Lo
decía Manuel Bruscas el miércoles en el Palacio del Conde Luna:
mientras una de cada nueve personas que hay en el mundo pasa hambre,
se tira un tercio de la comida disponible. Ocurrió aquí en León,
en el marco del V Encuentro Nacional de la Alianza contra el Hambre y
la Malnutrición. Ya se habían dicho muchas cosas importantes sobre
el asunto; reflexiones y propuestas que se recogieron ayer en las
conclusiones a las que ha llegado este encuentro en el que han
participado personas expertas de organismos como la FAO, la
Universidad de Santiago, la propia Universidad de León, la misma
Acción contra el Hambre.
Pero
el miércoles, a eso de las siete de la tarde, en el Palacio del
Conde Luna solo había quince, veinte, treinta personas; voy a contar
cuarenta si cuento también a todas estas personas que tanto tenían que decir sobre este tema tan
interesante. Luego jugaba el Madrid. No sé si era uno de esos
partidos que la gente va a ver a los bares. Sé que jugaba el Madrid
y apuesto a que había en León más de cincuenta personas pendientes
de eso. En el encuentro de la ACHM el tema era la malnutrición, ya
sea por carencia, exceso o desequilibrio nutricional. En el encuentro
del Madrid el tema era Solari.
En
su libro, Manuel Bruscas dice que los tomates de verdad son feos. Y
yo dije que sí, que es verdad, que, aunque los tomates que vemos en
los escaparates de los supermercados son brillantes, rojos,
uniformes, bonitos, los tomates de verdad son feos. Tienen arrugas,
marcas, bultos y tienen también el sabor de la verdad. Pero
ocurre que se pierden por las matas y los caminos antes de llegar a
los lineales de venta. A veces se aprovechan para dar de comer al
ganado, si bien muchos de estos tomates de verdad terminan en la
basura, mientras una de cada nueve personas que habitan el planeta no
puede comer porque no tiene qué. Y es que los tomates tienen que ser
bonitos para venderse, por mucho que sepamos que, los que son de
verdad, son feos. Y las patatas también. Sobre todo las patatas que
crecen en terrenos pedregosos, porque se atan a las piedras, se
agarran a ellas y crecen con la marca de su presión: protuberancias,
agujeros, exageraciones de la naturaleza que las echa fuera del
mostrador de la hortaliza del supermercado. Las patatas que se
abrazan a las piedras no tienen el lustre suficiente para lucirse en
un escaparate y se desprecian. Y una de cada nueve personas en el
mundo se ve abocada a la malnutrición por falta de alimentos. ¡Que
no nos digan que el problema del hambre en el mundo es un problema de
escasez! Date cuenta de que no hace falta ni aprovechar todo lo que
se tira. Con menos de la mitad se puede resolver todo el problema.
Cuando
lo pienso despacio y me veo en el espejo; cuando miro mi nevera y
descubro esa lechuga pocha que no me he llegado a comer; cuando
comprendo esta opulencia desbaratadora en la que vivimos, me entran
unas ganas enormes de llorar. Te lo digo en serio. Es demasiado. Es
más que triste que tengamos los cubos de basura llenos de comida.
Demasiado triste. Demasiado serio. Demasiado doloroso. Y está en
nuestra mano hacer mucho: tomar conciencia y posición es el primer
paso, porque las cosas no suceden tan lejos como piensas.
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