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sábado, 23 de marzo de 2019

Con una sola línea. (Audio)

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Con una sola línea. (En Hoy por Hoy León, 22 de marzo de 2019)

Eusebio, ¿quiere una pera? ¡No! ¡No quiere!, decía su mujer. Y era verdad que no la quería y que, por no querer, no quería ni hablar. Porque cuando quería otras cosas bien que las conseguía, que tuvo una hija a la que llamó Micaela y cuando tuvo una segunda y quiso llamarla Micaela también, le dijeron en el Registro que eso no se podía, así es que la llamó María Micaela, que ya no es lo mismo, pero sigue siendo lo mismo. Micaela y María Micaela, hermanas. De peras, ni hablamos. Que no se me enfaden como le pasó a la madre de Pedro Almodóvar cuando habló en una película de la muerte del Torrezno, que parece ser que familiares del tal Torrezno se enteraron en el cine de la muerte del hermano y le afearon a la señora madre del cineasta que sacase a relucir en público cosa tan privada de la que ni siquiera se había enterado la familia. ¿Peras? No. No lo dice, pero no quiere, que si hay familia de Micaela y de María Micaela escuchando el artículo no se lo tomen a mal que es por ensalzar el coraje de Eusebio que lo cuento, porque me parece que hay que ir limpiando las ideas y opiniones y vaciándolas de cosas vagas. De peras, ni hablamos. Eso sí, Micaela, doble.

Lo que uno quiere y lo que le es dado. Lo que uno pretende y lo que consigue. Lo que uno estima y lo que alcanza. Ya estoy hablando de más. Si ya me has entendido, ¿para qué sigo? ¡Qué necesidad de aclararme aclarando cosas, cuando yo ya sé lo que sé! Lo que uno quiere, a veces, es inexpresable. ¡Las peras de Dios!, que se atrevió a gritar el abuelo Criso en el cuento de Pereira. Lo que uno persigue es en muchos casos sacudirse la abundancia, el exceso, la invasión. Por eso digo que conviene aligerarse, decir en una línea lo que no es preciso que se diga en dos. En eso Pereira era un maestro y la mujer de Eusebio una diosa. ¡No! ¡No quiere peras! El padre de Micaela y de María Micaela no necesita decirlo, porque ya lo dice en una línea su mujer.

Pienso muchas noches en todo lo que me he ido dejando en el camino y me doy cuenta de que mucho de lo perdido me aligera, pero me toco pérdidas que me vacían. Y veo bien la diferencia. No a las peras, sí a las Micaelas. Hay mucho que te dejas en el camino hacia este sitio que es “el ahora inmediato” y mucho con lo que te llenas. De lo que pierdes ya te digo que hay que saber qué es lo que te aligera y qué lo que te marca el vacío que te vuelve negra la sombra del estómago. De lo que llenas, qué es ponzoña que envenena, qué es mantecosa estulticia que rebosa, qué es metal envilecido que te arrastra y, por el contrario, qué hay de nuevo que te trae aromas frescos, húmedas tierras fértiles como lagos que se secan y se empapan, qué te llena de repetida sutileza. Pienso y enseguida duermo, porque no hay nada atrás ni hay nada enfrente. Micaelas, peras, ideas en un trazo. Una línea suelta que todo lo dice sin más retórica que dos o tres palabras justas, atinadas, certeras.

Escribir en una línea, como Picasso pintaba. Plantar perales con la abuela Társila en la genial hipnosis de Pereira. Decir que dices “no”, sin que lo digas. Eusebio, ¿un puesto en las listas del Senado o del Congreso? No, no quiere, que pasa con las listas lo que con la fruta. Eusebio, ¿y si tuviera un hijo también se llamaría Micaela? Hay cosas que te llenan y otras que te aligeran. Cosas que te dejan vacío y otras que te emponzoñan. Peras, las justas.

sábado, 16 de marzo de 2019

Slow. (Audio)

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Slow. (En Hoy por Hoy León, 15 de marzo de 2019)


Seguro que has oído hablar del movimiento slow, o, por lo menos de slow food, frente a fast food. Ya, ya sé que vas a regañarme otra vez por usar el inglés, que a ver si no se entiende bien si simplemente digo “despacio” o “lento”. ¿Te acuerdas de cuando se bailaban “lentos” en las discotecas? Yo creo que el movimiento slow debería arrancar más de ahí que de la crítica a la comida rápida y el modo irreflexivo de alimentarnos, que nos conduce seguramente a un cataclismo ecológico a la misma velocidad que los demás atentados medioambientales permanentes con los que convivimos. Y es que se me agolpan demasiadas emociones mientras lo pienso y me doy cuenta de que mi cerebro está tan acostumbrado a lo fast, a la aceleración insensata, que se me agolpa todo sin poder dar sentido a lo que quiero contarte. Es esa cosa lenta de dejarse caer en los abismos del ahora y sentir la piel, el tacto de tu vestido rojo, la estela de tu perfume de colores en cada nota del “bailable”. Había quienes lo llamábamos así. ¡Qué cursis!¡Bailable! ¡Qué lentitud!

