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viernes, 26 de febrero de 2016
Títeres, titiriteros y cuerdas que se enredan. (En Hoy por Hoy León, 26 de febrero de 2016)
Seis parejas de cigüeñas han
sido abatidas en unos pastos comunales entre Vegas del Condado y Devesa del
Curueño. Había tres nidos en postes de la luz, dos en un encinar y otro en una
chopera y parece ser que las cigüeñas fueron abatidas con una escopeta de
perdigones. Hay cosas que no se entienden. Quiero decir que los nidos de las
cigüeñas no estaban molestando a nadie y que tampoco las malogradas aves
estaban causando ningún daño. Me cuesta entender el motivo que alguien haya
podido tener para matarlas. Es un enigma saber por qué las cigüeñas hacen los
nidos donde los hacen, un enigma completo decidir si la elección de esos prados
entre Vegas y la Devesa para construir sus nidos fue una decisión consciente o
fruto de un simple impulso instintivo, si lo que les llevó a ser víctimas de la
barbarie de algún desaprensivo fue el azar o su propio impulso para escoger ese
sitio. Es un enigma igualmente el motivo o los motivos que llevaron a alguien a
cometer semejante fechoría. Esa discusión sobre el modo en el que se construyen
los nidos de las cigüeñas es una discusión eterna sobre la voluntad, la
autoconciencia y la capacidad para interpretar lo que nos rodea. Muchas veces
tiene uno la sensación de que lo que hace cada día, lo hace movido por resortes
internos semejantes a los que impulsaron a estas doce cigüeñas a elegir un
lugar que finalmente ha resultado ser tan peligroso. Impulsos ciegos,
estrictamente determinados por la pura biología.
Si esto es así, si tenemos
tantas veces la sensación de ser títeres en manos de una instancia diferente
que nos maneja desde fuera, tenemos que esforzarnos por alcanzar el mayor grado
de conciencia de uno mismo posible, para liberarnos. La única manera de no ser
un títere en manos de la biología es enredar las cuerdas. Tomar de nuestra mano
el hilo que nos sujeta y tirar de él para comprobar que efectivamente está
suelto. Yo no sé qué clase de desaprensivo puede encontrar algún sentido a la
matanza de doce cigüeñas blancas. Pero no me quiero quedar solo en el hecho, en
la vileza, en la gratuidad. Quiero dar un paso más allá en la reflexión sobre
la condición humana y me da por pensar, cuando escucho noticias como esta, que
los seres humanos nos comportamos efectivamente como muñecos de guiñol, títeres
en manos de algún titiritero que sabe mover las varillas quizá con el único
interés de enredar los hilos, porque hay algunos que disfrutan cuando todo se
enreda.
Hay una iniciativa de Manos
Unidas, que se llama “Tu punto de vista puede cambiar el mundo”. Me parece que
ya te he hablado de ello en otras ocasiones. Se trata de un festival de cine en
el que las películas solo pueden durar un minuto. El tema de este año es “El
desafío del hambre. Consumo y desperdicio de alimentos”. Y si tienes un rato
puedes entrar en FaceBook poniendo en el buscador sencillamente Manos Unidas
Clipmetrajes. Te aseguro que vas a encontrar muchas ideas ingeniosas, mucha
sensibilidad y mucha ilusión. Si buscas en la categoría de Escuelas, puedes ver
un vídeo que se llama “EL vals de los títeres”. Lo han ideado, interpretado,
filmado y montado un grupo de chavales de León y habla de cómo nuestros hábitos
se manejan por hilos que no nos atrevemos a cortar. Ellos hablan del consumo,
del desperdicio de alimentos, pero ese baile de cuerdas, esa sensación de
marioneta, no tiene que ver solo con nuestros hábitos de consumo. Va más allá y
quizá sea el único modo de explicar lo de la matanza de cigüeñas. Anímate y
busca el vídeo y, si te gusta, vota.
viernes, 19 de febrero de 2016
Across the Universe. (En Hoy por Hoy León, 19 de febrero de 2016)
Cuando conocí a este profesor de francés supe al instante que,
como Machado, es, en el buen sentido de la palabra, bueno. Quizá debería
terminar aquí este artículo, pero las palabras brotan en mi interior como
lluvia en una taza de papel, si me permites que utilice las palabras de Lennon
que se desvanecen a través del universo.
