Buscar este blog

jueves, 24 de enero de 2013

Los colores del viento. (En Hoy por Hoy León, 25 de enero de 2013)


“Aquí no hay tiendas. Ni móviles. Tampoco alguien a quien pedir ayuda”. Es una frase del documental “Los Colores del Viento” en el que Iván Menéndez cuenta la historia de Francine, una mujer francesa que vive sola en un pueblo abandonado de la montaña astur leonesa. “Me tuve que organizar bien”, dice Francine en una secuencia del documental. Organizarse bien, ¡menuda tarea! Aprender a distinguir lo imprescindible de lo accesorio, acostumbrarse a la autonomía total, sabiendo que todas las necesidades que te puedes permitir son solo aquellas que tú solo puedas satisfacer. ¡Menuda heroicidad!

¿A quien asustaría saber que hay un reportaje sobre esta mujer en Interviú? Poco importa. Me hacen pensar los colores del viento en historias sencillas, que pesan más que los grandes escándalos millonarios que nos enfurecen acodados a la barra del café de las mañanas. Vociferantes de salón que somos, dejando pasar el tiempo en futuras investigaciones y juicios y declaraciones y demás actuaciones reflexivas en las que los políticos se permitirán a sí mismos una vez más todo aquello que se quieran permitir. Ni tiendas, ni móviles, ni bancos, ni ruido, ni tráfico, eso sí, nadie a quien pedir ayuda. Necesidad de ser mayores, dejar por fin atrás la infancia.

Historias sencillas, como la que me contaba el amigo Paco Alonso, hablándome de un sanabrés que le vendió unas botas con canutillo y fuelle, botas con toma de tierra, y le regaló una botella de vino a modo de tarjeta de visita. “Como no tengo tarjetas”, le dijo, “llévate esta botella que lleva en la etiqueta mi teléfono”. Hablábamos ese día, compartiendo la botella, otra vez de las enfermedades de civilización y me decía que algo de lo que nos pasa es que no somos capaces de asumir nuestra propia edad: los jóvenes pretenden ser mayores de lo que son y los mayores queremos ser jóvenes. Puede ser. Nos habla esa historia de Francine, la sencilla historia de su autonomía, su mayoría de edad. Yo creo que no es tanto una cuestión de años, como de actitud. Se llama también libertad. Libre para hacer, libre para opinar, libre para pensar. El sentimiento del ser autónomo adulto, ese que realmente puede gozar la felicidad al margen de todo plazo de tiempo.

Lo que nos frena, lo que nos enreda en el tejemaneje diario, en el runrún de las prisas, el dinero, las compras, es lo contrario de la libertad, se llama apego y rima con ego. Es con eso con lo que juegan quienes manejan la pasta, con nuestros pequeñas envidias, nuestra pequeña ruindad, nuestra pueril dependencia. Todos nos afanamos en ser ricos, famosos, reconocidos, persiguiendo un ego que es solo el eco de la verdadera felicidad. Sé que contarle todo esto a cualquiera de los millones de parados que hay en nuestro país puede parecer un insulto, lo sé y pido perdón a quien se ofenda, aunque creo que los cambios que necesitamos hacer no esperan y pasan por aquel viejo sueño de la Ilustración que consiste en que alcancemos finalmente la mayoría de edad.

Son pensamientos fríos, avivados por la estampa hermosa del cementerio de Pardavé en una tarde de sol en la que pisábamos una delgada capa de nieve, frente a la soledad de algún genio como Mozart en el día de su entierro.

lunes, 21 de enero de 2013

Candelabro. (En Hoy por Hoy León, 18 de enero de 2013)


Aquel famoso lapsus de una Miss España nos puso a todos “en el candelabro” para referirnos a esas situaciones en las que alguien se ve expuesto a la mirada de los demás, al juicio de los otros, por la extremada publicidad de un suceso o noticia. Ya es tan coloquial la expresión que, para algunos, queda muy lejana la expresión “estar en el candelero”, que es la que dio origen al error. Sofía Mazagatos se sentía tan agobiada por estar siempre en el candelero que subió de categoría al artilugio y lo convirtió en candelabro.

En esta semana, de los sucesos o noticias que han estado en el candelero, hay muchos que me resultan inquietantes, sin necesidad de hablar de Siria, de Mali, de Argel o de los vaivenes de la política nacional al hilo de los ecos de la corrupción. Me inquietan los movimientos que se advierten en el terreno barrenado de la minería, la caída en picado del número de autónomos, los kilómetros de ida y vuelta que no parecen quitar el sueño a nadie, pero que llenan páginas y páginas de información. Me duelo del accidente de tráfico que se ha llevado este martes la vida de dos jóvenes que volvían a su casa en la confianza de estar viviendo un martes cualquiera, sin saber que era un martes de dolor, un inusual martes tocado de espanto.

Ha sido esta la semana del Decreto de Ordenación de las enseñanzas de Grado y Máster en el ámbito de Castilla y León, por su presentación a los Rectores, algo que, ante la crisis, ha vuelto a poner en el candelero, que no en el candelabro, la necesaria reordenación del modo en que se organiza la enseñanza universitaria en nuestra Comunidad. Y ha hablado el Consejero, esta vez sí, de “enseñanzas candelabro”, de fusión de titulaciones y de dobles titulaciones, con la idea de que los recursos que existen se aprovechen al máximo. Así dicho, suena bien y no se entiende por qué no se ha hecho antes, por qué ese despliegue de hiperespecialización. Dice el Rector Hermida que le parece bien la medida, que “trata de poner orden en una cosa que realmente se ha ido de las manos” . Ya lo escribió Ockham en el siglo XIV, no se debe postular la pluralidad sin necesidad o en su forma más conocida: no es necesario multiplicar los entes sin necesidad. Y la Universidad en Castilla y León ha sido un continuo multiplicar de entes. En realidad, la universidad española ha sufrido un proceso de multiplicación casi equiparable al modo en el que se han reproducido los aeropuertos. Ahora nos encontramos con aeropuertos en los que no vuelan ni las moscas y grados en los que no se matriculan alumnos suficientes, pero, como es natural, nadie quiere cerrar su aeropuerto o que se elimine su escuela y tenemos que encontrar soluciones tipo candelabro. Como el propio Hermida ha declarado, “si tenemos un poco de imaginación, podemos sacar cosas positivas”. Es un viejo eslogan, la imaginación al poder. Habrá que meter la navaja de Ockham en la Universidad como en tantas cosas, pero que se haga pensando en los próximos veinte o treinta años, no para resolver el problema inmediato del presupuesto de este curso que no nos llega para pagar los membretes de los folios.

¿Se acuerdan del Cluedo? ¡Que no tengamos que decir que la Junta se cargó la Escuela de Minas en el marco de la crisis con el candelabro!

jueves, 10 de enero de 2013

Guasap. (En Hoy por Hoy León, 11 de enero de 2013)


Yo mismo lo he hecho, lo confieso. Creo que lo hemos hecho muchos de nosotros y seguro que en alguna situación inconveniente. La estampa es de este miércoles en un restaurante de la capital, aunque es trasladable a otras muchas situaciones. Les cuento: en la mesa del rincón, cuatro hombres de negocios de diferentes edades, vestidos con ropa casual, ya desprovistos del traje de faena, esperaban la comida que acababan de encargar al camarero. Mantenían una charla animada hasta que a uno de ellos se le iluminó la pantalla en el móvil y en pocos segundos los cuatro estaban pendientes de lo que pasaba en esa realidad cibernética que se abría ante sus ojos. Seguramente estaban comunicándose entre sí, aunque naturalmente deberían estar haciéndolo con alguien más. Estaban juntos, sentados a la misma mesa, pendientes de una conversación virtual que se estaba celebrando sin celebrarse.

Es un fenómeno muy frecuente entre adolescentes, que se reúnen y pasan la tarde hablándose por “guasap” estando unos al lado de los otros, como si por el hecho de ver sus palabras escritas en la luminosidad de la pantalla pudieran tener más gracia, cuando lo que ocurre es que, en lugar de reírse abiertamente por algo que alguno ha dicho, se limitan a escribir “ja, ja, ja” en su teclado o a buscar en la galería de emoticones una carita sonriente. Me recuerda esas pistolas de payaso en las que cuando se disparan sale una banderita en la que está escrito “Bang”. Es, pero realmente no es. Claro, que no son solo los adolescentes, ni los ejecutivos. Hasta una pareja que parecía ser una pareja de novios estaba hace poco tomando algo en una terraza mientras cada uno atendía la actividad febril de su teléfono, olvidándose de que estaban pasando juntos la tarde.

Nos enredamos tanto en el “guasap” porque nos gusta siempre tener la última palabra: “si te parece quedamos así”, dice uno. “Vale”, contesta el otro. “Pues eso”, dice el primero y así se eternizan hasta que alguno de los dos escribe las siglas mágicas que suelen poner fin a toda conversación cibernética: OK. “OK”, contesta el otro y fin de la conversación.

En el tema del ERE del Ayuntamiento de León la última palabra la tendrá naturalmente el propio Ayuntamiento, si bien parece ser que vendrá escrita desde fuera, que para eso se dejan una pasta en el asesoramiento de una firma con nombre extranjero que será la encargada de informar de qué es lo que conviene hacer. Habría que saber quién escribe el OK final en este asunto, un asunto que para sanear la sobredimensión de la plantilla de trabajadores municipales nos cuesta alrededor de 150 mil euros en asesoramiento externo. Estoy seguro de que será un servicio de mayor calidad del que otra empresa ajena al Ayuntamiento ha prestado recientemente. Me refiero a la pasada Cabalgata de Reyes, quizá una de las peor organizadas de todas las que yo he visto en los últimos años.

Entiendo que Baker y McKenzie serán muy útiles para poner orden en el entramado laboral del Ayuntamiento, lo que no sé es si su informe es absolutamente necesario. ¿OK?

lunes, 7 de enero de 2013

Noche de Reyes. (En Hoy por Hoy León, 4 de enero de 2012)


En la rueda de prensa de presentación de la Cabalgata de Reyes de este año, el Concejal anunció que habría poco carbón, porque hemos sido muy buenos. En apenas veinticuatro horas, nos enteramos de que el ERE suspensivo que el Grupo Alonso tiene planteado para los trabajadores del Pozo Santa Cruz, podría convertirse en extintivo. Atrás quedan los días de encierro en los momentos más intensos de la protesta contra el Plan del Carbón del gobierno Rajoy. Todo un símbolo de aquella reciente protesta, el encierro en el Pozo Santa Cruz, se revela ahora también como punta de lanza en el desmantelamiento efectivo de la industria del carbón. La pregunta es si será por eso –y no porque hayamos sido buenos- la escasa presencia del carbón que se anuncia para la cabalgata.

No sé qué tendrá preparado Marcos Valbuena para el desfile de mañana, pero creo que este año el carbón debería tener en él una presencia especial. La Cabalgata de Reyes debe pensarse para los niños, porque son los verdaderos protagonistas de la noche. No obstante, de todo lo que pase por delante de sus ojos, lo único importante será la magia de Sus Majestades, del resto no se van a enterar. Por eso, todo lo demás debe hacerse pensando también en los que no son niños, en los que han perdido la capacidad para ver solo lo esencial. A esos otros, que son muchos, habrá que darles un discurso, el discurso del desfile, que debería incorporar mensajes más allá de los globos de colores, los zancudos o los comefuegos. Será por eso que se ha pensado en la necesidad de que los Reyes desfilen acompañados por cuatrocientas cincuenta personas, que haya un espectáculo aéreo sobre la fuente de Santo Domingo y que se termine con otra actuación en la plaza de Guzmán, tras la cual habrá un espectáculo pirotécnico. Digo yo que será por eso, porque en lo que hace a los niños, lo que cuenta es la magia. Lo digo porque lo sé bien: más allá de todos los colorines, las luces, los bailes regionales, los danzantes, los figurantes, incluso el camión del carbón, tan temido, o el de los bomberos, tan necesario para alcanzar las ventanas más altas, lo que cuenta es la presencia de la magia, personificada en tres figuras reales parapetadas en lo más alto de sus respectivas carrozas.

