Buscar este blog
viernes, 30 de mayo de 2014
Libertad en la periferia. (En Hoy por Hoy León, 30 de mayo de 2014)
Eso ya lo sabes. Cada día
nos deja un momento mágico, por muy negativas que se nos presenten a priori las
condiciones. Por muy asfixiados que nos sintamos en el cotidiano maremágnum de
presiones, exigencias, informaciones, deseos, ilusiones, miedos, daño, dolor,
angustia, ¿quién sabe qué? Por muy agobiante que nos resulte la realidad de
cada día, siempre hay un momento que brilla sobre los otros, un momento lúcido
en el que se nos escapa una sonrisa.
Te cuento lo que me pasó
ayer. Estuve charlando unos minutos con el pintor Modesto Llamas. Fue una
charla banal, mantenida en un pasillo con la cortesía de la buena educación y,
en ese contexto, el artista se convirtió en teórico y me regaló la historia de
hoy, quizá para que la conecte con la historia de la semana, esa que arranca,
te lo puedes imaginar, con el estrepitoso batacazo electoral del partido
socialista y la sangría de votos del PP.
No conozco a ningún gran artista que
no tenga en la mirada el brillo genial que hay en los ojos del pintor. Es la
luz de la inteligencia, una luz que solo está en algunas miradas, pero que es
la misma siempre y que nos advierte de que estamos en el territorio de la
magia. Modesto, naturalmente, la tiene.
La primera idea que me
regaló es que desde la marginalidad puede levantarse la grandeza. Y de hecho yo
sé que tiene razón, porque en la comodidad de la zona de confort en la que nos
movemos es difícil que surja el genio. Es preciso salir de ahí, levantarse como
un volatinero entre las torres de marfil de nuestra costumbre y atreverse a
cruzar el vacío sobre el alambre de la imaginación. Creo que la frase exacta
fue “¿sabes? Llegó un momento en el que tenía más hijos que cuadros y me dije,
esto no puede seguir así”. ¿Qué habría pasado si Modesto Llamas se hubiera
dedicado sencillamente a sus hijos? Seguramente habría sido un hombre feliz,
porque su inteligencia habría permanecido intocable, pero habríamos perdido un
gran artista. ¿Es eso importante? No lo sé. Muchas veces pienso en personas geniales
que no pueden desarrollar su talento o que, aún pudiendo, no lo desarrollan y
creo que es una pena, sí, pero que no es importante, que ya hay bastantes
genios en el mundo, que poco importa que haya o no un puñado más. Y ese es
justamente el segundo regalo de Modesto Llamas. “Siempre he pintado lo que me
sale de los pinceles”. Seguramente, si se hubiera quedado en Madrid, habría
alcanzado mayor fama, habría estado junto a otros artistas al frente de las
vanguardias, pero eligió la libertad de la periferia. O mejor, tal y como él
mismo dijo ayer, “la libertad en la periferia”. Es verdad, el centro, el punto
exacto en el que suceden las cosas, no permite tanta libertad como los
alrededores. Por eso la genialidad salta a la luz desde las afueras. Y después
de todo, este Modesto de nombre y de actitud aunque diga de sí mismo que es la
persona menos modesta del mundo, comprende la verdad de las cosas, la
importancia de vestirse en música cada mañana y afrontar la soledad del día a
día a la caza y captura de la sonrisa de la magia.
¿Las elecciones? ¿La
reacción de los responsables leoneses de los dos grandes partidos? ¿Qué quieres
que te diga? Han sido unas elecciones en la periferia, por eso aquí ha
triunfado la libertad. El PSOE y el PP creen que cuando se hable de cosas más
cercanas será diferente, pero eso es algo a lo que no se deberían arriesgar.
viernes, 23 de mayo de 2014
La nada o un cielo incierto. (En Hoy por Hoy León, 23 de mayo de 2014)
Los más conocidos fueron
Marcial Lafuente Estefanía, en lo que se refiere a novelas del oeste y Corín Tellado, autora de unas cuatro mil
novelas de las llamadas “novelas rosa”, pero hubo muchos más. Hay que tener unos
años para acordarse de aquellas “novelas de a duro” que se vendían en los
kioscos y que proporcionaban una evasión rápida, sencilla y barata. Por eso
conviene explicar a quienes no sepan de qué estoy hablando, que se trataba de una
especie de analgesia de bolsillo consumida de manera popular como hoy se
devoran los capítulos de las series de televisión, sean los seriales
costumbristas de la hora de la siesta o las comedias de humor más o menos
grueso pensadas para la hora de la cena. Consumo inmediato, energía directa
para la fantasía.
Hay uno de estos autores que
me presta alguna frase para estos artículos míos de los viernes. Escribía bajo
el seudónimo de Jim Murray, y puesto que así lo quiso él, mantendré su
anonimato. Sí diré que me gustaría utilizar este espacio para rendirle hoy un
pequeño homenaje. Por nada en especial. En atención a su actual situación, que
requiere del cuidado y la atención total de otras personas. Tiene suerte de que
su hija haya decidido ocuparse absolutamente de él y de hecho es esta circunstancia,
la atención sin medida de su hija, lo que le mantiene todavía con vida.
Escribió muchísimas novelas, títulos como “Oeste indómito” o “Un luchador” que
se publicaron en la colección “Cuatreros”, pero también pequeñas joyas de la
imaginación como “El peso de la ley”, “Logan vuelve” o “Cuatro cirios para
Snake” publicadas en la colección FBI. Seguro que andan todavía algunas por la
casa del pueblo arrumbadas en algún baúl, en algún puesto del mercado de los
sábados en Don Gutierre o entre los cachivaches de alguna tienda de esas que
recogen el pasado, le dan una mano de betún de Judea y lo devuelven como nuevo.
Hay frases suyas que son máximas. Por ejemplo esta: “¿qué le importa al tigre
una raya más?” Es cierto, de enloquecer hay tiempo. Mantengamos la serenidad y
expliquemos que está ya viviendo sus últimos días, que en cualquier momento
llega la hora de su último final y entonces tendrá valor otro pensamiento suyo,
otra sentencia. “¿Y después qué? La nada o un cielo incierto”. La nada o un
cielo incierto. Exactamente esa es la realidad que hay detrás de cada batalla,
de cada derrota, de cada pérdida. La nada o un cielo incierto.
El vacío que nos deja el
corazón encogido tras la ausencia es semejante a esa perplejidad existencial,
la nada o un cielo incierto. Ya no valen ideas fantásticas, ni elegantes
criminales escondidos en el aire informal de un dandi americano, ni rudos
vaqueros estableciendo a balazos el límite exacto entre el bueno y el malo. Son
tiempos de fin de novela, tiempos de entrever la nada más oscura o la tímida
luz de un cielo incierto, pero no es momento de estarse quieto. No digo yo que
haya que romper a patadas la transparencia de las urnas, ni que haya que
encender en tinta de colores la gris prepotencia de las papeletas de los
partidos que nos pedirán el voto para el domingo hasta esta noche. Pero
conviene saber que después de que se haga el recuento, sean quienes sean los
que vayan a representarnos en Europa, no tendremos a nuestro alcance más que la
nada o un cielo incierto. Gracias Jaime, seguirás siendo Jim Murray en cada
duelo.
viernes, 16 de mayo de 2014
El lecho del río. (En Hoy por Hoy León, 16 de mayo de 2014)
Un chico le preguntaba a su
profesora de Religión, “profesora, ¿Dios nunca duerme? Y si nunca duerme, ¿cómo
es que no se cansa? Y si se cansa y tiene que dormir, ¿dónde tiene su cama?
¿Cómo es la cama de Dios, profesora?” He de decir que no recuerdo con claridad
qué le contestó, quizá porque entendí que no hay una respuesta que pueda
satisfacer la curiosidad ingenua de un muchacho a quien le habían explicado que
Dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza y que pensó naturalmente que si
los hombres y Dios son semejantes, entonces tiene que existir en algún sitio
algo que sea la cama de Dios, el dormitorio de Dios, el lecho de Dios, el lugar
en el que Dios descansa. Poderosa imagen la de Dios poniéndose el pijama.
Es verdad, tenemos que
hablar de lo que nos ha pasado esta semana. No lo podemos evitar. Está en todas
las conversaciones, así es que también tiene que salir en esta nuestra. Nos ha
pasado que seguramente Dios estaba saliendo de la siesta a esa hora de la tarde
del lunes, todavía adormijado entre las sábanas de su maravillosa cama. Por eso
pasó lo que pasó. Debe ser que le ocurrió algo así, que estaba saliendo del
sopor de la siesta y se le escapó un detalle y por eso tuvo que poner en marcha
todas las demás casualidades, las que hicieron posible que el crimen no quedara
a merced de cualquier interpretación y se explicase con todo lujo de detalles,
como sin duda se hará, para terminar con el río de comentarios que se vierten
en el flujo constante de información y de opinión que se ha generado desde el
lunes a las cinco y poco de la tarde.