Algunas imágenes se nos quedan en la memoria y nos vuelven en
momentos inesperados, por las razones más sencillas. En estos días, por razones
obvias, recuerdo imágenes del Estudio 1 en el que vimos por la tele “Doce
hombres sin piedad”. Sé que es la versión española, porque las imágenes que
recuerdo no me traen el rostro de Henry Fonda, sino la mirada inquietante de
José María Rodero, la fuerza de Jesús Puente, la sensibilidad de Fernando
Delgado, la desesperación de José Bódalo. Me hubiera sabido mal no recordar a
Pedro Osinaga, Sancho Gracia, Rafael Alonso, Luis Prendes, Carlos Lemos, Manuel
Alexandre o a los geniales Ismael Merlo y Antonio Casal, porque siempre he
amado el teatro y estos doce nombres son los de doce mitos en mi imaginario,
aunque podríamos sumar muchos más. Y ya te digo que recuerdo la imagen de José
Bódalo llorando apoyado en la mesa porque siente la distancia de su hijo y la
proyecta contra el acusado hasta el último minuto. Pero lo que mejor recuerdo
son las lámparas de la sala, dos bolas de cristal blanco, de ese cristal
traslúcido que hoy sería plástico. Aquellas bolas tan de una época, tan de
edificio público o de casino o de cafetería del centro de una ciudad
provinciana.
Me imagino al jurado reunido. Me imagino sus deliberaciones. Y me
viene a la cabeza Rodero obligando a pensar, removiendo las conciencias de
todos los demás jurados para alcanzar un veredicto de no culpabilidad. Ya me
imagino que hoy la cuestión está mucho más en el lado de la técnica y que no
basta la intervención de un hombre bueno para hacer saltar por los aires la
convicción de los demás. Ya no hacen falta hombres buenos y, si me apuras,
tampoco hacen falta hombres sin piedad. Veo que, si me permites la fantochada,
en el afán por ponernos a salvo de los propios hombres, estamos dejando de
serlo, porque ya no tenemos la mente abierta por la que puedan atravesar olas
de felicidad y charcos de tristeza.
Esa es la enseñanza de este compañero,
primero maestro de francés y después profesor de Inglés en el Instituto,: que es preciso tener siempre la
mente abierta, pero que hay que hacerlo no porque sea conveniente o porque sea
mejor. Sencillamente hay que tener la mente abierta y ser capaz de cambiar de
opinión, porque la felicidad puede estar en cualquier soplo que recorre el
universo, cualquier pensamiento nuevo, cualquier sonrisa, cualquier paseo.
Debajo de una botella de Burdeos en un bistrot parisino, en un lago helado de
Lituania al lado de un pescador que mira el mundo desde su agujero en el hielo
o en el cuaderno de un alumno de Formación Profesional Básica en un aula de un
Instituto de Armunia, puede estar el eco de esa felicidad que te recorre entero
cruzando el universo. Con ese deseo de romper barreras, de mantener abierto el
espíritu a la nueva idea, este compañero del que te hablo ha iluminado el mundo
por donde ha pasado, en Barcelona, en Santa María, aquí en León, en el Bellido,
con el sol en las manos, compartiendo actuaciones de éxito, como la tertulia
sobre educación que tuvimos ayer en el Instituto, un monumento a la tolerancia,
al deseo de mejora y a la amplitud de miras.
Por mucho que te merezcas
descansar, vuelas siempre a través del universo.
viernes, 12 de febrero de 2016
¿Cuánto dura el presente? (En Hoy por Hoy León, 12 de febrero de 2016)
Dicen que Bécquer, en una noche de juerga en compañía de un tal
Yldefonso Núñez de Castro, agarró una escalera de mano de las que usaban los
serenos para subirse a limpiar y encender los faroles y la colocó en la portada
plateresca de San Clemente el Real. Se subió y dejó encima de un angelote uno
de los atractivos de la ciudad de Toledo: un grafiti con su nombre. Ya, claro,
nada que ver con El entierro del señor de
Orgaz. De hecho, la firma del poeta grafitero no puede verse a simple vista,
pero cada vez que un guía llega con su grupo a la portada de San Clemente,
señala el angelote sobre el que está la pequeña trasgresión del artista y todos
los objetivos devoran el lugar en el que se encuentra. El arte tiene estas
cosas. Si se trata de la firma de Bécquer, la pintada deja de ser una
gamberrada.
Me acordé del grafiti de Bécquer hace poco porque me encontré en
la Plaza de Guzmán el Bueno a un grupo de turistas haciéndose fotos en el
calendario vegetal del Monumento a los Reyes Leoneses y pensé que es importante
para una ciudad que vive del turismo procurar este tipo de productos. No basta
con tener los tesoros que tenemos. El turismo es una industria y tiene que
generar productos que los turistas quieran comprar. Por eso está muy bien que
se termine por fin la actuación de la muralla o que se abra la oficina de
turismo en la Plaza de Regla uniendo, ya era hora, a Junta, Ayuntamiento y
Diputación. Eso está bien, pero me parece que falta todavía un punto de osadía,
encontrar un marchamo que identifique la ciudad, algo que no esté exactamente
en sus piedras. Ayer, en una comida, se hablaba de la importancia del IBO, del
interés extraordinario de la Cripta de Cascalerías y me llamó mucho la atención
que personas que viven en León -y a las que considero instruidas- no conocieran
su existencia.
Es como si Mérida no hubiera hecho nada con su teatro romano más
que enseñarlo o como si en Almagro el Corral de Comedias solo se abriese para
los turistas. Nos interesan las historias. Nos gusta que nos cuenten historias.
Son las historias las que nos cuentan la vida. El interés del ser humano está
en lo que se le hace presente. No puede ser de otro modo. Por eso la Historia
no se puede quedar encerrada en las piedras, sino que tiene que construirse en
presente para que pueda tener algún atractivo. La foto que los turistas del otro
día se hicieron delante del Monumento a los Reyes Leoneses no les recordará,
cuando la vean en el ordenador de su casa, que León es reconocida por la UNESCO
como Cuna del Parlamentarismo. Les recordará que estuvieron en León tal día de
febrero de dos mil dieciséis. Nada más. A la gente le gusta la Historia, pero
solo cuando llega a ella desde el presente.
Pero, ¿a qué llamamos presente? Hacía ayer esta pregunta a mis
alumnos: ¿cuánto tiempo dura el presente? ¿Cuánto tarda en convertirse en
pasado? ¿Cuánto hace falta para dejar de ser futuro? Una alumna atrevida dijo
que el presente es un milisegundo y enseguida le cayó un aluvión de objeciones.
¿Por qué no una millonésima de milisegundo? ¿Por qué no un segundo entero? ¿Por
qué no pensar que el presente dura minutos, incluso meses o siglos? ¿Qué quiere
decir exactamente la palabra “ahora”? Y lo bonito del caso es que ese presente
indefinido es el escenario único de nuestra historia. La de todos como pueblo y
la de cada uno.
sábado, 6 de febrero de 2016
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. (En Hoy por Hoy León, 5 de febrero de 2016)
Ya que el viernes pasado te
hablaba de una película de estreno, déjame ahora que te hable de una película
del año noventa y uno, una película que tiene ya casi veinticinco años y que
todavía se deja ver con la misma frescura que el día de su estreno. Se llama
“Tomates verdes fritos”. Por si no la has visto, te diré que es una historia de
amor, pero también un tratado sobre las relaciones humanas, la sociedad de
nuestro tiempo y los valores que nos conducen a la felicidad. Estos valores no
son nuevos. Están en la base de la dignidad humana y se encuentran en todas las
declaraciones de derechos desde aquella Revolución Francesa que abrió la
frontera de la Edad Contemporánea. Es una bellísima historia de amor, ya te
digo, pero también un grito de libertad, una declaración de igualdad y una
exigencia de solidaridad.
Uno de sus temas centrales
es la cuestión de la justicia y se aborda desde múltiples perspectivas. Hay,
por ejemplo, un juicio que forma parte central del argumento. En ese juicio uno
de los testigos, el Pastor protestante, es una pieza clave y resulta que, a
pesar de jurar que lo hará, no dice la verdad en su testimonio, o al menos no
dice toda la verdad. Y lo hace en aras de la justicia, porque, de no hacerlo
así, el juez habría declarado culpable a una persona inocente. Fíjate si es
premeditada su acción que, cuando en el juicio le piden que jure, exige que le
permitan hacerlo sobre su propia Biblia, pero, para mantener en calma su
conciencia, en lugar de llevar consigo el Libro Sagrado, jura sobre un ejemplar
de Moby Dick. Siempre me ha parecido una elección soberbia. Siempre he visto un
mensaje oculto en esta sustitución. Piénsalo. De los millones de libros que hay
en el mundo, ¿por qué la autora del libro en que se basa la película elige Moby
Dick?
Los testigos no dicen
siempre la verdad. En ocasiones, mienten. Lo pueden hacer de forma premeditada
o sin darse cuenta. A veces lo hacen porque lo han hablado así con algún abogado
o sencillamente porque les parece que la realidad que vieron no es exactamente
la que les habría gustado ver. También ocurre que hay testigos que mienten
porque les parece que así ayudan a las personas que aprecian o porque creen que
así proyectan una imagen más prestigiosa de sí mismos. Creo que, en cualquier
caso, es muy difícil decir la verdad, porque cualquier testimonio es solo una
perspectiva de los hechos y lo que sucede tiene siempre multitud de aristas. Lo
importante es que actuemos respetando la libertad, la igualdad y la
solidaridad, que nuestra manifestación conduzca al establecimiento de la
justicia. Esa falta de memoria de los testigos en el juicio por el asesinato de
Isabel Carrasco, quizá esa audacia, si es que se da, que no lo sé, de prestar
falsos testimonios, ¿se daría por bien empleada si sirviese en todo caso para
que hubiera justicia? No lo sé. Verdad y justicia son dos conceptos muy
escurridizos. Te diría que tan sutiles como la espuma del mar. Por eso me
cuesta creer en ellos y me resulta más fácil la belleza.
Ayer sonaba una guitarra y
un acordeón temblaba con la voz de una mujer que cantaba Alfonsina y el mar
dejando caer en la tarde los versos escritos por Félix Luna para Mercedes Sosa
en el sesenta y nueve. Había verdad y justicia, pero por la belleza; no como
atributos absolutos: sólo como un revuelo, como un brillo en “la blanda arena
que lame el mar”. Llamadme Ismael por un rato.
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