Sé
que piensas mucho estos días en la enfermedad. Es inevitable. Si nos dicen que
se ha contagiado un periodista que viene de Milán de retransmitir un partido o
que ya tenemos en Valladolid el virus traído de Irán; si nos hablan de que todo
está controlado pero que, aunque no sea deseable, es de esperar que haya
personas que fallezcan por esta gripe; si es verdad que unas alumnas que tenían
que realizar sus prácticas la semana que viene en colegios de León van a tener
que esperar unos días, porque han comunicado a la Facultad que pasaron el fin
de semana en Italia, es normal que pienses en la enfermedad, en el contagio, en
la posibilidad remota de la muerte. Lo he oído en la radio, tenemos que contar
con un cierto nivel de letalidad.
Me
gustan mucho los eufemismos y a la vez me disgustan profundamente. Me encantan
por lo que tienen de ingenioso y me escama la mentira que esconden: “un cierto
nivel de letalidad” es una manera ingeniosa de alertar sin provocar el miedo
que esconde una mentira, porque no nos habla sino de una posibilidad incierta.
La muerte es esa posibilidad incierta, pero solo en este momento, porque más
allá del hecho indudable de que estamos vivos ahora, sabemos que es una puerta
que está abierta con toda seguridad, así es que podemos mirar al virus con toda
la calma del mundo y aparcar el miedo. El miedo solo puede provocar
escalofríos, negación de la belleza del ahora. Es adelantar un oscuro porvenir
cuando todavía no existe: el temor a lo que me pueda pasar solo evita que
comprenda y disfrute lo que me pasa.
No
obstante, las mascarillas se agotarán y evitarás dar la mano a quien no conozcas.
Se perderán abrazos, se iniciarán aislamientos y cuarentenas, puede que se
llegue a cerrar colegios, a impedir que la gente salga de sus casas, no sé si
aquí en León o en la ciudad de al lado. Se esconderán deseos y se reprimirán
caricias. Se inhabilitarán sueños. Los hombres somos los únicos seres vivos
capaces de sufrir con la imaginación, como somos los únicos que saben usarla
para el gozo. Adelantaremos el día del contagio con el miedo y viviremos en esa
nube de incertidumbre que nos crea la sobreinformación. Si no nos hubiéramos
enterados del dichoso bicho, no nos acostaría la desconfianza y estaríamos en
el día atentos al suelo y a las nubes, sin más ocupación que nuestra vida.
Pero
nos han llegado noticias de la muerte. Nos tenemos que enfrentar con el hecho
incierto de la enfermedad en el momento seguro de sentirnos sanos. En cualquier
caso, yo, como el profesor Cordero, digo que no quiero flores y que no me
importaría dar clases en holograma, como Whitney Houston da conciertos.
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