porque esa compra-venta podría ser algo no del todo legal. Y el
caso es que un poco lo entiendo, pero no me digan que no les suena ridículo que
se pudiera perseguir la compra-venta de libros de texto de segunda mano como si
se tratase de un tráfico ilegal. El caso es que la sensatez siempre termina por
imponerse y no les digo ya la realidad, de manera que en esta edición han
participado en el mercadillo alrededor de doce mil personas, un dato que no
está nada mal.
Doce mil personas. Resulta difícil decir qué
porcentaje representa ese número del total de escolares, aunque no hace falta
estar muy informado para comprender que se trata de un porcentaje muy elevado y
lo sigue siendo en cualquier caso, a pesar de que alguien nos pudiera decir que
esa cifra es una estimación y que seguramente incluye a muchos que
sencillamente pasaban por ahí, curiosos o espabilados que sacaron el polvo a
cuatro libros viejos con la idea de sacarse unos euros. Es igual. Doce mil
personas son muchas personas. Y otro dato, los mil libros que quedaron sin
intercambiar fueron recogidos por la Federación Leonesa de AMPAs que ha pensado
en poner en marcha un banco de libros. Lo han oído bien, mil, mil libros. Mil
libros que ya no quiere nadie y que quedan en manos de las AMPAs para que
puedan ser utilizados por quienes los pudieran necesitar. Mil libros. ¿Cuántos
se tiran a la basura? ¿Cuántos dejan de servir? ¿Se han fijado en que esos
libros que este año ya no valen son exactamente los mismos que valían el año pasado
pero con dos fotografías más o una pregunta cambiada de lugar? Es odioso que
las editoriales nos coloquen como nuevas ediciones libros que son exactamente
el mismo que en la edición anterior pero con cuatro cambios mal disimulados.
Eso sí. tienen otro ISBN. ¿Saben cuánto cuestan unos libros nuevos para un
curso de ESO o de Bachillerato? No se trata de la crisis, es que es insensato
gastar todo ese dinero por el placer, maravilloso placer, es verdad, de
estrenar los libros de texto, su tacto, su olor. Recortar las fundas para el
forro, poner el nombre. Me viene a la memoria la primera vez que fui consciente
del lujo que suponía tener aquellos libros, cuando todavía no sabíamos bien qué
es eso del ISBN. Tengo la impresión de que los libros duraban más. Ahora es
fácil que no valgan de un año para otro, aún siendo de la misma editorial. Era
una frase repetida en el mercadillo: “pues los libros parecen iguales, pero no
me sirve: no tiene el mismo ISBN”.
Por
cierto, ¿saben que este año se exige el ticket de compra o la factura como
requisito para percibir la ayuda de libros de texto? Además hay que pedir una
factura por niño, para que todo esté clarito. Será que por fin la Junta va a
perseguir el fraude, que lo que pasa es que hay mucho listo, que les das dinero
para libros y se lo gastan en viajes a Nueva York.
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