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viernes, 20 de enero de 2012

Enfermedades de Civilización. (En Hoy por Hoy León, 20 de enero de 2012)

El amigo Paco Alonso, ya saben, arquitecto experto en bioconstrucción, redactor y editor del Calendario San Jorge de Agricultura y de Construcción para León, defendía este martes que vivimos acechados por enfermedades de civilización. Habló mucho de ese concepto, aunque no lo usaba en el sentido en el que la literatura médica habla de las enfermedades de la civilización, quizá por eso quitaba el artículo.

Las enfermedades de la civilización son, según las definen algunos médicos, una serie de enfermedades propias de los países industrializados, consecuencia de nuestras actuales condiciones de vida  y el aumento de la longevidad, por eso se conocen también como enfermedades del estilo de vida. Ya saben de qué les estoy hablando, la obesidad, los trastornos del estado de ánimo, el aumento de las alergias y un largo etcétera. Pero, o yo le entendí mal, o me pareció que Paco no hablaba de las enfermedades que se extienden con más fuerza como consecuencia de la civilización, sino que hablaba del mal intrínseco a la civilización misma, la enfermedad de la propia civilización. Él hablaba de lo suyo, claro, y miraba algunos edificios de la calle Independencia, los señalaba y subrayaba la fealdad de las formas, lo carcelario de las estructuras, lo desnaturalizado de los materiales empleados. Decía, señalando una farola enorme que se abrazaba a la pared al lado de una ventana, que cómo podía esperarse que estuviera sana una persona que durmiese con la cabeza pegada a semejante artilugio. “Lo hemos hecho fatal. Rematadamente mal”, decía una y otra vez. Y hablaba de retirarse a su huerto de San Esteban de Nogales y dedicarse a la vida sencilla de la agricultura en una especie de autoabastecimiento autárquico. 

Quizá tenga razón el amigo Paco. Quizá nos hayamos enloquecido hasta el paroxismo en su sentido más literal de exacerbación de la enfermedad. Pero, una vez aquí, ¿qué hacemos? ¿Qué podemos hacer los que no tenemos huerto? ¿Cómo salimos de la caja de cemento los que solo tenemos, pongamos por caso, un piso de alquiler en el Crucero? Es difícil liberarse, difícil y posiblemente caro, fuera del alcance de la mayoría. 

La civilización está podrida, enferma, casi podríamos decir que desahuciada. Tenemos pruebas a diestra y siniestra, baste como botón de muestra el juicio estrella de esta semana en el que por interés de los corruptos se juzga a quien persiguió la corrupción. Debe protegerse el derecho de defensa, dicen. Y tendrán razón, aunque a mí me cuesta mucho entender que en Castellón haya institutos que no tienen para calefacción y exista un aeropuerto sin aviones. Cierto que lo que más me cuesta entender es que quienes impulsaron semejantes disloques, más allá de los trajes, los relojes y los bolsos, hayan ganado una y otra vez las elecciones.

Por cierto que colegios con problemas para hacer frente a los gastos corrientes los hay en todos lados, no solo en provincias que terminen en “ón”. Otro ejemplo de lo enfermos que estamos: hicimos instituciones monstruosas para atender lo básico y ahora resulta que no hay comida bastante para alimentar al monstruo y tenemos que recortar. Según el calendario San Jorge, a partir de hoy estamos en luna ascendente, un buen momento para limpiar vegetación adventicia o plantas y raíces no deseadas. Vamos, para ir quitando lo que sobra.

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