Buscar este blog
sábado, 31 de diciembre de 2022
En el límite. (En Hoy por Hoy León, 30 de diciembre de 2022)
viernes, 23 de diciembre de 2022
Saliendo por la tangente. (En Hoy por Hoy León, 23 de diciembre de 2022)
viernes, 16 de diciembre de 2022
Conos. (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2022)
Para algunos de mis alumnos la existencia de las sirenas es incuestionable. Dicen que hay pruebas de ello y una de las pruebas que aducen es que se han encontrado restos que lo atestiguan, restos que no saben decirme ni dónde ni cómo ni por quién se han catalogado como tales restos de sirenas. Es el argumento irrefutable de que existen los vampiros: como es verdad que yo no he visto nunca un vampiro y tampoco he visto Rusia, pero sé que Rusia existe, debe ser que los vampiros tienen que existir. De la misma manera se podría argumentar que nada existe, porque hay veces que veo cosas que no existen, como cuando vemos en las carreteras esas masas de agua reverberando al sol; luego cabe pensar que no exista lo que veo. Y tampoco lo que no veo. Ni Rusia, ni los vampiros, ni las sirenas. Ni el agua en el espejismo del desierto. Me lo pasé muy bien con mis alumnos destripando argumentos e imaginando tesis extravagantes. Teoría: los vampiros son extraterrestres. Dado que no he visto nunca un extraterrestre, como no he visto nunca un vampiro, los vampiros deben venir de otro planeta. De hecho, las pirámides las construyeron ellos, porque ni en Egipto ni en Centroamérica existía la tecnología suficiente para construirlas cuando las construyeron, se dijo. Algo de lo que ni ellos ni yo tenemos ni idea, pero que nos divirtió en la mañana del miércoles, poniendo a prueba nuestra capacidad para detectar falacias. Divertirse aprendiendo o aprender divirtiéndose, no sé decirte cuál es el orden correcto. La cuestión es que existen más sirenas que las que salen en las canciones de Fito y en las películas de Disney y que puede que los vampiros sean una forma marciana en la que se manifiesta La Fuerza.
La verdad es el frío. Yo la veo como un espejo muy pulido por el que se resbala y en el que todo se refleja. La verdad —la razón, el argumento— se me presenta así, como un cucurucho lleno de castañas para calentar las manos. Pero esa es a la vez una mentira atroz, un calor falso, del momento, un conformarse con algo para ir tirando, para sentirse bien, para andar cuatro pasos y pelarte los labios hasta sentir el frío de vuelta. Un cucurucho por el que se cae, un cono invertido sin agujero en el que todo se atasca. Si los extraterrestres existen podrían ser la causa de las sirenas y su cuerpo cónico, su metáfora de la tentación, esa figura femenina para la perdición del hombre; la expresión de la belleza imposible, la belleza que te arrastra por los sentidos y te desalma, te convierte en desalmado, prisionero eterno de la imposibilidad de la consumación. La forma cónica de la cola de la sirena se me hace estampa de la verdad.
Los conos, los conos naranjas y blancos que señalan las calles cortadas para el asfaltado y que se multiplican estos días por la ciudad no son ya pequeñas trampas que te impiden llegar a tiempo al trabajo o al dentista, sino estampas deliciosas que recuerdan la existencia de las sirenas, su resabio cónico, su carácter extraordinario, su ser vampírico y extraterrestre.
viernes, 9 de diciembre de 2022
Vértice. (En Hoy por Hoy León, 9 de diciembre de 2022)
Cuando entramos en el bar, a los de Daimiel —un pueblo que te queda lejos, casi en el corazón de La Mancha, del que habrás oído hablar por tener otra lucha abierta, la de conseguir que no desaparezcan las Tablas, un Parque Nacional amenazado por la sequía y la sobre explotación en regadíos durante tantos años del acuífero que las sustenta— les pareció que molestaban, que llegaban en mal momento, porque todo estaba tan tranquilo que parecía que el bar no debía estar abierto. Carlos estaba colocando los adornos de navidad y se respiraba una calma que no se reconoce en un bar del sur ni cuando está cerrado. Pero ya sabes cómo son estas cosas: empezamos a hablar y nos hicimos familia.
En realidad, Carlos y yo ya lo éramos, sin saberlo, porque hablamos de Lolo y de Fulgencio y de tantas cosas que tenemos en común, que supimos de inmediato de esa cercanía. La tortilla estaba fabulosa y la panceta no era de este mundo. El momento era el de la misa y ocurrió uno de esos encuentros mágicos que van más allá de lo cotidiano. Los manchegos supieron enseguida lo que es la montaña leonesa y es curioso que confluyeran, como en un vértice, dos aristas tan distantes y tan diferenciadas: llanura y montaña, secarral y prados húmedos. Hubo, de las cosas que dijo Carlos, dos que te quiero subrayar: “nos educaron para irnos del pueblo” sería la primera, una verdad como un disparo; la segunda es una contramedida para la agresión hegemónica de la ciudad: “cada vez somos más los jóvenes que se quedan”. Dijo más cosas, habló de instituciones, de organizaciones, de su Lucha por la Montaña Leonesa, hablamos de la gente que quiere quedarse y de la que busca venirse, de ese mapa de la montaña en el que está trabajando con total entusiasmo.
El martes, al ver la noticia de que Renfe pone en marcha el primer tren histórico en la provincia con un trayecto por la montaña oriental, pensé en la segunda cosa que siempre le dicen a Carlos los de fuera: “si todo esto lo tuvieran los catalanes…”.
viernes, 2 de diciembre de 2022
Un punto rojo sobre bandera blanca. (En Hoy por Hoy León, 2 de diciembre de 2022)
Catar al frente, Catar en el subsuelo de muchas referencias en nuestra propia ciudad y me imagino —que no lo sé— que no solo a través de la Cultural, Catar en todo momento, condicionando horarios para las reuniones o para los exámenes en demandas patrióticas de alumnos que no se quieren perder el partido. Condicionando la vida Catar, desde su opulencia. Catar en la foto que impide la foto. Un escenario en fondo blanco con cuadraditos rojos, no como la bandera de Japón, tan clara, tan inmensamente blanca con su mancha circular de perfecto rojo. Estamos fuera. Estamos dentro, Japón nos perdona la vida, Alemania nos salva y nos entrega la vida, nos hace el boca a boca, Costa Rica nos apuñala. Catar lo abarca todo y hasta aquí nos llega.
