Los más conocidos fueron
Marcial Lafuente Estefanía, en lo que se refiere a novelas del oeste y Corín Tellado, autora de unas cuatro mil
novelas de las llamadas “novelas rosa”, pero hubo muchos más. Hay que tener unos
años para acordarse de aquellas “novelas de a duro” que se vendían en los
kioscos y que proporcionaban una evasión rápida, sencilla y barata. Por eso
conviene explicar a quienes no sepan de qué estoy hablando, que se trataba de una
especie de analgesia de bolsillo consumida de manera popular como hoy se
devoran los capítulos de las series de televisión, sean los seriales
costumbristas de la hora de la siesta o las comedias de humor más o menos
grueso pensadas para la hora de la cena. Consumo inmediato, energía directa
para la fantasía.
Hay uno de estos autores que
me presta alguna frase para estos artículos míos de los viernes. Escribía bajo
el seudónimo de Jim Murray, y puesto que así lo quiso él, mantendré su
anonimato. Sí diré que me gustaría utilizar este espacio para rendirle hoy un
pequeño homenaje. Por nada en especial. En atención a su actual situación, que
requiere del cuidado y la atención total de otras personas. Tiene suerte de que
su hija haya decidido ocuparse absolutamente de él y de hecho es esta circunstancia,
la atención sin medida de su hija, lo que le mantiene todavía con vida.
Escribió muchísimas novelas, títulos como “Oeste indómito” o “Un luchador” que
se publicaron en la colección “Cuatreros”, pero también pequeñas joyas de la
imaginación como “El peso de la ley”, “Logan vuelve” o “Cuatro cirios para
Snake” publicadas en la colección FBI. Seguro que andan todavía algunas por la
casa del pueblo arrumbadas en algún baúl, en algún puesto del mercado de los
sábados en Don Gutierre o entre los cachivaches de alguna tienda de esas que
recogen el pasado, le dan una mano de betún de Judea y lo devuelven como nuevo.
Hay frases suyas que son máximas. Por ejemplo esta: “¿qué le importa al tigre
una raya más?” Es cierto, de enloquecer hay tiempo. Mantengamos la serenidad y
expliquemos que está ya viviendo sus últimos días, que en cualquier momento
llega la hora de su último final y entonces tendrá valor otro pensamiento suyo,
otra sentencia. “¿Y después qué? La nada o un cielo incierto”. La nada o un
cielo incierto. Exactamente esa es la realidad que hay detrás de cada batalla,
de cada derrota, de cada pérdida. La nada o un cielo incierto.
El vacío que nos deja el
corazón encogido tras la ausencia es semejante a esa perplejidad existencial,
la nada o un cielo incierto. Ya no valen ideas fantásticas, ni elegantes
criminales escondidos en el aire informal de un dandi americano, ni rudos
vaqueros estableciendo a balazos el límite exacto entre el bueno y el malo. Son
tiempos de fin de novela, tiempos de entrever la nada más oscura o la tímida
luz de un cielo incierto, pero no es momento de estarse quieto. No digo yo que
haya que romper a patadas la transparencia de las urnas, ni que haya que
encender en tinta de colores la gris prepotencia de las papeletas de los
partidos que nos pedirán el voto para el domingo hasta esta noche. Pero
conviene saber que después de que se haga el recuento, sean quienes sean los
que vayan a representarnos en Europa, no tendremos a nuestro alcance más que la
nada o un cielo incierto. Gracias Jaime, seguirás siendo Jim Murray en cada
duelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario