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viernes, 18 de noviembre de 2016

¡Qué viene Andy! (En Hoy por Hoy León, 18 de noviembre de 2016)

Ya es Navidad. Lo dice el anuncio de la lotería. Y, como ya es Navidad, llegan los días más emotivos del año, esos en los que el azúcar del turrón y la manteca de los polvorones se nos pegan al riñón sin consideración alguna. Bueno, en realidad todavía no ha llegado la Navidad. Por mucho que se adelanten las fechas, por mucho que se nos anuncie, por mucho que los escaparates se enciendan en acebo y rojo, todavía no es el momento. Hay que esperar. Lo que pasa es que me han contado el anuncio de la lotería y ya casi me echo a llorar solo de oírlo. Esa fibra sensible que toca la campaña de publicidad más típica de la Navidad, junto con las burbujas Freixenet, habla de lo que siempre fuimos, lo que parece que se esconde en pliegues de triste realidad. Fuimos sueño, fuimos infancia, fuimos ternura. Y lo volvemos a ser al envejecer. Volvemos a esa niebla de la infancia y con eso saltan las lágrimas de la inocencia, aunque los años nos encierren en la soledad. Por eso te digo que hay que volverse a mirar hacia atrás. Mirar ese sueño del pasado.

Fíjate lo que me contaron este martes: hay una amiga muy querida que ha dejado de tener sueños. Antes, cuando se desvelaba en la cama, en ese momento incierto del duermevela, proyectaba futuros posibles, fantasías que le cantasen la nana de la felicidad para poder dormir. Ahora, con el paso de los años, ya no queda espacio para ensoñaciones, así es que, cuando se desvela, cierra los ojos fuerte y mira para atrás y se inventa sueños de pasados que no fueron. Y así se duerme.

Y será por eso que ha recuperado el gozo del juego. Será por eso que ha vuelto a disfrutar del tacto de la soga en la palma de la mano para mover la comba, para cantar canciones de ritmos olvidados mientras los muchachos saltan; ha vuelto a llevar el pañuelo en los ojos, a saltar entre las líneas de la rayuela, a contar “un, dos, tres, al escondite inglés”. Los juegos de cuando no había tecnología. También me contaba la última moda, el reto viral del “Ahí viene Andy”. Se trata de dejarse caer al suelo cuando alguien grita “ahí viene Andy”, como hacen los personajes de la película de Pixar cuando aparecen los humanos en la habitación de los muñecos. La vida se desvanece para mantener el secreto de la magia. Y eso lo recoge un móvil y lo pone en Twitter, para que quede constancia de que sabemos de qué va la “gansada”. Es lo que tienen las modas, que lo que mola es saber que existen para poder apuntarse. Y saber que hay otros que no saben que existen.


Pero llega la Navidad. Se acerca peligrosamente para nuestros riñones, nuestro corazón, nuestro bolsillo tal vez. Y ocurre que en esa primera fiesta antes de la Navidad es cuando muchos de nuestros adolescentes se inician en el consumo de alcohol, esa inocente idea de que por tomar un poco el día de las vacaciones no pasa nada y que termina con las estadísticas que esta semana hemos conocido que nos hablan de 22 casos de jóvenes de entre 13 y 14 años que han sido atendidos en el Hospital de León en lo que va de año por intoxicación etílica. Otra manera de caerse al suelo, solo que no es Andy el que viene.

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