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viernes, 15 de diciembre de 2017

Una lágrima del mejor hombre del mundo. (En Hoy por Hoy León, 15 de diciembre de 2017)

El mejor hombre del mundo tenía en el ojo izquierdo una lágrima. A veces ocurre que una lágrima se queda sin derramar, agarrada a las pestañas del párpado o simplemente navegando por la esclerótica del ojo sin terminar de saltar al vacío. Creo que sabes de lo que te hablo, aunque no estoy seguro de que todo el mundo haya experimentado esa sensación.

Al mejor hombre del mundo no le queda bien llorar, y eso que sabe hacerlo y lo ha demostrado en muchas ocasiones; pero no te confundas: no le queda bien llorar no porque sea un hombre, sino porque su mirada está hecha para la risa. El mejor hombre del mundo, sin ser un hombre superior, ha aprendido a reír obedeciendo ciegamente el mandato de un loco alemán y sabe que el mundo es mejor desde que la risa espanta el miedo, la culpa, el dolor y toda esa mochila de pesadas piedras que arrastran quienes todavía no han aprendido a santificar el valor de la alegría. No obstante, ese día, tenía una lágrima asomada al ojo izquierdo, una lágrima brillante y firme, perfecta en su definición, dispuesta a rodar por la mejilla en cualquier momento en el instante mismo en el que fuera preciso.

Entiendo que esa lágrima tan bien dispuesta en su desborde, podría ser equivalente a la que se llorara por la muerte del Gran Sidoro el de Casa Isidoro, el que tantas ideas de mágico realismo montañés ha derramado en los artículos de Fulgencio Fernández, si es que se permiten las lágrimas en el grupo de filósofos de lo rural sin obra publicada, que espero que sí. Una lágrima parmenídea en su perfección como si se llorase a la vez de pena, de alegría, de rabia, de pura risa, porque todas las emociones se resumen en una sola que es la belleza.

Ocurre que la noticia más impactante de la semana puede no ser de titular a cinco columnas, como es el caso. Fíjate que ese mismo día que se supo lo del premio a Fulgencio por su libro Leonesas y pioneras, se supieron otras cosas que nos pusieron en vilo, otras historias que nublaron en los titulares de las noticias de cada uno lo sabido por todos. A toda página viene escrito lo que de verdad importa, más allá de lo que a nosotros nos pasa. Es como que esa lágrima en el borde del párpado del mejor hombre del mundo no es noticia sino para él, como la muerte de Sidoro lo es para unos pocos, como el premio a los mejores libros leoneses del año se queda donde se queda. Para otros solo cuenta el partido del ADEMAR contra el Valladolid con esa victoria escasa tras una primera parte de vértigo que prometía una paliza o para otros el llenazo del Salón de Actos del Ayuntamiento en el asunto del “León, Manjar de Reyes”, que se entiende que atraerá tanto a tantos.

Me paro a pensar en esa inmensa fractura entre el titular del día y la lágrima contenida del mejor hombre del mundo. ¿Por qué llora? ¿Qué acontecimiento terrible provocará en él semejante escalofrío? ¿A qué reporteros podremos preguntar por su tristeza? ¿A quién importará lo que suceda en un solo corazón por mucho que sea el corazón que late en el pecho del mejor hombre del mundo? Algún día terminará esa lacra y ningún hombre se creerá en el derecho de obligar a una mujer por encima de un “no”, algún día el mejor hombre del mundo dejará que desaparezca esa lágrima eternamente lista para ser llorada.

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