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viernes, 29 de enero de 2021

Tricúspide. (Audio)

 

Tricúspide. (En Hoy por Hoy León, 29 de enero de 2021)

    Tenía que terminar este mes del corazón hablándote de la válvula del lado derecho, porque, si te acuerdas, el primer comentario de esta corazonada de enero empezó llamándose mitral, que está en el lado izquierdo. No sé si es una tontería y por obvio debería callarme, pero no me quedo con las ganas: ¿te das cuenta de que cuando decimos izquierdo y derecho depende de nuestra mirada? Hemos dicho que la válvula mitral está en la parte izquierda del corazón porque no lo miramos de frente, sino que hablamos desde dentro, como si fuese nuestro corazón el que mira y determina la lateralidad desde su posición. Lo que es izquierda visto desde un lado, es derecha visto desde el otro. Quiero decir que es imposible escapar a un punto de vista, que decir derecha e izquierda es una manera de situarse, que al corazón tanto le da que digas que es por la izquierda por donde circula la sangre rica en oxígeno como que digas que lo hace por la derecha, porque él no entra en ese discurso y se limita a bombear sangre hacia los pulmones y recogerla de la vena pulmonar para impulsarla por la aorta hasta que se reparta por el resto del cuerpo. Los capilares, atentos a su tarea de limpieza y recogida, se ocuparán de absorber la sangre impura hacia las venas y llegará ese empuje por la cava superior y la inferior a inundar el corazón con sangre pobre que filtrará la tricúspide hacia el ventrículo en un cierre perfecto de la armonía mágica que nos mantiene con vida.

    Esa armonía entre derecha e izquierda se sucede a un ritmo de entre sesenta y cien latidos en condiciones normales dentro del corazón. Armonía que dibujamos en rojo y azul, que situamos en derecha e izquierda, sangre rica y sangre pobre, convirtiéndose la una en la otra y la otra en la una, llevando energía a todos los rincones del cuerpo y recogiendo lo tóxico que se pueda generar en cualquier combustión. Llámalo actividad, intercambio, gasto, producción, como más te apetezca describir lo que significa estar vivo: gastar energía, consumir vida.

    Y todo eso pasa porque existe el corazón con su belleza y su armoniosa perfección, porque la tricúspide impide que la sangre impura vuelva a recorrer caminos que no son suyos y la obliga a descender a los pulmones para someterse a su más absoluta conversión. ¿Que todo esto pasa en el lado derecho y lo dibujamos en azul? Porque nos hemos puesto de acuerdo en hacerlo así, nada más. Ya te digo que, si lo miras desde frente, la derecha se convierte en izquierda y la izquierda en la derecha y la sangre tiene ese color sangre que es rojo y azul a la vez, porque todos somos nobles y nos oxidamos. Es lo más hermoso que tenemos, la capacidad de convertir lo tóxico en vital, la armonía del corazón recogiendo y enviando, conduciendo y ordenando, haciendo circular sin posibilidad de vuelta atrás el alimento y el veneno, cada uno a su destino. Aquí sí que no hay discusión. Es una pelea inútil, como esa costumbre leonesa de las cabezadas, una falsa disputa secular que un camión ha tirado por los suelos, al recoger la Navidad.

viernes, 22 de enero de 2021

Pericardio. (Audio)

 

Pericardio. (En Hoy por Hoy León, 22 de enero de 2021)

     Este mes de enero va a ser el mes del corazón, por lo menos en este rincón del viernes en el que estamos. No sé por qué nos habíamos hecho a la idea de que el año nuevo nos traería algo distinto, pensando naturalmente en algo mejor que todo lo que hemos tenido que vivir en el año veinte. Creo que es un defecto de fábrica que trae el ser humano y que se llama ilusión, o esperanza o sencillamente ingenuidad. No hay nada distinto en el veinte a lo que hay en el veintiuno, porque son la misma cosa. Ya lo decíamos el viernes pasado, el universo es uno y todo objeto que hay en él se afecta de todos los demás y los afecta.

    La afección es el afecto, pero no la afectación. Afectarse mutuamente es quererse, tenerse afecto, pero también enfermarse, porque es afección. La mezcla de las ideas de afición, inclinación y apego como sinónimos de afección, a la vez que sabemos que una afección es algo que no anda bien por nuestro cuerpo, me hace pensar en el amor como un daño, un quebranto de la salud. Entregar el corazón es morirse, pero es que amar es dar la vida. Hacer con el corazón, desde el corazón, por el corazón, es entregar y entregarse. Deshacerse, ¿por qué no? Deshacerse en el hueco de la piel del otro, como esa pizca de azúcar que, sin afectar apenas la amargura del café, lo transforma, lo modifica y lo convierte en algo que no es la pureza del primer sorbo del día, oscuro en el momento de encender la mañana. Es más deseable girar el interruptor de la vida con unos gramos de dulzura deshechos en el interior.

    Nos decíamos ayer en una reunión de trabajo que reconocer lo que la sociedad nos da reconociendo a los que trabajan desinteresadamente por la sociedad es concordar, acordar, encordar, colocar en el corazón el centro de atención de lo que se hace. Pusimos un corazón de colores encima de la mesa, un corazón que todavía está pendiente de entrega, porque se iba a entregar a Ana Gaitero en marzo del año pasado, fíjate qué fecha, por su trabajo en Diario de León y su compromiso con los leoneses. Todavía está por ahí, envuelto en su celofán, esperando el momento en el que llegue el día en el que Ana pueda recogerlo y podamos hacer una fiesta que lo celebre. Podríamos hacer algo virtual que tanto se lleva ahora, pero nada que sea del corazón puede funcionar virtualmente. Estuvimos hablando de ello ayer y yo me quedé mirando el corazón envuelto en plástico y pensé precisamente en el pericardio, en esa bolsa que envuelve el corazón, esa especie de saco de dos capas que es la funda de nuestros latidos. Se me ocurrió pensar que si el corazón es el órgano en el que dibujamos las emociones, se ve que el pericardio es la bolsa del amor, el papel de regalo de los afectos. Y lo sorprendente es que tiene dos capas: pericardio visceral y parietal. Para mí que la de dentro es la que importa, aunque seguro que la otra también es de la máxima importancia, solo que me priva pensar que, pegado a mi corazón, tengo un halo de pericardio visceral.

viernes, 15 de enero de 2021

Miocardio. (Audio)

 

Miocardio. (En Hoy por Hoy León, 15 de enero de 2021)

    Si todo estuviera fabricado con el tejido del corazón, el latido del mundo sería automático, el pulso de las cosas sería evidente. Pero no. Tenemos que buscarlo.

    Me vas a decir que los excesos de las fiestas, estas Navidades en las que según algún experto nos lo hemos pasado mejor de lo que debíamos, han hecho estragos en mi cerebro y ya no rijo, pero yo te lo cuento, y no es porque me haya empezado a interesar por algo tan peculiar como el entrelazamiento cuántico, no, es que sencillamente me ha ocurrido, he notado el palpitar del mundo. Es un poco raro, lo comprendo. Trataré de explicártelo: noto la conexión entre objetos que están separados y me parece que todo lo que hay participa de un entrelazamiento que funciona por debajo de la apariencia macroscópica de las cosas. No es nuevo. Hay otros que ya lo han pensado antes de que yo me dé cuenta y me dirás que para qué te vengo con esas ahora. No sé. Sinceramente no lo sé. Es solo que tengo la necesidad de contártelo.

    En la canción que escucho, en el grito que me llega de la calle, en la arruga de la sábana que se me marca en la sien como un falso disparo, el mismo pálpito, la misma latencia. El tejido del universo mostrando su armonía y su desastre con la misma inercia automática que los tejidos del corazón: un miocardio universal.

    Fíjate, el lunes que viene es eso que desde hace algunos años se llama Blue Monday. Es el tercer lunes de enero, el día más tiste del año, ese en el que según Cliff Arnall, otro Cliff, no el Cliff que sabe de la conexión entre las cosas, se dan las circunstancias perfectas para que nos sintamos más tristes que en ningún otro día del año. Díselo a Óscar de Café Quijano o a Guardiola, el entrenador de fútbol, que están de cumpleaños. Un dieciocho de enero nació Cary Grant: no sé si era lunes. Decir lunes triste y cumpleaños sería la misma cosa si los tejidos internos de los sistemas cuánticos no se abrazaran.

