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viernes, 25 de mayo de 2018
Arquitectura efímera. (En Hoy por Hoy León, 25 de mayo de 2018)
Pasaba buscando aparcamiento y vi que, en una tienda
que está al comienzo de Lope de Vega según se entra desde la Gran Vía de San
Marcos y que hace esquina con Joaquina Vedruna, un conocido tomaba medidas del
escaparate, de la fachada, de los espacios entre las cristaleras. Una señora
sacaba su todoterreno del aparcamiento y, mientras maniobraba, yo esperaba para
ocupar su hueco y observaba a este viejo conocido mío, que sé que es
arquitecto. Tengo que decirte que la señora necesitó más espacio del que yo le
había dejado para poder salir y, aunque me venía muy bien ese sitio que ella
amablemente me cedía, tuve que seguir hacia adelante porque ya tenía detrás
otros conductores que me urgían y que no me permitieron ir marcha atrás para facilitar
la maniobra de aquella dama tan gentil.
Era todo muy fino, muy de perfume caro de esos que
no huelen pero están. El arquitecto se afanaba en sus medidas, la señora se
retorcía elegante y sobria en la suave dirección de su cochazo y yo esperaba
paciente a que saliera. Paciente y absorto en la tarea del arquitecto, que
medía y remedía y anotaba y se mordía el labio preocupado, quizá visualizando
ya el resultado de su actuación. Hasta que quise dejar más hueco y el conductor
de un coche rojo que esperaba detrás me hizo unos movimientos de kárate que
advertí por el espejo y comprendí que aquel no era mi lugar.
Di la vuelta por Santo Domingo y, cuando volví a
entrar en Lope de Vega, ya no había dónde aparcar y esa escena de gentil
bonhomía se había esfumado en la preocupación de los primeros goterones de la
tormenta. Ya todo era ansiedad y prisa. Yo mismo conducía alterado por una aceleración
extraña y el tráfico se hacía pesado e irritante en un segundo, justo en el
momento del chaparrón.
Creo que en la radio hablaban de la consulta de
Podemos, que Monedero decía algo de chabolas, pero ya no sé si era en ese
momento o en otro y pensé en mis amigos arquitectos, en el modo en que se han
tenido que reinventar desde la crisis. Recordé que el martes, justo el martes,
justo cuando se publicó que este viernes Correos pondrá a la venta el sello de
la catedral ―esta vez sí, esta vez nuestra catedral―, había estado hablando de
arquitectura efímera con un amigo y discutimos sobre los límites del mundo ―si
los tuviera― y del lenguaje y sobre la posibilidad de que la arquitectura,
cualquier arquitectura, no sea efímera y contemplando la estampa del arquitecto
que mide la tienda contra las perlas y el rubio de tinte exclusivo de aquella
señora, pensé en chabolas y en la aspiración legítima de que tus hijos se críen
en una casa con jardín y en el modo en el que uno sabe si puede hacer frente a
su hipoteca, en los límites de la hipoteca ―si los tuviera― y en el modo que toda
arquitectura es efímera, como es efímera toda convicción, porque la solidez es
del instante y en ese devenir permanente que es el todo, ni aún recorriendo
todos los caminos se pueden alcanzar los confines del alma ―si los tuviera―; tal
es su profundidad.
Pero dejaremos en paz a Heráclito y sus aforismos. Pensaremos
en una arquitectura que no sea efímera, oleremos a crema hidratante y
buscaremos una casa sin rejas. El sábado conocí a una mujer experta en vender
miedo. Te diré que su marido maneja los cuchillos como pocos y que está
deseando cortar una cecina que no sea de récord. Ella sabe que toda seguridad
es efímera y te coloca una alarma en cuanto te ve temblar.
viernes, 18 de mayo de 2018
En total desarticulación, yo mismo. (En Hoy por Hoy León, 18 de mayo de 2018)
Una de mis canciones favoritas es “Después de la
tormenta”, el tema que mi querido Pablo Sánchez compuso desde su batería para
“Falsos Pies”, un mítico grupo de los ochenta que es poco conocido, pero que
llenó muchas de mis tardes de “cassette” y folios en blanco. La poesía de Pablo
es como un disparo de vértices de sueños
inalcanzables; un aldabonazo a cuerpo
abierto. Y la voz de José Manuel, recuperada en unos vídeos que andan por
la red, me recuerda que hoy venimos para
esperar lluvias intensas. Hace treinta años de esto. En realidad, de mis
tardes de folios en la Olivetti portátil y papel de calco, muchos más, y me doy
cuenta de que la ausencia de Antonio, aquel al que todos decíamos “Zoñe”, quien
empezó en el grupo cuando todavía eran los “Pseudópodos Radiales”, es un grito
de escape, una forma de avisar de la desarticulación definitiva de la banda.
Una total desarticulación.
