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viernes, 24 de febrero de 2017

Un rinconcito del mundo. (Audio)

Un rinconcito del mundo. (En Hoy por Hoy León, 24 de febrero de 2017)

Ayer, a las nueve de la noche, la noticia más leída en la web de Radio León era esta: “Cazan a una conductora de 70 años a 145 km/h en un tramo limitado a 50 en Cistierna”. Ya sabes por dónde voy, claro. Ya me vas conociendo: ¿Qué es lo que nos interesa de la noticia? ¿Que se trata de una mujer? ¿Que tiene setenta años? ¿Que triplica la velocidad permitida en ese tramo?

Quizá el dato definitivo resida en que haya ocurrido en Cistierna o en lo que se nos cuenta después: que conducía un Mercedes. Es como que ese hecho, el de que condujera un Mercedes, nos aporta una explicación extra que nos deja más tranquilos. No es que condujese tan deprisa porque se le hacía tarde para llegar a una cita con su amante o que se le pasaba el arroz de una paella; no es que tuviera que recoger a sus nietos en la guardería o que se le secasen en su invernadero las rosas más hermosas que nadie ha cultivado nunca; no es que se hubiera dormido con el pie sobre el acelerador o que se hubiera despistado oyendo un comentario sobre sí misma por la radio; es que conducía un Mercedes y eso lo explica todo. Desde luego, está descartado como explicación, o al menos debería estarlo, el hecho de que se trate de una mujer o el de que tenga setenta años. Tal vez deberíamos dejar la historia en la categoría de anécdota y situarla en que alguien, hombre o mujer -eso no importa- conducía muy deprisa -no importa si por Cistierna o por Villamoros- y el radar de la Guardia Civil fotografió el coche –tampoco importa mucho si era un Mercedes seiscientos o el seiscientos de Mercedes-. Solo que, si hacemos esto, la noticia ya no le interesa a nadie.

No estoy criticando al periodista. No me malinterpretes. Estoy criticándonos a nosotros, que nos agarramos a las historias por elementos que no tienen nada que ver con el fondo. Nos gusta que nos cuenten estas cosas, que nos alimenten con fuegos fatuos que enseguida se disipan, porque el fondo de las historias de cada día nos resulta demasiado pesado, sobre todo en este febrero alargado y sombrío, que por fin ya se va disfrazando de marzo y primavera al terminar el carnaval. La primavera viene desde Galicia por la A-52. La pudimos ver el lunes y el martes abriendo los primeros compases de un festival de olores y de color en un rinconcito del mundo: el espectáculo de las mimosas floreciendo en la ribera del Miño. Estarán explotando ahora, regalando la hermosura de un paisaje dibujado de amarillo y dulce. Si se te ocurre ir por allí, no lo hagas rápido, seas quien seas y conduzcas el coche que conduzcas. Déjate llevar por el abrazo amable de la carretera y disfruta de todo lo que sale a tu encuentro. No quieras solamente llegar.

Ahora que sabemos que hay planetas que se parecen a este a solo cuarenta años luz, ¿por qué no nos tomamos la molestia de ir despacio para poder disfrutar de las mimosas en flor y de la radio? Quiero decir que, teniendo tanto y tan hermoso al alcance de la mano, es ridículo que nos vayamos a la velocidad de la luz a una estrella de nombre extraño. ¡Vuela, si quieres ir a otro mundo! ¡No te quedes en el parapeto del nido! Pero vuela en calma y abre los ojos para ver todo eso que tienes a tus pies y, sobre todo, no vayas a ciento cuarenta y cinco por donde hay que ir a cincuenta.

viernes, 10 de febrero de 2017

La foto de tu vida. (Audio)

La foto de tu vida. (En Hoy por Hoy León, 10 de febrero de 2017)

Me llegó al correo electrónico una foto de las rodaduras del camión en el empedrado de la Plaza del Grano, había llovido. Ahora la maquinaria pesada ya no pasa, se queda en las calles adyacentes. Las fotos muestran cómo avanzan los trabajos y se ve, pegada a una de las vallas de las obras, un cartel escrito a mano que insta a mantener la protesta: “Salvemos nuestro patrimonio”.

Nuestro patrimonio se recoge en la caja de los afectos y no ocupa tanto como nos gustaría. Perdona el atrevimiento. Es que empecé a escribir una novela y en la primera frase dije: “Cada vez que veo ese sofá, recuerdo que un día se quemó mi casa”. Y pensé en lo que significa perderlo todo, perder, como dicen, el patrimonio. A Diógenes le dio por vivir en un tonel, porque decía que cualquier posesión, cualquier patrimonio, no genera otra cosa que no sea sufrimiento. Frente a la idea cínica del abandono de toda posesión, todos nos sentimos más seguros en el tener. Tengo la sensación de estar mezclando las cosas, de enredarme en los diferentes usos de la palabra “patrimonio”, aunque creo que, en el fondo, todos se refieren a esa idea de “tener”. Claro que aquí no hablamos de patrimonio a secas, sino de patrimonio histórico, es decir, aquellos bienes acumulados a lo largo de la historia que merecen una especial protección legislativa. Por eso es oportuno el sentido del cartel en la foto. Hagámoslo, salvemos nuestro patrimonio. Incluso alguien que sienta que ya no tiene patrimonio alguno, que no tenga claro que quiera tenerlo, debería sentirse impelido a defender el patrimonio histórico, porque se guarda en un bolsillo oculto en el doble fondo del baúl de los afectos. Es la foto del tiempo, de manera que cada vez que ves esas piedras recuerdas que un día se abrasó tu corazón o se incendió tu memoria. Las piedras disparan las catapultas del tiempo. Te descalabran la mirada y destapan la memoria, como esas fotografías exactas que determinan tus deseos.

