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viernes, 20 de septiembre de 2019

Pájaros. (Audio)

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Pájaros. (En Hoy por Hoy León, 20 de septiembre de 2019)


La belleza está en la metáfora, no en la realidad del objeto. Seguro que te das cuenta de lo que digo si piensas, por ejemplo, en la morfología de un pájaro. Piensa en una paloma, en un mirlo, en un sencillo pardal y observa la arquitectura de su plumaje, las curvas del pico, la fragilidad de alambre de sus patas. Si piensas en el pájaro como cosa, como un simple objeto que hay en la realidad más común, te parecerá que es hasta desagradable, repulsivo.

En cambio, hemos elegido los pájaros como metáforas de la libertad o de la paz o de la belleza misma y esa condición supera su repelente realidad. Este verano un abuelo se llevaba por las noches a su nieto a cazar pájaros. Los buscaban entre los árboles y les apuntaban con la linterna. No llevaban tirachinas ni escopeta de balines. Les bastaba enfocarlos con el haz de luz y la sabiduría del abuelo para encender la antorcha de la magia. Pero la belleza no está en el hecho en sí, que no es nada, sino en su interpretación, en su interpretación emocional, por ser exactos.

Por eso es magia la Romería de los Pájaros de Paradilla de Gordón. No por el hecho en sí mismo, sino por su interpretación emocional. Me recuerda algún pasaje de Las enseñanzas de don Juan, ese en el que Castaneda le pregunta a don Juan si se de verdad se había convertido en un pájaro y su maestro le pregunta a su vez: ¿viste como pájaro? ¿Volaste como pájaro? ¿Sentiste como pájaro? Si hiciste todo eso, entonces qué me estás preguntando. La cita no es textual, pero sí el sentido. Creo que es por eso por lo que en Paradilla hacen pájaro a todo el que se acerca y le animan a participar de la fiesta, aunque no suba en madreñas, como manda esta tradición que empezó el año pasado, y le animan a sentirse como pájaro, porque pájaro es el apodo que reciben los del pueblo. Una buena manera de acabar este verano que termina en fin de semana: como diciendo que hasta aquí hemos llegado y que el lunes es lunes y otoño y que eso de sentirse como un pájaro es cosa del verano y de gente que anda inventando todo el día.

La belleza no está en el objeto, ya sabes, sino en la interpretación, en el sentido exacto de la metáfora. Encontrar la escultura de un “trasgu” saludando en la montaña, escuchar acordeones, plantar pendones, encender la fiesta, todo carece de sentido si tú no se lo pones. Cada cosa insignificante que te sucede, cada desencuentro, cada risa, cada mirada llena de miedos y reproches, cada roce, cada sílaba que encajas en tu almohada es una metáfora, si te interesa. Pájaros que aborrecéis pájaros, pájaros de mal agüero, pájaros de cuidado, pájaros de bandada o de arboleda, buscad la belleza en la metáfora. No dejéis que haya pájaros de plumaje sospechoso que os espanten.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Inteligencia. (Audio)

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Inteligencia. (En Hoy por Hoy León, 13 de septiembre de 2019)

Ya no te puedo decir si lo escuché seguido o lo hilé después mientras me espantaba las pesadillas en la ducha o si lo decía la radio al mediodía y eran las cabezadas de la siesta lo que me tenía entre sueños. No lo sé. Eran dos temas, una noticia sobre bancos de cerebros en la lucha contra el Alzheimer y un anuncio que hablaba de Diseño Inteligente, un simposio que se va a celebrar este fin de semana en León bajo la ida de que la ciencia actual desafía la teoría de la evolución de Darwin.

Uno sabe muy poco de cosas tan profundas. Entiendo que en la lucha para vencer la enfermedad es necesario experimentar con cerebros humanos. Cerebros enfermos y cerebros sanos. No sé decir mucho más. Cuando pienso en la complejidad del mundo, en la perfección de una amapola, en la simpleza absoluta de un alga flotando en el mar, su transparencia, en la complejidad y exactitud, en la precisión del ritmo del bombeo de la sangre en cada latido de un corazón, me asombro. Me asombra el fluir del río, las nubes recorriendo mi mirada, la cercanía, la influencia, la sorprendente conexión de la luna con todo lo mundano. Veo todo eso y todo lo que puedas imaginar o pensar o comprender en toda la extensión de lo que hay y encuentro esa perfección de la que hablan los que dicen que hay un Diseño Inteligente. Y lo cierto es que, más que toda esa perfección natural, lo que verdaderamente me asombra es que tú y yo podamos darnos cuenta de todo eso y que podamos entenderlo y comunicarnos sobre ello. Que te llegue al corazón lo que te cuento a tantos cientos de kilómetros o aquí a mi lado, en contacto conmigo o sin querer verme, escuchándome en la radio o leyendo en internet. Esa misteriosa llama de la conciencia, esa candelita, esa luz que, sin que sepamos todavía bien por qué, se apaga en ocasiones antes de llegar al momento fatal del final de una vida.

Tantas veces me pregunté de pequeño, cuando oía hablar de trasplantes de corazón y pensaba que el amor estaba ahí puesto, si los trasplantados amarían a las mismas personas que amaban los donantes. Tantas veces he pensado que, si la conciencia reside en el cerebro, en un hipotético trasplante, quién sería el que se está mirando en el espejo, a quiénes recordaría, por quiénes sería capaz de levantarse cada mañana. Esa asombrosa nube de la conciencia que se esfuma en la enfermedad, que se enjuaga y se va por el desagüe del recuerdo, ¿es también parte de ese Diseño Inteligente? La vieja cuestión de si es azar o necesidad.

¿Es inteligencia el aroma del café de esta mañana? Es voluntad férrea y quizá suerte o algo bueno que nos pasa hasta que nos devora un monstruo oscuro y nos inventamos una vida nueva. Pura inteligencia y, muchas veces, amor puro.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Un asunto capital. (Audio)

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Un asunto capital. (En Hoy por Hoy León, 6 de septiembre de 2019)

Un niño estaba jugando con la arena. Se le acercó intrigado otro muchacho de la misma edad. ¿Qué haces?, le preguntó. Un campo de fútbol, dijo. Y se pusieron a trabajar sin decirse ni una palabra más hasta que el campo de fútbol estuvo terminado. Lo miraron satisfechos y cada uno se fue por su lado, sin saber el nombre el uno del otro, sin preguntarse por la raza o la religión o la tendencia política. Sin tan siquiera saber si el campo era del Betis o del Sevilla, del Madrid o del Barcelona. Sin la necesidad de hacerse fotos con el móvil para el Instagram, sin más ni más: una colaboración eficaz para disfrutar de una obra bien hecha.

Lo sé, después algún otro niño disfrutaría al pisotear las gradas o algún caminante playero metería el pie en el círculo central desdibujando las áreas o, con mucha, mucha suerte, la marea devoraría la construcción sin dejar de ella el menor rastro. No importa. Eso a ninguno de los dos muchachos les importó en absoluto, porque todavía, por su edad, por su buena intención, por su pureza, tienen la mirada puesta en lo que pasa y no en las consecuencias. Construyen por el gusto de hacer algo y lo hacen en común sin preguntarse nada, porque todavía no les importa en absoluto el resultado, ni la permanencia, ni el juicio de los otros. No era una réplica de ningún campo conocido. De hecho, si no fuera por el dibujo de las líneas del terreno de juego, hacía falta la imaginación de un niño para saber que aquello era un campo de fútbol. Pero tenías que ver de qué modo lo construyeron, sin decirse una palabra, sin hacerse ni un reproche, con la diligencia de quien resuelve un asunto capital.

Me cuesta venirme al runrún del día a día. Me gustaría poder seguir abandonado a esa vida de calma y bienestar en la que hasta el asunto más capital del momento se resuelve sin mirar las consecuencias, sin que a nadie le afecte nada, sin que nadie pida explicaciones, sin que nadie mida, pese, calcule un porcentaje de beneficio, sin que nadie pretenda ninguna difusión, un acto puro de creación, un asunto capital, ya te digo.

Castillos de arena, castillos en el aire, castillos con cimientos de barro. Castillos que construyen Castilla, esa cuestión capital, que ha dado colorido a los noticieros de la semana. Un León sin Androcles, que anda todavía con la espina en una pata, cuestión capital, esperando a ese esclavo que se la arranque para no tenerlo que devorar cuando se lo vuelva a encontrar en la arena del circo. Me encanta de esa fábula la memoria de la fiera y me gusta, una vez más, el acto desinteresado de Androcles que encuentra su premio sin buscarlo.

Cada vez creo más en eso, en construir en la arena por el gusto de hacer algo con alguien, sin ningún interés, sin ningún deseo de permanencia. Me parece que es verdad que hasta el asunto más capital se convierte en anécdota con la suficiente perspectiva.