Buscar este blog

viernes, 28 de febrero de 2020

Un cierto nivel de letalidad. (Audio)

En este enlace tienes acceso al podcast en el que se puede escuchar el artículo.

Un cierto nivel de letalidad. (En Hoy por Hoy León, 28 de febrero de 2020)

Sé que piensas mucho estos días en la enfermedad. Es inevitable. Si nos dicen que se ha contagiado un periodista que viene de Milán de retransmitir un partido o que ya tenemos en Valladolid el virus traído de Irán; si nos hablan de que todo está controlado pero que, aunque no sea deseable, es de esperar que haya personas que fallezcan por esta gripe; si es verdad que unas alumnas que tenían que realizar sus prácticas la semana que viene en colegios de León van a tener que esperar unos días, porque han comunicado a la Facultad que pasaron el fin de semana en Italia, es normal que pienses en la enfermedad, en el contagio, en la posibilidad remota de la muerte. Lo he oído en la radio, tenemos que contar con un cierto nivel de letalidad.

Me gustan mucho los eufemismos y a la vez me disgustan profundamente. Me encantan por lo que tienen de ingenioso y me escama la mentira que esconden: “un cierto nivel de letalidad” es una manera ingeniosa de alertar sin provocar el miedo que esconde una mentira, porque no nos habla sino de una posibilidad incierta. La muerte es esa posibilidad incierta, pero solo en este momento, porque más allá del hecho indudable de que estamos vivos ahora, sabemos que es una puerta que está abierta con toda seguridad, así es que podemos mirar al virus con toda la calma del mundo y aparcar el miedo. El miedo solo puede provocar escalofríos, negación de la belleza del ahora. Es adelantar un oscuro porvenir cuando todavía no existe: el temor a lo que me pueda pasar solo evita que comprenda y disfrute lo que me pasa.

No obstante, las mascarillas se agotarán y evitarás dar la mano a quien no conozcas. Se perderán abrazos, se iniciarán aislamientos y cuarentenas, puede que se llegue a cerrar colegios, a impedir que la gente salga de sus casas, no sé si aquí en León o en la ciudad de al lado. Se esconderán deseos y se reprimirán caricias. Se inhabilitarán sueños. Los hombres somos los únicos seres vivos capaces de sufrir con la imaginación, como somos los únicos que saben usarla para el gozo. Adelantaremos el día del contagio con el miedo y viviremos en esa nube de incertidumbre que nos crea la sobreinformación. Si no nos hubiéramos enterados del dichoso bicho, no nos acostaría la desconfianza y estaríamos en el día atentos al suelo y a las nubes, sin más ocupación que nuestra vida.

Pero nos han llegado noticias de la muerte. Nos tenemos que enfrentar con el hecho incierto de la enfermedad en el momento seguro de sentirnos sanos. En cualquier caso, yo, como el profesor Cordero, digo que no quiero flores y que no me importaría dar clases en holograma, como Whitney Houston da conciertos.

viernes, 21 de febrero de 2020

Entre el infinito y el cero. (Audio)

En este enlace tienes acceso al podcast en el que se puede escuchar el artículo.

Entre el infinito y el cero. (En Hoy por Hoy León, 21 de febrero de 2020)