viernes, 25 de noviembre de 2022
Esferas cristalinas. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2022)
En el cosmos geocéntrico que dibujaron los griegos, y que todavía persistió después de Copérnico, el mundo supra lunar es un sistema de esferas cristalinas hechas de éter o quintaesencia. Esferas perfectas que se mueven en un movimiento circular como no puede ser de otra forma dada su pureza y perfección. Es un universo eterno, un cosmos de armonía solo quebrada por los astros errantes que llamaron planetas y que dibujaban movimientos anómalos en los cielos. Esos planetas, y el resto de anomalías que fue generando la observación, llevaron al genio polaco a pensar en una hipótesis descabellada, una idea que solo podía presentarse como una hipótesis, como un juego matemático: la idea revolucionaria de que la tierra no fuera el centro de ese cosmos ordenado y que perdiera esa posición central para desplazarse a una más de las órbitas que giran alrededor de un nuevo centro, el sol.
Esa idea revolucionaria de Copérnico no es fruto de la observación, sino que va contra la observación misma y trae consigo consecuencias demoledoras como es el sencillo hecho de que si la Tierra es uno más de los planetas, probablemente todos los planetas y los astros respondan a las mismas leyes físicas de la Tierra, con lo que esa idea de perfección de lo celeste se desvanece. La reinterpretación cristiana del sistema aristotélico-ptolemaico se desmorona y la Harmonia Mundi ya no se sostiene de manera científica.
Fíjate qué dos acontecimientos más revolucionarios: ya no hay un cielo perfecto y una realidad terrenal, sino que el cosmos es el mismo en los orbes que en la tierra y, por otra parte, la observación, la evidencia de la experiencia directa, ya no es la explicación correcta de la realidad. Parece mentira que hayan pasado tantos siglos desde el “pero se mueve” de Galileo. Seguimos, creo yo, colgados de la idea griega de la perfección del cosmos y miramos al cielo con los ojos turbios de admiración mágica. No me malinterpretes. No quiero decir que no me parezca bien. Al contrario, diría. Ya sabes que soy siempre partidario del asombro y que esa esfera de la magia entiendo que es la que enciende la chispa del sentido en nuestra frugal, si es que se puede decir así, y efímera existencia. Ese mirar la esfera de los cielos con el asombro en las pupilas es buscar lo eterno que se nos escapa y eso que la inmortalidad está siempre en nuestra mano, porque compartir la belleza es alcanzar la eternidad.
Por eso creo que la noticia de la semana, sin lugar a dudas, la protagonizan Pablo y Sara, los dos leoneses escogidos por la Agencia Espacial Europea para participar en su programa como futuros astronautas. Podrán observar lo que Copérnico imaginó, podrán mecerse en la belleza de la eternidad de los orbes cristalinos. Son más que la noticia, son la cara del éxito, la imagen de un sueño hecho realidad.
viernes, 18 de noviembre de 2022
Rombo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2022)
viernes, 4 de noviembre de 2022
Número. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2022)
viernes, 28 de octubre de 2022
Dodecaedro. (En Hoy por Hoy León, 28 de cotubre de 2022)
Detrás
de las gafas de sol está todo. Hoy sé que toca contarte lo que me pasa al
comprender la muerte de Lolo, pero solo me sale esa frase, que detrás de las
gafas de sol está todo. Detrás de las gafas, de las camperas, del color negro,
al abrir la puerta y mirar detrás del personaje, podía encontrarse el vacío
—hay tantos casos—. Si así fuera, si me dijeras que has abierto esa puerta y
has visto el vacío, te diría entonces que el vacío es el todo, porque solo me
sale esa frase, que detrás de las gafas de sol está todo.
En
cierta ocasión, Paco Alonso, el arquitecto, el mago del adobe, le dijo cuando ya
se había ahogado en un delirio de provocaciones: “Lolo, sal de la viñeta”. Era
en Tabuyo y, no te lo vas a creer, estábamos hablando de geometría sagrada
siguiendo la idea de los pitagóricos, y también de Platón, de que la realidad
responde a arquetipos geométricos y que en la medida que esos arquetipos se
mantengan en su forma correcta, la realidad se sostiene como debe. “Sal de la
viñeta”, le tuvo que decir. Ya te imaginas. Los sólidos platónicos y la armonía
de los arquetipos, la sensación de que las cosas se desordenan porque pierden
su geometría sustancial.
Ahora
que ya estamos en edad de morirnos, te cuento un secreto: siempre estamos en
edad de morirnos, pero hay cosas que no se hacen. Uno no se va sin decir adiós,
de esa manera tan a lo escarabajo tigre. Sabes que Lolo había estudiado
biología y sabía muchas cosas de bichos. Estuvimos armando una novela que tengo
escrita y no publicada en la que hablábamos de bichos, los bichos de Lolo —los Demus—,
bichos que él dibujó y yo hice vivir. Sabía mucho de bichos y en las cenas de
los jueves, después de hacer la tertulia de Localia, a veces nos contaba cosas
como que el escarabajo tigre es el animal más rápido del planeta y que cuando
se lanza a por una pieza se queda ciego porque se deja el cerebro atrás. Bichos
que evolucionaron a monstruos, ideas de una realidad detrás de las gafas, en el
vacío de un mundo paralelo.
En
las tardes de Armunia te desarmaba con un trazo, desplegaba la melena del León
y hablaba y hablaba y enredaba y complicaba y se reía —¡cuánta risa! — y nos
parecía que todo era sencillo y fluido, como ensartado por un dodecaedro, que
parece ser que es la forma geométrica que puede generar un plan de construcción
del universo; un dodecaedro replicante de otras estructuras; un motor de
realidad. Hasta que miraba el reloj y se ponía todo serio y llamaba a La
Crónica para que le esperasen y se iba corriendo al grito de “tengo que hacer
el chiste”. A mí me obligó a volver a escribir. Podría nombrar a más personas,
solo que fue él quien me puso tareas, el que me empujó con su dodecaedro
creador a entrar en la viñeta y ahuecarme en el fernet de la Ragazzi para
inventar La Gocha, es cierto, una revista que nunca se publicó; para inventar
los Demus, que están en un cajón semejante; para crear un mundo en el
dodecaedro de la belleza y dejar que todo se resuelva en un sencillo fundido a
negro.
El círculo del brocal. (En Hoy por Hoy, 21 de octubre de 2022)
He
escrito círculo en el título, “el círculo del brocal”, porque pienso más lo que
contiene el brocal, el círculo profundo de la oscuridad, que el brocal mismo;
quizá tendría que haber escrito “la boca del pozo”, para dar mejor idea de lo
que quiero decir. Solo espero que lo entiendas, que hay algo oscuro a lo que me
asomo, un círculo cerrado que se comprende entre las paredes del brocal y que
es eso lo que quiero mirar y no veo, lo que me interesa, lo que me habla más
allá de la lucidez superficial del pozo visto desde fuera. Lo que se encierra
es lo que me interesa desvelar.
Tengo
un amigo que colecciona pozos. Ya ves. Otros coleccionan llaveros o insignias
de equipos de fútbol. Él colecciona pozos. Pozos en fotografía o en dibujos o
en cualquier otra representación. Fíjate que no he dicho fotografías de pozos,
porque lo que colecciona son los pozos, no las fotografías, me parece
interesante el matiz en el sentido de que ese pozo que aparece representado en
la fotografía es lo que atesora mi amigo y no su representación. El pozo, en su
ser agujero, ser vacío, es inasible en toda condición. Todas las partes que
diríamos que lo conforman son y no son él mismo: la garrucha, la cuerda, el
cubo, el propio brocal, el agua misma, son elementos que arropan lo que es
verdaderamente el pozo, que ni siquiera lo constituyen, porque sin el vacío del
agujero no serían tal pozo o a lo sumo serían un pozo ciego.
Este
amigo ha escrito un poemario que ha titulado Travesía. No lo busques. No se
trata de vender. No lo vas a encontrar. Está en el pozo de sus deseos y no
tiene voluntad de edición. Yo voy a poner un “de momento” en eso, pero bueno,
lo dejaremos ahí, en obra de arte sin voluntad de multiplicación. Dice en este
libro algo que te quiero leer: “Las teselas del mosaico, las piezas del puzle: un
paisaje, la familia, un rincón de la casa, una afición, un color, amigos y
enemigos, ausencias, una fragancia, dolor, carcajadas, un sueño y una pesadilla,
amor y desamor, dios o varios dioses, o ninguno, trabajo y descanso, el campo
florido y el barbecho”. Me ha dado para pensar en mis propias teselas, en los
trocitos de vida con los que yo compongo la oscuridad de mi pozo, en esa forma
de entendernos como una composición de momentos únicos.
Ayer
precisamente, en el aseo de un centro médico al que fui para una consulta, en
el agua del retrete, limpia, cristalina, brillaba una moneda, me parece que de
veinte céntimos. Pensé que se le habría caído a alguien, aunque me cuesta
entender cómo pudo llegar allí, y ahora, mientras te hablo de pozos, me doy
cuenta de la cantidad de monedas que la gente echa en los sitios más
inverosímiles para pedir ventura y me imagino a un enfermo que acude a una
consulta con angustia por las noticias que pueda recibir y lo veo sacando una
moneda del monedero para dejarla caer en el inodoro mientras pide con todas sus
fuerzas su preciado deseo. Es el agujero oscuro y profundo del pozo. Su
irresistible tentación.
viernes, 14 de octubre de 2022
De forma pentagonal. (En Hoy por Hoy León, 14 de octubre de 2022)
Esa imagen de la estrella de mar encerrando a los presos me conduce a impresiones de paso lento, desmanes de cajas chinas que traen regalos que son cajas que son regalos que son cajas que contienen el vacío. Un universo de muñecas rusas que se autocontienen mintiendo sobre su verdadera esencia. El abrazo de la estrella de mar que recoge en su interior las historias de los presos genera una estampa irreal, un poco en la idea de hacer cárceles, psiquiátricos y escuelas en las que encerrar cualquier posibilidad de cambio. Esa planta en forma de estrella de cinco brazos es un emblema, casi un símbolo de libertad que ya no está en las cárceles modernas construidas en pabellones paralelos que dibujan un armario con sus estanterías para meter cachivaches en cajones atestados. Los cinco brazos de la estrella de mar podían ser un dibujo de esperanza o tal vez una broma de mal gusto, una burla solo a la altura de quien pudiera mirar desde el cielo o conociera el secreto de su construcción. Ya, ya sé que me vas a decir que es una cuestión de control, que no hay ninguna poesía en el asunto, que esa disposición en galerías que parten de un espacio central circular es mucho más práctica si no se tiene un videocontrol técnicamente bien desarrollado. Y puede que sea así, puede. Pero yo elijo ver la estrella de mar, elijo lo distinto. Y, si me apuras, hasta giro un poco el mapa hacia el este y dejo que dos de los brazos sean piernas, un tercero el cuerpo y los otros dos los brazos que abrazan y acogen —o que oprimen hasta quitar el alma—. Elijo el mundo inconstante en el que las imágenes del mapa desvelan caminos siempre por recorrer incluso en el perímetro que imagino de forma pentagonal para el carcelero, aunque en el mapa solo se vea un rectángulo.
La forma pentagonal que sugiere la estrella trazando rectas de punta a punta es el camino del que vigila el encierro, el camino que parece correcto, el camino que está del otro lado de lo vallado, ese en el que nos sentimos seguros los que nos creemos fuera de toda prisión. El camino de forma pentagonal es el camino de la cordura. Por eso es tentador atrapar la estrella, salirse hacia adentro, escapar fingiendo desequilibrio. Este lunes, a la hora del café, en un Bar de Doctor Fleming, fingían irrealidad decenas de camisetas negras que decían “dale like a la salud mental”. Una estrella de mar y un mar de impulsos por el derecho a crecer en bienestar para salir de cualquier cárcel.
viernes, 7 de octubre de 2022
Un vector direccional. (En Hoy por Hoy León, 7 de octubre de 2022)
Me quedaba pensando en la verdad de la tradición, en su poder para fundamentar y mantener verdades que quizá sean totalmente cuestionables. Quiero decir que, más allá de la fiesta, el sentido de la tradición, yo que sé, subir a la Virgen del Camino a comer morcilla y comprar avellanas, o participar en la ceremonia de Las Cantaderas y revivir la negativa del pueblo leonés a entregar a sus doncellas o portar los pendones o cualquier otra de estas tradiciones leonesas que se disfrutan y recuerdan estos días, la verdad que se sostiene es la de la identidad de lo leonés, el vector de convergencia que señala la dirección de lo leonés, como otros vectores señalan en sus tradiciones el ser castellano o ser manchego. Ser lo que se es, por diferencia de los otros, necesita de un armamento cultural, una tradición sostenida en la historia, porque el cimiento sólido de lo que se es viene determinado por lo que se ha sido. En Toledo hablan de los TTV, los toledanos de toda la vida que mantienen sus tradiciones y las enseñan en los días de fiesta como aquí, como en todas partes. Un vector direccional. Lo que marca el camino.
Me pregunto si sería un exceso de fervor leonesista lo que llevó a un joven a robar la bandera que conmemora la festividad de la Guardia Civil que se había izado en la catedral el mismo lunes. Me pregunto si fue el olor potente, pero soportable, que quedó en la Plaza del Grano después de tanta tradición lo que le impulsó a recoger la bandera de España y llevársela a su casa. O si fue cosa de un no hay lo que hay que tener de unos amigos encendidos. Es lo que tienen los vectores, que pueden indicar una dirección o cualquier otra.
viernes, 30 de septiembre de 2022
Simetría. (En Hoy por Hoy León, 30 de septiembre de 2022)
En
las noticias de La Sexta, me parece, contaban ayer que la reconstrucción de Nôtre
Dame de Paris está siendo posible gracias a que existía un mapa, una especie de
doble digital, que permite acometer las obras con total precisión y en la misma
pieza explicaban, y creo que ese era el centro de la noticia, que la catedral
de León está siendo mapeada con un robot que presentaron como un robot canino.
Luego he visto que la misma noticia la dieron algunos medios leoneses ya este
verano y que parece ser que el robot responsable de tomar los datos del mapeo andaba
por las calles de León hace un año, y cito textual la noticia, lo hacía “para
sorpresa general”, escoltado por una mujer que, correa en mano, supervisaba su
tránsito por la ciudad.
Perdona
mi ignorancia total respecto al tema. De hecho, que haya un robot que ha sido
capaz de proporcionar los datos exactos para que se pueda generar una imagen digital
precisa de la catedral me parece una noticia estupenda, bueno, me parece una
noticia estupenda que exista esa fotocopia virtual y no deja de parecerme
curioso el modo en el que se ha conseguido. Pero también pienso que es curioso
que esa noticia vuelva a aparecer ahora en un telediario a nivel nacional. No
tengo ninguna teoría al respecto, solo un cierto asombro. Las imágenes, si no
las has visto, son más que interesantes y te sitúan en la catedral como si
estuvieras viéndola en una nube de puntos. La empresa que está detrás de la
construcción digital de la Pulchra Leonina es una empresa leonesa que está en
medio mundo y esa es también una noticia en sí misma, una noticia de éxito.
Podría
decirse que la catedral está a salvo dado que existe un objeto en el universo
digital que la respalda, como si hubiese una copia de seguridad de nuestra joya
del gótico. Lo que me pasa por la cabeza es la posibilidad de hacer copias
digitales de todo, la idea de generar un mundo en perfecta simetría con el mundo
que llamamos, de momento, el mundo real. Esa intención del Metaverso que nos
parece inocua, ¿acaso no será el germen de una idea terrorífica? Y, por otra
parte, ¿no es este que tenemos por real un mundo imaginado en muchos sentidos?
Lo que me alarma es que este mundo superpuesto pueda ser aún más el de la
diferencia, el que deja a salvo a unos pocos y condena a la mayoría al infierno
de las facturas. Esa simetría entre lo real y lo virtual es una simetría imperfecta
y produce una ilusión más perversa que la ya perversa realidad que nos acoge.
Ayer
por la tarde, cuando volvía a casa por el Paseo de Salamanca, los estorninos me
recordaron que por la mañana, cuando iba a trabajar, había pensado en que debía
hablar hoy de la belleza de los estorninos anunciando el otoño en bandadas
caprichosas señalando el cielo de lado a lado en el Paseo de Salamanca. Una
simetría de tiempo y cielo. Una belleza analógica e imperfecta. Algo también
para mapear.
viernes, 23 de septiembre de 2022
Desde un conjunto vacío. (En Hoy por Hoy León, 23 de septiembre de 2022)
Me ha hecho repensarme muchas cosas la entrevista de Carmen Tapia a Miguel Martínez en la que habla de su enfermedad. Es de valientes, vamos a decirlo así, reconocer que uno padece Alzheimer. Miguel ha sido siempre muy valiente para todo, dijiste. Yo no lo sé. Quizá sea eso, quizá sea una cuestión de valentía, quizá sea sencillamente eso que llamamos vivir.
Lo digo porque en ese andar por la vida en el que todos estamos ya es un acto de valentía enfrentar cada mañana. El atasco de la bajante, la bomba de la caldera, el precio de los hoteles, la leña y el carbón. Un lunar que se transforma, una llamada de la ginecóloga anunciándote que hay alguna cosa que no está bien. Todo requiere valentía. La tabla de multiplicar, el logaritmo neperiano. ¿Acaso no hace falta valor para entender qué son los descriptores del perfil de salida de la Educación Primaria?
Es una evidencia que convivimos en la valentía, en la consciencia del daño. Yo aprecio la decisión de Miguel Martínez de enfrentar su situación, asumirla y comprometerse con ella. Es más, sin entrar en otro tipo de valoraciones, me parece que es algo que siempre ha hecho, aunque diga que antes jugaba mejor al golf. Otra cosa es que a los demás nos pareciese bien eso con lo que se comprometía o no, en esa parte no voy a entrar porque pertenece al pasado —creo que pertenece al pasado, no estoy muy seguro— y es verdad que cuando vemos la foto de un hombre que ha sido poderoso en la antesala de la dependencia, como nos pasó con Suárez o con Maragall, comprendemos que la importancia de lo que nos pasa es muy relativa y eso nos permite ser pacientes, pacientes con lo que hay, pacientes con lo que nos llega, pacientes valientes, como todos los que asumen la paciencia a la que obliga toda enfermedad. Mira tú ese vértigo cómo te tiene, mira esa espalda cómo te para, mira esa tristeza que se te ha metido en el pecho y que no sabes identificar. Paciencia. Paciente.