Pensarás que me lo estoy inventando. Echarás la
mirada a la lista de tus grupos y no encontrarás nada de lo que te cuento.
Quizá le preguntes a Kike Cardiaco, que se lo sabe todo de esta música, y te
dirá que ese grupo no le suena, que pudiera tratarse de una argucia de
escritor, pero no es verdad. Yo sé bien de lo que te hablo y tú también, porque
no conoces los nombres, pero los cambias por otros y, si te empeñas, te
descubres en aquella habitación de los dieciocho años con un disco en la mano,
repasando las letras que se van a quedar en una esquina de tu historia para
toda la vida. ¿Te has fijado en la capacidad para aprender letras de canciones
que tienen los adolescentes? ¿Te das cuenta de que no has olvidado aquellas que
aprendiste? Falsos pies me llevan.
Me gustaría comprender qué es lo que hay después de
la tormenta. Ayer, mientras escribía, pensaba en hablarte de eso en lo que se
convertirá el mercadillo, ese mercadillo silencioso y sin regateos que procura
la nueva ordenanza. Mientras buscaba las palabras, me descubrí murmurando “al
euro, al euro” y empecé a decirlo en voz alta, a gritarlo en la soledad de mi
mesa de trabajo. Me levanté gritando “que me los quitan de las manos” y vi que
estaba allí la tormenta. Una tormenta sin truenos, sin relámpagos, una tormenta
de agua y viento, de las que dejan el olor de tierra mojada suspendido entre
las robinias, arrancando a pellizquitos el pan y quesillo de entre las hojas.
Lo que hay después de la tormenta no puede saberse. ¿Qué harán en este
mercadillo tan a la inglesa los ambulantes de grito y regateo?
Y mientras veía la lluvia en los parterres me
acordaba de que todos los años los libreros tienen que mojarse. Es una
tradición la lluvia en la Feria del Libro. Como que hace falta ese tinajón de
agua para limpiar malos humos, deseos insensatos, envidias mal llevadas,
tensiones desmedidas; todas esas fuerzas de la naturaleza que desata el genio
de los artistas cuando se juntan y hablan de sí mismos y de sus obras; cuando
desgranan el secreto de la mercancía y pregonan el género con músicas y plumas
de pavo real. ¡Vamos señores, que tenemos unos sonetos fresquitos de poeta
desarticulado! ¡Barato, barato, un cuento y una novela por el precio de una
sinrazón que a mi razón se hace para poder quejarse a gusto de la vuestra
fermosura!
Después de la tormenta lo que queda es otra vez la Feria. ¡Me
encanta!
viernes, 11 de mayo de 2018
Los grumos del Cola Cao. (En Hoy por Hoy León, 11 de mayo de 2018)
Es normal, o al menos a mí me lo parece, que en el
festín del “León, manjar de Reyes” haya platos que están siendo devorados por
la improvisada sucesión de los días. Si se tratase de otra cosa, una cosa que
no fuera comer, pongamos por ejemplo dormir o hacer deporte o pasear o ver
museos, sería más difícil, pero, tratándose de comer, es normal que la propia
organización se coma algunas cosas. No sé qué pensarán en Cuenca de eso, porque,
si no estamos haciendo lo que dijimos que íbamos a hacer, se puede pensar que
hay un cierto engaño. Pero todos sabemos que no es así. Sabemos que lo que pasa
es que se echa el tiempo encima y ya estamos en mayo sin darnos cuenta y no ha
sido posible hacer todo lo que se quería hacer, aunque se hará, según dice el
Concejal. Se hará, aunque habrá cosas que no se podrán hacer, o algo así. Lo
que importa es el legado. Eso es lo que parece importante en palabras de
Llamas.
Son dos conceptos para dejar volar las ideas: el
legado y lo importante. Sobre lo importante te diría que es una mentira, que
cada vez que alguien empieza una frase diciendo “lo importante es” va a
terminar segando parte de la vida: todo eso que no cabe detrás de la palabra
“es”. Uno aprende a convivir con todo, a sobrellevar la jerarquía en el valor
de las cosas con modestia. Uno aprende a fijar sus “quiero”, a someter sus
“debo”, a superar sus “me importa”. Es bueno masticar los grumos del Cola Cao,
porque puedes calentar un poco de leche para deshacerlos, pero es mejor
disolverlos en la boca, explotarlos, saborearlos, extenderlos en el paladar. Lo
importante es que la leche esté bien fría. Lo importante es que haya grumos.
¿Ves qué poco importante es lo importante? Y conoces a cientos de personas que
no pueden soportar un cacao que no sea Nestquik, que no pueden ni tragar la
leche o que no masticarían en su vida un grumo de Cola Cao. De hecho ahora
estás pensando que esta tontería mía de los grumos es muy poco importante y
puede que tengas toda la razón.
