Buscar este blog
viernes, 30 de junio de 2017
Pongámoslo en un sitio cómodo: por ejemplo, en Gandía. (En Hoy por Hoy León, 30 de junio de 2017)
Y
como este viernes es el último de la temporada, vamos a ponerlo en un sitio
cómodo: por ejemplo, en Gandía. No es que me guste Gandía más que Salou o
Torremolinos. Tampoco es que elija la playa por encima de otro destino. Es solo
que me quedé con la frase al pasar al lado de una conversación y escuché cómo
alguien le decía a otra persona: “No te preocupes. Lo mandamos a Gandía y ya
está”. Así es que vengo a decirte que este ratito del viernes lo empaquetamos
por un tiempo y lo ponemos en un sitio cómodo. Me parece bien Gandía, pero si
tiene que ser Jaca o Arenas de San Pedro, tampoco me parece mal. Como si
quieres que se quede durmiendo al fresquito del Museo de la Colegiata de San
Isidoro bajo la sombra del Cáliz de Doña Urraca o en las marmitas de gigante
del desfiladero de Los Calderones en Piedrasecha. Un sitio cómodo es lo que
necesita este ratito del viernes para descansar hasta nuevo aviso.
Pero
no lo mandes a cualquier lugar como quien se lo quiere quitar de encima a
cualquier precio. No lo aparques en cualquier sitio, porque los ratitos de
viernes, aunque sean modestos como este ―pequeños ratitos de la hora del
aperitivo que se acurrucan entre la agenda del fin de semana y las historias de
Pepe un poco antes de las noticias de la una― tienen su corazoncito y les
molesta pensar que los quitas de ti de cualquier modo, como quien se saca lo
que le sobra de la nariz y lo deja en un pañuelo en la basura o tirado entre
las rayas que separan las baldosas. Fíjate que es estupendo ir a Gandía, pero
mira que es odioso pensar que te están mandando allí para que no estés en otra
parte. Por eso este ratito del viernes que se despide hasta más ver quiere
encontrar un estante alegre y agradable; un cajón escondido en tu recuerdo
hasta el que pueda llegar un rayo de luz de luna; un hueco en el asiento de tu
coche viajando por una autovía desierta en el que sentir que el sol calienta
cuando sale.
Y
si además hay festivales de sonidos o de luces o de mares o de bosques o de
ríos o de noches en blanco o de museos o de charlas o de arenas o de paseos
junto al cielo de las caricias, será mejor. Pero eso es ya pedir mucho. Déjalo
en buscarle un lugar cómodo. Un paraíso en el que recuperar el tono perdido
tras los excesos o un infierno en el que excederse definitivamente para olvidar
el buen tono. Todo estará bien siempre que no sea apartarlo a un lado para que
no te estorbe.
Un
ratito de viernes adormecido por el calor del vermú helado se mete en cualquier
parte. Cabe en la mochila más pequeña que puedas organizar para el más largo
viaje.
Y
si las cosas vienen mal dadas, piensa que la mejor forma de afrontarlas es
comprender que ese hueco en el que te cabe nuestro ratito del viernes es tan
grande como quieras permitir que tu pena se ensanche y se diluya o se estreche
y se compacte. Esa es elección tuya.
Este
es el comentario número cuarenta de la temporada: Alí Babá y los cuarenta
ratitos de viernes que se colaron en las ondas como ladrones.
viernes, 23 de junio de 2017
Todo lo que se puede apretar un pasodoble. (En Hoy por Hoy León, 23 de junio de 2017)
Yo te tenía que hablar
del tobogán, por la cosa del vértigo y el agua. Te tenía que hablar de la
hoguera, por decirte de lo que vuela en chispas por el cielo, derritiendo
deseos escritos en ceniza. Tenía que hablarte de la feria, de la ciudad
improvisada más allá del polígono de la Lastra a escasos metros de ese punto en
que se abrazan el Torío y el Bernesga, a un buen paseo de la explanada en la
que las atracciones lucen su aire de ensueño sin que nadie habite junto a ellas:
mundo en colores sin ropa tendida. Tenía que hablarte de bailes y conciertos,
de desfiles, de exposiciones, de todo eso que se esconde en los programas de la
fiesta. Tenía que decirte hoy que llevan días sonando las orquestas. Tenía que
hacer esas cosas.
