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viernes, 3 de julio de 2020
Tdo a treinta.(En Hoy por Hoy León, 3 de julio de 2020)
Nos
metemos en julio en este final de temporada extraordinario, como todo desde
marzo, como todo, en realidad, desde siempre, porque todo lo ordinario es
extraordinario si se quiere mirar con los ojos adecuados y todo lo
extraordinario puede ser tan ordinario como se desee, como dicte el corazón,
como resuene el tambor de lo aceptable, la piel del tiempo.
Lo
ordinario era conducirse por las calles al ritmo de la carreta; como mucho un
landó ligero, una calesa voladora. Después aparecieron los automóviles y los
coches dejaron de ser coches para ser estos nuevos coches extraordinarios que
se movían sin caballos. Siempre me ha gustado el Paseo de Coches del Retiro
madrileño porque allí no circulan coches desde que no los hay tirados por
caballos. Y el ritmo era ese del trote. El mundo petardeaba en motores de
manivela hasta que nos entraron las prisas del Seiscientos y todos los que
vinieron detrás con sus humos, su comodidad, su calefacción y su aire
acondicionado. La velocidad se multiplicó y llegó a permitirse circular a
sesenta kilómetros por hora y luego a cincuenta y se descubrieron zonas en las
que circular más lento era un incordio. Pero hemos estado quietos más de tres
meses. Hemos visto las calles vacías y nos ha gustado. Y ahora nos dice el alcalde
de León que vamos a recuperar una ciudad a treinta por hora, tal vez la
velocidad de una tartana. Una ciudad en bici. Una ciudad que ya es un campo de
paseo en el centro los fines de semana
Hemos
estado parados tanto tiempo que el movimiento nos ha urgido, pero tenemos que
mirar el modo de movernos lento. Movernos en dirección a lo nuevo, a una
realidad transformada en la que hayamos aprendido algo más que a hacer pan de
espelta, comer bizcochos y devorar series en la televisión. Recuerdo un
capítulo de House en el que se hablaba de las cinco fases del duelo: negación,
ira, negociación, depresión y finalmente aceptación. Hemos pasado por todas
ellas lo queramos o no, lo aceptemos o no. Hemos hecho todo eso con el virus y
de lo que más hablamos ahora, con la mascarilla puesta en los labios para besar
el miedo, es de aceptación. Hay quienes se han quedado en la negación y siguen
hablando de un virus falso; los hay que permanecen en la ira y culpan a los
chinos o a la CIA; muchos han negociado con su osadía, especialmente los
jóvenes que se han sentido intocables; los más han sentido la depresión de la
ausencia, del dolor, de la frágil hebra que nos ata a la vida; y ya digo que
todos estamos finalmente en la aceptación porque no nos queda otra salida. Un
mundo a treinta por hora.