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viernes, 31 de enero de 2020

Un punto fatídico.(Audio)

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Un punto fatídico. (En Hoy por Hoy León, 31 de enero de 2020)



          A veces ocurren cosas, y me gusta ese “cosas” tan indefinido para expresar lo que ocurre, que detienen el transcurso normal del tiempo. Ralentizan la vida. Es como en las repeticiones de las jugadas conflictivas de los partidos de fútbol para que se vean en el VAR o ese modo lento en el que se acerca la cámara del ojo de halcón a la huella virtual que ha dejado la pelota en los partidos de tenis.

          Fíjate que he usado la expresión “transcurso normal del tiempo” y me cuesta decir que entiendo realmente lo que eso significa, porque el transcurrir del tiempo ya sabes que tiene distintos ritmos y no sabría decir si hay un ritmo que sea normal y otros que pudieran ser extraños. Lo normal y lo extraño son dos categorías imposibles, porque dependen de una perspectiva que no tiene por qué ser compartida, pero, no obstante, se entiende bien lo que digo cuando hablo de ese sentir que se para todo, que todo lo que ocurre lo hace a cámara lenta, como el miércoles cuando Parejo iba a lanzar el penalti que supuso la eliminación de la Cultural en la Copa a manos del Valencia. El pez grande se come al chico, me dijeron. Y lo hizo en ese final agónico, fotograma a fotograma, masticando cada detalle del golpeo y del vuelo de la pelota, hasta que el balón se hundió en la red sacándola de su perfecto reposo.

          El tiempo se detiene por nuestra idea acerca de lo que pasa, pero desde el punto de vista de lo que pasa, como si fuese el acontecimiento el que marca el ritmo de nuestra experiencia. El penalti lo para todo. La prórroga es media hora que dura una eternidad. Los cinco últimos minutos son una agonía infinita. El tiempo se extiende más de lo normal, pero no está en nuestra mano detenerlo, porque el pitido final siempre llega. Lo que hace que la experiencia del tiempo sea distinta es que esa “ralentización de la vida” sea fruto de la voluntad propia. Ahí sí entiendo que hay una vivencia anormal del tiempo, porque lo normal es que lo que nos sucede nos coloque en el fluir del tiempo y me parece que son pocos quienes adquieren la maestría de manejar ese flujo con su voluntad. Detener el tiempo para colocarlo todo. Congelar la vida para entenderla. La imagen que se me viene a la cabeza es la de ese lanzador que coloca la pelota en la marca de cal que señala el punto desde el que se lanzará el penalti: está en sus manos todo lo que va a suceder. Como decía un viejo anuncio de la tele que me parece que anunciaba película para máquinas fotográficas: “de su bota depende”. Ese es el asunto, saber que está en tus manos, que es de tu bota de lo que depende. Es ese punto fatídico del que hablan cuando se trata del máximo castigo.


            Y, si lo piensas, fatídico es premonitorio, que nos habla del fatum, del hado, del destino, de lo que irremisiblemente va a ocurrir: que el pez grande se coma al chico, que el sol vuelva a salir por el este, que el árbitro pite el final de tu partido. Ese punto fatídico que tiene la vida.

viernes, 24 de enero de 2020

Bodegón o barbería. (Audio)

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Bodegón o barbería. (En Hoy por Hoy León, 24 de enero de 2020)

¿Esto qué es, bodegón o barbería? Me lo pregunto a mí mismo en este incesante vaivén de ideas desordenadas que me soplan con un silbido a lo Gloria, arrancando cornisas y enormes olas contra la corriente del río. Bodegón o barbería, casi que me da igual, que esa masa enorme de impureza que se desordena en el entorno y me atropella se instala en mis pensamientos con la fuerza de un torbellino, haciendo que se me mezclen pines parentales con lideresas ciudadanas, estrellas de primera división en el Reino con promesas de reconversión en verde, perros y gatos con cascabeles y collares, sarna y gripe, duelos y quebrantos y agua con azúcar. Mezclas sin ron, pero con Coca Cola, o al revés, esa cosa cubana a la que pertenecen los hijos.

Esto tan entrópico de existir, como gato que se agarra, aunque toda la borrasca de malas intenciones te arrastre a las afueras, es un esfuerzo contra natura, un gasto brutal de energía para el desorden, cuando el orden es la medida del gasto y esa pulsión tan antinatural de aglutinar elementos se convierte en algo absurdo e insensato, como esto que te cuento sin contarte, este galimatías desesperanzado que pretende un retrato de lo que es real. Ya ves. En la semana triste del año, esa que también se ha usado para vender ­­­­-lo blue, lo black, lo que haga falta­- nos hemos encontrado con la torpeza del debate absurdo sobre lo que pueden y no pueden aprender las personas. Esas personas que, aunque tengan entre seis y dieciséis años, que es lo que abarca la educación obligatoria, son personas como todas las personas y no amasijos informes de moléculas en desorden que tienden a ese estado de descomposición que acompaña a la gripe de este año. Quizá de todos los años. Esa gripe que es tan buen negocio como el de que los muchachos se eduquen en consumir todo y cuanto puedan, cuanto más, mejor. Sobre eso no vamos a poner reparos, porque es mucho más interesante que consuman, que compren, que quieran el nuevo modelo de teléfono que pagarán sus padres en cuotas brutales a lo largo de muchos meses, que no que se pongan a pensar sobre cosas que puedan ser dudosas desde el punto de vista ético de los que pagan los caprichos. Habiendo gripe y rebajas, ¿para qué vamos a pensar?

Más allá de lo que es. Más allá de lo que ocurre. Más allá de lo que sientes. Más allá del dictamen forense de a quién puedan pertenecer los hijos. Más allá de todos los reflejos del espejo en tu pupila, hay un espacio por explorar y, en ese vasto universo libre de leyes mecánicas que lo devoren, podemos imaginar que la vida brota sin reservas. ¿De quién son los hijos? ¿Por qué tenemos que protegerlos incluso de sus padres? Los padres sabemos que estamos a merced de nuestros hijos, que somos nosotros los que, en todo caso, les pertenecemos. Lo vean o no, lo crean o no, lo estimen o no.

Más allá del dolor que experimentan quienes, amando de forma abyecta, no terminan de comprender que una persona no puede pertenecer nunca a otra, está la confianza de saber que todos nos pertenecemos a todos y que nadie es dueño de nadie. Bodegón o barbería, lo que cuenta es la libertad que es amor. Y, para amar en libertad, ya comprendes que es imprescindible la educación.

viernes, 17 de enero de 2020

La lista de espera. (Audio)

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La lista de espera.(En Hoy por Hoy León, 17 de enero de 2020)

Es fácil comprender que los recursos son limitados y que, por esa razón, se deben establecer listas de espera para ir dando solución a los problemas. Claro que, si de lo que hablamos es de la salud, también hay que establecer prioridades, urgencias, posibles complicaciones, una serie de variables que no permiten que funcionen como el turno de la pescadería. Se comprende. Lo que pasa es que, al mismo tiempo que le dicen a uno que tiene que esperar doce meses para una operación de cadera, le informan de que puede operarse en mes y medio si se opera en un hospital que no es de la Seguridad Social, pero que tiene concierto con el SACYL, y lo curioso es que esa lista no se bloquea. Uno no quiere pensar que se deriven pacientes al sistema concertado de salud para beneficiar a los empresarios, porque es una afirmación muy difícil de sostener. Aunque, visto lo visto en educación, ese modelo público que se apoya en el concierto privado no sería para mí el modelo deseable. Pero no conozco los datos y no puedo hablar, aunque es cierto eso que te digo, que en el Hospital la lista de espera para una operación de cadera puede llegar a los doce meses y que en el concierto con la sanidad privada la espera es de mes y medio.

Se asombraba Nick, un muchacho hawaiano que está estudiando este año en León, de que en España no hubiera que pagar por ir al médico. Le decía la madre de su familia de acogida española durante este curso que no es que no paguemos, sino que lo pagamos entre todos y que lo pagamos, estemos o no estemos enfermos, para que la atención sea posible cuando dejamos de estar sanos, sea cual sea nuestra condición económica. Cuando escuchaba la explicación me sentía orgulloso de este modo de hacer las cosas, este entender la salud como un bien colectivo y me doy cuenta de que saber que si uno enferma va a ser atendido es vivir en el lujo y me gustaría pensar que esta situación de las listas de espera y este buscar la solución en los conciertos no sea un modo de abrir la puerta a un modelo menos colectivo de la gestión de la salud. Damos sangre, aunque no nos hayan trasfundido nunca, y lo hacemos porque sí, no pensando en que algún día la podamos necesitar. A nadie le piden el carné de donante cuando necesita una transfusión.

Si quieres, de algún modo, todo anda en lista de espera hasta que sucede y ya no está en modo alguno, porque ha pasado. Repaso todo lo que tengo esperando a que suceda y te digo fácil que me desespero y eso que, luego, cuando por fin sucede, me desespera pensar que ya haya sucedido.

Dar sin esperar. Contribuir al bienestar general. Recibir cuando se necesita. Hay demasiadas cosas que no pueden esperar y nadie debería aprovecharse de eso. Esa lección de generosidad no debería fracasar.

viernes, 10 de enero de 2020

En un mundo perverso. (Audio)

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En un mundo perverso. (En Hoy por Hoy León, 10 de enero de 2020)

La fascinación del tren está en las fantasías de Sheldon como en la escoba de la bruja. Te hablo de cuando todavía se hacían juguetes de Ibertren, que en la tele tenían estaciones y operarios de gorra de plato en primer plano que daban salida al tren eléctrico a toda velocidad por la pantalla. En casa daba vueltas monótonas sobre los raíles montados en círculo y tu imaginación construía todo lo necesario para el juego, porque el juego es el modo en que sufrimos el tiempo.

