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sábado, 31 de diciembre de 2011

Obligados a divertirse. (En Hoy por Hoy León, 30 de diciembre de 2011)

Cuando me llamó Pepe Muñiz esta Nochebuena para desearme Feliz Navidad, todavía no habíamos empezado a tomar el aperitivo, por eso le atendí. Él ya había cenado y me decía que en ese momento se encontraba escribiendo, que tenía una botella de champán a enfriar, pero que no tenía nada claro que la fuese a abrir. Les aseguro que en ese momento le envidié profundamente, porque la cena familiar en la que yo tenía que participar estaba empezando a vestirse de cena familiar con todas las consecuencias.

Ya sé que es el tópico de todas las cenas familiares, pero es que uno no se lo cree del todo hasta que le toca una de estas cenas locas en la que de repente te encuentras hablando con los suegros de tu hermana, que están sentados frente a ti mirándolo todo con unos ojos de asombro que te bloquean cualquier conversación. Mientras tanto, el personal anda a sus cosas, atendiendo a los niños, terminando el asado, cuidando de la abuela que se ha puesto enferma para no ver lo que está pasando. El uno que se engancha al ipad para enviar, contestar, reenviar los correos electrónicos, los mensajes, las felicitaciones que le van escribiendo en el muro del Facebook;  la otra sin parar de hablar por teléfono, enganchando una llamada con otra. Y nosotros, en medio de aquel marasmo, sin saber bien por qué camino tirar, si levantarnos también y hacer como que el aperitivo había que tomarlo de pie o buscar una conversación en la que pudiéramos coincidir con aquella buena gente. Hubo varios intentos. Se notaba que la incomodidad era mutua, aunque en realidad, como todos somos educados y conscientes de la situación y nos apreciamos unos a otros, la cosa no llegó a drama. Me imaginé cientos de mesas como aquella, con la tensión haciendo surf por la salsa vinagreta. Pensé en situaciones peores, situaciones en las que esa tensión se rompiera y se abriesen claramente las hostilidades, quizá con algún cuñado empuñando la pata del faisán a modo de machete.

Optamos por comer rápido. Fue lo más sensato. Un postre, unos dulces navideños, cuatro villancicos y cada uno para su cama que la abuela está enferma. Lo malo es que los niños se quejaban de lo poco que había durado la fiesta, pero se les pudo convencer muy rápido, porque así se levantarían más temprano al día siguiente y tendrían más tiempo para jugar con los juguetes que les había traído Papa Noël. Alguna ventaja tenía que tener ese asunto. Me quedé pensando sobre el manido tema de tener que divertirse por obligación, algo que siempre ha sostenido Pepe Muñiz, hombre de costumbres donde los haya, que es una aberración contra natura. Tiene razón el sabio de Pepe, porque verte obligado a la diversión te conduce a situaciones esperpénticas en las que ni tú, ni los que están contigo saben bien qué es más conveniente hacer. Y nos queda por delante la Nochevieja. Yo ya lo tengo claro. Entre la experiencia de la Nochebuena y lo malo que estoy, porque como habrán notado, encima la abuela me contagió la gripe, este sábado me quedo en casa y no voy a ninguna parte. Eso sí, respeto mucho a quienes se sientan obligados a divertirse. Que salgan y se lo pasen muy bien. Sólo una cosa, procuren no exagerar en la bebida y en la comida y conduzcan con cuidado si es que van a coger el coche, que les deseo cualquier cosa menos que empiecen el año en urgencias. A pesar de todo, pásenlo bien y feliz 2012.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Arroparse el frío. (En Hoy por Hoy León, 23 de diciembre de 2011)

