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viernes, 17 de abril de 2015

When the night has come. (En Hoy por Hoy León, 17 de abril de 2015)

Me interesan mucho las cosas que pasan cuando ha llegado la noche. Sé que somos hijos de los días, como dijo Eduardo Galeano siguiendo una leyenda maya y como hijos de los días nacemos y morimos. Este lunes, el propio Galeano se ha encerrado en la noche del tiempo, el mismo día en que lo ha hecho Günter Grass, el autor de El Tambor de Hojalata. Recuerdo la imagen brutal del nacimiento de Oskar, el protagonista de la novela, en la película de Schlöndorf y la secuencia en la que su madre, Agnes, absolutamente invadida por la noche, come arenques sin parar. Cuando haya llegado la noche y la tierra esté a oscuras y la luna sea la única luz que veamos, no tendré miedo mientras estés conmigo. Ya lo sabes, es la letra de una vieja canción que habla de eso, de la noche y la catástrofe, y de la fe absoluta en que nada me afecta mientras tú te quedes conmigo.  Había un neoyorquino italoamericano arrancando las notas de esa canción a una guitarra con la dulzura de todos los besos. No me lo estoy inventando. Pasó aquí en León, en una de esas noches mágicas del Restaurante El Capricho, una de esas noches en las que el poder del Rey Arturo desenvaina una Excalibur de aguardiente y rodaballo. El neoyorquino silabeaba “so darling, darling stand by me” con el corazón abierto de par en par, con el mismo corte transversal con el que el fuego recibe las mollejas para hacerlas a la plancha. Stand by me, decía, con la sonrisa más tierna que se pueda dibujar en un rostro tan cansado. Cuando llega la noche, llegan las verdades. Cuando cierras los ojos es el único momento en el que ves las cosas con claridad. Por eso nos da tanto miedo y no por los monstruos que se esconden en el armario.

Cuando llega la noche ocurren cosas espantosas. Los cajeros se llenan de cuerpos acostados, cuando la tierra está a oscuras. Ayer, en el cruce de Independencia con Legio VII a las once de la noche, dos vehículos de Cruz Roja advertían con sus señales que algo estaba ocurriendo. Los voluntarios se acercaban a los lugares en que los cuerpos de los excluidos se envolvían en la noche, con bolsas blancas en las manos. La comida llegaba como luz cegadora y había algunos que, con su dignidad recuperada, sentían la necesidad de charlar de tú a tú con el personal de la Cruz Roja al pie de una furgoneta. La estampa me resultó reveladora, porque en el centro financiero de la capital, en torno al círculo en el que se encierran las sedes de los bancos entre Santo Domingo, Ordoño e Independencia, lo que en el día es actividad, intercambio, negocio, cuando llega la noche se convierte en necesidad, carencia, oscura estampa interrumpida por el breve brillo de la Cruz Roja a la luz de los neones. Y, cuando llega la noche, hace falta saber cerrar los ojos para ver con claridad qué o quién o incluso quienes son esos que están quedándose incondicionalmente junto a uno. Please, stand by me.


Y si el cielo se derrumba sobre nosotros en forma de accidente, en forma de atropello o de infarto. Si las montañas se desmoronan en el mar, no quiero soltar ni una lágrima, mientras estés conmigo. También he sabido sentir eso al pasar con mi hija una vez más por la carretera de Carbajal y ver la oscuridad de la noche, la oscuridad total en ese paso de peatones, mientras mi hija siente que estoy a su lado y el mundo comprende que el sentimiento de pérdida es irreparable, cuando la noche llega tan inesperada, de un golpe, en esa fatídica mañana de abril.

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