     Definitivamente lo digo, me has echado en el abandono y en lugar de maldecirte, ya sabes: en mis sueños te colmo de bendiciones. No hay espacio en tu agenda. Lo he leído sin verlo, porque sé que esas cosas pasan y lo comprendo. Es solo que me parece que es confortable este abandono al que me acostumbro y ya no lloro nada que no sean lágrimas negras. No espero nada de ti, soy León.
     A medida que crecemos le vamos importando menos al mundo. Lo decía, por lo que sea, un profesor de Ingeniería en una charla con alumnado de segundo de Bachillerato. Es verdad que siempre pensamos que los ingenieros no tienen corazón, que son como el gigante del cuento y que se mueven acostumbrados a la exactitud de sus procesos, reduciendo el mundo a ecuaciones, diagramas y estudios de materiales. La verdad es que no sé si es eso lo que hacen los ingenieros, porque lo que yo sé de ellos es otra cosa. Puedo decirte que uno de Telecomunicaciones me descubrió a Sábato, por ejemplo, o que uno de Montes me abrió las puertas del María Guerrero, del Español o del Reina Victoria: me enseñó a entrar en los teatros con entrada de claque. Y este ingeniero de ayer, con su corazón en la mano, hablaba de cómo nos cuidan desde que somos bebés hasta la adolescencia y cómo, a partir de ahí, el mundo ya no se ocupa de nosotros, incluso llega un momento, por lo que sea, que se olvida de que hayamos llegado a existir.
     Ya. Ya sé que lo estás pensando. Ya sé que me vas a decir que puede que eso sea verdad, pero que luego, por lo que sea, volvemos a necesitar de los cuidados que teníamos cuando niños, que volvemos a esa segunda infancia en la que el mundo vuelve a girar en torno a nuestra necesidad. Un jardinero de amor siembra una flor y se va. Otro viene a cuidarla, ¿de cuál de los dos será? No es así la canción, claro que no, pero, por lo que sea, me ha apetecido cambiarla. Me encanta esa expresión tan de Cansado: “por lo que sea”. Expresa muy bien lo cansado que es todo. Por lo que sea, Ábalos no tuvo espacio en la agenda para venir ayer a Mansilla; por lo que sea, los empresarios piden una fiscalidad propia; por lo que sea, el día se escapa y el mundo nos olvida una porción más, otro segmento de amnesia, una fracción de abandono, un poco más en el límite cuando el incremento de equis tiende a cero. El incremento de equis, ¡qué concepto!
     Entre el infinito y el cero. Lo que me sorprende es este abandono de lágrimas. Lágrimas negras, aunque me cueste morir. Entre el cero y el infinito todos los números. Un infinito negativo y uno positivo abrazando la realidad.

viernes, 14 de febrero de 2020

Emerger feténico. (Audio)

En este enlace tienes acceso al podcast en el que se puede escuchar el artículo.

Emerger feténico. (En Hoy por Hoy León, 14 de febrero de 2020)


Hay una cultura de la sinrazón, que a mi razón se hace y que de tal manera mi razón enflaquece, que con razón o sin ella me siento honrado de no entenderla. Yo mismo me ensalmo como arenque para la fritura y me desentierro a veces, dejando al aire toda La Mancha de ensoñaciones que desde chico he construido.

Uno que es del sur, y gallego y leonés y quizá más cosas, pero del sur antes que nada, sin más patria que la memoria escasa, tiene siempre la tentación de hablar de sí mismo en tercera persona cuando avanza la cuestión nacionalista. Quiero decir que me desencuentro, que llevo mal estos debates de fronteras y que me siento al margen de esta ola que nos lleva, si es que es esa ola la que nos levanta hacia el grito razonado del domingo. Quiero decir que nos avala la historia en tantas voces que por sentir me siento hasta extranjero de mi casa y de mi vida, de mi huerto y de mi azada, ahora que los narcisos florecen y los jacintos llenan de olores las ventanas. Jacintos morados como banderas, púrpura de León rampante. Aroma de tierra intensa.

El domingo va a ser un día de historia. Muy nuboso dice a esta hora la predicción del tiempo. Muy nuboso, gris y pesado, grave. Un día perfecto para las fotos, un día preciso para abrir la Constitución por el artículo correcto, quizá más el 143 que el 155, pero sobre todo por el artículo 10 y puede que hasta por el 13, porque el 10 y el 13 son antes que el 143 o el 155. Habrá muchas razones para reclamar la Autonomía por el 143 y me parece que todavía hay quien piensa que hay razones para que el Gobierno reclame la autoridad por el 155. Es una discusión que me desborda, porque yo no paso del 10 que reconoce la dignidad de la persona como fundamento de la paz social. Muy nuboso el domingo si no se asienta sobre esa idea de la dignidad de las personas. Muy triste y sin lluvia si no defiende que los apátridas tengan vida en esta patria. El sur está lleno de personas que vienen buscando una vida nueva, una vida fetén que han visto por la tele desde que tienen parabólicas. Quieren ser norte.