Tenía que morder el pan por la encetadura. Tenía que
recordar que nací el mismo día en que nació la psicópata de Móstoles que
alimenta la enfermedad en el pulmón de ese jefe que no quiere serlo. Tenía que
rematar mis cremalleras en todas mis pequeñas grietas. Tenía que recordar que
el suelo está para ser pisado y los sueños para olvidarse. Tenía que volver a
decir que el compromiso y el sacrificio son lo que nos da la vida. Tenía que
hacer ese tipo de cosas que se espera que haga uno en el penúltimo comentario
el día en el que empiezan las fiestas. Tenía que ponértelo fácil. Tenía que
decir cosas sencillas. Tenía que alegrarme de que ya ha llegado el verano.
Tenía que saltar al grito de cobarde. Tenía que rodearme de triste pasión de
fiesta. Tenía que empezar a pensar en recoger mis cosas y marcharme.
“¿Sabes cuánta grasa tiene eso?”. Una pregunta como un
disparo en el bocata de un adolescente a la hora del recreo. “¿Sabes cuánta
grasa tiene eso que te estás comiendo?”. Y sin embargo no voy a hacer nada. Sin
embargo voy a decirte que tengo la caja llena de cosas que me gustaría
“desver”, como los hay que tienen el cuerpo marcado de señales construidas con
el verbo desoír. Y sin embargo, cuando la hoguera esta noche levante el velo de
San Juan, seguiré preguntándome: “¿Ahora qué?”. Podría preguntármelo con acento
de Arkansas; podría rumiarlo como esas vacas que se han comido las remolachas
de Fresno de la Vega; podría maullarlo como un gato que se queda en el iris con
el reflejo de la luna. Podría decirte que la magia se ha esfumado en el humo de
la noche. Podría decirte que ese sueño que tienes es un sueño que cuesta muchas
letras, es un sueño alto de gama.
Y en realidad solo voy a contarte que me gusta la verbena,
que siento el juego de la música del acordeón haciendo cosquillas en mis
deportivas y que todo esto que te digo cabe en un sencillo pasodoble, si lo
apretamos mucho, si lo bailamos lento, si lo sacamos de la fábrica de fuego que
hay en el tendido de la plaza de toros, porque ese es un pasodoble que se
aprieta al miedo.
Yo
prefiero el otro, el que se escapa en el polvo de la pista de baile desde el
suelo hasta lo más alto de un tobogán gigantesco.
Un pasodoble que aprieta el viento. Esa es la pintura de la
fiesta.
viernes, 16 de junio de 2017
Eclosión de garrapatas. (En Hoy por Hoy León, 16 de junio de 2017)
Lo habrás oído en la radio. Tenemos en León una plaga de
pulgones y mosquitos debido a los cambios bruscos de temperatura. Nieto Nafría
lo ha explicado con claridad; hasta nos propone un experimento de bayeta
amarilla para que veamos cómo los pulgones se sienten atraídos por ese color.
La descripción que hace del pulgón es poética, sobre todo cuando dice que
extiende sus alas en tejado. Esa observación minuciosa de lo pequeño es la
actitud que frena el tiempo. Hablo de mí, de mi tiempo. Te lo cuento a
propósito de algo que he hecho muy mal estos días en los que me he dejado
llevar por el empuje de la ola de calor y he resbalado en la espuma hasta verme
arrastrado en las piedrecitas de arena de la orilla de la realidad. ¡Hay que
ver cómo te dejan la barriga!
Ya les he pedido perdón a ellos, así es que no es importante
la materia, pero sí cuenta el cuento. Y el cuento es que en esa eclosión de
bichos que nos rodea por el fuego de este junio sin tormentas, hay uno que es
especialmente picajoso. Mi abuelo se las quitaba a los perros ahogándolas en
aceite, decía, y tirando después con unas tenazas o con un alicate: una
barbaridad que hace temblar cualquier albéitar, supongo, porque hoy acudimos a
tratamientos antiparasitarios preventivos y atacamos con eficaces insecticidas.
Lo malo es que las garrapatas no solo se agarran a la piel de los perros. Hay
garrapatas que gustan de lo humano o se confunden. ¿Quién sabe? Y en medio de
esa eclosión de bichos que nos rodea, las garrapatas han hecho de las suyas. En
pocos días he tenido noticia de al menos dos ataques voraces que han terminado
en urgencias. Revísate bien hasta los pliegues. Que una garrapata se le
engancha a cualquiera.
