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sábado, 19 de septiembre de 2015

El suero de la verdad. (En Hoy por Hoy León, 18 de septiembre de 2015)

Así es que el perro de la Guardia Civil no sabía que acababa de traspasar la línea del límite de sus competencias. Estaba siguiendo el rastro de la peregrina desaparecida cerca de Castrillo y se metió en terrenos de la Policía Nacional, ¡vaya faena! ¿Quién sabe si la investigación habría ido más rápido si el sabueso hubiera seguido haciendo su trabajo sin que la curiosa manía de los humanos por parcelar la vida (y apropiarse de un trozo) no hubiera interferido en su animal instinto al margen de toda regla de demarcación? Es difícil decirlo, al menos lo es para mí, que no tengo ni idea de cómo se desarrolla una investigación policial y tampoco entiendo mucho de los ritmos de la instrucción judicial, pero el sentido común dice que todo habría ido más rápido.

Seguro que es importante que cada uno conozca bien sus competencias y no se extralimite, porque se entiende que cada uno sabe de lo que le toca y es mejor que las cosas las hagan los que saben. Me parece bien que se organice el trabajo, que se reparta, que haya personas que tengan una visión global de los problemas y que quienes actúen sólo tengan que ocuparse de hacer lo que les mandan para que todo funcione en interés de un fin global que no puede ser otro que el del bien común. Y eso a todos los niveles, en la búsqueda de una joven peregrina desaparecida, en la educación de un niño, en la venta de un terreno, en la puesta en marcha de un polígono industrial, en la sanación de un cáncer. Creo que es una buena manera de organizarse. Lo que pasa es que, esos límites, esa demarcación del territorio adecuado de actuación tiene que ser flexible. Ya, ya sé que me vas a decir que si las normas son flexibles no son normas, que precisamente en eso está su virtud, en el hecho de ser rígidas, conocidas por todos e inamovibles, lo que nos procura un espacio de seguridad, un modo de saber lo que debemos hacer y lo que no en cada momento. Ya. Tienes razón. Lo que pasa es que muchas veces la vida se desborda más allá de las líneas rojas y nuestra animalidad, la del perro de la Guardia Civil, se desentiende de las marcas impuestas por la razón y alcanza el objetivo perseguido, la felicidad, el bien común. En el caso del perro rastreador, el triste descubrimiento de un cadáver.

Llama la atención en este suceso que se acelerase la investigación ante la presión del gobierno de los EEUU. ¿Te quieres creer que tengo amigos que me han dicho que el FBI le inyectó el suero de la verdad al sospechoso para que confesase? Yo me imagino que no tienen ningún dato para afirmar tal cosa, que es algo que sencillamente se les ha ocurrido y lo sueltan así, como si fuese verdad. Como si fuese una de esas verdades que cualquiera con dos dedos de frente debería conocer. “No te preocupes” dijo uno, “en cuanto les dejen a los americanos, le inyectan el suero de la verdad y ese canta la Traviata”. Lo dijo el día antes de que confesase el presunto asesino. Supongo que sería una pura coincidencia, porque los motivos que llevan a un ser humano a cometer un crimen son inconfesables, pero el alivio moral que supone la confesión termina en muchos casos por empujar a los criminales a confesar. Es cierto que entramos en el territorio del sermón y esa ya no es nuestra competencia, pero déjame que te pregunte, ¿a ti no te gustaría que te inyectaran el suero de la verdad para saber qué cosas dices?

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