León rugirá el domingo, claro que sí. Todos lo han dicho. Todos lo quieren. Todos esperan un asiento en la mesa infinita del 3 de marzo, esa mesa que hará que León emerja de una situación postrada al desastre de la ausencia de recursos. León quiere ser norte. Debe ser norte. Es norte. El miércoles en el Palacio de los Deportes recogía una pancarta el grito ya conocido: leoneses somos, fuimos y seremos; por castellanos nunca pasaremos. Es tiempo de emerger. Quizá el tiempo de un emerger “feténico”.

viernes, 7 de febrero de 2020

Pegamento. (Audio)

En este enlace tienes acceso al podcast en el que se puede escuchar el artículo.

Pegamento.(En Hoy por Hoy León, 7 de febrero de 2020)


Me gustaría pensar que esa historia tan horrible del pegamento no ha existido. Me gustaría pensar que nunca a nadie se le ocurrió algo semejante. Me gustaría pensar que la fantasía escapa al horror que cosifica de ese modo tan espantoso a una mujer que dice que tenía miedo. Nunca me atrevería a imaginar los motivos hondos de todo esto, pero sean cuales sean, no alcanzo a comprender cómo a alguien se le ocurrió construir esta idea tan macabra que nos coloca, como tantas veces, en la imagen de que la mujer es solo una cosa, un fragmento roto que nadie sabe si se puede o no se puede volver a pegar.

El pegamento es un poco el olor de la infancia, de cuando pinchábamos el alfiler en el tubo azul de Imedio. Tengo en la memoria la visita a la fábrica que hicimos de pequeños, allí en Calzada de Calatrava, el pueblo de Almodóvar. Es una asociación inmediata en mis recuerdos: las vistas interminables de La Mancha desde el castillo, el olor de la fábrica, las películas de Almodóvar hablando de sí mismo y de su infancia, el alfiler tapando el agujero en el tubo antes de colocar el capuchón de plástico. La imaginación y la fantasía, como dos motores del deseo, habitaban las escaleras, las saeteras, los adarves y hacían crecer los álbumes con cromos que no traían como ahora ese carácter autoadhesivo. Recortábamos y pegábamos, hacíamos figuras geométricas con cartulina y en todo estaba presente el olor de aquel pegamento Imedio que en el recuerdo de la visita a la fábrica era también un bocadillo de salchichón o de mortadela entre los peñascos del castillo cercano. No sé de dónde se saca Almodóvar el río. Probablemente lo haya y yo no lo conozco, pero está en las imágenes de dolor y de gloria que se pegan a mi memoria como la imaginación y la fantasía. Paredes encaladas. Cuevas como las de Paterna en el Pozo de la Nieve. Vida de antes de la vida. Vida cierta, con el dolor y la gloria del tercermundismo, sin las mentiras absurdas de este universo fake en el que nos acolchan.

La sociedad en la que estamos nos empuja de tal manera que somos capaces de automutilarnos, aunque solo sea en el argumentario imaginario de una denuncia fingida. La idea que da sentido a esto que digo no es mía. Te la traigo como oro en paño para que la contemples: nos hemos convertido en nuestra sociedad en sujetos de rendimiento. Lo que verdaderamente importa es lo que somos capaces de producir y por eso terminamos ejerciendo violencia sobre nosotros mismos, en la medida que nos autoexigimos y auto explotamos hasta límites insospechados, lo que nos convierte en seres capaces de realizar las más deleznables fantasías, de invadir los territorios más íntimos de las personas, de llorar las mayores sinrazones de la imaginación. Y todo porque no estamos a la altura. Nunca estamos a la altura. Nunca podemos satisfacer lo que se espera de nosotros. El miedo no lo justifica todo.

Es más, me parece que el miedo no justifica nada. Miedo y vergüenza. Imaginación y fantasía. Dolor y gloria. Sinónimos puros.