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viernes, 29 de noviembre de 2019
Diga "treinta y tres". (Audio)
En este enlace tienes acceso al podcast de Radio León en el que se puede escuchar el artículo.
Diga "treinta y tres". (En Hoy por Hoy León, 29 de noviembre de 2019)
Hay una necesidad
de convertir lo cotidiano en ritual que nos lleva a entrar en la cancha botando
sobre el pie derecho, tocar los tres palos de la portería o colocar el
calzoncillo antes de hacer el saque. Los deportistas de élite repiten sus supersticiones
en las cámaras de televisión y los millones de mirones integramos la normalidad
del gesto. Incorporamos lo ritual a nuestra vida y nos hacemos parroquianos de
una u otra religión y se nos reconoce por ello. Por eso los habituales del
teatro comemos un huevo frito con pimentón en el bar de la esquina antes de ir
al Auditorio. Los ritos tienen que ser conocidos por muchos y comprendidos por
pocos: la clave está en la experiencia de la fe.
Por eso dices
“treinta y tres”, cuando el médico te lo pide. Podrías decir “naranjal” o
“niveladora”, pero dices “treinta y tres”, que no es una palabra cualquiera,
sino que tiene un significado más allá de la necesidad de auscultar líquidos o
masas densas en los pulmones. Está claro que en otros idiomas dicen otras cosas
cuando se abandonan al frío del estetoscopio, pero nosotros hemos elegido ese
preciso “treinta y tres”, que no “veintitrés mil trescientos”. Diga “veintitrés
mil trescientos”, o mejor, diga “Valdelugueros”. ¿No te parece que
“Valdelugueros” es una palabra lo bastante sonora como para una auscultación?
En lo cotidiano
está lo ritual. Estaba en esas conmigo mismo el miércoles antes del teatro,
cuando apareció un contertulio de otras temporadas de los del viernes y le
dimos la vuelta a cuatro cosas sin quejarnos demasiado, que, en realidad, —no
sé dónde lo he oído, pero que me gusta tanto que me lo apropio— solo tenemos
derecho a llorar por un ojo. Luego nos dio por pensar en la media de edad de
los que estábamos en el Auditorio y nos hizo bien sentirnos jóvenes rodeados de
tanta experiencia, con la esperanza de que cuando los jóvenes sean mayores,
todo se mantenga. Y yo observaba los rituales de los saludos y los afables
movimientos de cabeza empatizando con el comentario del conocido o del admirado
abogado o del viejo profesor, apurando el tiempo antes de ocupar el sitio y que
se apagaran las luces para que empezase la función. Rituales.
Con las primeras frases
me quedé enganchado en la pregunta clave: ¿qué es lo que finalmente optamos por
guardar? Quizá solo conservamos eso que no somos capaces de tirar. Todos hemos
tenido una caja cerrada desde la última mudanza, una caja inútil que no hemos
sido capaces de tirar. ¿Qué hay en esa caja? Es muy obvio hablarte de una caja
llena de recuerdos, una caja con sus monstruos y sus mentiras, con sus oscuros
momentos que no se deben volver a mirar. Yo tengo los míos entre el pecho y la
espalda, en esa caja que desvela su impostura en el estetoscopio cada vez que
digo “treinta y tres” o cosa semejante.
viernes, 22 de noviembre de 2019
Masculino y femenino. (En Hoy por Hoy León, 22 de noviembre de 2019)
Me parece la
perfección la salsa alioli, porque está muy rica; además de esa cosa tan
potente del ajo y el aceite, es la perfección porque se resumen en ella lo
masculino y lo femenino. Es masculino, dado que alioli ya es un nombre de este
género que admite la Academia sin vacilar y es femenina, porque es salsa.
Masculino y
femenino como todo lo humano en inseparable mezcla al margen de cualquier
consideración de género. No sé si me enredo en el dislate de mi sueño o si piso
territorios enfangados de ideología, porque este modo de dejar brotar las
palabras sin más freno que la ortografía es una fantasía de filósofo, una
utopía realizable —lo dijo ayer doña Pura—, no una de esas que no se pueden
realizar. Masculino y femenino en la misma mesa: directoras de la Escuela
Normal o Escuela de Formación del Profesorado o alguno de esos muchos nombres
que ha tenido la cuna en la que se han mecido los maestros formados en León y,
con ellas, el último Decano junto a la actual Decana de la Facultad de
Educación. Una mesa repleta de genio. Energía pura. Doña Manolita, doña Pura,
doña Inés —mujeres jubiladas, que han enseñado a los maestros a ser maestros
durante tantos años, haciendo de la humildad en sus preguntas la llamita
exigente de la búsqueda de la verdad—, José María y Lourdes. Clichés, es
cierto. Se los perdonaremos todos, porque a mi lado estaban maestros que habían
sido alumnos suyos y que me susurraban al oído, usando algún apodo que no voy a
repetir, cosas de este estilo: era exigente, la más exigente, pero aprendí
mucho con ella.
Mis amigos, los
maestros jubilados, miraban con admiración todavía a quienes les habían
enseñado a ser lo que luego han sido y siguen siendo. El maestro es maestro
siempre. Vinieron a la charla para ver qué ha sido del futuro de su pasado y
todavía, como si los ciento setenta y cinco años de historia de la formación de
maestros en las distintas escuelas que ha habido en León nunca hubieran
transcurrido, flotaba por el aire del Aula Magna de la Facultad de Educación
esa pregunta eterna: ¿qué tiene que saber un maestro para poder enseñar? Quizá,
nada. Esto es el futuro, dijo el anterior Decano. Hace veinte años, no
habríamos sabido decir que el futuro sería esto. Solo podemos hablar de lo que
sucede y lo que sucede… Puntos suspensivos. ¡Ya! ¡Lo que sucede! ¡Qué gran
descripción! Lo que es, que dirían los griegos. La totalidad de los hechos, que
diría aquel filósofo austríaco de mirada demoledora. Primero es ser maestro y
luego ser maestro de algo. ¡No se puede enseñar con algo terminado como un
Power Point!, se dijo. Tienen que conocer el proceso, ¡tienen que saber cómo se
hace! Se introduce en un vaso un diente de ajo, el huevo, la sal, el aceite y
un chorrito de vinagre. Después se mete la batidora hasta el fondo y se empieza
a batir sin mover. Puntos suspensivos. También cantó Isamil9. Y nos gustó.
Alioli.
viernes, 15 de noviembre de 2019
Una camisa de otro tiempo. (Audio)
En este enlace puedes escuchar el artículo a través del podcast de Radio León.
Una camisa de otro tiempo. (En Hoy por Hoy León, 15 de noviembre de 2019)
En la pantalla en
blanco de la tele analógica, que todavía anda rodando por algún trastero, el
fin de la emisión trae escondido un vestigio del origen del universo entre el
ruido electromagnético que la ausencia de señal es capaz de captar: la
radiación de fondo que descubrió Gamow y que la cosmología actual sostiene que
persiste en el silencio del cosmos, como un eco de la gran explosión. Con ese
Big Bang se inicia una expansión que, en contra de lo que cabría esperar, a
medida que sucede, se acelera, pero no desde siempre. En algún punto mísero de ese vasto universo en
loca carrera, todos nosotros.
Tú, mientras me
escuchas, ves en esa ventana de cristales ahumados cómo se aleja todo de ti, porque
te sabes el centro y yo te hablo desde aquí, mientras veo asombrado que todo se
aleja también de mí, porque el centro soy yo. Ayer me vestí con una camisa de
otro tiempo y me sentí con una piel distinta de la mía. Quizá pude verme desde
otro centro, porque este viaje cósmico en el que todo se aparta de todo está en
el alma de las cosas. Una camisa de otro tiempo, como quien se baña en un mar antiguo.
Como quien se mece en una cuna de antes del plástico. Que esté nevando o no, es
indiferente. La luz se enfría.