Hubiera preferido no hacerlo
y está en mi libertad, y hasta todavía estoy a tiempo de no hablar de aquello,
todavía puedo. No obstante, como todos, me veo empujado por una fuerza extraña
a hacer un comentario del suceso. Me gustaría comentar, por ejemplo, que no
entiendo la necesidad de demonizar, como se ha hecho, las redes sociales, ni
las miles de palabras ridículas que se han escrito y reproducido sin pensar en
su posible repercusión mediática. De verdad que no entiendo por qué tantas
personas se han visto en la necesidad de expresar públicamente su opinión sobre
el asesinato, sobre la víctima, sobre las personas aparentemente responsables,
sobre los políticos que aparecieron a toda prisa en la escena del crimen, sobre
los tuiteros, sobre los motivos, sobre la historia previa, sobre los cotilleos
maldicientes, sobre el carácter de unos y de otros, sobre tantas y tantas
cosas, que llego a pensar, como aquel muchacho del que les hablaba al
principio, que debe ser que Dios está echándose una buena siesta, porque es
difícil entender que lo que ha sucedido esta semana realmente suceda. ¿Qué
necesidad real tenemos de hablar de todo esto? ¿No bastaba sencillamente con
hacer una condena de lo ocurrido y poner en marcha el martillo pilón de la
justicia?
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
viernes, 9 de mayo de 2014
Todo lo que está en nuestras manos. (En Hoy por Hoy León, 9 de mayo de 2014)
He leído un verso que dice:
“Vivo con tu ligereza entre mis manos”. Ya sabemos que la poesía no se explica,
por mucho que pretenciosamente se instalen artificios entre las líneas de los
poemas más premiados o más reconocidos por los literatos. La poesía es un golpe
al corazón, un arrebato. No necesita explicación. Así es que, cuando leo “vivo con tu ligereza entre mis manos”, ahora
que tú lo escuchas del otro lado del hilo de la radio, no hay mucho que
explicar, porque lo entiendes. La palabra es arte porque te entiendo. Y traigo
hoy aquí, a este rincón de los viernes, ese verso aislado quizá por muchas cosas
que hasta yo mismo desconozco, pero sobre todo porque llevo toda la semana
pensando en lo que yo llevo entre mis manos. ¿De qué clase de ligereza o de qué
pesada carga tienen que ocuparse mis manos?
Y te cuento más. Ayer miraba
las manos de un chico de quince años. Manos huesudas, esqueléticas, manos
arañadas por la ansiedad, tatuadas de cicatrices, enrojecidas de golpes,
cortes, heridas, unas manos de uñas hundidas en la carne, mordidas hasta más
allá de lo posible. Unas manos que dibujan sin pudor el paisaje de la angustia.
Un chico de quince años encerrado en sus tensiones. Me acordaba, al ver sus
manos, de la perfecta manicura de un viejo carpintero, unas manos blancas,
finas, de dedos ágiles pero regordetes, de su agradable charla, de sus sabias
opiniones. Me acordaba del ambiente mágico de su taller de carpintería
condenado al silencio por causa de la jubilación. La luz de la tarde dibujaba
la perfección de las formas bañando toda la estancia desde una claraboya. Los
buriles, los punzones, los destornilladores, descansando en perfecto orden en
sus exactos huecos subrayaban la plácida sensación de alcanzada perfección. Los
olores de las maderas, el polvo acumulado sobre las cajas de tornillos en
desuso, el banco de encolar, las sierras. Las manos del carpintero dibujando
una explicación en el aire incierto. Los ojos cansados del carpintero hablando
de su ictus, de su retiro temprano, de su escasa jubilación. Unas manos y
otras. Un mundo este que se resuelve en Ikea un sábado por la mañana y aquel
lento descubrir los muebles con las manos en el interior de la madera bruta. Y
me dio por pensar que entre el chico y el carpintero jubilado hay un salto al
vacío. Que hubiera sido estupendo para el muchacho poder sentarse a aprender
todo lo que ese hombre sabio ha ido acumulando entre sus manos. Me dio por
pensar que las manos vacías del muchacho de quince años, repletas de estampas
del momento, eran impropias, tan impropias como las manos del jubilado, sin un
rasguño, sin una cicatriz, con la tersura y el color de la piel de un bebé.
