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viernes, 29 de diciembre de 2023
In vino veritas. (En Hoy por Hoy León, 29 de diciembre de 2023)
In vino veritas. Lo habrás oído cientos de veces. En el vino está la verdad, o dicho de otro modo, cuando el alcohol rebaja los filtros con los que controlamos nuestros pensamientos, se abren paso ideas que no nos permitimos pero que no es que sean verdad, sino que expresan lo que verdaderamente pensamos. Hay una diferencia que importa en ese sentido: no es que los borrachos digan la verdad, es que no se autocensuran cuando hablan y dicen la verdad de lo que piensan, pero esa no es la verdad, claro.
Hay otro modo de leer la cita de Plinio menos literal que me gusta para este artículo de fin de año. Quizá lo que quería decir no es que sea preciso el vino para que aparezca la verdad, sino que la verdad está más en la irracionalidad que en la propia razón, que el vino es una metáfora, una reivindicación de lo dionisíaco frente a lo apolíneo. Y lo dionisíaco es esa parte que mantenemos escondida tras la raya de lo racional, esa parte que soltamos cuando rompemos los filtros y dejamos que aparezca el genio de la lámpara que llevamos dentro. Esto del genio de la lámpara es muy de la tradición oriental y me viene a la cabeza una de las famosas Cuartetas Persas de Umar Jayyam: lo más cuerdo es buscar dicha en el vino, / sin pensar en el hoy ni en el ayer; / librar de la razón al alma nuestra, / prestada, y que se queja en su prisión.
No se trata, creo yo, de lanzarse al vino, es más bien el impulso de liberación del alma prisionera de sus propias trabas, grilletes feroces que nos colocamos en la convicción de que es más valioso lo correcto que lo verdadero; lo que debe ser, frente a lo que es.
Venía ayer hacia León recordando una vieja historia de una alumna que quiso renunciar a su tradición cultural porque se sentía oprimida y quería elegir una vida distinta a la que su familia le imponía; se batían en duelo el ser y el deber ser y el deber ser de ellos y nuestro propio deber ser. El impulso resolvió aquel dilema y fue la propia muchacha quien tomó sus decisiones. Cada vez que racionalizo todo aquello mis pensamientos me conducen a un error. Por eso creo que es muy posible que sea correcto todo lo que ocurrió, pero que, de no serlo, en cualquier caso, es lo que ocurrió y es esa verdad lo único que cuenta.
Tenía en la cabeza proponerte un juego con la idea de que en el vino está la verdad. Se me ocurría decirte que te atrevas a pensar en qué puedes encontrar la verdad. Te doy ideas: en el abrazo ciego de un niño que se te cuelga del cuello; en las lágrimas de una muchacha que acaba de dejar a su abuela cenando sola el día de Nochebuena; en la niebla que envuelve el mundo como un celofán para hacerlo regalo; en la sencillez de un villancico cantado a coro en una capilla desnuda de ceremonia; en el sonido de tu voz que me calma, porque todo es como debe. Te deseo un 2024 pleno de verdad.
viernes, 22 de diciembre de 2023
In albis. (En Hoy por Hoy León, 22 de diciembre de 2023)
viernes, 15 de diciembre de 2023
Veni, vidi, vici. (En Hoy por Hoy León, 15 de diciembre de 2022)
Todavía me asusta que me digas que te gusta esto que escribo para cada viernes. Me gusta pensar que todavía consigo sorprenderte, aunque, créeme, no es lo que pretendo. En realidad, no creas que tengo muy clara cuál es mi pretensión viniendo a este rincón de la radio en el que me acurruco cada semana; quizá es que no tengo ninguna, que esto que ocurre es un “porque sí”, una decantación natural de ciertas cosas, sin más. Por otra parte, pienso que nada es de este modo y que todo acto humano esconde una intención y entiendo que está en la honestidad más mínima encontrar la mía, analizar por qué estoy haciendo esto que hago.
Me
vas a decir que ya estoy exagerando, que ya me coloco fuera de la luz y me
culpabilizo; que por qué no me permito la licencia de pasar por eso sin preguntarme,
sin examinarme; un quehacer, sin más. No. No hay nunca un quehacer sin más. Me
parece que quienes opinamos de forma pública, quienes nos asomamos a lo público
para airear lo que pensamos, tenemos siempre un punto de vanidad inevitable y
que me digas que te gusta lo que hago alimenta esa vanidad, hace crecer mi ego,
aunque no lo confiese. ¿Ves? Hacemos cada cosa que hacemos buscando una ficción
en la que entendernos, una ilusión que nos tranquilice, porque la realidad en
la que te instalas es necesariamente un invento.