Observar el
universo es mirar la película de su historia. Lo que buscan los cosmólogos no
es otra cosa que la huella del tiempo en la luz que llega de las estrellas más
lejanas, esas que nos cuentan historias de cuando el universo era joven y una
radiación todavía caliente iluminaba ese escapar todo de todo. Mirando esa luz
tramposa, a veces atrapada en el espejo de las grandes masas de materia que
curvan su trayectoria, comprendo que podría ser que todo lo que nos dice fuese
una historia contada por algo que ya no existe. Es sublime esa generosidad. Me
siento extraño en el privilegio de preguntarme por qué y cómo existe el
universo, de qué están hechos los astros y si están hechos del mismo fuego que
se enciende en mi estómago. ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Miramos los
miles de millones de estrellas —las que se pueden ver y las que no— y miramos
el fondo de las cosas —las que se pueden ver y las que no— y vemos que hay algo
que falta, que la materia y la materia oscura no explican juntas ni la mitad de
lo que hay. Parece que debe haber algo diferente, eso que han llamado energía
oscura, que no es materia oscura, ni antimateria. ¡Qué cosas! Algo que los
cosmólogos saben que está, pero que no pueden explicar. Algo tan sencillo como el
hecho de que esa camisa de otro tiempo no quería pegarse a mi mañana, pero tan
difícil de entender como la seguridad de vivir en el centro de todo lo que me
pasa. En León, la nieve ha caído en la semana de la ciencia, celebrada con
encuentros, exposiciones y conferencias. En la nieve de la tele sin antena, la
voz del universo, el eco de su estallido. No hay silencio que valga.
Masa crítica. (En Hoy por Hoy León, 8 de noviembre de 2019)
En realidad, con
uno basta. Lo dice mi tío muchas veces, aunque luego se apunte a todo lo que
haya que apuntarse: “con uno que se quede, yo me quedo”. Es eso, que con uno
basta. Será verdad, en sociología, que es necesaria una cantidad mínima de
personas para que ocurra un determinado fenómeno, eso que llaman masa crítica, pero a mí me da que, para
muchas cosas, con uno sobra.
En física las
cosas son de otra manera, la masa crítica
es la cantidad mínima de materia combustible necesaria para producir una
reacción nuclear en cadena y eso ya son palabras mayores, como las de nuestro
admirado Óscar Puente que es él, en sí mismo, una masa crítica capaz de
desencadenar reacciones nucleares de leonesismo que no sé muy bien cómo se masticarían
anoche en el mitin del templo de la lucha leonesa. Me imagino que como aquel
que se comió el cordero. Son cosas que se tragan a base de pan.
Ese es el asunto:
si Valladolid crece, en la Castilla vaciada y en el León devastado lo que queda
es una mayor masa crítica para crear “mayores
posibilidades de turismo rural y mayor capacidad de consumo de productos
agroalimentarios del entorno". Más o menos eso es lo que me ha parecido
entender que dijo el miércoles el alcalde pucelano. Claro, eso es lo que
quedaría, pero de masa poca y de crítica menos, porque lo que quedaría es nada
y sálvese quien pueda, como pueda y cuándo pueda. Esa idea de terruño que fagocita,
que atrapa en su citoplasma todo lo que se le pone a tiro, es muy del gusto del
nuevo capitalismo, eso que nos ha deshumanizado y nos ha desencajado de nuestro
ser natural: véngase a la ciudad en la que tendrá buenos hospitales para envejecer
en listas de espera, buenos colegios para desnaturalizarse en aulas con ratios
cada vez mayores, buenas alternativas de ocio en teatros de abrigos de piel,
bares descorchados en vino de la Ribera del Duero, restaurantes de estrella y
luto en la tarjeta de crédito o centros comerciales ya para todos los bolsillos,
edades y condiciones. Véngase a desaparecer en la masa acrítica y deje una masa
mínima en todo lo que no sea yo. Eso es lo que alienta, desde Pucela, quien
pretende el liderazgo del imperio de la medianía. ¿Y luego? ¡Vámonos todos a
Pekín, que aquello sí que es grande o al DF o a cualquier otra megalópolis de
esas que no pueden contar sus habitantes!
¿Tenemos que
convertirnos para siempre en un parque de atracciones? ¿Dedicarnos al lúpulo y
a los bueyes? Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Quizá ya este León exangüe
no tenga ni una gota más de sangre. Quizá por eso sea tan débil su rugido y
tenga que olvidar en los aplausos del mitin del jueves, las palabras del miércoles
de una voz sin más alma que la que habita su castillo.
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