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viernes, 21 de abril de 2017

Conjuntivitis. (En Hoy por Hoy León, 21 de abril de 2017

       Algunos, muy pocos que yo sepa, la han tenido en el ojo izquierdo. Algo ha pasado en este brote de primavera que se le ha metido en el ojo derecho a tanta gente. Entre diez y veinte días, te dice el oculista, porque es una conjuntivitis vírica y el antibiótico no cura. En la mayoría de los casos la infección viene del cole y pasa de ojo en ojo, de niño en niño, de niños a padres, de padres a abuelos.

         Se me ocurrió pensar que esto de la conjuntivitis fuera una suerte de clave, una especie de señal, de marca. Un modo de decidir quienes son los elegidos para algo, de señalarlos. ¿Te das cuenta? Si tuvieras que inocular un extra de sensibilidad para que solo los que estén muy preparados sepan enfrentar lo que está por venir o si tuvieras que señalar a los elegidos para un hipotético Arca de Noé marciano, fíjate qué forma tan sencilla, qué manera tan sutil esa infección inoportuna, esa incómoda hinchazón, ese dolor detestable que te tiene dos semanas sintiendo una piedrecita en el ojo y llorando sin motivo, llorando sin cuento, dejándote ir en un río de lágrimas artificiales que consuelan tu malestar. Se me ocurrió pensar en esa tontería como manera de compensar la imposibilidad de hacerte la raya en el ojo, la sensación horrorosa de mirarte en el espejo y ver con el ojo izquierdo que tienes el derecho como Urtáin después de un combate. Lo curioso es que son las madres las que se infectan. Los niños y las madres, y algunas abuelas. Si fuera eso, si fuera que después de un fin del mundo necesario solo quedaran los infectados por el virus, el mundo se quedaría en la pureza de los niños y en el tesón cuidador de sus madres.

         Pero, lo ha dicho Marhuenda, “nunca, nunca es nunca”. Es decir, que siempre hay algún momento en el que suceden las cosas - ¡vaya rareza! – y ocurre que eso que pensamos que nunca podría suceder, sucede, porque nunca nunca es nunca, porque siempre sucede aquello que puede suceder. Y lo bueno es que ese paso adelante nos libera del virus. Otros tendrán que dar explicaciones, quizá a nosotros mismos se nos exijan, pero comprender que la providencia coloca las cosas donde están para que las movamos es un paso adelante para hacerse acreedor de ese virus que te señala. Se te hincharán los ojos. Quizá tus lágrimas no sean artificiales. Quizá vueles flotando sobre nubarrones negros de culpabilidad en una ilusión de naves extraterrestres evacuando la tierra. Quizá escuches una gaita solitaria en la Plaza del Cid elViernes Santo, como pasó este año aquí en León, mientras las calles se llenaban de procesiones. Quizá te acusen de haber agarrado con demasiada fuerza el asa de la libertad. Quizá no te hayas infectado y te quedes mirando al cielo cuando los demás se vayan, pero no estarás a solas.


         En su artículo de esta semana en El País, Leila Guerrero, recuerda una frase de TheloniousMonk cuando le preguntaron qué le molestaba para haberse retirado a vivir al margen de la música, la fama y todo lo demás. “Todo, todo el tiempo”, dijo. Hay veces que te molesta todo todo el tiempo, como si tuvieras una piedrecita permanente en el ojo, como si tuvieras un fuego en la mirada. Como si estuvieras infectado por el virus de la salvación.

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