El paciente está en su sábana, se arropa en su inseguridad ante lo que sufre, ante lo que viene. El TAC dirá que estás limpia, que lo que tienes es abordable y se puede eliminar. El tiempo se arrastrará de consulta en consulta, de tratamiento en tratamiento, hasta que te vuelvas a encontrar en la seguridad de que todo vale la pena de nuevo. En cambio, Miguel sabe que viaja hacia un conjunto vacío. En realidad, él ya lo sabe y la diferencia está en que nosotros no somos conscientes de estar en ese viaje hacia la no consciencia. Él ya está sentado en su asiento y su tren es de largo recorrido. Verá el mundo correr por la ventana. Algunos pensamos que todavía no hemos llegado a la estación. Me acuerdo mucho de quienes atendéis o habéis atendido a personas que viven en ese conjunto vacío de la conciencia. Citaría vuestros nombres, pero sé que no os vale la pena, que habéis aprendido tantas cosas en ese viaje que no es el vuestro, que el dolor del vacío os ha enseñado lo que significa ser valiente: eso que llamamos vivir.
viernes, 16 de septiembre de 2022
En el vértice de la tormenta. (En Hoy por Hoy León, 16 de septiembre de 2022)
Hay un punto en el que confluyen todas las fuerzas, un punto fatídico que pudieras ser tú, un punto que se convirtiera tal vez en el vértice de la tormenta. Hay días en los que te sientes así, tironeado desde todos los ángulos. Son esos días en los que todo sale mal o con impedimentos, días en los que se abren grietas en las paredes más sólidas y, a la vez que notas cómo la tormenta te arrastra hacia su interior despiadado, todo el mundo exige de ti cosas que no les puedes conseguir. Puede ser un quince de septiembre o un dieciséis, un catorce de junio, un quince de noviembre, un diecisiete o un dieciocho de enero, eso da igual. Hay muchos días así y, cuando te ves en ese punto, la tentación es la del abandono, la de dejarse llevar: bajar los brazos y arrastrarse hacia abajo como en la espiral del sumidero. Solo que no es ese nuestro estilo, porque sabemos empaparnos con la lluvia, porque estamos acostumbrados a bailar todas las danzas y sabemos desmoronar una cena de pie en la cocina. No puede tocarnos tanta agua, no puede deshacernos como si fuéramos un castillo construido en la arena cuando sube la marea. Somos roca. Lo decía Marías cuando hablaba en sus últimas novelas de esa ciudad del noroeste a la que puso por nombre Ruán, gente tirando a austera y a grave. Lo decía de Ruán, es cierto, pero es que Ruán y León tienen cuatro letras y una sonoridad que se parece. Y lo firme solo se desmorona en la tragedia. ¡Gol en Elche!, gritó una voz en la radio mientras Dani Garrido se defendía como podía improvisando un obituario del escritor recién fallecido. ¡Gol en Elche! En el momento más severo de la tragedia, la fuerza de lo inmediato, un gol en Elche. En el vértice de la tormenta, cuando todo te aprieta y te desajusta y te desasosiega, hay un gol en Elche que te desplaza hacia afuera.
Aunque la tormenta siempre es perfecta y
siempre desborda, lo que debes entender es que nunca nadie está en el vértice,
que nunca lo que sucede está en contra de nadie, sino que ocurre de manera que
cada uno de nosotros podría elegir ser el vértice de alguna tormenta. ¿Ves el
caso del San Claudio? Agua por las escaleras, agua en los pasillos, agua en la
cocina. ¿Y quién está en el vértice de la tormenta? ¿El Ayuntamiento? ¿La
Junta? ¿De quién son propias las competencias? Estamos otra vez con el tema de
los límites, lo que es estructural y lo que es mantenimiento, algo que seguro
que está más que definido, pero que luego el día a día descoloca.
viernes, 9 de septiembre de 2022
La altura del cielo. (En Hoy por Hoy León, 9 de septiembre de 2022)
Mi hermana, la que es ahora la pequeña, pero que no debería serlo, dice cosas como esta: “hoy el cielo está más alto que otras veces”. A mí me gusta mucho escucharla porque, en la sencillez de la frase, “hoy el cielo está más alto que otras veces”, hay una autopista para los pensamientos y, si se quiere, se pueden escribir páginas y páginas sobre lo que dice esa sencilla afirmación. Yo, que tiendo a la exageración, estoy tentado de repensar y repensar el significado de su idea y tratar de imaginarme la altura del cielo, el listón que separa en el aire lo que es cielo de lo que no lo es todavía, lo que se queda en, podríamos decir “aire”, para simplificar.
Nosotros
vivimos rodeados de aire y más arriba, más alto, más allá de lo que nos rodea,
hay un punto en el que el aire ya no es aire, sino cielo. Uno no sabría decir
si los aviones vuelan por el aire o por el cielo, si los pájaros son del cielo
o de la tierra, si las nubes son la frontera que señala la línea que separa lo
que está allí de lo que es aquí, porque sí que sabemos que el cielo no es cosa
nuestra, que está allí en lo alto de nuestra vida pequeña e insignificante ante
la inmensa enormidad de lo que los antiguos llamaban el orbe, su ser inalcanzable
e inabarcable. Mi hermana estaba hablando de eso, de que hay días en los que el
cielo está muy alto, muy lejos, muy separado y otros en los que se mira y se ve
que todo brilla más cerca, porque eso se ve especialmente en la noche, y sobre
todo en las noches de verano y patio y charla y tiempo para mirar y atrapar la
altura mínima del cielo. Tocar con la mano las estrellas, traerlas al aire,
bajarlas al momento quieto y calmado de la noche, esa aventura del verano, ese momento
sin tiempo de los días del verano. Comprender la altura del cielo, sopesarla,
debería ser un arte que todo el mundo manejara, un saber del común, una de esas
cosas que nos sirven para sentirnos gente, la misma gente, la misma clase de
gente, la que respira el mismo cielo y se suspende en el mismo aire.
