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viernes, 15 de abril de 2016

Whiplash. (En Hoy por HoyLeón, 15 de abril de 2016)

Como no sé si has visto la película, te lo tengo que contar. Se trata de un muchacho que toca la batería y que sueña con ser como Charlie Parker. Cuando está practicando, encerrado en un cuarto del conservatorio, tiene la fortuna de que el profesor más duro de la escuela de música en la que estudia se fije en él. No puedo darte muchos detalles por si no la has visto, pero te cuento que es una exageración del modo en que algunos profesores piensan que se debe enseñar a sus pupilos. Una derivación del ideal de la lucha por la superación y el modo de lograr el éxito.

Cuando éramos jóvenes había en la tele una serie que se llamaba Fama. Recuerda aquella mítica frase: “la fama cuesta y aquí es dónde vais a empezar a pagar con sudor”. Nada se consigue sin esfuerzo. Ningún artista puede decir que su obra no es fruto del trabajo, porque las musas, cuando llegan, tienen que encontrarte trabajando. Pero hay multitud de ejemplos en los que ese esfuerzo alcanza cotas desmedidas cuando se trata de la música o de la danza. Tiene que ver con la exigencia física, claro, algo que es absolutamente obvio cuando hablamos de danza, pero que también lo es en el caso de los instrumentistas. Los dedos, los labios, los brazos duelen hasta que el callo tapa la ternura de la piel y vuela fuera de sí el sonido que está del otro lado del mundo. Recuerdo las manos de Paco de Lucía, imagino las mejillas de Louis Amstrong, adivino el abandono de John Coltrane con los ojos cerrados al sonido de su saxo. Me vienen a la cabeza películas sobre el esfuerzo y el salto más allá de la pura técnica, títulos como El cisne negro o El último bailarín de Mao, pero hay cientos de ejemplos. Miles de historias que nos hablan de la dureza, del enorme esfuerzo que hay detrás de una ovación en un auditorio. Y esa historia de esfuerzo y dedicación empieza entre las cuatro paredes de una escuela de música.

Parece que por decisión de unos o de otros el nuevo Conservatorio de León quizá termine construyéndose a los pies del estadio. Quizá sea una vuelta a aquellos Juegos Píticos que se celebraban un año antes de las Olimpiadas en la antigua Grecia y que antes de incorporar pruebas atléticas consistían en concursos de música y canto. Lo que me parece raro es que la Consejería de Educación no haya hablado antes con la Directora del Conservatorio para explicar la decisión de hacer que la música salte el río y se esconda en los bajos del campo de fútbol. En el estado actual de las cosas imagino salas acolchadas para contener los lamentos de la Comunidad y veo las miles de firmas de protesta de los afectados desfilando ante los ojos de los técnicos de la Consejería. Un desconcierto que carece de partitura. Te aseguro que no sé predecir un final. Creo que, en la película de la que te hablaba al principio, a pesar de todo, se comprende que no todo vale y que hay situaciones que responden a esa oscura humanidad que provoca el horror, lo monstruoso.

Un ejercicio en una escuela de diseño consistía en eso, en hacer figurines desde la idea del horror humano. No digo yo que lo del Conservatorio pase del error al horror, aunque hay algo genial en la capacidad de hacer belleza con lo monstruoso. A una alumna se le ocurrió diseñar estampados con las imágenes de las lágrimas vistas al microscopio. Un salto hacia lo bello para sacar a la luz del día lo que esconden los focos.

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