Cada vez que veo ese sofá, cada vez que veo esa foto, cada vez que piso el empedrado de la Plaza del Grano, cada vez que me acerco a la oscuridad de la muralla, cada vez que me acuesto mirando el destello de una bombilla que no se apaga, cada vez que sueño, destapo un rincón de patrimonio. Patrimonio parahistórico, con perdón de la palabra, porque son sentimientos que vuelan al margen del tiempo.


Y sí, tiene mucha razón Magris al afirmar que es difícil elegir una foto que nos defina. ¿Cuál es la foto que retrata nuestra vida? El escritor italiano dice que la fotografía que te retrata de verdad no es una que te hicieron de niño, ni la que te puedan hacer siendo ya un anciano. “La verdadera foto para contarnos es la que nos retrata diez años antes de los que tenemos ahora”. Esa sincronía que es diacronía es un juego que me encanta, porque la foto que no me retrata ahora, lo hará dentro de diez años. Y la foto de hace diez años que me retrata ahora, no servirá para explicarme en un par de días. Por eso la necesidad de fijar el tiempo; por eso la lucha por conservar el patrimonio: para que la foto de la Plaza del Grano sea una foto fija, como la de la Catedral o la de San Isidoro; para que dentro de diez años siga siendo la misma estampa la que nos decora.

viernes, 3 de febrero de 2017

Nunca sobra nadie. (Audio)

Nunca sobra nadie. (En Hoy por Hoy León, 3 de febrero de 2017)

        Ya sé que te dije el viernes pasado que nunca falta nadie y resulta que hoy vengo a decirte que, del mismo modo que creo que nunca falta nadie, también me parece que es verdad que nunca sobra nadie. Quizá esto último sea más difícil de explicar.

         Me ha venido a la cabeza esta idea al saber del fallecimiento del ex-ministro José Antonio Alonso. Pienso en su carrera política y me imagino las veces que habrá tenido que decir algo así o las veces que lo habrá escuchado. Ese, “aquí no sobra nadie” conciliador ante los intentos cainitas de sacudir el polvo de las alfombras bajo los pies de quienes, aún dentro del mismo partido, chocan con los intereses propios. Pero solo lo imagino, que no lo sé. No puedo decir otra cosa porque a mí me ganó en una entrevista en la que hablaba de su pasión por la mecánica cuántica y cuando le vi actuar como ministro o como portavoz del grupo parlamentario, ya no era capaz de seguir bien lo que decía. Es lo que tienen las leyes de la mecánica cuántica que explican muy bien los fenómenos a nivel de física de partículas, pero en la vida diaria nos cuesta mucho hacernos, por ejemplo, al asunto de la bilocación, aunque no es un fenómeno imposible: ¡Que se lo pregunten a Javier Sierra, que de eso sabe mucho!

         Por eso creo que nunca sobra nadie. En ningún caso. Si quieres, me lo traigo al terreno de la educación, que quizá es más fácil de ver que en el de la política. Hasta hace poco había una tendencia a pensar que el alumnado con dificultades debía tener una atención especial para poder progresar. Parecía lógico pensar así. Ahora sabemos que hacer eso, sacar del aula a quienes tienen problemas para ayudarles a resolverlos es crearles más problemas, porque significa señalarles bajo el estigma de la exclusión. Sabemos que no sobra nadie. Sabemos que debemos modificar los esquemas de la integración y sustituirlos por el concepto de inclusión. Y eso que hablar de inclusión es un poco extraño, porque es utilizar un término positivo para contraponerlo a un concepto negativo. Y, en el universo de las partículas, positivo y negativo no sé si se entienden bien. La tristeza solo es buena cuando sirve para hacer un hueco a la alegría. La idea es estar aquí y en Isla Mauricio a la vez. Que yo ya sé que es aquí donde estás, porque estás escuchando lo que te digo y Radio León no se oye tan lejos. Pero, ¿y si fuera verdad lo que dice un físico francés que se llama Garnier Malet? ¿Y si resulta que el tiempo se desdobla y nosotros nos desdobláramos como ocurre con él? Habría un tiempo macroscópico y otro cuántico, de manera que hay un segundo en un tiempo consciente y miles de millones de segundos en otro tiempo imperceptible en el que podemos hacer cosas cuya experiencia pasamos luego al tiempo consciente. ¡Qué enorme teatro de posibilidades!

       Tenemos la sensación de percibir un tiempo continuo. Sin embargo, tal como demuestran los diagnósticos por imágenes, en nuestro cerebro se imprimen solamente imágenes intermitentes. Entre dos instantes perceptibles siempre hay un instante imperceptible y en ese instante imperceptible cabe todo, hasta una playa paradisíaca en Isla Mauricio, por eso nunca sobra nadie.