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viernes, 30 de noviembre de 2018
Llanto, color y desacato. (Audio)
En este enlace tienes acceso al podcast de Radio León en el que se puede escuchar el artículo de hoy.
Llanto, color y desacato. (En Hoy por Hoy León, 30 de noviembre de 2018)
Me
cuesta no decirte sus nombres, porque me gustaría poder darle valor
a cosas que nadie valora y sería justo que ellas supiesen que,
cuando todo el mundo las denosta, a mí me parece valioso algo que
hacen, pero hasta eso hay que quitárselo y tienen que permanecer en
el silencio de las heroínas anónimas.
A
la primera de ellas le había preguntado por qué se comportaba de
ese modo y dijo que no sabía, que solo sabía que se aburría y que
es verdad que había cometido un desacato. Lo dijo mirando a su madre
a los ojos, buscando una complicidad que obtuvo, una caricia en la
mirada, un gesto cómplice de madre que se derrite con el el calor
del cariño de su niña, su pequeña, su niña pequeña. Y le hizo
una caricia en el pelo mientras la miraba a los ojos y decía
“desacato” en un tono cuartelesco totalmente inapropiado,
con tanto amor por su madre que aflojaba toda la gravedad del
desencuentro, la entrevista acusadora y se abría de par en par la
sonrisa del triunfo. Esa seguridad de haber ganado todos los
corazones: el entregado, el acusador, el imparcial. Los corazones que
bombean la misma sangre. Había un universo de luz en sus
movimientos, en el silencio de su madre, en su bienestar en esos
minutos en los que el ahogo se había fundido en brillo, porque
sabía que una vez más era la protagonista, la estrella, la autora
de aquel irreverente desacato.
También
ese día, el desconsuelo. El llanto desbordado de otras dos niñas al
conocer las historias de los niños reclutados como soldados en
alguna de las guerras silentes africanas. La seguridad de la niña de
la sonrisa y su desacato y la sensibilidad de las otras, incapaces de
soportar semejante injusticia puestas en el mismo espacio,
concentradas en unas horas del mismo día, alimentan la idea de que
el valor de las cosas está en la mirada del que observa. Por eso
creo que es tan importante hacerse consciente de lo que hay, de la
realidad esa que tanto me preocupa. Ha sido muy celebrado un artículo
de Vicent, que tituló “Líderes”, en el que habla de ciudadanos
con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan frente a
los que hablan, generalmente a gritos, ya sea porque son líderes
de opinión o políticos nefastos. Yo
quiero hablarte de estas dos clases de niñas, dos clases de niñas
que no se oponen, sino que se complementan: las que lloran su
sensibilidad y las que sonríen su fuerza. Me gustan las dos. Valoro
las dos, pero me gustaría que venciesen sus miedos y dejasen de lado
el desacato y la impotencia. Me gustaría ver que saben poner el
color que le falta a sus virtudes, como quien vierte tomate en el
arroz. Sé que las que son sensibles lo conseguirán, porque el
sistema hará que mejoren. Dudo que la desafiante sonrisa del
desacato lo consiga.
Entre tanto,
seguimos construyendo mundo desde la injusticia. Con esa gran
recogida de alimentos que se anuncia para el fin de semana,
parchearemos, y que conste que no es poco, el desequilibrio que hace
llorar a unos y vivir en la furia a otros. Sé que esta es una
iniciativa que resolverá muchos problemas. Sé que, más allá de
impotencia y desacato, están los garbanzos, la leche, los pañales.
Los alimentos que dan color a la comida. Porque hemos aprendido un
poco a dar valor a lo que lo tiene y el color de las cosas que comes
es una llave contra el hambre. Necesitamos colorear el intestino en
la mirada.
viernes, 23 de noviembre de 2018
Es solo una cuestión de reflejos. (Audio)
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Es solo una cuestión de reflejos.(En Hoy por Hoy León, 23 de noviembre de 2018)
Como
no traigo nada apuntado esta semana en mi libreta voy a contarte una
historia sin pies ni cabeza, algo raro que me haga pensar mientras lo
escribo, pero que te suene dulce en el oído, como esa masa engordada
de las pizzas de franquicia que llegan a domicilio o en local con su
plus de azúcar en las salsas. Consumo fácil de alimentos rápidos
para personas que viven sin tiempo para vivir o para personas que
desplazan al plástico las fiestas de cumpleaños de los niños o la
espera del cine en las tardes de lluvia. Tediosas tardes de lluvia
detrás de cielos grises emplomados. Vida sin tiempo para ser vivida.
