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viernes, 3 de enero de 2014

Por si algún día dejo de recordar quién eres. (En Hoy por Hoy León, 3 de enero de 2014)

Escucha atentamente esta historia. Es la historia de una de las mujeres más guapas que yo he conocido, con la sonrisa franca, la chispa encendida en la mirada. Siempre me pareció que algún poeta había escrito para ella, no solo por su nombre. Cuando la recuerdo, recuerdo aquel verso, aquel demoledor “tú no puedes volver atrás”. Es que la vida te empuja y hay vidas tan comprimidas, vidas que empujan tanto, que al final no caben en un cuerpo y se escapan o se quedan en él y se viven desde un balcón incierto con nombre alemán de enfermedad implacable. 

Hace años que no la veo, pero la guardo en mi memoria con todo el afecto de la infancia. Me la ha recordado su hijo, mi amigo desde muy niños, con quien he compartido tantas cosas y que ahora, en la distancia del tiempo y los kilómetros, me habla de su madre enferma, de su “cabeza que no se ubica”, de lo diferente que ha sido para él esta Navidad. Y me dice que quiere felicitarme las fiestas, que lo seguirá haciendo todos los años, que no se olvidará ninguno, por si algún día deja de recordar quién soy. Dice mi amigo que su madre, aunque no sabe quién es él cuando llega cada mañana, sabe que es alguien muy suyo y lo recibe con gran alegría y una gran sonrisa. Es verdad que a ella la alegría y las sonrisas nunca le costaron y lo único que ha hecho, en contra del poema, es volver muy atrás a ese lugar incierto en que la conciencia no tiene memoria. 

Escucha con atención, por si algún día dejas de recordar quién eres.

Me gusta pensar que la conexión entre la madre y el hijo supera las barreras del Alzheimer. Lo cuenta muy bien Murakami en 1Q84, por boca del padre del protagonista: “si no lo entiendes sin que te lo explique, entonces no lo entenderás aunque te lo explique”. La mente de un enfermo de Alzheimer es un universo imposible de explorar.

Más que la vida después de la vida o el hecho mismo de que exista algo en lugar de nada o la asombrosa circunstancia de que nos podamos comunicar, la cuestión de la conciencia me parece un tema estrella sobre el que pensar. ¿Cómo es que soy consciente de que ahora te estoy contando esto que te cuento y cómo es que tú, aunque no me hagas mucho caso en medio del trajín de esta mañana, te das cuenta de que lo estás escuchando? Lo más práctico es no pensarlo, sencillamente decir que es así y punto. Imagino que es por eso que la filosofía se arrincona en la nueva Ley de Educación, me imagino que es por eso por lo que, como se decía en un artículo de El País de ayer,  aprende a vivir como una asignatura “María”. ¿A qué clase de chalado le pueden interesar estas tonterías de la filosofía? 

Pues resulta que estas tonterías le interesan a chalados que miran el mundo con espíritu crítico y que organizan su pensamiento con autonomía, sin tener que preguntar a nadie qué es lo que conviene pensar. Desaparece la filosofía de la escuela como materia obligatoria: será que habrá quienes quieran encargarse de enseñar a los muchachos lo que se debe pensar.


Yo quiero hacer hoy esta defensa de la filosofía por dos razones: una, porque, como me dijo un amigo tras sufrir un accidente, "debe ser que darte un golpe en la cabeza te hace pensar y, después de pensar, he decidido no dejar pasar ni un día de mi vida sin hacer algo que me haga feliz". Y dos, porque quiero ir diciéndote algunas cosas por si algún día dejo de recordar quien eres.

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