Aquello de vuelve a casa, vuelve por Navidad es un tópico entrañable, como todos los que tienen que ver con estas fiestas. Un amigo que se ha venido de Barcelona y ha vuelto a casa como los turrones, me decía ayer que le encantan los días fríos de León, que los echaba de menos en su bienestar catalán. Me decía que, desde luego en el verano, echaba de menos esa sensación tan agradable de tener que dormir con algo por encima, pero que sobre todo le gustan estos días de frío y niebla del invierno. Lo decía con nostalgia, mientras caminábamos por la Plaza de San Marcelo arropados de niebla, enganchados al frío. No era muy tarde todavía y se veían llegar grupos de personas dispuestos a celebrar la tópica cena de Navidad. Caminaban a prisa, envueltos en confortables abrigos, escondidos bajo bufandas y gorros, como queriendo engañar el desmelene posterior en algún garito del Húmedo. Ya no sé si hicimos algún comentario, pero estuvimos un rato por la Plaza, viéndolos llegar, asomándonos al Belén, contemplando a los corderos que se echaban junto a las ovejas, puede que buscando su calor, puede que simplemente un sorbo más de leche.

Caminar entre el frío, dejarse llevar por la niebla, abandonarse a las piedras de la Calle Ancha en esa subida hacia la Catedral que no cuesta subir. Todo eso era nostalgia del confort del hogar en la memoria de mi amigo, un amigo que se viene porque está enfermo y, aunque se está recuperando, necesita el empujón emocional de los suyos, la fuerza de la abuela, la solidez de los padres, la solidaridad de los hermanos, la complicidad de los amigos. Necesita eso más que todas las cosas para curarse y vuelve, por eso vuelve, y se pierde como un vagabundo en la niebla, aunque deje en Barcelona tantas cosas que le ha ido poniendo la vida por delante.

Se habló de la escasa posibilidad de lanzamiento de nuevas ideas entre las empresas leonesas, porque él, en la mochila de su estancia fuera del ombligo leonés del Reino, había puesto ideas innovadoras. Traía empuje, a pesar de su enfermedad, para ir contándoles a las pymes leonesas la importancia de hacer una filosofía de marca, que eso no es algo sólo del interés de grandes corporaciones, sino que es algo que debe hacer todo aquel que quiera vender un producto y consolidar su imagen. Me encanta hablar con personas que siempre miran al futuro con esperanza, pero yo le dije que no veía muy claro que, con los tiempos que corren, su idea pudiera tener éxito en lo que queda del empresariado leonés. Me encantaría equivocarme y lo pondré en la urna de los deseos para mañana por la noche, porque aunque hay opiniones al respecto, hay noches que son mágicas sólo por la voluntad que ponemos tantos hombres en hacer que así sean. Ese es el click que lleva al éxito a las empresas, la capacidad para poner a funcionar en una dirección la voluntad de muchos.

Tenía apuntado criticar hoy a quienes robaron al niño en el Belén del Ayuntamiento, a quienes mutilaron la mano de San José, pero me gusta más esta estampa navideña de mi amigo subiendo por la calle Ancha entre la niebla, recuperando las viejas sensaciones de estar en casa e inventando modos de poner en marcha sus ideas. Que tengamos todos una entrañablemente feliz Navidad.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Carta de ajustes, (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2011)

Estamos en los días de los deseos navideños; esta semana que entra, en la que tenemos el sorteo de la lotería a vuelta de jueves y a la vista de cómo anda el asunto de la monarquía, me veo más en la línea Santa Claus o Papa Noël, que nunca me aclaro del todo. La verdad es que la tradición del reno y el elfo se me escapan, puede que por falta de infancia y eso que veo en mil sitios al hombre gordo del saco a la espalda. Esta mañana estaba el hombrecillo del traje rojo sentado en la pantalla del ordenador en una oficina de Caja España, me imagino que no estaría en la lista de los que esperan que les reciba el Presidente.