Bacon
dorado con salsa barbacoa. Morros reconvertidos. Oreja, pata,
pimentón. Elementos dispares de cocinas y cocinas, como reflejos
imposibles del mismo animal. Chorizo, morcilla, jamón, lacón,
costillas. Del cerdo, hasta los andares. Cortezas de plástico
enlatadas gourmet bajo exceso de sal para engañar paladares. Y todo
lo otro, los secretos, plumas, lagartos, abanicos, presas y demás
formas del corte de la pieza estrella para la barbacoa. Salsa
chimichurri. Reflejos. Ayer, en la foto que ilustraba la noticia en
la web de Radio León sobre la macrogranja de cerdos proyectada para
Carrizo, un cerdito me miraba aterrado entre las grupas –si
es que se dice así– de
sus compañeros de sacrificio, aplastado por lo estrecho del espacio
en el que se agita la piara. Vivir sin espacio para vivir.
Vivir
sin tiempo ni espacio para la vida. Ser domador de cerdos. No creas
que es una idea peregrina. Sé que es algo que me han contado, algo
que resuena en mi memoria. Ocurrió en un encuentro entre alguna
dignidad leonesa y una visitante, pero me importa poco el quién,
porque me gusta saborear el qué, esa perplejidad que se dibuja en la
cara del que escucha a alguien decir de sí mismo: yo, en realidad,
lo que soy es domador de cerdos, eso es lo que a mí, en el fondo, se
me da bien. Esa es una buena historia para este viernes negro. En un
mundo en el que se proyectaba la construcción de una granja para el
engorde de gorrinos pensada, no por, sino para dos mil trescientas
catorce cabezas, hubo una reunión en la que uno de los líderes que
se ocupaba, quizá de la educación de las personas, quizá de su
bienestar físico, quizá de su perfección moral, reconoció ante
las visitas que a él lo que se le daba bien, en realidad, era la
doma del gocho. Y en un reflejo inevitable, la visita pensó en un
cerdito saltando a la pata coja, pasando por el aro, retorciéndose
en contorsiones imposibles para alcanzar cualquier cosa comestible
menos una de esas sardinas que echan a las focas en los circos para
que aplaudan, si es que quedan focas en los circos. Et voila,
aquí lo tienen, este es el cerdito volador que supo saltar a por su
comida además de construir una casa de Pladur, sin tiempo para
ladrillos, sin espacio.
Una
vida vivida sin tiempo y sin espacio, una vida animal en la granja de
engorde. Una peste de purines y un abuso de consumo, esta vez solo de
agua. La nada o un cielo incierto, que decía Jim Murray. Un puro
reflejo, como ese que hay que fotografiar de la Catedral de León
para participar en el “Nunca Visto” de LegioQuest. Una entre las
miles de ideas para olvidar la granja y vivir con tiempo y con
espacio. Participa, comparte, lee. Sal. No dejes que tu vida se
evapore en el pesebre.
viernes, 16 de noviembre de 2018
Coste oportunidad. (Audio)
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Coste oportunidad. (En Hoy por Hoy León, 16 de noviembre de 2018)
En economía, el coste de oportunidad es el beneficio esperable que habría comportado tomar la opción que no se eligió cuando nos vemos en la situación de decidirnos por uno o por otro camino. Dicho de una manera más sencilla, es el valor de la opción no realizada, lo que habríamos podido ganar si hubiésemos elegido de otro modo.
Creo que el coste oportunidad debe calcularse antes de toda decisión. Pongamos por caso en el momento de organizar un mapa autonómico: quizá habría valido la pena considerar el coste de oportunidad antes de poner juntas realidades que son diversas o quizá se hizo y se consideró asumible el hecho de que las cosas se hicieran como se hicieron.
