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viernes, 9 de noviembre de 2018

Demasiado. (En Hoy por Hoy León, 9 de noviembre de 2018)

Lo decía Manuel Bruscas el miércoles en el Palacio del Conde Luna: mientras una de cada nueve personas que hay en el mundo pasa hambre, se tira un tercio de la comida disponible. Ocurrió aquí en León, en el marco del V Encuentro Nacional de la Alianza contra el Hambre y la Malnutrición. Ya se habían dicho muchas cosas importantes sobre el asunto; reflexiones y propuestas que se recogieron ayer en las conclusiones a las que ha llegado este encuentro en el que han participado personas expertas de organismos como la FAO, la Universidad de Santiago, la propia Universidad de León, la misma Acción contra el Hambre.

Pero el miércoles, a eso de las siete de la tarde, en el Palacio del Conde Luna solo había quince, veinte, treinta personas; voy a contar cuarenta si cuento también a todas estas personas que tanto tenían que decir sobre este tema tan interesante. Luego jugaba el Madrid. No sé si era uno de esos partidos que la gente va a ver a los bares. Sé que jugaba el Madrid y apuesto a que había en León más de cincuenta personas pendientes de eso. En el encuentro de la ACHM el tema era la malnutrición, ya sea por carencia, exceso o desequilibrio nutricional. En el encuentro del Madrid el tema era Solari.

En su libro, Manuel Bruscas dice que los tomates de verdad son feos. Y yo dije que sí, que es verdad, que, aunque los tomates que vemos en los escaparates de los supermercados son brillantes, rojos, uniformes, bonitos, los tomates de verdad son feos. Tienen arrugas, marcas, bultos y tienen también el sabor de la verdad. Pero ocurre que se pierden por las matas y los caminos antes de llegar a los lineales de venta. A veces se aprovechan para dar de comer al ganado, si bien muchos de estos tomates de verdad terminan en la basura, mientras una de cada nueve personas que habitan el planeta no puede comer porque no tiene qué. Y es que los tomates tienen que ser bonitos para venderse, por mucho que sepamos que, los que son de verdad, son feos. Y las patatas también. Sobre todo las patatas que crecen en terrenos pedregosos, porque se atan a las piedras, se agarran a ellas y crecen con la marca de su presión: protuberancias, agujeros, exageraciones de la naturaleza que las echa fuera del mostrador de la hortaliza del supermercado. Las patatas que se abrazan a las piedras no tienen el lustre suficiente para lucirse en un escaparate y se desprecian. Y una de cada nueve personas en el mundo se ve abocada a la malnutrición por falta de alimentos. ¡Que no nos digan que el problema del hambre en el mundo es un problema de escasez! Date cuenta de que no hace falta ni aprovechar todo lo que se tira. Con menos de la mitad se puede resolver todo el problema.

Cuando lo pienso despacio y me veo en el espejo; cuando miro mi nevera y descubro esa lechuga pocha que no me he llegado a comer; cuando comprendo esta opulencia desbaratadora en la que vivimos, me entran unas ganas enormes de llorar. Te lo digo en serio. Es demasiado. Es más que triste que tengamos los cubos de basura llenos de comida. Demasiado triste. Demasiado serio. Demasiado doloroso. Y está en nuestra mano hacer mucho: tomar conciencia y posición es el primer paso, porque las cosas no suceden tan lejos como piensas.

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