De la habilidad del jugador depende el éxito. Tal y como yo lo entiendo, el éxito no está al final del juego, ni durante el juego, sino en el jugar mismo, porque es el juego lo que explica el modo en el que estás. Modo alien, modo walking dead, modo sonrisas y lágrimas, modo kárate kid, modo pura telenovela, por evocar unas cuantas posibilidades que no agotan el repertorio, pero lo ilustran. El juego es la realidad. Digo que juegas conmigo, por ejemplo, a criticar lo que digo o a comentarlo o a hacer como que no lo escuchas o que no lo entiendes o que no te apetece pararte a pensar en esto del juego, pero lo que haces es jugar, como yo juego con lo que te cuento y me enredo en mi jugar con lo que digo hasta estar en el pedante borde del “metajuego”. Modo profesor. Modo estafa. Modo liliputiense que escala por la mandíbula de Gulliver, que se sube al labio, que flirtea con la encía el miedo del bocado. Juegos on line y analógicos. El aro, pídola, tú la llevas. El pañuelo. Fornite. Trenes de juguete dando vueltas en la mesa del salón. El juego tiene todas las posibilidades y el jugador no tiene éxito porque gana. Solo es que juega. Modo star. Se me ha caído la e. La e de estar. Modo estar.

Juego. Estar. Trenes. Ya ves de lo que te estoy hablando. Nos habían dicho que los trenes AVE se retiraban, que se escondían para que los sustituyeran trenes ALVIA. Nos habían dicho que se cerraban las taquillas. Nos habían dicho que el tren nos la jugaba. Nos habían dicho. Pero era un juego. Parece que no es verdad que eso pasara, que solo es que hacía falta pasar las revisiones y eso sí que no es un juego, que la seguridad es clave en el transporte. Y resulta que al final han pensado mejor dejarlo estar. Que los AVE no vuelan, que las taquillas no cierran en Astorga y en Sahagún, que las pinturas de la marquesina de la vieja nueva estación, ese rojo tan potente, van a brillar por encima de los trenes cuando llegue el día de la esperada conexión. Juego, trenes, estar. En la foto, la estantería del presidente de RENFE adornada de maquetas y de faroles y relojes, luz y tiempo. Las claves de un buen juego.

Lo tenía apuntado en mi bloc. Ya no me acuerdo del contexto. Tengo que aprender a anotar también los contextos: buena gente en un mundo perverso.

viernes, 3 de enero de 2020

Elfos contra pajes. (Audio)

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Elfos contra pajes. (En Hoy por hoy León, 3 de enero de 2020)


Lo que me gusta de esa campaña de publicidad que ha conseguido que haya quien cante lo de los elfos en una furgoneta camino de Logroño o en la Plaza de Rojas de Toledo celebrando la llegada del año nuevo es, más que la magia misma, el desplazamiento del punto de mira desde el personaje principal a los secundarios. Me gusta esa mirada protagonista hacia quienes llevan a cabo las tareas, los que están a cargo del trabajo sordo que no tiene el brillo de los que salen en portada. Creo que está en todo cuanto hay, que siempre hay una realidad invisible que hace posibles las cosas que brillan y que tiene que ver con el trabajo. Por eso me gusta que se hable más de los elfos que de Papá Noel o de los pajes que de los Reyes Magos. Ellos son la magia, los que la hacen posible, los que la encienden y la mantienen viva.

Creo que tú eres un elfo, lo sé de sobra. Eres un paje al servicio de la magia. Lo sé porque estás pendiente de cada detalle de lo que te cuento y entiendes todo lo que te digo, aunque no tenga sentido ninguno ni para ti, ni para nadie. Disfruto mucho contándote todo esto, porque entre los miles de personas que lo están escuchando, sabes que, aunque no conozca tu nombre, aunque nunca te haya visto en la vida, todo esto lo digo para ti, tu corazón lo reconoce como tuyo. Es un principio esencial de la magia que ahora estés dudando si hablo contigo, conocido o desconocido, cercano o lejano, leonés o vallisoletano. Porque la magia tiene estas cosas: te saca de la realidad prosaica del sofá tapizado en azul de todos los días y te eleva al cielo de todos los colores en el que caben los sueños. Lo decía Borja Montón en su espectáculo: las esencias de la magia son la creatividad, los sueños y la osadía. No lo decía exactamente así, pero así es como yo lo entiendo.

Por eso me gusta que te atrevas a poner tus sueños en juego, que no sientas que te quedas atrás en el serpentín que enfría la vida, que veas cómo brota la espuma en el vaso por encima de las miradas que se quedan en la tristeza de las obligaciones y el esfuerzo. Los elfos y los pajes no se detienen, no sienten su esfuerzo como una obligación, ni sufren cuando las cosas no salen perfectas. Los elfos y los pajes son la misma idea, por mucho que se nos ocurra tantas veces encender la pelea de unos contra otros. Magia incierta, pero auténtica magia.

¿Quieres que te diga cuántas veces me han preguntado estos días que por qué queremos ser independientes? Muchas. Cada vez que alguien ha sabido que vengo de León. No sé si eso quiere decir que se han interesado por saber qué es eso del Reino de León, pero ha tenido su momento de magia, su momento de poder explicar quiénes son elfos y quiénes pajes. Unos y otros la misma magia, cierto. Pero cada uno en su casa y regalos en la de todos.