Pero vuelvo al suco, que me esnorto, como dice el gran Ful.
El cuento es que uno siempre está pidiendo favores a los amigos y los amigos
siempre te atienden y sientes que un poco eres una garrapata cuando llega un
día que te llaman y te dicen: “Oye, moreno, que has tenido en tus manos algo
que me interesaba y se lo has dado a otro sin decirme ni Pamplona”. Bueno, no
con esas palabras: a lo mejor hasta te lo dicen en silencio; a lo mejor hasta
te soportan chupando sangre sin darle importancia hasta que tú comprendas lo
que has hecho. Lo bueno que tiene es que, como son amigos, no te ahogan en
aceite, ni tiran de alicate, ni te embalsaman en insecticida. Solo te dan un
cachete para que aprendas y te des cuenta de que las garrapatas tienen una vida
muy corta, pero es que hay mucha garrapata suelta y, si vas deprisa, ni te
enteras de que se te engancha o lo que es peor, no te das cuenta de que te has
convertido en una de ellas.
Un abogado que está inmerso en uno de esos movimientos de la
banca que terminan en terremoto me decía hace una semana que vamos a llegar a
la extinción por absorción, no sé si se refería a la especie humana, a la banca
en general o a su banco en particular. Es la imagen de la garrapata gigante que
absorbe por encima de su capacidad y termina como no me apetece contarte a esta
hora tan apetecible del aperitivo.
viernes, 9 de junio de 2017
La mirada del gorila. (En Hoy por Hoy León, 9 de junio de 2017)
La primera vez que estuve en el Retiro lo hice de la mano de
mi padre. Habíamos entrado por la esquina de Menéndez Pelayo junto a la Plaza
de Mariano de Cavia. En mi recuerdo lejano sé que atravesamos la Rosaleda y en
mi imaginación se dibujan puentes y arroyos, espacios mágicos para el juego, para
el disfrute de otros chicos que tuvieran a su disposición aquel escenario de fantasías
infinitas. Sé que no me solté de su mano, que temía perderme en aquel mar de
senderos y que la seguridad de su presencia era el único modo de avanzar. En
esa parte del parque por la que andábamos, junto a la Avenida Menéndez Pelayo,
estaba la antigua Casa de Fieras del Retiro. Habíamos cruzado tan deprisa los
jardines porque caminábamos hacia allí, hacia aquella verja verde que se abría
a un universo de olores y miradas, colores y aventura. Ya había leído a Emilio
Salgari y a Julio Verne, ya tenía una idea de lo exótico, había visto en
aquella tele de blanco y negro películas de Tarzán y del Oeste, pero era la
primera vez que tenía enfrente de mí un tigre, un león, un oso. Esa Casa de
Fieras, aquel vetusto zoológico, está tomado hoy por los libros. Algunas
dependencias se han transformado en la Biblioteca Pública Municipal Eugenio
Trías y en el paseo que está justo al lado se instala la Feria del Libro de
Madrid.
Ayer me invitó Héctor Escobar a un acto de firma de libros
en la caseta de Editores de Castilla y León para promocionar Déjame decirte qué día es hoy, la novela
que ha publicado en enero de este año la Editorial Eolas. No me preguntes por
qué me vinieron al recuerdo las jaulas de la Casa de Fieras. Los libros, en los
mostradores, esperaban el río de curiosos que caminaba en la placidez de la
tarde calurosa con bolsas en las manos, asomándose a las casetas en las que los
autores firmábamos, mostrando un interés en muchos casos impostado. A mi lado
un joven autor hablaba con sus amigos de tendencias en las redes y planes para
los próximos días. Cada poco se detenía algún curioso y le preguntaba por el
precio de libros que no eran el suyo, confundiéndolo con un dependiente. Él se
debatía entre ser amable o estar a su interés y finalmente intentaba colocar su
producto hablando de Machado o de otros poetas con cierta despreocupación. Sé
que citó a Machado, por Antonio, usando palabras de Manuel y que alguien le
corrigió la cita y respondió con un: “¡Qué más da Manuel o Antonio, Machado al
fin y al cabo!”
