Seguro que has oído hablar del movimiento slow, o, por lo menos de slow food, frente a fast food. Ya, ya sé que vas a regañarme otra vez por usar el
inglés, que a ver si no se entiende bien si simplemente digo “despacio” o
“lento”. ¿Te acuerdas de cuando se bailaban “lentos” en las discotecas? Yo creo
que el movimiento slow debería
arrancar más de ahí que de la crítica a la comida rápida y el modo irreflexivo
de alimentarnos, que nos conduce seguramente a un cataclismo ecológico a la
misma velocidad que los demás atentados medioambientales permanentes con los
que convivimos. Y es que se me agolpan demasiadas emociones mientras lo pienso
y me doy cuenta de que mi cerebro está tan acostumbrado a lo fast, a la aceleración insensata, que se
me agolpa todo sin poder dar sentido a lo que quiero contarte. Es esa cosa
lenta de dejarse caer en los abismos del ahora y sentir la piel, el tacto de tu
vestido rojo, la estela de tu perfume de colores en cada nota del “bailable”. Había
quienes lo llamábamos así. ¡Qué cursis!¡Bailable! ¡Qué lentitud!
Recuperar el tiempo es la idea.
Mantener el control del tiempo y no someterse a su dictadura es el objetivo.
Despeñarse en las sensaciones de todo momento interminable y no atravesar la
angustia del reloj digital que marca ya las cuatro menos cuarto o las siete y
media o las once menos diez es la meta. “Date prisa”, que decía el Aute en
aquel mítico lento tan bailable, “date prisa, que ya son las cuatro y diez”.
Recuperar el modo de vida lento, volver a comer, a bailar, a enseñar, a
trabajar sin el estrés permanente de “lo rápido”. Leer poemas en el recreo.
Abrir el Excel para componer sonetos, poner flores en la cocina, detener el
cielo para ver a esos patos que dibujan una línea en la ventana. Detener el
tiempo a tu antojo para temblar a las tres y media, sin pensar más en campanas,
timbres o sirenas. Vivir lento, sin la apretada tiranía de esa agenda que te
maltrata.
Me dirás: ¡pero es que las cosas hay
que hacerlas! Hay que ir y venir, atender, traer, llevar, quitar, poner,
construir, rehacer, remendar. Emplearse en, comprometerse con, preparar para.
Me dirás, con razón, que a esta hora esto y a aquella hora lo otro y que eso no
puede dejar de ser así y que incluso en domingo, también en sábado y domingo,
hay horarios que cumplir: los de aquello, los de esto, los de lo otro. Hasta la
diversión y el ocio tienen una agenda. A las nueve en, a las diez con, a las
once por. Y dejarás escapar temblores y momentos. Quiero pensar que hay otra
forma de convivir con eso, que se puede ir y venir y traer y llevar y todas las
demás cosas que exigen tanto horario desde la perspectiva de lo lento, que solo
con un movimiento del foco se puede agarrar la pieza bailable de la sesión de
tarde y recuperar la seda en el tacto, como quien cambia la luz de sus días con
el color del cristal con el que mira todas las cosas.
Te cuento todo esto porque el
miércoles estuve escuchando poemas de Marcos y de Marina, poetas del grupo
#Plataforma y entendí lo fácil que se detiene el tiempo. Quizá porque se habló
de una carta recuperada de Concha Espina o porque nos lanzamos por la cuerda al
columpio de las aguas heladas de aquella poza de la infancia. Quizá porque León
este mes de marzo está salpicado de poesía, quizá porque todo lo demás nos
acelera y nos dispara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario