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viernes, 16 de septiembre de 2016

Bajarse del tren. (En Hoy por Hoy León, 16 de septiembre de 2016)

Como cada vez creo menos en la casualidad, me he pregunto si tendrá algún significado extra el hecho de que, esta semana, dos de las noticias de mayor repercusión en los medios hayan tenido como protagonistas a dos conductores leoneses. ¿No te parece curioso que fuera un leonés el que se bajó del tren en Osorno y que también lo fuera el que conducía, permíteme la licencia, el camión de Rosa Valdeón?

Sobre el segundo, solo quiero decirte que me encanta el modo en el que explica que tampoco fue para tanto. Me encanta la claridad con la que se expresa. Me doy cuenta de que muchas veces me enredo en mis pensamientos y me pierdo en palabras que me cuesta digerir, en construcciones falsamente engoladas que me hacen vomitar cuando las descubro, como esta misma que estoy elaborando ahora y que avanza por el papel sin decir nada de nada. En cambio, la contundencia del conductor del camión es solemne. No es para tanto y, si es verdad que Valdeón tiene que dimitir por esto, otros muchos deberían dimitir por cosas mucho peores. Al pan, pan y al vino, vino.

Y del primero, en cambio, habría que decir muchas cosas. Solo conozco del hecho lo poco que he podido leer ayer en el periódico, es decir, que un maquinista leonés decidió no seguir conduciendo el Alvia porque había llegado al límite de horas de conducción continuada y que dejó en la estación de Osorno a un centenar de pasajeros que tuvieron que esperar un buen rato para que les llevasen a sus destinos. Me importa poco si el error es de Renfe o del maquinista. Solo te quería hacer reflexionar un momento sobre el carácter poliédrico de las consecuencias de nuestras decisiones. Me imagino al maquinista valorando su decisión kilómetros antes de llegar a Osorno, cuando ya se da cuenta de que no debe seguir al frente del tren. Tiene sobre sí un gran peso, una responsabilidad con dos caras, la de llevar sanos y salvos a los pasajeros a su destino y la de llevarlos a tiempo. ¡Cuántas veces nos encontramos en situaciones semejantes! ¿Cuántas veces te has dado cuenta de que hacer lo que debes conlleva un riesgo tan grande que pones en peligro precisamente ese mismo hacer lo que debes? La vida entera es un círculo vicioso en el que debes vivir para poder dejar de hacerlo. Así es que, si en un momento dado hay que bajarse del tren, yo creo que es mejor hacerlo, hayas avisado o no, causes un perjuicio a la compañía y a los pasajeros o no.


Cuando viajaba a Ponferrada con mi amigo Fernando todos los días en un tren que salía muy temprano de León, nos pasábamos el viaje charlando en el vaivén de las vías y repasábamos el mundo, pero en algunos momentos en los que el tren se paraba, se quedaba quieto en mitad de la nada y se callaban todos los sonidos con un estridente chirrido de frenos, nosotros nos mimetizábamos con el ambiente y nos callábamos también, no fuera a ser que hubiera ocurrido algo malo y en mitad de nuestras chácharas no pudiéramos enterarnos. El tren era como zambullirse fuera del tiempo, como bucear en un paréntesis de la vida. Por cierto, que bucear, lo que se dice bucear, como dice mi amigo el buzo, es sumergirse en el silencio, ese silencio que nos unía al frío de Brañuelas cuando conspirábamos contra el mal.

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