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viernes, 16 de enero de 2015

Torres. (En Hoy por Hoy León, 16 de enero de 2015)

Ahora que sabemos que hay torres que se caen, o por lo menos que se desmoronan desde lo alto, como esa cornisa de la Torre del Reloj en la Catedral, empapada de agua y frío, que se deshace en tiempo y se devuelve al suelo, sabemos también que lo que nos habían dicho es cierto, que no hay nada eterno, que “siempre” es una palabra con significado, pero que no tiene referente.

“Las catedrales no se construían para siempre y esta tiene más de setecientos años”. Sé que la cita no es exacta, pero me pareció oír algo parecido por la radio. No, supongo que no, supongo que cualquier cosa que se hace, no se hace para siempre, incluso cuando decimos que tenemos esa idea. Por eso sé que la unidad de España, por intocable que nos parezca, no es para siempre, ni la existencia de Cataluña, ni la permanencia del  antiguo Reino de León atado por un guión a la corona de Castilla. Torres más altas han caído. Me encanta esa expresión. Me gusta porque me hace ser consciente de la provisionalidad incluso de lo que decimos que es eterno, porque torres más altas han caído y no hay nada que se sostenga de pie eternamente. Me resulta especialmente clarificador este pensamiento cuando me encuentro en la situación de pasar algún tiempo en un hospital, porque allí de inmediato comprendo el significado de la infantil advertencia, que es verdad que torres más altas han caído y aprecio enseguida que es así, que ahí, en las camas, postrados entre las sábanas con acrónimos de siglas imposibles, -SACYL, SERGAS, SESCAM, o lo que sea- los cuerpos de todos se hallan en el mismo estado de absoluta indefensión, en la misma humilde situación a merced de la decisión de expertos que evalúan el grado de deterioro y determinan las medidas oportunas para la reconstrucción de lo que yace afectado simplemente por el tiempo o por la feroz agresión de algún agente destructor en muchos casos propio, pero la mayoría de las veces importado. Siempre a merced del tiempo y los piratas, como mosquitos en cáscara de nuez atravesando el océano de la existencia, la catedral y mi amigo, tan destrozados, tan afectados por un mal que viene de dentro.

Sí, es cierto, torres más altas han caído y la eternidad es un concepto inhumano, como es insignificante decir “siempre”. El miércoles por la noche los pasillos del área de quirófanos del Hospital enseñaban su vacío en un juego de cristaleras y tubos de conducciones. Era una imagen de una belleza sobria que vestía de color la angustia de los que esperaban el informe del médico, el salvoconducto del restaurador. La torre está a salvo, querrías oír, ya no hay peligro de más desprendimientos. Pero ahora que sabemos que somos vulnerables, ahora que sabemos que hay cornisas que pueden desprenderse de lo más sólido, tenemos que aprender a convivir en los pasillos vacíos de nuestros propios hospitales. Estamos hechos de esa piedra tan bonita que con tanta facilidad se desmorona.


Y, siendo así, ¿qué pasaría si Podemos preguntase a la catalana por la permanencia de León en la torre de Castilla? Ha dicho Fernández que lo piensan hacer, si alcanzan responsabilidades de gobierno. Está bien. Es oportuno recordar que todo lo que es de un modo puede llegar a ser de otro, que no hay nada que sea eterno, ni siquiera este buen rollo que tú y yo tenemos cuando te hablo por la radio.

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