Me
dirás a esto —fíjate qué pretencioso, que digo lo que yo quiero decir y lo que
quiero que tú digas— que no puedo hablar de ficciones en días en los que, por
ejemplo, se está juzgando en la Audiencia Provincial de León la presunta agresión
a Raquel Díaz por parte de su exmarido. Y tienes razón. No podemos hablar de
ficciones, por mucho que las versiones de unos y otros sean tan divergentes.
Entiéndeme. Cuando te hablo de inventos te estoy hablando del modo en el que
cada uno en su interior integra los datos, porque creo que tenemos un embudo por
el que pasamos a los demás, pero el daño es el daño y se hace mayor en la
medida que se engrasa con mentiras. Eso es así y lo entiendo y opino y te digo
lo que opino y me sale de dentro, como un pop up, la emoción repulsiva
hacia el maltratador que abusa de su poder en toda su extensión. Un pop up
del asco. Pero, aún siendo así, sé que estoy en una novela que yo mismo me
estoy escribiendo, un libro del que brotan emociones, sentimientos, impulsos,
como esos libros que puedes ver a partir de este sábado en La Vecilla, libros
de los que brota el movimiento con ingenios desplegables que te van a
sorprender. No te la pierdas si puedes, por los libros y por La Vecilla misma, que
siempre es un rincón amable en el que soñar. Una ficción de montaña.
Leo
novelas de Padura y me llegan imágenes de La Habana. Una calle desnuda de
lujos, un Buick rosa, una ficción que te encoge. Libros de los que saltan
sueños. Un empujón para mi ego, porque una tarde de julio llegué, vi y vencí,
como si fuera César.
viernes, 1 de diciembre de 2023
Gaudeamus Igitur. (En Hoy por Hoy León, 1 de diciembre de 2023)
Me siento a pensar qué te cuento hoy justo al terminar una clase en la Facultad. Ha sido una clase en la que el alumnado ha estado trabajando en grupos. Yo he estado orientando, resolviendo dudas, corrigiendo errores. Cada vez que me hacían la misma pregunta, la explicaba para todos del modo más rápido posible. Ha sido una clase agotadora.
En las aulas, en la mayoría de las aulas, todo está pensado para el desarrollo de clases magistrales. Especialmente en la universidad. La persona que sabe comunica a quienes no saben lo que tienen que aprender. Algo que luego memorizarán y repetirán en un examen que determinará su grado de preparación. No voy a decir que me parezca mal —aunque debería, me parece—, pero creo que ese modelo “pizarra, carpeta, prueba” es un modelo más que obsoleto en la sociedad del siglo de la inteligencia artificial. Y en las universidades, por mucho que se pone encima de la mesa la necesidad de hacer las cosas de otra forma y hay muchas personas que realmente lo hacen, sigue funcionando de forma mayoritaria el “explicar, memorizar, examinar”.
Me lo contaba la directora de un colegio de aquí de León que no tiene Bachillerato. Me decía: claro, lo que pasa es que nosotros estamos trabajando desde un enfoque competencial, comprendiendo que lo importante no es que el alumnado aprenda cosas, sino que aprenda a entender cosas, a transformar cosas, a integrar las cosas que aprende no como un aprendizaje dirigido a la superación de un examen, sino como una competencia que se adquiere para la vida, para ser persona. Y luego, cuando se van a hacer el Bachillerato a otros centros, se encuentran con que la exigencia no es que elaboren un mapa mental, sino que se aprendan el mapa mental que el profesor de turno les elabora pensando en que el día que toque puedan tener éxito en el examen de acceso a la universidad o, mejor dicho, obtener una nota más alta que otros que quieran acceder a los mismos estudios. No lo decía exactamente así, pero más o menos. Olvida tu mapa mental y apréndete el mío que es el que funciona para el trecey pico que necesitas si quieres estudiar Medicina.
En mi clase de ayer el alumnado era vocacional. Hay determinadas profesiones que deben ser elegidas desde la pasión y no desde la nota de un examen. En realidad, todas. Iba a decir que unas más que otras, pero no es verdad. Tengo un ejemplo de eso: el muchacho que obtuvo la mejor nota el año pasado en la selectividad aquí en Leónha elegido en función de su vocación y no de su nota y está haciéndose periodista en Santiago y ya escribe crónicas que publica en algunos medios y ya se le ve que va a ser un gran periodista, posiblemente deportivo. Puede que de radio. Porque es dueño de sus mapas mentales y ha desarrollado las competencias que le permiten ser crítico y libre en lo que dice, en lo que elige, con lo que lo conforma. Ese es el diez que buscamos.