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viernes, 11 de abril de 2014

Gelem, Gelem. (En Hoy por Hoy León, 11 de abril de 2014)

Era la una de la tarde, puede que no fuera la una en punto de la tarde, pero sonaba a verso, a romancero, sonaba a sombra en la tarde temprana. Era la una de la tarde y el Aula Magna de la Facultad de Educación tenía un vestido de lunares, de esos lunares que algunos gitanos dicen que tienen que teñir la pálida blancura de nuestras universidades. Era el día 8 de abril, el día internacional del pueblo gitano. Se presentaba un documental sobrecogedor, Itinerancias, que habla de la historia del pueblo gitano, la historia de un peregrinar. Anduve, anduve, gelem, gelem. En ese acto sencillo hablaron autoridades políticas y académicas. Se habló, como cada ocho de abril, de la situación del pueblo gitano, de la necesidad de superar los problemas endémicos con los que se enfrenta, problemas de vivienda, de trabajo, de salud y, sobre todo, de educación. Hay un estudio del Secretariado Gitano sobre la situación del alumnado de etnia gitana en secundaria que muestra la brecha que separa a este colectivo del resto de la población. Se podrían verter ríos de tintas explicando porqués, se podrían empezar discusiones de horas sobre si es el sistema, la sociedad misma, la crisis o si es una condición genética o cultural que implica un determinado modo de vida. El caso es que esa brecha existe y deberían establecerse condiciones que permitan acortarla. Se ha empezado por una lucha contra el absentismo escolar. Debe seguir un trabajo por el éxito. No basta con escolarizar, es necesario promover un cambio cultural que permita el avance hacia la plena integración social sin la pérdida de las señas de identidad de un pueblo que ha sabido mantenerse como tal pese a la dispersión, la persecución y la ausencia de una tradición cultural escrita. Se ve que para tener identidad no hacen falta patrias, que basta con saberse un pueblo.

En el acto de la ULE habló el tío Jesús de la bandera de los gitanos, verde y azul, el azul del cielo y el verde de los campos, la libertad del nómada, pero con una rueda roja en el centro simbolizando el dolor, la sangre derramada, el gelem, gelem. Tanto andar. Después Enrique, el tío gatito que dicen algunos, explicó desde el rincón más íntimo de cada una de sus células el significado de la letra del himno, ¡a Rromalen! ¡A chavalen! Y resonaba su voz en los muros de la Universidad. ¡Ay, mis gitanos! ¡Ay, mis niños! Y las caras pálidas del Rector, el Alcalde, el Decano, el representante de la Diputación, se tensaron emocionadas mientras escuchaban cantar el Gelem, Gelem a Esperanza Fernández, las manos recogidas en un nudo, puestos en pie del modo más protocolario, mientras las chicas, Irene Velado, Virginia, Raquel, quienes organizaron el acto, aguardaban el momento de recoger los merecidos parabienes. 


Pero eso fue el martes y yo no quería dejar pasar la ocasión de aplaudir también algo que está sucediendo esta mañana: la asociación “La Silbar” de Villaquilambre está plantando árboles en colaboración con Amidown en una parcela de Navatejera. Me lo contaba hace poco, Juan Vicente, uno de los voluntarios de la “La Silbar” que desde que se ha jubilado de la banca ha descubierto la libertad echando una mano en Amidown por las mañanas. “Chico”, me decía, “es que es mucho más lo que ellos te dan que lo que reciben”. Y ahí han estado hoy plantando árboles, recordándonos que otro mundo es posible. Solo es cuestión de querer ponerse en marcha para poder decir Gelem Gelem, como cantan los gitanos.

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