Este
verano que todavía no se ha ido, porque se nos olvida que todavía tiene casi
dos semanas, está siendo el verano del hielo y el fuego, más fuego que nunca y
menos hielo que de costumbre. La altura del cielo se acorta pavorosamente en
los incendios, lo hemos visto, el fuego la señala. La altura del cielo se hace
inmensa en los supermercados, en la nevera del hielo, en la sonrisa satisfecha
del que conseguía el saco. Poca broma con la naturaleza humana ante la escasez,
poca broma con la idea de tener que compartirla. La altura del cielo se achica
hasta aplastarnos, ya lo creo.
Mi
hermana lo decía mirando las estrellas a kilómetros de altura más allá del
batir airado de las palmeras, recordando una noche distinta en la que se veían
los agujeros de luz del cielo al alcance de la mano en su memoria. La altura
del cielo, un concepto salpicado de matices, como la escasez del hielo, como la
ceguera del fuego, la subida de los tipos o la muerte de la Reina.
viernes, 17 de junio de 2022
Con rumbo desesperado. (En Hoy por Hoy León, 17 de junio de 2022)
No sé si alguna vez has visto a los animales abandonar el bosque con rumbo desesperado al comenzar el incendio. Yo tengo la imagen de esa estampida dibujada en uno de aquellos libros de Bruguera que leíamos en los setenta, cuando el cambio climático todavía no era una evidencia. Igual ni te acuerdas o ni los llegaste a ver nunca. Había una serie que publicaba clásicos de aventuras, Verne, Salgari, Dumas, Walter Scott,… Muchos empezamos ahí a dejarnos los ojos en el gusanillo de la lectura. Moby Dick, La Isla del Tesoro, Robinson Crusoe. Se podía leer el texto, imagino que adaptado — ¿quién se acuerda?—, aunque la mayoría nos íbamos a las viñetas que contaban la historia con un ritmo semejante al del cine. También cayeron en mis manos por aquella época otro tipo de ediciones realizadas con el mismo concepto, pero con otro contenido: igual has oído hablar de Los cinco, Los Hollister o Susy la pelirroja. Es de alguno de esos libros de donde guardo la imagen de los animales abandonando el bosque en el incendio y los dibujos infantiles se almacenan en mi memoria con la misma alarma que si estuviese viviendo ahora mismo la escena. El bosque desesperado.
Me veo en esa tesitura del abandono con rumbo desesperado y tiemblo por el miedo. Es verdad que fue hablar el Consejero, el miércoles, del operativo de lucha contra incendios forestales y declararse el de la Sierra de la Culebra, que todavía a esta hora nos tiene en vilo. El horror del fuego. Lo que nos obliga a escapar o, en eufemismo escuchado al Delegado del Govern en Lérida, auto evacuación de las personas. Este concepto de auto evacuación es como la racionalización del pánico, la frialdad ante la inminencia del desastre. Hielo, flema contra flama. El bosque en llamas y colocamos el cepillo de dientes junto a la pasta dentífrica en el neceser y el pijama bien doblado junto a la ropa interior limpia. Auto evacuación racionalizada ante el pavor del fuego. Cuesta creerlo. Uno imagina otra estampa, más la del dibujo de la historieta infantil, la carrera desenfrenada, la escapada sin rumbo, la huida sin esperanza. Pero, hablando del Consejero, ya es mala suerte tener la rueda de prensa programada para el día antes del incendio. Si hubiera sido leridano, habría podido auto regular su comparecencia y hacer que los incendios de Zamora se auto alimentaran en dosis moderadas de riesgo medio, con una condición más adecuada a su discurso.
No sé si viene del Segre, pero es la pera que parte de la fruta que ha llegado a los colegios en estos días la haya comprado la Junta en Granada a un intermediario que la trae de Lérida. Ya ves, otro incendio. Ojalá las llamas se extingan pronto en la comarca del Segre, y aquí, más cerca, en la de la Culebra. Ojalá no se enciendan más fuegos. Ojalá no nos veamos auto evacuados con rumbo desesperado por ninguna causa. Ojalá, Pereira, las del Bierzo vuelvan a ser las peras de Dios en los colegios.
lunes, 13 de junio de 2022
Lejos de entender las causas. (En Hoy por Hoy León, 10 de junio de 2022)
Impresiona pensar en el derrumbe del viaducto de la autovía en Vega de Valcarce. Uno ve las fotos y entiende esa fobia tuya a transitar por encima de los puentes. Si preguntas, verás que ese miedo irracional a caminar por las alturas es más compartido de lo que te piensas. Quizá no en los términos tan exagerados en los que te ataca a ti, que eres capaz de renunciar a gozar de paraísos por no tener que cruzar en coche ningún río, pero sí en alguna de sus formas. Es como que separar los pies del suelo, a gente tan sensata como tú, le produce un vértigo de psicoanálisis o de película de Hitchcock. Nadie quiere perder pie, pero tender puentes es el modo que tenemos de extender el suelo, la manera de plegar punto sobre punto y acortar las distancias, atajar los abismos, conectar las orillas sin tener que subir hasta las fuentes. ¿Te imaginas tener que subir hasta La Cueta para cruzar el Sil?
Salir al puente me trae imágenes de luz cegadora, no sé por qué, imágenes de casitas encaladas, quizá recuerdos de un puente sobre el Guadiana cerca de un molino o una posada en una curva de la carretera. Puente de barandillas blancas que ata una isla al continente, también con reflejos de luz escándalo, luz escondida en nieblas de otoño, luz de fin del mundo en el oeste del verano. Me veo andando ese puente que se deshace detrás, que no te deja volver sobre tus pasos, que te apura en la carrera hacia un universo desconocido, un suelo nuevo. Quizá un recorrido que nunca estuve muy seguro de querer hacer y que ahora me coloca en esta otra orilla de mi vida para mirar todo ese abismo que deja el viaducto que se desploma. ¡Qué vértigo!
Me paro en el borde de ese abismo que un día me atrapó y escucho en el informativo regional a la representante de los trabajadores de Siro que habla desde un pasillo de las Cortes y suena por detrás de sus palabras la llamada a votación. No sé si lo sabes, pero en las Cortes, cuando va a haber una votación, hay un aviso sonoro, una especie de ding-dang-dong que me recuerda el tin-tin-tin-tin-tin de Encuentros en la tercera fase. Siempre me ha parecido increíble que haya que llamar a sus señorías a ocupar sus asientos para que opriman el botón que manda con los dedos el portavoz del grupo parlamentario. También se oía la llamada por detrás de la voz del Presidente de la Junta en el corte del informativo, explicando su posición con respecto al problema de la fábrica de galletas, que finalmente se resolvió anoche en Madrid.
Puentes, galletas, ríos, fuentes, casas blancas: todo me habla de la infancia, de ese tiempo lento en el que los cumpleaños todavía eran fiestas, ese tiempo en el que el sol se daba la vuelta con toda la calma en trescientos sesenta y cinco días, no como en este tiempo acelerado en el que parece que viniera por un puente acortando el espacio entre un año y otro. Otro año sin entender del todo las causas del desplome del viaducto, la necesidad de llamar a votación, el difícil aroma de galletas.
viernes, 3 de junio de 2022
Con arreglo a mágicas señales. (En Hoy por Hoy León, 3 de junio de 2022)
sábado, 28 de mayo de 2022
Antes de que las tablas se desenclaven. (En Hoy por Hoy León, 27 de mayo de 2022)
viernes, 20 de mayo de 2022
A través del valle inquietante. (En Hoy por Hoy León, 20 de mayo de 2022)
viernes, 13 de mayo de 2022
En virtud de cierta inercia. (En Hoy por Hoy León, 13 de mayo de 2022)
viernes, 6 de mayo de 2022
Alrededor de una medalla. (En Hoy por Hoy León, 6 de mayo de 2022)
El miércoles el día era luminoso, como el de hoy. Un día que cualquiera hubiera escogido para fiesta. Fíjate que sé que pasaron muchas cosas que te alegran, éxitos que no voy a enumerar, momentos que imagino en tu relación de cosas buenas. No vale que me digas que es imposible que yo pueda saber lo que te pasó este miércoles, eso da igual. Lo que cuenta es lo que te pasó, las veces que la cuchara de madera se escurrió desde el borde del puchero para recordarte que hasta lo que tiene naturaleza inmóvil se resbala cuando está en la acción. No sé cómo contarte lo luminoso de la mañana sin hablarte de esas cosas sobrenaturalmente buenas que acontecieron tan cerca de ti, de todo lo tuyo. Un San Jorge que se tomara la muerte de los dragones sin impulsos violentos, un Dios que obrara milagros con un libro de Inglés. Glorias del día en minucias próximas. Me sé tus andanzas en votos devotos que se colocan de una facción o de la otra, que siembran ojeras y deslealtades, que trazan líneas, que desarman inquinas, que afloran pulsos y obediencias. Me sé que desde ese miércoles tienes un punto de mira nuevo, una idea vieja que se te está desplegando de nuevo en la cabeza, con la misma serenidad, quizá entusiasmo, de ese primer día.
Ese miércoles luminoso de mayo, perdona que vuelva a traerte hoy a un instituto, en el García Bellido hubo uno de esos actos mágicos de los que me gusta hablarte. Fíjate, yo creo que ya lo sabes, que tuvimos la visita de Mª Paz García Bellido, hija de D. Antonio García y Bellido, el que fuera, como reza la placa que en su pueblo natal guarda su memoria, doctor en Filosofía, catedrático de Arqueología, escritor, políglota, dibujante. García y Bellido, quizá muchos en León no lo sepan, es el alma de los estudios que nos han llevado a establecer el origen de la ciudad en aquel campamento de la Legio VII, sobre cuyas termas, por darte un indicio de lo que hablamos, se levantó siglos después la catedral. Es algo así como que lo que estudió Bellido nos da la pista de lo que es la historia del origen de esta ciudad. Un estudioso que da nombre a un instituto, algo posiblemente menor para la mayoría, pero que, en la luz del miércoles, con la visita de su hija Mª Paz y de dos de sus nietos —uno se llama Antonio y no te haces idea de lo hermoso que fue presentar una y otra vez a Antonio García Bellido a compañeros, alumnado, autoridades que estuvieron ese día en el centro—, volvió a alcanzar la sombra del vuelo de las águilas, la estampa de la historia iluminando el día. Yo creo que la luz venía de ahí, de ese brillo, del brillo del oro pulido de la medalla que, en su día, a principios del verano de 1969, le otorgaron los leoneses en señal de reconocimiento a su labor. Y fíjate qué cosas, que, en la generosidad de la familia de García y Bellido, en la voluntad de sus hijos, está que esa medalla vuelva a León, que se conserve en manos, en corazones leoneses, como ejemplo de luz, déjame que lo repita, de luz generosa que ilumina el modo correcto de hacer las cosas más allá de las líneas que dividen cualquier jurisdicción.
viernes, 29 de abril de 2022
Dentro de lo que cabe. (En Hoy por Hoy León, 29 de abril de 2022)
Cielo, el de todos. Luna, la de todos. Mar, el mar eterno que es uno y todo lo envuelve, Ponto, estéril piélago de agitadas olas nacido de Gea sin mediar el grato comercio. La belleza del acto de Colinas —la perfección de su discurso— me llegó a los oídos en esta tarde berciana de la que te hablo, una tarde de esas que tienen peligro por acumulación de ingenio, porque entre los diez profesores que comimos juntos había más de uno que, además de profesor de filosofía, es filósofo. Igual no te lo crees, pero tres de ellos crían o han criado gallinas, alguno con carné de pequeña explotación agrícola, no vayas a pensar que es cualquier cosa. Tener ese carné, según parece, te permite criar hasta cinco gallinas dentro de la legalidad. No te extrañe que haya alguna gallina que ha salido hegeliana, como a quien le sale una mala yerba en el parterre. Lo bueno de las gallinas, aunque sean hegelianas, es que ponen huevos. Las malas yerbas, en cambio, solo son promesas de inmortalidad. Y en esas andábamos, ya te digo, pendientes de la entropía, de la inmortalidad y el sábado en esa pelea que cada uno mantiene contra el lenguaje, robando frases de unos y otros, como acabo de hacer ahora, y colocando citas de clásicos y extraños en un festival de todos los colores. Luz berciana alumbrando ese encuentro de viejos compañeros, de nuevos colegas, de condena a la querencia, arrimados al amor del fuego que todo lo circunda, como todo se enreda en canciones posiblemente de Serrat o discursos de García Calvo. Melenas como la de Colinas. Guerra plena a todo lenguaje —silencio— para que la literatura no pinte de colorines la realidad, esa fantasía en la que nos ha dado por vivir.