Recuperar el tiempo es la idea. Mantener el control del tiempo y no someterse a su dictadura es el objetivo. Despeñarse en las sensaciones de todo momento interminable y no atravesar la angustia del reloj digital que marca ya las cuatro menos cuarto o las siete y media o las once menos diez es la meta. “Date prisa”, que decía el Aute en aquel mítico lento tan bailable, “date prisa, que ya son las cuatro y diez”. Recuperar el modo de vida lento, volver a comer, a bailar, a enseñar, a trabajar sin el estrés permanente de “lo rápido”. Leer poemas en el recreo. Abrir el Excel para componer sonetos, poner flores en la cocina, detener el cielo para ver a esos patos que dibujan una línea en la ventana. Detener el tiempo a tu antojo para temblar a las tres y media, sin pensar más en campanas, timbres o sirenas. Vivir lento, sin la apretada tiranía de esa agenda que te maltrata.

Me dirás: ¡pero es que las cosas hay que hacerlas! Hay que ir y venir, atender, traer, llevar, quitar, poner, construir, rehacer, remendar. Emplearse en, comprometerse con, preparar para. Me dirás, con razón, que a esta hora esto y a aquella hora lo otro y que eso no puede dejar de ser así y que incluso en domingo, también en sábado y domingo, hay horarios que cumplir: los de aquello, los de esto, los de lo otro. Hasta la diversión y el ocio tienen una agenda. A las nueve en, a las diez con, a las once por. Y dejarás escapar temblores y momentos. Quiero pensar que hay otra forma de convivir con eso, que se puede ir y venir y traer y llevar y todas las demás cosas que exigen tanto horario desde la perspectiva de lo lento, que solo con un movimiento del foco se puede agarrar la pieza bailable de la sesión de tarde y recuperar la seda en el tacto, como quien cambia la luz de sus días con el color del cristal con el que mira todas las cosas.

Te cuento todo esto porque el miércoles estuve escuchando poemas de Marcos y de Marina, poetas del grupo #Plataforma y entendí lo fácil que se detiene el tiempo. Quizá porque se habló de una carta recuperada de Concha Espina o porque nos lanzamos por la cuerda al columpio de las aguas heladas de aquella poza de la infancia. Quizá porque León este mes de marzo está salpicado de poesía, quizá porque todo lo demás nos acelera y nos dispara.

viernes, 8 de marzo de 2019

Nadie se fija en nadie. (Audio)

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Nadie se fija en nadie. (En Hoy por Hoy León, 8 de marzo de 2019)

Me senté ayer a escribir pensando que tenía el artículo hecho, que con las anotaciones de mi libreta bastaba para organizar todo lo que quería decirte hoy y resulta que, al mirar mis notas, solo tenía escrita una frase: “nadie se fija en nadie”. Lo curioso es que, en su momento, debió de ser algo muy significativo para mí, porque anoté eso y me quedé con la sensación de tener ya el artículo escrito, pero, cuando me puse a escribir anoche, esa frase ya no me decía absolutamente nada. Vale, nadie se fija en nadie, ¿y qué? ¿qué tiene eso de especial? ¿Acaso sabes tú por qué aquella frase me resultó tan intensa como para ponerla en mi libreta y pensar que contenía todo lo que hoy te querría contar?

Por más que le doy vueltas, no consigo concretar la escena en la que efectivamente nadie se fija en nadie y casi me invade la sensación contraria, la de que todo está tan expuesto, tan a la vista, que sabemos todo de cualquiera. Quizá fuera esa mi intención, la de reflexionar sobre el hecho de que la sobreinformación hace tanto ruido que ya nadie se fija en nadie, como en el vídeo del gorila que se pasea entre los jugadores de baloncesto sin que lo veamos. El fenómeno se llama ceguera al cambio, o al menos así lo bautizaron los neuropsicólogos americanos que alimentaron estas investigaciones. Hay muchos vídeos en internet y muchos artículos científicos, también mucha “basurilla” y algún que otro libro serio, aunque tenga título chusco, como El gorila invisible. En general, por lo que sostiene esta teoría, no es que no nos fijemos, sino que estamos tan acostumbrados a la continuidad de la experiencia que normalizamos esa continuidad y omitimos los pequeños cambios. Tenemos tanta costumbre de ver las cosas como las vemos, que nuestro cerebro se niega a apreciar los pequeños cambios, de manera que, si esos cambios se van produciendo de manera gradual, al final puede que las cosas ya no sean para nada como eran, pero no nos damos ni cuenta. Tienes el ejemplo delante de ti: mírate al espejo y ahora busca una foto tuya de hace veinte años. ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Qué es lo que ha pasado? ¡Y tú sin enterarte! ¡Si es que nadie se fija en nadie! ¡Ni en nuestros propios cambios nos fijamos!