Tal vez esa idea de fieras enjauladas sea solo para quienes
se dejaron atrapar. Nosotros, otros autores que andábamos por ahí, todavía nos
movíamos en libertad y entrábamos y salíamos a la jaula de las fieras,
sabedores de que un escritor desconocido no está preso del interés de los
demás. Incluso un Machado puede perder el nombre en este zoológico de las
letras. Pero, en medio de tanta pose, estaba la verdad. Yo la supe después,
cuando reconté los hechos y supe quienes habían estado conmigo. No es que los
que no estuvisteis no contéis, es que los que estuvieron cuentan mucho. Sobre
todo dos jovencitas, una que se escondía en su móvil y en la esquina de la
caseta, que fue de la mano de su padre a visitar esta moderna Casa de Fieras y
otra, la hija de mi amigo Juan, que me ganó con un cacahuete al hablarme de su
gusto por la lectura, de sus intereses, de que hay futuro para el libro.
viernes, 2 de junio de 2017
Corazón tan grande, corazón tan blanco. (En Hoy por Hoy León, 2 de junio de 2017)
Igual no sabes que la Cultural ha ascendido a Segunda
División. Si eres uno de esos poquísimos habitantes de León que todavía no se
ha enterado, me gustaría decírtelo: la Cultural, en un partido que terminó en
fiesta, remontó un gol en contra que le marcó el Barcelona B en la primera
parte; acabó ganando con un golpe de fortuna para el empate y un descorche de
gloria al despejar las telarañas de la portería contraria un chupinazo de Gallar,
con lo que sube a Segunda División a lo grande, quizá, con permiso del Lorca,
con quien juega otra vez este domingo, proclamándose campeón de Segunda B. Me
encanta esta falta de concordancia entre “la Cultural” y “campeón”, una
discordancia que terminó el domingo después de cuarenta y tres años de espera.
Ya lo sabías, ¿verdad? Incluso tú que escuchas desde
Bruselas o que te enchufas a la radio cuando puedes para oír este comentario en
Madrid, en Toledo, en Málaga y que no estás muy al día en lo del fútbol, es
posible que ya lo supieras, pero, si no lo sabías, me encanta haber podido
darte la noticia. Es quizá una de las cosas más gratificantes que puede hacer
un ser humano: dar noticias, dar buenas noticias, claro. Y no me digas que no
te interesa el fútbol, porque eso es indiferente para la alegría de esta
noticia. La del ascenso no es solo una buena noticia deportiva, es emocional,
es económica, es cultural. ¿A que ahora sí te gusta la redundancia? La noticia
del ascenso de la Cultural es cultural. Y si me dejas retorcerlo un poco, voy a
decir que es una noticia “escultural”, pero esto ya es casi una bobada. Lo que
pasa es que me atrevo a hacerte el chiste barato porque estoy viendo que usamos
las palabras abusando de significados que en el lenguaje más cotidiano nos
parecen ocultos. ¿Por qué no decir que el de la “Cultu” es un ascenso “escultural”
si se puede decir que el encargado de “remover” al fiscal anticorrupción es el
Fiscal General? Yo entendía que cuando alguien deja su cargo es despedido,
cesado, destituido, pero esto de “removido” me duele en las entrañas, aunque
sea correcto decirlo. Te diría que se me remueven las tripas, pero no me
atrevo, no sea que se me vayan fuera de mí. Ya sé que es un uso del verbo
“remover” aceptado por la RAE, como también terminará aceptando otros muchos
términos que no están todavía en el diccionario; “macrocardia” y “megalocardia”
he estado buscando esta mañana. Es algo maravilloso que tiene la lengua: genera
realidad.
Lo de la macrocardia es por el ascenso. Me apetecía contar
la tarde del Reino de León como si la afición tuviera un solo corazón, un
enorme corazón único, un corazón enfermo de megalocardia, un corazón tan grande
que padeciese una macrocarditis, si es que eso existe en el mundo real ya que
no en el de las palabras. Con el permiso de Javier Marías, valdría decir Corazón tan blanco, porque era un único
corazón enorme vestido de blanco. Eso sí, un blanco Cultural, un blanco León,
un blanco sentimiento de pertenencia, un blanco posibilidades turísticas para
la ciudad. Es este corazón tan grande una prueba de que hay cosas que podemos
hacer todos juntos. Una pena que por ahora solo sea el fútbol. Tiempo vendrá en
el que sepamos latir a la vez por otras causas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)