Lo que me sucede es que no sé qué clase de
pretenciosa seguridad nos impulsa a intentar dejar ningún legado. La vida te da
la vuelta en un segundo, ya lo sabes. En un segundo, ese legado tan preciado es
grumo de cacao sin deshacer en la leche más fría. En un segundo nada de todo lo
sólido está y la leche se tiñe disolviendo la uniformidad del cacao
instantáneo. ¿Y qué te queda del legado? Hay un mundo duro contra el que nos
chocamos una y otra vez cada mañana, un mundo impenetrable y sólido y otro
fluido y blando que nos acoge y nos acuna, que se acomoda a nuestro peso y
nuestra estampa. No hay espacio para legados. Lo único que tenemos es la
posibilidad de vivir una vida dura y firme o escoger una incierta realidad
lechosa en la que nada es seguro. Habrá mezclas, es muy posible, pero serán también
pequeñas mentiras. Por eso, cuando le pregunto cómo está a una amiga muy
querida, me gusta que me conteste: “Bien, estoy bien, pero sin entrar en mucho
detalle”.
Por
cierto, que hay un mundo a tu medida que se abre esta tarde con la voz de Alba
Flores. No, no es la nieta del “Pescailla”. Es la leonesa que ganó el Adonais
el año pasado y que inaugura, en compañía de Aparicio, la Feria del Libro de
este año. Delicioso grumo de cacao. Disuélvelo, mastícalo, apártalo en el
plato, pero disfrútalo.
viernes, 4 de mayo de 2018
A tope de "power". (En Hoy por Hoy León, 4 de mayo de 2018)
En nada te vas a poder enchufar para ponerte a tope
de batería en alguna de las “electrolineras” que Senae Energy está instalando en León. No sé cómo va a funcionar la
cosa si eres un simple móvil, ni si va a haber diferencia en el caso de que
seas un coche o una moto. Creo que va a ser gratis los dos primeros años, pero
luego, como todo, repostar electricidad tendrá un coste. La energía siempre ha
sido y será un negocio, y los negocios no entienden de cuestiones personales,
ni de planes comarcales o futuro de las regiones: entienden de beneficio.
“Energía” viene del griego “energueia” que quiere
decir “actividad”, “operación” y desde que se ha puesto de moda la física, hemos
convenido que todo es energía. Hasta nos ha dado por entender, en plan
metafísico, que la realidad es un amasijo de energías que se ordenan de forma
manejable: energías diversas, acción permanente, impermanencia que se instala
en una forma concreta para poder ser comprendida. Me hablaba el pasado viernes
Juan Carlos Ponga de una posible feria de la morcilla y del embutido de sangre
y, claro, hablando de energía, me parece que cae al pelo. Imagina el poder de
la morcilla. Todo embutido de sangre es pura energía, ya ves, energía entripada,
pero energía.
Hay quien piensa que esa energía, que es todas las
cosas, se organiza en geometrías exactas, geometrías modelables, reconocibles,
modificables. Y si eso es así, está en nuestra mano la transformación de todo,
porque lo habrás oído: la energía ni se crea ni se destruye, solamente se
transforma. ¿Y si el pensamiento fuese una clase sutil de energía que fuera
capaz de transformar las otras formas de energía? Si eso fuera posible,
podríamos manejar la estructura energética de las personas, hacer que sueñen
solo sueños eléctricos, hacer que alimenten únicamente deseos de intensidad
máxima, que esperen futuros de elevada carga magnética nada más.
Pero nada de eso es posible. Quiero decir que lo
único que nos importa es que no se fundan los plomos, que haya corriente en el
enchufe, que el motor se encienda al pulsar el botón o empujar la llave.
Necesitamos esa energía que no es nuestra, para habitar nuestra propia energía.
Una cosa rara; una nebulosa de átomos y moléculas, una nube isotópica.
Aristóteles decía que la “energueia” es el acto de la “dynamis”. El ser actual
de lo que es posible, el modo en el que “lo que puede ser” se presenta como “lo
que es”. Y esa manera de entender lo posible y lo actual ha explicado la
naturaleza de las cosas de un modo tan sencillo y certero que no entiendo cómo
es que en el fondo no lo entiendo.
Es que yo
veo las cosas más claras en la poesía, y eso que Aristóteles me parece
innegable, pero mira, ayer un niño le decía a su madre: “no me limpies los
mocos, que esos mocos me tienen que llegar al corazón y
en el corazón es donde tengo yo mi súper poder y ese súper poder es que tengo
mucha velocidad”. ¿Ves qué fácil es entender el concepto de energía? La energía
es un súper poder que tenemos en el corazón y que se dispara cuando llegan
hasta ahí los mocos o las lágrimas o el eco de las carcajadas. Le he dado sus
vueltas, porque era eso o las morcillas y los embutidos de sangre.
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