Por eso es necesario, a veces, propiciar un cambio abrupto, para que nos fijemos bien en lo que pasa y para que la costumbre no consiga mantener esa continuidad inercial de las cosas. Hoy es un día para echarse a un lado. Un día para dejar que solo hablen las mujeres, porque a la mayoría de los hombres se nos puede tapar siempre la boca, por mucho que nos salga estar donde la razón y el sentido común y el corazón y el sentimiento nos colocan. Por mucho que estemos, como una más, en la convicción de la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, tenemos que comprender que no estamos a la altura. Al menos yo. Hablo por mí, que, aunque sé que hoy no hay más tema en el mundo que este, sé que no puedo ser ejemplo de nada, pero eso no me impide decir que para mí es imposible pasar sin fijarme en que todavía hoy la realidad no es la misma para unos que para otras y que eso tiene que cambiarse, que no podemos permanecer ciegos al inmovilismo de la costumbre. Ni ciegos, ni mudos, ni sordos, como monos invisibles que se esconden en que las cosas siempre han sido como han sido. Pues, si siempre han sido así, hay que cambiarlas y el cambio no puede ser gradual, porque eso solo es una manera sutil de mantener las cosas más o menos como estaban.

domingo, 3 de marzo de 2019

Que no se te muera la bacteria. (Audio)

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Que no se te muera la bacteria. (En Hoy por Hoy León, 1 de marzo de 2019)

Me imagino a este Héctor millennial con la armadura de Aquiles abandonada en una silla cualquiera en cualquier rincón del laboratorio. Es un Héctor de la paz que, aunque es sabedor de que todavía no ha llegado su hora y puede retar a todos y arrasar con cuánto griego haya, no se abalanza sobre ellos. No se enfrentará a ese Áyax poderoso, con quien entablaría tan singular combate, que terminaría en el reconocimiento del valor del contrincante y un intercambio de espada contra cinturón. Siempre hay alguien que puede más que tú. Conviene no olvidarse nunca de eso. Este Héctor del que ahora te hablo ya te digo que, si fuese el caso y matase a Patroclo, consiguiendo así la armadura del legendario Aquiles, lo dejaría todo colocadito en una esquina del laboratorio para volver a dedicarse a sus bacterias. “A las bacterias también hay que atenderlas en fin de semana, porque si no, se mueren”, dijo.

Y así dejó bien claro que su interés máximo es esa investigación en la que participa en la Facultad de Veterinaria de la ULE, que los gatos y los perros están bien, pero que en nuestro mundo hay cosas más importantes, como, por ejemplo, las bacterias y que las bacterias no entienden de fines de semana, ni de partidos del siglo, ni de nada que no sea su mundo de bacteria. Pero el investigador tiene que cuidar de que no se le muera la bacteria para poder establecer sus conclusiones. Esa es la consigna: que no se te muera la bacteria y, si se muere, que no sea por tu negligencia, y que sirva para algo.

Supongo que no hay sentimientos de bacteria, que esa sofisticación por la defensa de la vida no alcanza a conceder conciencia, aunque sea una conciencia procariota, a seres tan simples. Pero eso, que lo ve cualquiera, es un elemento de discordia en momentos tan críticos como el nuestro, momentos de espacio para toda discusión, en los que hasta lo más evidente puede ser negado con tal de decir que ha sido un tuit a destiempo o una salida de tono. Lo duro es que el fake ya está hecho y en el momento que lo retuiteen cuatro o cinco, esa mentira que te has inventado sobre la bacteria, ya está en marcha, con todo el mundo asintiendo ante tan poderosa verdad y la bacteria se hunde un poco más en su mundo en descomposición con cero expectativas de éxito, a no ser que se encuentre algún inglés que la reanime y la rearme, que a los ingleses les gusta mucho esto de conseguir que cada individuo viva en su perfecta autonomía, circule por el lado contrario y se salga con la suya de cualquier manera.

Esta imagen de las bacterias en el laboratorio me recuerda que estamos en fechas de elaboración de listas para las elecciones. Unos se alistan porque pueden, otros vuelven del olvido y se presentan, los hay que querrían salir en alguna lista, pero no donde les ofrecen y también alguna historia dolorosa, de esas que echan fuera millones de bacterias embarcadas en sus lágrimas y que dejan ver lo que hay en cada casa. La verdad es que los comprendo: si haces primarias, te la juegas a que gane ese con quien no contabas; si las haces, pero de aquella manera, los que están en el partido te montan un escándalo, porque quieres presentar a quien hace una semana y un día todavía era una bacteria del contrario. Si no las haces, parece que no hay democracia en tu listado. Difícil papeleta bacteriológica. Hay partidos que han resuelto a machetazos: me encantaría poder contar la historia del virus y la bacteria de ese desaguisado.