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sábado, 23 de septiembre de 2017

Mantener siempre la ficción. (En Hoy por Hoy León, 22 de septiembre de 2017)

Lo que importa es mantener siempre la ficción. Lo decía un profesor a propósito de una clase que le costaba mucho controlar. Decía, “he descubierto que el modo de salir adelante es mantener siempre la ficción, porque yo sé que esto que hago no es dar una clase; mis alumnos saben que esto que hacen no es participar de una clase; pero mantenemos entre todos la ficción de que es una clase y si por el camino alguien aprende algo, eso que llevamos ganado”. Yo no creo en este modo tan funcionalista de ver las cosas. Me parece que el objetivo no puede ser que la cosa funcione o que por lo menos parezca que funciona. Creo que en la vida no se trata de conseguir que la cosa marche. En la vida se trata de vivir.

No obstante, a pesar de mi reticencia, tengo que darle la razón al profesor. Esta vida que llevamos no es más que un modo de mantener la ficción, sobre todo la ficción principal, es decir, esa que nos hace creernos inmortales. Mantenemos la ficción insensata de que mañana cuando nos despertemos seguiremos pisando el mismo suelo que pisamos cada día. Mantenemos la ficción cruel de que no ha muerto nadie en el terremoto de México, porque no ha muerto nadie conocido directamente por nosotros. Mantenemos la ficción indecente de que no nos afecta el dolor de los demás. Y lo hacemos porque sabemos que es el único modo de sobrevivir. Esto que parece una clase no es una clase, pero mantenemos la ficción de que lo es y si alguno se harta de la ficción y se marcha, no se va por su propia voluntad: se va porque el profesor lo expulsa.

Cuentan de un viejo profesor leonés de artes marciales que hace algún tiempo tuvo la oportunidad de recibir en su gimnasio a un gran maestro oriental. En aquel encuentro, este viejo profesor del que te hablo, haciendo valer su grado alto de preparación, le pidió al maestro que hiciera una demostración. El maestro solo dio una patada, aparentemente sin gran esfuerzo. El profesor leonés mantuvo la ficción de que no había pasado nada. Cuando se retiró para cambiarse y descubrió el enorme moratón que le cubría todo el pecho, se dijo a sí mismo: “pero no grité”. Esa es la clave a la hora de mantener la ficción, agrupar todo el dolor que uno es capaz de soportar en un solo moratón y hacerlo apretando los dientes, sin la necesidad de gritar. No sé si sirve de algo. No sé si eso de mantener la ficción mientras la cosa funciona es operativo y nos lleva a la felicidad. Creo que es más un modo de eludir la realidad. Fíjate que no hago ningún juicio, solo pienso que nos movemos en este marasmo de ficciones que entorpece la verdad, si es que eso de la verdad existe.


Es como Larry David en la película de Woody Allen: hay que lavarse las manos cantando dos veces cumpleaños feliz para asegurarse de que la cosa funciona. La superstición es la ficción más humana desde que el mundo es mundo. Vuelvo a decirte que no hago juicios. No voy a meter en este saco las creencias o las pasiones de cada uno, aunque se podría. Vamos a hablar claramente de lo oculto, vamos a hacer un simposio que lo desvele. Más allá de la ficción de cada uno, ese desvelamiento, esa aletheia, ese descorrer el velo de lo oculto y sacarlo a la luz es el único modo de alcanzar la verdad. Habrá que ver qué ficciones aguantan y cuáles se desmoronan, pero será simple curiosidad.

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