Como
no traigo nada apuntado esta semana en mi libreta voy a contarte una
historia sin pies ni cabeza, algo raro que me haga pensar mientras lo
escribo, pero que te suene dulce en el oído, como esa masa engordada
de las pizzas de franquicia que llegan a domicilio o en local con su
plus de azúcar en las salsas. Consumo fácil de alimentos rápidos
para personas que viven sin tiempo para vivir o para personas que
desplazan al plástico las fiestas de cumpleaños de los niños o la
espera del cine en las tardes de lluvia. Tediosas tardes de lluvia
detrás de cielos grises emplomados. Vida sin tiempo para ser vivida.
Bacon
dorado con salsa barbacoa. Morros reconvertidos. Oreja, pata,
pimentón. Elementos dispares de cocinas y cocinas, como reflejos
imposibles del mismo animal. Chorizo, morcilla, jamón, lacón,
costillas. Del cerdo, hasta los andares. Cortezas de plástico
enlatadas gourmet bajo exceso de sal para engañar paladares. Y todo
lo otro, los secretos, plumas, lagartos, abanicos, presas y demás
formas del corte de la pieza estrella para la barbacoa. Salsa
chimichurri. Reflejos. Ayer, en la foto que ilustraba la noticia en
la web de Radio León sobre la macrogranja de cerdos proyectada para
Carrizo, un cerdito me miraba aterrado entre las grupas –si
es que se dice así– de
sus compañeros de sacrificio, aplastado por lo estrecho del espacio
en el que se agita la piara. Vivir sin espacio para vivir.
Vivir
sin tiempo ni espacio para la vida. Ser domador de cerdos. No creas
que es una idea peregrina. Sé que es algo que me han contado, algo
que resuena en mi memoria. Ocurrió en un encuentro entre alguna
dignidad leonesa y una visitante, pero me importa poco el quién,
porque me gusta saborear el qué, esa perplejidad que se dibuja en la
cara del que escucha a alguien decir de sí mismo: yo, en realidad,
lo que soy es domador de cerdos, eso es lo que a mí, en el fondo, se
me da bien. Esa es una buena historia para este viernes negro. En un
mundo en el que se proyectaba la construcción de una granja para el
engorde de gorrinos pensada, no por, sino para dos mil trescientas
catorce cabezas, hubo una reunión en la que uno de los líderes que
se ocupaba, quizá de la educación de las personas, quizá de su
bienestar físico, quizá de su perfección moral, reconoció ante
las visitas que a él lo que se le daba bien, en realidad, era la
doma del gocho. Y en un reflejo inevitable, la visita pensó en un
cerdito saltando a la pata coja, pasando por el aro, retorciéndose
en contorsiones imposibles para alcanzar cualquier cosa comestible
menos una de esas sardinas que echan a las focas en los circos para
que aplaudan, si es que quedan focas en los circos. Et voila,
aquí lo tienen, este es el cerdito volador que supo saltar a por su
comida además de construir una casa de Pladur, sin tiempo para
ladrillos, sin espacio.
Una
vida vivida sin tiempo y sin espacio, una vida animal en la granja de
engorde. Una peste de purines y un abuso de consumo, esta vez solo de
agua. La nada o un cielo incierto, que decía Jim Murray. Un puro
reflejo, como ese que hay que fotografiar de la Catedral de León
para participar en el “Nunca Visto” de LegioQuest. Una entre las
miles de ideas para olvidar la granja y vivir con tiempo y con
espacio. Participa, comparte, lee. Sal. No dejes que tu vida se
evapore en el pesebre.
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