Y, como todos los años y a pesar de la crisis, tenemos la agenda repleta de cenas navideñas, que si la del trabajo, la del gimnasio, la del mus, la cena del partido, la de los padres del equipo de fútbol de los niños,… En fin, que no nos da el hígado para gestionar tanta grasa. A la vez que nuestra conciencia navideña nos incita a ponernos las botas como si no cenáramos el resto del año, como si no hubiera nada más importante en el mundo que la cena, que parece que te quedas sin cena y no eres nadie, esa misma idea de la Navidad nos hace sentirnos más cerca de los que no siempre cenan y, en estas fechas, se suceden los llamamientos a la operación kilo, algo que no deja de hacerse bajo la perversa sombra de la caridad y no a la luz de la justicia, pero que, por lo menos, alivia la difícil situación en la que viven hoy miles de personas. Algunas iniciativas han unido la operación zapato a la idea de la operación kilo, y les ha salido el Zapakilo, que no es lo que parece y que consiste en recoger dinero para poder comprar zapatos a niños que no los tienen. Vemos los carteles del Kilo, el Zapakilo, el de “Ni un niño sin juguete”, mientras cavilamos qué vamos a hacer para estar en todos los saraos navideños, programamos la salida de fin de año o pensamos los regalos de Reyes, sabiendo que en eso gastaremos bastante más que en las cuatro bolsas de macarrones que compraremos para satisfacer nuestra bendita conciencia. Por no hablar de lo que nos costará volver a recuperar el peso cuando pasen las fiestas y tengamos que poner en marcha nuestra “operación anti-kilo” particular.

Me decía ayer un lotero de Trobajo que, en contra de lo que se dice, este año se ha vendido menos lotería, que la gente no compra el décimo, sino la participación, que no hay dinero ya ni para soñar. No sabría qué decirles, aunque seguro que con lo que se juega en la lotería se arreglaban muchas cosas que andan por ahí sin presupuesto. Sé que es demagogia y puede que barata, pero es lo que pienso, porque esta política, que eufemísticamente se llama de ajustes, no lleva la dirección correcta. Pediré a Papá Noël en algún facebook oficial, que los hay a manta, una carta de ajustes que no recorte posibilidades, sino que elimine incompetencias, gastos duplicados y gestiones irresponsables, que recortar no es gobernar mejor, si bien es cierto, que el buen gobierno termina costando menos.

Un ejemplo: les animo a disfrutar mañana del sábado castañero en Riello. Una caminata para colocar el Belén de Cumbres, mercado artesanal, exposición de ramos leoneses, concierto de Navidad en la iglesia y, en la Plaza, reparto de castañas y vino caliente, para terminar con un baile con acordeón en el salón del pueblo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Una de turistas. (En Hoy por Hoy León, 9 de diciembre de 2011)


Como la semana ha sido un fin de semana continuo -que empezábamos un lunes que se hacía viernes por la tarde para llegar a un martes medio domingo, y luego un miércoles que sabía de nuevo a viernes y otro domingo ayer jueves, este ya con misa y todo y la tradicional visita al convento de Las Concepcionistas por parte del Ayuntamiento-, con tanta fiesta y tantos días medio laborales, he podido trabajar, hacer algo de deporte, viajar, hasta tomar unos vinos por el Húmedo y terminar la tarde de ayer con una charla acogedora en un local con vistas al Palacio del Conde Luna. Me imaginno que, un poco como todos, con esa sensación de tener tiempo para todo e ir dejando pasar los días uno tras otro sin terminar de resolver gran cosa. Una semana inútil, decían algunos. Deberíamos colocar todas las fiestas en viernes o en lunes, insistían los más firmes defensores de la racionalidad. Posiblemente tendrán razón, puede que sea lo racional organizar el tiempo en función de ciclos productivos, agrupar las fiestas para que no se rompa el ritmo en las empresas. Sólo defendían los puentes los hosteleros.

El sector del turismo, y en general del ocio, sabe que este puente saca a la gente de sus casas. No es sólo que nos planteamos viajes que en un fin de semana normal no nos plantearíamos, es que se nos pone el cuerpo de jota y salimos a la calle, porque queremos escapar del rutinario día a día y, aunque no nos hayan puesto luces, sabemos que ya está en el aire el regusto de las fiestas. Ya ven, hasta la corporación municipal canta villancicos con las monjas de clausura.