viernes, 22 de abril de 2022
Detrás de cada máscara. (En Hoy por Hoy León. 22 de abril de 2022)
Incluso para quien destapa tras la mascarilla una piel perfecta, la oxidación es permanente. Hay una sombra de lamento en lo que digo, ya me doy cuenta, como si quisiera pensar que esa piel del bebé que fuimos fuera una quimera perdida, pero no es así. Me gustan las arrugas en la piel, las señales del tiempo que decía aquel poeta, y me gustan porque enseñan la historia de quien se las dibuja. Cicatrices, marcas, manchas, arrugas, imperfecciones cosecha de la propia vida. Uno evita mirar al espejo para no ver que ya no está al otro lado aquella cara de quince años y trata de reconocer el rostro de esa persona que se asoma, un rostro ajeno que está todos los días mirando en una pared del baño o que se ve de reojo en el vestíbulo en esa última ojeada antes de salir a la calle. Esa necesidad de esquiva no me parece que sea patológica, sino espontánea y natural, un principio básico de evitación del daño que no conlleva ninguna intención de negar las evidencias. Ahora bien, esa negación espontánea de la realidad no debe nunca confundirnos. Quiero decir que, aunque sigamos pensando que tenemos quince años en una especie de ilusión idealista, sabemos que esa puede que no sea la realidad que ven en nosotros los demás. Por eso, ahora que te veo más allá de los ojos, porque te has quitado la mascarilla, te reconozco diferente, te integro en otra categoría de personas conocidas, personas que fueron ojos.
Personas que fueron ojos, huellas de la ansiedad y del tiempo, miedos que se transforman en gripes. Señales que se dibujaron escondidas y que ahora destapas en un gesto nuevo, este gesto de pintarte los labios, de recortarte bien la barba, de enseñarte como eres. Fíjate que te hablo de quitarte la mascarilla y me viene a la cabeza, no sabría decir por qué esa noticia de esta semana sobre la Mesa por León. Quizá sea una asociación de ideas fácil, quizá en lo que pienso es en eso, en que ha llegado el momento de quitarle la máscara a una iniciativa que desde sus primeros pasos mostró una piel delicada, una piel estirada por muchas tensiones que se pretendían aparcadas y que ahora sale a la luz por debajo de la máscara con todos sus arañazos. Una mesa muy nueva que ya está envejecida, que no gastada por el uso. Una mesa descompuesta, unida por pegamentos con déficit de poli-vinil-acetato. Una mesa con incrustaciones de escepticismo. Una mesa que se desarma una vez que nos quitamos la máscara y se ve la huella de todo este tiempo que ha pasado.
viernes, 8 de abril de 2022
A juzgar por los indicios. (En Hoy por Hoy León, 8 de abril de 2022)
Ya te has tomado al menos una limonada. Es un decir, ya me entiendes, que quizá no te guste o te parezca mal o no seas de León y no entiendas bien qué quiere decir eso de tomarse limonadas y fíjate que no utilizo la expresión matar judíos, que es la realmente apropiada en este contexto, aunque sea inapropiada en sí misma —lo apropiado y lo inapropiado conviven casi siempre—. En fin, que seguro que ya has estado en el entorno limonada o vas a estar esta tarde o mañana, porque esto es León y es lo que toca y tiene la limonada un efecto particular cuando se mezcla en el incienso de las procesiones, un efecto inapropiado y apropiado que santifica esta parte de la fiesta en la que se mezclan lo sagrado y lo profano.
Sin ánimo de levantar sospechas ni de generar malestar en
nadie, que uno piensa que es respetable toda creencia siempre que eso en lo que
se cree no vaya contra la elemental dignidad de todo ser humano, me ha llamado
la atención desde muy pequeño esta convivencia extraña entre religión y
folclore, fe y fiesta, ayuno y exceso, iglesia y taberna. Vuelvo a decir, esa
convivencia íntima de lo apropiado y lo inapropiado, esa sensación de
recogimiento y calle, incienso y limonada. Fíjate que si pensásemos seriamente
en el sentido de todo lo que hacemos en estos días más allá de la tradición
cultural o, si quieres, por debajo de esa tradición cultural, tendrían que
aparecer los verdaderos signos, los hechos reales que dan pie a la tradición. Y
se observa un distanciamiento entre lo que es y lo que le da sentido, porque no
hay en la mayoría de las personas que participan en las manifestaciones
religiosas de estos días un sentimiento religioso más allá de la devoción por
una imagen, por el color de una túnica, por la solemnidad de una tradición. Si
nos dejásemos llevar por los indicios, diríamos que no hay iglesias bastantes
para albergar a tantos fieles.
Cuando era más joven y beligerante no podía entender todo
este despilfarro de carrozas, tronos, figuras, flores, mantos, capas, terciopelos,
estandartes, músicas, peinetas, encajes, cirios, calles ocupadas en nombre del
hijo de un carpintero que hablaba del amor, la solidaridad y la pobreza como el
modo apropiado de vivir. Y me parecía inapropiado participar de algo que
termina siendo un modo de escenificar el triunfo de la
opulencia. Ahora veo las cosas con más distancia y entiendo el discurso del
acervo cultural, la pertenencia, la tradición, la institución social. Entiendo,
y participo de la emoción de sentirme de mi pueblo cuando estamos todos en la
calle compartiendo ese sentimiento, cuando la infancia nos admira de nuevo y
nos quedamos parados viendo cómo desfilan los soldados romanos —en mi pueblo,
“armaos”— haciendo el caracol y la estrella, como te pasa a ti cuando en el encuentro
en la Plaza Mayor se para el tiempo. Me parece que son indicios de alguna cosa
que no sabría nombrarte, alguna cosa que me habla de Genarín y de Nuestra
Señora de las Angustias y Soledad, algo apropiado e inapropiado al mismo
tiempo.