Supongo que es necesario gastar cuarenta mil euros en que Sus Majestades se sientan convenientemente agasajados en su llegada a León. ¿Qué son cuarenta mil euros en comparación con toda la ilusión que su presencia traerá a nuestras casas? No lo planteo en términos de negocio, entiéndanme, es que no tengo nada claro que sea necesario gastar este dinero para celebrar la llegada de los Reyes. Probablemente esté equivocado. Y tampoco entiendo bien la decisión de externalizar su organización, habiendo muchos profesionales sobradamente capaces en el Ayuntamiento para llevarla a cabo. También estaré en esto confundido.

Habrá poco carbón mañana y muchos kilos de caramelos. Habrá dos espectáculos, cientos de figurantes, grupos de bailes regionales, bailarines de una escuela de danza, hasta fuegos artificiales para terminar. Muchos se volverán locos recogiendo del suelo los caramelos. Yo, como los niños, me quedaré de pie, mirando hacia lo más alto de la carroza, enganchado en la magia de los Reyes. No necesitaré nada más.

jueves, 3 de enero de 2013

Doce. (En Hoy por Hoy León, 28 de diciembre de 2012)


Se termina este dos mil doce que comenzó envuelto en peste. El año de los recortes, que ya anunciaba de entrada su terrible condición regalándonos aquellos días nauseabundos de enero, no sé si se acuerdan, que por una parte parece que fue ayer, pero por otra, el río de los acontecimientos ha amontonado tantos sedimentos informativos que nos queda a años luz aquella pestilencia que colocó a León en las páginas de los periódicos de tirada nacional y en los magacines matinales de televisión. Aquel misterio del mal olor terminó resolviéndose en una montaña de boñigas, por eso digo que empezó apestoso este doce que ahora termina.

He tenido tentaciones de no escribir hoy este artículo y componerlo con frases recortadas de los que he ido escribiendo a lo largo del año. No se lo van a creer, pero el resultado final, que yo pensé que sería un refrito impresentable, tenía sentido. Había un hilo conductor, una idea martillo que machacaba de un modo más o menos sutil todo lo que se iba diciendo cada viernes: la idea de que los recursos son limitados, pero actuamos todos como si el mundo fuese un pozo sin fondo. Me parece que ese pensamiento machacón responde a la creencia básica, una idea casi adolescente, de que somos seres inmortales. Vamos por nuestra vida con la absurda convicción de que la muerte es cosa solo de los otros. Claro que, en una aproximación infantil, eso es lo que nos dice la experiencia: siempre son los otros los que se mueren. No sé por qué les cuento esto, tómenselo como una pequeña inocentada.

En el repaso del año elaborado con frases inconexas que había ideado para el artículo de hoy, no aparecía ninguna mención a los incendios. El fuego nos sorprendió en verano, en los meses en que no hay columna los viernes, pero no me gustaría dejar aquel desastre sin comentario y aprovecho ahora la distancia para hacerlo. Es enorme el porcentaje de incendios que esconde entre sus causas un interés económico. Se habló mucho de que es ahora en invierno cuando se apagan los fuegos del verano. Es casi una muletilla, una frase hecha. Me gustaría saber qué fuegos se están apagando ahora. Hubiera sido muy bonito que en las fotos del otro día, en la apertura de la LE-11, con todos los estamentos del poder ejecutivo, Gobierno, Junta, Diputación y Ayuntamiento reunidos junto al monolito de la inauguración, alguien hubiera dicho “y, además estamos apagando los fuegos que no habrá en el verano del trece, porque se están llevando a cabo las siguientes actuaciones: tal y tal y tal”, que ahí ya sí que a mí me pillan, que no soy ingeniero forestal y no sé qué es todo eso que hay que hacer en el invierno para que no ardamos en verano. Del otro incendio, del de la sede del Ayuntamiento de León, solo decir que, a pesar de las dificultades, que habrán sido muchas - ¿quién lo podría dudar?-, me queda esa sensación de desconcierto que te produce, al pasar mucho tiempo desde la última mudanza, descubrir que todavía tienes una caja sin abrir. Es decir, que hasta de lo más imprescindible podemos llegar a prescindir. Todo lo que se quemó ha sido olvidado, o lo será con el tiempo.

Feliz dos mil trece, en serio, lo digo en serio, no es ninguna inocentada.