No es el fuego de San Telmo, tampoco son fuegos fatuos. Eso
de lo que tangencialmente nos hablan las noticias es otro fenómeno natural
menos extendido, aunque con características tal vez semejantes. Yo no lo he
visto. Hablo de oídas, que quede claro, pero, por lo que se sabe, agricultores
bañezanos relatan que en sus campos de remolacha, abonados con el compost de
San Román, surgen brillos en la noche. Que se sepa nadie ha llamado todavía a
Milenio Tres para hacer un reportaje, porque la causa del espectral brillo
parece estar relacionada con la calidad de la basura con la que se han abonado
esos campos. Claro, a caballo regalado… Y como resulta que el abono de San
Román se repartía gratis a los agricultores, pues ¿para qué vamos a enredar
más? Si es gratis, no puede haber queja. Al menos esa es la tesis que sobre el
asunto se sostiene en la Diputación.
Me imagino que el brillo será escaso y ocasional y que no se
trasladará en el futuro a la remolacha. Supongo que si finalmente el abono
tuviera una calidad por debajo de los mínimos exigibles, eso no afectaría a los
alimentos que se produzcan en aquellos campos. Me imagino que exigir basura de
calidad es una contradicción, porque la basura debe ser basura, pero, si el análisis
que exige ahora la UPL revelase un efecto contaminante para los campos y los
cultivos que en ellos se llegaran a producir, ¿en qué lugar quedarían quienes
dieron pasos para denunciar una mala gestión de los residuos y después bailaron
la yenka de su propio interés? ¿en qué posición quedaría quien acusa a los
agricultores de no valorar de manera suficiente este servicio “altruista”?
Seguramente quedarían de perfil, jugando al juego de la estatua, pero ¿y qué?
El fondo, si es que este asunto tiene algún otro fondo que no sea la mala
gestión, quedaría sin mostrar, porque siempre el fondo permanece oculto y a
nosotros la remolacha nos estaría tan rica como siempre, triturada en otras
azucareras, eso sí, que esa de La Bañeza ya no produce desde hace mucho el
desagradable olor de la melaza. Y como la naturaleza todo lo transforma, no nos
pasaría nada. Es la ley de los tres segundos, según la cual hay un punto en el
que cualquier alimento contaminado puede ser consumido por el hombre sin que le
cause ningún daño. Depende del grado de putrefacción y la tolerancia del
individuo que se lo come.
Que vivimos rodeados de basura no es novedad. Que las
cantidades de residuo que somos capaces de producir están muy por encima de lo
que el planeta es capaz de digerir, lo sabemos también. Que la gestión de todos
esos millones de kilos de basuras constituye un negocio de dimensiones
colosales, no hace falta tener muchos datos para imaginarlo. Que a nadie le
importa nada lo que vaya a pasar con este planeta en unas cuantas generaciones,
esa es la triste realidad que deberíamos combatir. Nos hablan de un ingreso de
850 mil euros para el Ayuntamiento de León por el reciclaje de basuras. Nos
dicen que esas basuras recicladas fueron en 2012 un 18 % del total. ¿Te das
cuenta de las dimensiones del negocio? Pero no, no seas bobo, no reclames para
ti los 423 kg de basura que produjiste el año pasado. Eso sería un error,
porque el negocio gordo está en el conjunto, en las 56 mil toneladas de basura
que se generaron el año pasado por ejemplo en la ciudad de León, una salvajada.
Ese es el punto que hace que lo que a ti te estorba se convierta en un bien
preciado. Que luego las remolachas brillan en la noche, ¿eso a quien le puede
importar?
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