    El martes pasado no era el día más triste del año. Ni siquiera el más frío. La Junta tomó la decisión de no permitir la atención al público en el interior de bares y restaurantes y hubo un movimiento de espasmo que llevó a la calle a muchos que no hubieran tenido intención de salir ese día. Una especie de colapso en el miocardio del martes. Aquí en León lo vimos: un gesto de agarrar en el aire la última bocanada de una cierta libertad. El deseo de divertirse más de la cuenta conectado al miedo a que se contagien más personas de la cuenta. La maldita cuenta. La perversa cuenta que reduce a números los nombres de las personas que sufren y que nos colocan en la indiferencia de la sobreinformación. Sí. Aunque no lo palpes día a día, por contradecir a Lewis Carroll, siempre es tu cumpleaños. Feliz cumpleaños cada día que late el músculo del corazón del mundo. Miocardio feliz el lunes próximo, como el martes pasado.

viernes, 8 de enero de 2021

Mitral. (Audio)

 

Mitral. (En Hoy por Hoy León, 8 de enero de 2021)

     Hoy te hablo desde lejos. Las circunstancias, y la nieve de algún modo, aunque en realidad sé que no es este un motivo, me han impedido regresar a León cuando tenía previsto, de manera que te abrazo con estas primeras palabras del veintiuno manteniendo mucha distancia, en línea con la costumbre que estamos adquiriendo, eso que nos ha enseñado a sobrellevar esta realidad del contagio: medir los gestos, colocar los codos, esconder el aliento.

    Pienso en esto que me ha ocurrido a mí, el hecho de no poder regresar, y lo extiendo a situaciones más duras, personas que se quedan atrapadas en las alambradas del miedo o de la seguridad. Más allá de trabajos, de relaciones familiares, de compromisos ineludibles, está la impotencia de quienes escapan de una realidad más dura con la esperanza de una vida mejor. Comprendo que para cada quién su problema  es el que cuenta y que las dificultades para viajar entre países ―ir al Reino Unido, salir de Holanda, venir a España― pueden ser un grave contratiempo para muchos. Aquí, en este pueblo de La Mancha hoy cubierto de blanco, desde el que te hablo, en las calles vacías por la nieve y el COVID se ven rostros de personas que han venido de muy lejos. Me resulta difícil colocarme en sus vidas, entender el mundo desde su perspectiva, adivinar el grado de satisfacción que esta nueva vida pueda darles. Veo difícil encajar su presencia en los ritmos de otros tiempos, cuando el pueblo era de paso lento y la vida pasaba entre chismes y hazañas, cuando aventar la mies en la era convocaba a los muchachos y el tiempo se paraba para ponerse del lado del que soplaba el viento. Pero no creas que hablo con añoranza. No se trata de eso. Sé que la vida tiene en la historia una válvula mitral, que, como en el corazón, impide que lo que pasa vuelva, que la sangre de la aurícula regrese desde el ventrículo.

    Esa válvula mitral de la vida que es la historia no es un cepo ni un grillete, sino que es la belleza de la fugacidad de lo que ocurre, la enorme riqueza de no poder volver atrás. Yo hoy no puedo regresar, pero es la vida lo que me detiene.

    Me asomo a las miradas de estos chicos jóvenes que hoy no pueden ir a trabajar porque en el campo la nieve lo ha parado todo y me preocupa saber si miran para atrás o si su ya decidida carrera hacia el primer mundo es un salto hacia adelante encogido en una mitral de no retorno. La sangre nueva y limpia empuja de la aurícula al ventrículo para que brote hacia la arteria aorta, aunque hay un mundo que se escapa a la seguridad de quienes tenemos miedo y vemos en ese empuje una falta de control que nos preocupa. Es cierto, lo comprendo, no hay vuelta atrás. Nada tiene ese carácter. Lo que ha pasado pasado está y ni tan siquiera quienes son capaces de deshacer las piedras en la tierra que cultivan, pueden vencer el flujo de la sangre en el lado izquierdo del corazón.