¿Por qué hemos tenido que saltarnos ese modo tan feliz de contagio que era la
relación del maestro y su aprendiz? No te digo en qué calle de León está ese
remanso de paz, ni te digo en qué barrio feroz tiene que vivir cada día ese adolescente.
No quiero que sepas lo fácil que sería unir una cosa y la otra. No quiero que a
nadie se le ocurra desenterrar la vieja idea de que los muchachos aprendan de
los ancianos.
Mucho mejor llevarlos a la
Plaza de Toros y montar un espectáculo de esposas, tiros, explosiones,
detenciones a la americana en plan los Hombres de Harrelson como se hizo hace
unos días para conmemorar los 170 años de existencia de la Guadia Civil. La
foto del periódico era toda una declaración de principios. De verdad que a veces
dudo si sabemos qué es lo que nos traemos entre manos.
viernes, 2 de mayo de 2014
Un traje nuevo para el Emperador. (En Hoy por Hoy León, 2 de mayo de 2014)
La noticia que apareció ayer en el diario me saltó a los ojos
desde el teléfono móvil: El Emperador tendrá amo en junio. Una frase extraña.
¿Por qué escogió la periodista la palabra “amo” para encabezar su información?
Podría haber utilizado expresiones más habituales en los medios, expresiones
como “propietario”, “dueño”, “comprador”, hasta podría haber usado un rebuscado
“adquiriente” o un aséptico “titular”. Pero no, prefirió utilizar la palabra
“amo”. El Emperador tendrá amo en junio, casi
dotándolo de vida, en el sentido de que se es amo de algo que está vivo,
aunque es verdad que basta con ser dueño de algo para ser su amo, pero no
decimos de alguien que es el amo de su bicicleta o el amo de su casa. La
expresión “ama de casa” tiene otro sentido, pero es que las formas en que se
conjuga el verbo amar se escapan de los libros de gramática.
Me resulta difícil la interpretación en este sentido, pero creo
que tiene que ver de algún modo con el viejo cuento del emperador y el sastre,
aquel en que nadie se atreve a decirle al emperador que va desnudo hasta que la
inocencia de un niño desencadena el río de la verdad y del ridículo. Como que
hay una necesidad de reconocer lo que se ve en el espejo cuando el emperador se
mira. Alguien como el sastre, que es capaz de resolver sus dificultades de
manera que pervierte las condiciones en su propio beneficio es de algún modo
“amo” del Emperador, al convencerlo de que va impecablemente vestido cuando en
realidad va desnudo bajo el palio. Esa ridícula situación con la que tantos
terminan comulgando, asumiendo la exquisita elegancia de un maravilloso traje
inexistente, es algo de lo que me hablaba mi amiga Paz hace poco a propósito
del rebuscado comentario de un conocido escritor sobre cierto poema. Es como si
nos viésemos obligados por la presión de
los otros a reconocer como excelente lo que los entendidos certifican que lo
es, aunque en nuestras manos resulte hueco y artificioso. Es ceder ante nuestra
ignorancia, sin darnos cuenta de que todos tenemos al lado del hueco enorme de
nuestras carencias, un cesto lleno de verdades, de sueños, de experiencias. Y
lo vemos todo. Somos amos de nosotros mismos, amos de cualquier emperador que
se nos ponga por delante. Así es que esa noticia de que el teatro Emperador
volverá en junio a manos privadas no debería sorprendernos en el contexto de la
política de privatizaciones que nos rodea. Está claro que el negocio ha sido
ruinoso. Lo que se compró en 2006 por cuatro millones y medio, se intentará vender
ocho años después por un precio de salida de setecientos cincuenta mil euros
menos. Podrá decirse lo que se quiera, pero el emperador va desnudo y nadie nos
puede convencer de que todo el proceso de compra y ahora venta del Teatro más
emblemático de la ciudad no ha sido un auténtico dislate. Lo que no se dice con
exactitud es si al nuevo amo del Emperador se le obligará a seguir siendo un
teatro o si se le permitirá que lo transforme. También es verdad que no podemos
estar seguros de que vaya a haber quien quiera comprarlo, porque parece ser que
hay ciertas restricciones respecto al uso que no se podrán cambiar y que hay
que realizar una excavación arqueológica si se quiere acometer la
rehabilitación del edificio.
Me encantaría poder pensar que de vuelta a manos privadas el
Teatro Emperador estará vivo de nuevo, pero me resulta imposible. Yo lo veo en
cueros.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)