Buscar este blog

viernes, 2 de noviembre de 2018

Ensalada de vanidades. (En Hoy por Hoy León, 2 de noviembre de 2018)

Cada vez me cuesta más entenderme, y eso que veo lo que hacen los otros y tengo la sensación de comprenderlos. Me atrevo a pensar en lo que estás pensando y me atrevo a decir cosas que nadie diría, aún sabiendo que todo lo que se dice pasa factura. Ese atrevimiento mío a decir que sé qué es lo que estás pensando en este día de Todos los Difuntos, este día luminoso que sigue al día de Todos los Santos o en el día aquel de Halloween en el que te negaste a reconocer tu malestar, es un atrevimiento irónico, una manera de decir que te entiendo con la facilidad natural con la que se comprenden las cosas, mientras me digo a mí mismo que este artificio puro en el que me invento no deja de ser una ensalada de vanidad, un revuelto de caprichos tiernos, un asado de petulancias con base de patatas a la panadera. Ya te digo, al final, ni yo mismo me entiendo. Cada vez me resulta más difícil hincarle el diente a mis propios pensamientos.

Sorprende que no sepa entenderme, cuando parece que comprendo bien a tantas personas. Ya sabes, a veces no ves lo que tienes cerca y tienes una visión clara de lo ajeno. ¿No te parece extraño poder conocer los detalles de lo otro? Me sorprende esa capacidad para pensar que sabemos todo de los otros, cuando no podemos explicar nada de nosotros mismos. Siento que lo que dibuja tan fácilmente todas las cosas que pasan a mi alrededor, no puede iluminar lo que me pasa y eso me produce una enorme congoja, como cuando de niño me sentía perseguido por mi sombra o cuando miraba en la soledad de la tarde las tejas oscuras del otoño. Una congoja febril. Esa perfecta congoja que me hizo un día decir que vivimos siendo muertos, que no comprendemos que es trágico que a pesar de todos los libros que se han escrito, pese a los cuadros que se han pintado, las obras de teatro que se han representado, a pesar de la música que se ha compuesto, todavía haya personas que siguen muriendo cada día de forma violenta. ¿Para qué tanta cultura? ¿Para qué la tecnología? ¿Para qué tanta ciencia si siguen existiendo industrias que alimentan manos homicidas? ¿Para qué tanto pensar? Mucho mejor cerrar los ojos. Mejor no poder ver, negro sobre negro, sin ninguna luz, todo el carrusel de la historia. Tengo que hacer un esfuerzo y entenderme.

Entiendo por qué pasan las cosas, aunque a mí mismo no me entienda. El miércoles estuvo jugando el Barcelona en el Reino. Fue un partido al que asistieron más de diez mil personas. El resultado es algo que no importa, porque lo que cuenta es el hecho en sí mismo, el gozo de asistir a una cita de esa relevancia. ¿Qué bobada es esa de las muertes violentas? ¿Por qué mezclar unas cosas con otras? ¿Qué tendrá que ver un partido de fútbol con el estrés del mundo? Y el caso es que a mí me gusta el fútbol y confieso que hasta me gusta el fútbol americano. Y entiendo que la historia nos ha devuelto a la casilla de salida, como ocurre siempre. Si me esfuerzo, hasta podría entender que el Barcelona haya tenido que traerse su autobús para ir al campo, que viniera por carretera un autobús vacío para poder llevar a los elegidos desde el hotel al estadio. Ellos viajaron en un vuelo charter Son los dos mundos de los que te hablo. El mundo del avión que va y que viene y el del autobús vacío que, cumplida su vanidosa función, se vuelve a Barcelona por carretera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario