Tengo entendido que hay un
estudio de una universidad de Cardiff que determina un día de la semana que viene
como el peor del año. No es que los galeses sean adivinos, es que explican que
las vacaciones quedan ya lejos y que todavía no hay ninguna fiesta cercana;
que, por otra parte, los excesos cometidos en la Navidad contra la cartera y
contra la báscula, empiezan a hacer de las suyas y todavía no está cerca la
fecha de cobro, ni vemos resultados si hemos decidido empezar una dieta; además,
las rebajas nos impulsan a gastar, aún sabiendo que estamos tiesos y no
precisamente por el frío, otro factor que contribuye al pesimismo; los días
siguen siendo cortos, y, con frecuencia, grises, lluviosos, oscuros. Para colmo
ya nos ha dado tiempo a incumplir alguno de aquellos buenos propósitos que nos
hicimos allá por el uno de enero.
Me ocurre, además, que estoy
cerca de algunas personas que están tristes y, por mi tendencia a la empatía,
me dejo embeber por su tristeza. Seguramente tengan razón con el diagnóstico y
esta que entra vaya a ser una semana poco propicia para la felicidad. Lo que
ocurre es que me parece que esto no tiene la menor importancia, porque, y esto
es sobre todo para esos amigos míos que hoy están tristes, lo que cuenta no son
las condiciones del entorno, sino el modo en el que nosotros abordamos ese
entorno y, si me apuras, el modo sutil en que lo miramos, el cariño que estás
dispuesto a descubrir en unos ojos que te miran o el cariño que estás dispuesto
a colocar en el brillo de tu mirada. Se me ocurría esta idea de la capacidad
interior de cada uno para superar cualquier traba al hilo de una charla sobre
un cuento de las Mil y Una Noches, una charla que derivó en filandón, hila,
calecho, velada, como lo quieras llamar, en la que se hablaba del poder de la
palabra, el poder mágico de las palabras, capaces de someter a un genio
iracundo o de contener la sanguinaria venganza de un Rey ultrajado. No son en
vano las palabras. Son nuestra forma de mirar el mundo, nuestra manera de crearlo
también. Por eso creo que no es banal usar unas u otras, por eso entiendo que
las palabras que elegimos nos describen y también sirven para generar nuestra
propia realidad. Por eso, si decimos que la que entra es la peor semana del año,
estaremos facilitando que así sea, a no ser que lo digamos para constatar que,
aún en las peores condiciones, somos capaces de generar felicidad. Y utilizo
ese verbo, porque creo que la felicidad es algo que se
construye, que se crea desde el modo en que uno es capaz de nombrar.
A mí, lo tienes muy fácil,
me conoces por esta forma de hablar, pero no me ocurre a mí solamente. Piensa,
por ejemplo, el modo en el que el Alcalde de León se refirió a las protestas
contra la remodelación de la Plaza del Grano: él es el primero en defender la
idiosincrasia de la plaza y lo hace desde su condición de profesor de inglés,
explicando que hay atmósferas que no se pueden dibujar con la sencillez de
nuestro idioma, sino que es necesaria una mirada extranjera, una perspectiva
“british”, pongamos por caso. O quizá sencillamente le salió en el momento,
generando humo alrededor de la cuestión principal. Una cuestión que va más allá
de si se pueden o no modificar las aceras y que tiene que ver con lo que está
pasando en Burgos. Pero ese debate no está abierto todavía, de modo que, sean
felices la próxima semana y que digan en Cardiff lo que les venga en gana, aunque
sea en inglés.
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