Había ayer poco turista por el húmedo. No eran los números de otros años. Está claro que, al venir el puente tan deshilachado, las cifras no han sido tan redondas como en otras campañas y algo también se habrá tenido que notar la tan nombrada crisis y hasta la falta de nieve, que ha producido un pequeño desastre en la industria turística de la montaña, puede ser también causa de lo poco agobiado que se veía el centro de León ayer por la mañana. Me gusta sentirme turista en la ciudad en la que vivo. Cuando miras León con ojos de turista, te das cuenta de todo lo que tiene. Ayer, con ese sol de diciembre que regalaba una mañana de fiesta, la Plaza Mayor era acogedora y hermosa. Las calles del Húmedo, los olores que se escapaban de los bares, de los restaurantes, prometían deliciosos momentos alrededor de un mantel. Y me gustó el ambiente cordial, el trato acogedor con los extraños, la perfecta profesionalidad con la que nos trataron en todos los sitios. ¿Será que por fin nos vamos dando cuenta de que en esta ciudad el turismo es un factor económico determinante? ¿Sería casualidad? Tal vez la cosa funcionó por la escasez de clientes. Sería terrible que sólo lo hiciéreamos bien cuando no vienen a vernos. Pero no. Algo debe estar cambiando.

Les dije al principio que también yo he viajado este puente. No les voy a decir a dónde he ido, pero sepan que en ningún restaurante nos ofrecieron de entrada la carta, que en una de las comidas tuvimos que esperar demasiado por culpa de un mal servicio y que, al salir de un mesón después de picar algo para cenar, nos sentimos escandalosamente estafados.  Pero estemos tranquilos, porque eso son cosas que en León no pasan.

martes, 6 de diciembre de 2011

Hay veces que la Navidad no luce. (En Hoy por Hoy León, 2 de diciembre de 2011)

       Es verdad que hay veces que la Navidad no luce. Me sale fácil el juego de palabras a propósito del anuncio de la concejala en lo que se refiere a la iluminación navideña, pero no me resisto, porque está claro que esta Navidad que nos viene va a ser poco lucida. Ya saben, a desempolvar las bombillas, a reparar estrellas navideñas, a maquillar la penuria sacando los espumillones por la ventana. Hay veces que la Navidad no luce.

         Lo avisan las asociaciones de comerciantes, que hablan de una campaña de ventas inusual en la que ya algunos han tenido que bajar los precios a la vista de la caída del consumo. Estas en las que estamos volverán a ser las semanas de mayores ventas del año, pero los consumidores frenaremos el impulso consumista, los que ya están sufriendo la dureza de la crisis, porque no tienen y los que todavía creen que la crisis no les afecta, porque les da miedo gastar lo que tienen. Y como el impulso de la sociedad de consumo es el gasto, la ecuación es bien sencilla, se para el motor y la rueda no avanza. Lo explicaba en términos un poco carniceros el presidente de la Asociación Leonesa de Edificación y Obra Pública, quien decía el martes en Hoy por Hoy León que el dinero es la sangre de sus empresas y que el problema es que la sangre no circula por causa de la crisis, que para que haya nuevos proyectos o nuevos compradores el sistema financiero debería inyectarles sangre en las venas. El símil es feroz y algunos de los hipotecados hijos de Eva sentirán en sus carnes la herida abierta que supone comprobar que aquel tesoro que habían conseguido con tanto esfuerzo, su piso, su casa, su apartamento, ahora vale como poco un 25 % menos de lo que todavía hoy están pagando. El panorama desolador que se dibuja al lado es el de 5.000 viviendas esperando comprador y el despido de unos 6.000 trabajadores, según los datos que se manejaban en la entrevista del martes. ¿Cómo vamos a tener unas Navidades luminosas con semejante estado de la cuestión?

Si no compramos, la sangre no circula y como la sangre no circula, no tenemos con qué comprar. Es lo que se dice un perfecto círculo vicioso. Lo que no se nos cuenta es el camino que hemos andado hasta llegar aquí. No sé si acuerdan de un cómic de Asterix en el que un perverso enviado del César envenenaba a los irreductibles galos con el negocio de la compra-venta de menhires. Algo así nos ha pasado, así es que Sic Transit Gloria Mundi. Hubo un tiempo en el que todo era fortuna del que hoy sólo quedan estructuras de edificios a medio terminar y casas deshabitadas.

Pero siempre nos quedará Ordoño, una calle que cada poco necesita ser levantada y readoquinada, un gusto ver que el Servicio de Obras sigue en marcha, aunque el Ayuntamiento tenga la sangre congelada.