Me parece la
perfección la salsa alioli, porque está muy rica; además de esa cosa tan
potente del ajo y el aceite, es la perfección porque se resumen en ella lo
masculino y lo femenino. Es masculino, dado que alioli ya es un nombre de este
género que admite la Academia sin vacilar y es femenina, porque es salsa.
Masculino y
femenino como todo lo humano en inseparable mezcla al margen de cualquier
consideración de género. No sé si me enredo en el dislate de mi sueño o si piso
territorios enfangados de ideología, porque este modo de dejar brotar las
palabras sin más freno que la ortografía es una fantasía de filósofo, una
utopía realizable —lo dijo ayer doña Pura—, no una de esas que no se pueden
realizar. Masculino y femenino en la misma mesa: directoras de la Escuela
Normal o Escuela de Formación del Profesorado o alguno de esos muchos nombres
que ha tenido la cuna en la que se han mecido los maestros formados en León y,
con ellas, el último Decano junto a la actual Decana de la Facultad de
Educación. Una mesa repleta de genio. Energía pura. Doña Manolita, doña Pura,
doña Inés —mujeres jubiladas, que han enseñado a los maestros a ser maestros
durante tantos años, haciendo de la humildad en sus preguntas la llamita
exigente de la búsqueda de la verdad—, José María y Lourdes. Clichés, es
cierto. Se los perdonaremos todos, porque a mi lado estaban maestros que habían
sido alumnos suyos y que me susurraban al oído, usando algún apodo que no voy a
repetir, cosas de este estilo: era exigente, la más exigente, pero aprendí
mucho con ella.
Mis amigos, los
maestros jubilados, miraban con admiración todavía a quienes les habían
enseñado a ser lo que luego han sido y siguen siendo. El maestro es maestro
siempre. Vinieron a la charla para ver qué ha sido del futuro de su pasado y
todavía, como si los ciento setenta y cinco años de historia de la formación de
maestros en las distintas escuelas que ha habido en León nunca hubieran
transcurrido, flotaba por el aire del Aula Magna de la Facultad de Educación
esa pregunta eterna: ¿qué tiene que saber un maestro para poder enseñar? Quizá,
nada. Esto es el futuro, dijo el anterior Decano. Hace veinte años, no
habríamos sabido decir que el futuro sería esto. Solo podemos hablar de lo que
sucede y lo que sucede… Puntos suspensivos. ¡Ya! ¡Lo que sucede! ¡Qué gran
descripción! Lo que es, que dirían los griegos. La totalidad de los hechos, que
diría aquel filósofo austríaco de mirada demoledora. Primero es ser maestro y
luego ser maestro de algo. ¡No se puede enseñar con algo terminado como un
Power Point!, se dijo. Tienen que conocer el proceso, ¡tienen que saber cómo se
hace! Se introduce en un vaso un diente de ajo, el huevo, la sal, el aceite y
un chorrito de vinagre. Después se mete la batidora hasta el fondo y se empieza
a batir sin mover. Puntos suspensivos. También cantó Isamil9. Y nos gustó.
Alioli.
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