En el manifiesto de la manifestación —me encanta esta redundancia— se decía anoche que León va pegada a Castilla porque hubo personas a quienes les interesó. Me pareció escuchar que se hablaba de obtener prebendas, de mantener cargos, de considerar, podría añadir yo, el coste de oportunidad personal antes que el comunitario. Así es que, después de aquella decisión, al considerar ahora esos costes con la vista del paso del tiempo, nos encontramos en esta situación extraña en la que tenemos un enemigo enfrente contra el que queremos disparar nuestras protestas y le gritamos por la calle que, si esto no se apaña, caña, caña, caña. Pero no es prudente, me parece, detenerse en el lamento por el excesivo coste oportunidad. Me lo planteo en lo personal y veo que no tiene ningún sentido, porque hacer cálculos de cómo hubieran sido las cosas si no hubiera hecho tal o cual cosa no deja de ser un modo inútil de lamentarse. Por eso te digo que la manifestación de ayer me gustó en la medida que se pueda separar de ese lamento, en la medida en que se dejen de mirar los grandes beneficios que se han perdido para mirar, como decía Gamoneda, lo que está pasando hoy, lo que nos importa hoy, lo que podemos hacer hoy. Puede que lo del taxi fuera un exceso, puede que en ese momento en el que la plaza necesitaba una arenga anti-castellana, aquel llamamiento a poner cada uno de su parte sonara poco revolucionario, quizá por eso hubo quien perdió los papeles en la cercanía del estrado e insultó al poeta por no limitarse a leer el comunicado. Por manifestarse libremente en la manifestación, ¡qué paradoja!
Los que solo pretenden enemigos y solo creen en soflamas belicosas se esconden debajo de las banderas, todas esas banderas que fraccionaron la manifestación en pequeños cachitos detrás de cada pancarta, todas esas banderas que se alzaron cuando lo exigió la animación de la plaza de San Marcos.
Luego tomó el micro Gamoneda, precedido de un “gran poeta y mejor persona” y leyó un manifiesto entonado de poema. Y ahí es cuando pensé, ¡qué grandes se nos hacen las orejas! ¡Cómo se convierten en palanganas de inútiles arengas! ¡Qué importante es poder pensar por uno mismo! Y entonces Ana Gaitero se quitó el sombrero morado que trajo el silencio de las mujeres silenciadas, ese gorro morado, esa luz, y le salió un “portavoza”, cuando tenía un nudo en la garganta. Y me dije, seamos realistas. Y me envolví en el caminar taciturno de la marcha y me dije que hoy también es un buen día para cambiar las cosas. Y por eso vengo aquí y te lo cuento ahora.
viernes, 9 de noviembre de 2018
Demasiado. (Audio)
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Demasiado. (En Hoy por Hoy León, 9 de noviembre de 2018)
Lo
decía Manuel Bruscas el miércoles en el Palacio del Conde Luna:
mientras una de cada nueve personas que hay en el mundo pasa hambre,
se tira un tercio de la comida disponible. Ocurrió aquí en León,
en el marco del V Encuentro Nacional de la Alianza contra el Hambre y
la Malnutrición. Ya se habían dicho muchas cosas importantes sobre
el asunto; reflexiones y propuestas que se recogieron ayer en las
conclusiones a las que ha llegado este encuentro en el que han
participado personas expertas de organismos como la FAO, la
Universidad de Santiago, la propia Universidad de León, la misma
Acción contra el Hambre.
Pero
el miércoles, a eso de las siete de la tarde, en el Palacio del
Conde Luna solo había quince, veinte, treinta personas; voy a contar
cuarenta si cuento también a todas estas personas que tanto tenían que decir sobre este tema tan
interesante. Luego jugaba el Madrid. No sé si era uno de esos
partidos que la gente va a ver a los bares. Sé que jugaba el Madrid
y apuesto a que había en León más de cincuenta personas pendientes
de eso. En el encuentro de la ACHM el tema era la malnutrición, ya
sea por carencia, exceso o desequilibrio nutricional. En el encuentro
del Madrid el tema era Solari.
En
su libro, Manuel Bruscas dice que los tomates de verdad son feos. Y
yo dije que sí, que es verdad, que, aunque los tomates que vemos en
los escaparates de los supermercados son brillantes, rojos,
uniformes, bonitos, los tomates de verdad son feos. Tienen arrugas,
marcas, bultos y tienen también el sabor de la verdad. Pero
ocurre que se pierden por las matas y los caminos antes de llegar a
los lineales de venta. A veces se aprovechan para dar de comer al
ganado, si bien muchos de estos tomates de verdad terminan en la
basura, mientras una de cada nueve personas que habitan el planeta no
puede comer porque no tiene qué. Y es que los tomates tienen que ser
bonitos para venderse, por mucho que sepamos que, los que son de
verdad, son feos. Y las patatas también. Sobre todo las patatas que
crecen en terrenos pedregosos, porque se atan a las piedras, se
agarran a ellas y crecen con la marca de su presión: protuberancias,
agujeros, exageraciones de la naturaleza que las echa fuera del
mostrador de la hortaliza del supermercado. Las patatas que se
abrazan a las piedras no tienen el lustre suficiente para lucirse en
un escaparate y se desprecian. Y una de cada nueve personas en el
mundo se ve abocada a la malnutrición por falta de alimentos. ¡Que
no nos digan que el problema del hambre en el mundo es un problema de
escasez! Date cuenta de que no hace falta ni aprovechar todo lo que
se tira. Con menos de la mitad se puede resolver todo el problema.
