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viernes, 22 de noviembre de 2019

Masculino y femenino. (En Hoy por Hoy León, 22 de noviembre de 2019)


Me parece la perfección la salsa alioli, porque está muy rica; además de esa cosa tan potente del ajo y el aceite, es la perfección porque se resumen en ella lo masculino y lo femenino. Es masculino, dado que alioli ya es un nombre de este género que admite la Academia sin vacilar y es femenina, porque es salsa.

Masculino y femenino como todo lo humano en inseparable mezcla al margen de cualquier consideración de género. No sé si me enredo en el dislate de mi sueño o si piso territorios enfangados de ideología, porque este modo de dejar brotar las palabras sin más freno que la ortografía es una fantasía de filósofo, una utopía realizable —lo dijo ayer doña Pura—, no una de esas que no se pueden realizar. Masculino y femenino en la misma mesa: directoras de la Escuela Normal o Escuela de Formación del Profesorado o alguno de esos muchos nombres que ha tenido la cuna en la que se han mecido los maestros formados en León y, con ellas, el último Decano junto a la actual Decana de la Facultad de Educación. Una mesa repleta de genio. Energía pura. Doña Manolita, doña Pura, doña Inés —mujeres jubiladas, que han enseñado a los maestros a ser maestros durante tantos años, haciendo de la humildad en sus preguntas la llamita exigente de la búsqueda de la verdad—, José María y Lourdes. Clichés, es cierto. Se los perdonaremos todos, porque a mi lado estaban maestros que habían sido alumnos suyos y que me susurraban al oído, usando algún apodo que no voy a repetir, cosas de este estilo: era exigente, la más exigente, pero aprendí mucho con ella.

Mis amigos, los maestros jubilados, miraban con admiración todavía a quienes les habían enseñado a ser lo que luego han sido y siguen siendo. El maestro es maestro siempre. Vinieron a la charla para ver qué ha sido del futuro de su pasado y todavía, como si los ciento setenta y cinco años de historia de la formación de maestros en las distintas escuelas que ha habido en León nunca hubieran transcurrido, flotaba por el aire del Aula Magna de la Facultad de Educación esa pregunta eterna: ¿qué tiene que saber un maestro para poder enseñar? Quizá, nada. Esto es el futuro, dijo el anterior Decano. Hace veinte años, no habríamos sabido decir que el futuro sería esto. Solo podemos hablar de lo que sucede y lo que sucede… Puntos suspensivos. ¡Ya! ¡Lo que sucede! ¡Qué gran descripción! Lo que es, que dirían los griegos. La totalidad de los hechos, que diría aquel filósofo austríaco de mirada demoledora. Primero es ser maestro y luego ser maestro de algo. ¡No se puede enseñar con algo terminado como un Power Point!, se dijo. Tienen que conocer el proceso, ¡tienen que saber cómo se hace! Se introduce en un vaso un diente de ajo, el huevo, la sal, el aceite y un chorrito de vinagre. Después se mete la batidora hasta el fondo y se empieza a batir sin mover. Puntos suspensivos. También cantó Isamil9. Y nos gustó. Alioli.

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