Cuando
lo pienso despacio y me veo en el espejo; cuando miro mi nevera y
descubro esa lechuga pocha que no me he llegado a comer; cuando
comprendo esta opulencia desbaratadora en la que vivimos, me entran
unas ganas enormes de llorar. Te lo digo en serio. Es demasiado. Es
más que triste que tengamos los cubos de basura llenos de comida.
Demasiado triste. Demasiado serio. Demasiado doloroso. Y está en
nuestra mano hacer mucho: tomar conciencia y posición es el primer
paso, porque las cosas no suceden tan lejos como piensas.
viernes, 2 de noviembre de 2018
Ensalada de vanidades. (Audio)
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Ensalada de vanidades. (En Hoy por Hoy León, 2 de noviembre de 2018)
Cada vez me cuesta más entenderme, y eso que veo lo que hacen los otros y tengo la sensación de comprenderlos. Me atrevo a pensar en lo que estás pensando y me atrevo a decir cosas que nadie diría, aún sabiendo que todo lo que se dice pasa factura. Ese atrevimiento mío a decir que sé qué es lo que estás pensando en este día de Todos los Difuntos, este día luminoso que sigue al día de Todos los Santos o en el día aquel de Halloween en el que te negaste a reconocer tu malestar, es un atrevimiento irónico, una manera de decir que te entiendo con la facilidad natural con la que se comprenden las cosas, mientras me digo a mí mismo que este artificio puro en el que me invento no deja de ser una ensalada de vanidad, un revuelto de caprichos tiernos, un asado de petulancias con base de patatas a la panadera. Ya te digo, al final, ni yo mismo me entiendo. Cada vez me resulta más difícil hincarle el diente a mis propios pensamientos.
Sorprende que no sepa entenderme, cuando parece que comprendo bien a tantas personas. Ya sabes, a veces no ves lo que tienes cerca y tienes una visión clara de lo ajeno. ¿No te parece extraño poder conocer los detalles de lo otro? Me sorprende esa capacidad para pensar que sabemos todo de los otros, cuando no podemos explicar nada de nosotros mismos. Siento que lo que dibuja tan fácilmente todas las cosas que pasan a mi alrededor, no puede iluminar lo que me pasa y eso me produce una enorme congoja, como cuando de niño me sentía perseguido por mi sombra o cuando miraba en la soledad de la tarde las tejas oscuras del otoño. Una congoja febril. Esa perfecta congoja que me hizo un día decir que vivimos siendo muertos, que no comprendemos que es trágico que a pesar de todos los libros que se han escrito, pese a los cuadros que se han pintado, las obras de teatro que se han representado, a pesar de la música que se ha compuesto, todavía haya personas que siguen muriendo cada día de forma violenta. ¿Para qué tanta cultura? ¿Para qué la tecnología? ¿Para qué tanta ciencia si siguen existiendo industrias que alimentan manos homicidas? ¿Para qué tanto pensar? Mucho mejor cerrar los ojos. Mejor no poder ver, negro sobre negro, sin ninguna luz, todo el carrusel de la historia. Tengo que hacer un esfuerzo y entenderme.
Entiendo por qué pasan las cosas, aunque a mí mismo no me entienda. El miércoles estuvo jugando el Barcelona en el Reino. Fue un partido al que asistieron más de diez mil personas. El resultado es algo que no importa, porque lo que cuenta es el hecho en sí mismo, el gozo de asistir a una cita de esa relevancia. ¿Qué bobada es esa de las muertes violentas? ¿Por qué mezclar unas cosas con otras? ¿Qué tendrá que ver un partido de fútbol con el estrés del mundo? Y el caso es que a mí me gusta el fútbol y confieso que hasta me gusta el fútbol americano. Y entiendo que la historia nos ha devuelto a la casilla de salida, como ocurre siempre. Si me esfuerzo, hasta podría entender que el Barcelona haya tenido que traerse su autobús para ir al campo, que viniera por carretera un autobús vacío para poder llevar a los elegidos desde el hotel al estadio. Ellos viajaron en un vuelo charter Son los dos mundos de los que te hablo. El mundo del avión que va y que viene y el del autobús vacío que, cumplida su vanidosa función, se vuelve a Barcelona por carretera.
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