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sábado, 31 de diciembre de 2022

En el límite. (Audio)

 

En el límite. (En Hoy por Hoy León, 30 de diciembre de 2022)

    Mañana se termina el dos mil veintidós. Ya sabes que es una mera convención, que contamos dos mil veintidós desde una fecha incierta, que este calendario que seguimos no empezó en el año cero y que, de hecho, sería imposible determinar algún año cero desde el que partir, porque, tratándose de contar el tiempo, cualquier cuenta que empezásemos la tendríamos que empezar ya en el tiempo y no podría empezarse desde un momento previo al comienzo del tiempo mismo. De hecho, el concepto de momento previo ya implica un elemento temporal.
    
    No obstante, cuando sean las doce de la noche de mañana decidiremos que termina el dos mil veintidós y que comienza el dos mil veintitrés, solo que nos costará mucho decidir el momento exacto en el que eso vaya a ocurrir. Seguramente es porque tengo muchas tonterías en la cabeza, pero desde muy pequeño me ha parecido que esto del tiempo genera paradojas y preguntas difíciles de contestar. Por ejemplo, ¿el año empieza con la primera campanada o con la última? Quiero decir que no sé bien si la primera campanada de las doce de la noche de mañana es lo primero que ocurrirá en dos mil veintitrés o si la última será lo último que ocurra en dos mil veintidós. Creo que he leído en algún sitio que las campanadas de la Puerta del Sol comienzan treinta y cinco segundos antes de que termine el año. Pero, en cualquier caso, como cada campanada dura un momento en el tiempo, tengo la misma disquisición sobre si el límite entre un año y otro ocurre en el instante en el que empieza a sonar la campanada o en el que se termina el sonido. Esas paradojas pueden conducirnos a la idea de que el tiempo no transcurre o a la de que su propio transcurrir inevitable nos impide localizar el presente.

    El caso es que hoy es el penúltimo día de dos mil veintidós y pasado mañana será el primero de dos mil veintitrés y, para nuestra vida, sobre eso no va a haber ninguna duda. Es más, vamos a celebrar la entrada del año nuevo en el momento en el que se terminen las campanadas en la tele sabiendo que eso que estamos viendo no está ocurriendo en directo, y no me refiero a las que emite La 8 desde Villaquilambre que ya sabemos que están grabadas, sino a los supuestos directos de los canales nacionales desde la Puerta del Sol que nos llegan con el inevitable retraso de la propia emisión, que puede ser mucho mayor si el programa nos llega a través de alguna plataforma o por un canal digital. La radio te daría otra inmediatez. Si escuchas las campanadas por televisión, a la vez que sintonizas la radio en un transistor y escuchas la emisión desde la aplicación del móvil, verás que el dos mil veintitrés te comienza en un momento distinto en cada dispositivo. Quizá lo mejor es que no hagas caso a ninguna de estas disquisiciones mías y que determines con quienes tengas más cerca el momento exacto de celebrar, digan lo que digan los relojes y los almanaques. Celebra con quienes están contigo o celebra en soledad si es el caso o no celebres en absoluto, como quieras. 

    En cualquier caso, feliz dos mil veintitrés, sea como sea y empiece cuando empiece.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Saliendo por la tangente. (Audio)

 

Saliendo por la tangente. (En Hoy por Hoy León, 23 de diciembre de 2022)

    Cuando dibujábamos con el tiralíneas en las láminas de Dibujo Técnico aquellas tangentes de punto gordo había veces que teníamos que repetir y repetir, sobre todo los que éramos manazas como yo, hasta que conseguíamos que las raspaduras de la Filomatic no se notaran demasiado. Ya sé que estoy hablando en chino para quienes se educaron en Rotring y en arameo o alguna lengua más antigua para quienes ya dibujan en AutoCAD y sucesivos.

    La imagen de aquellos dibujos en papel Gvarro me resulta tierna en la distancia y me sirve para hablarte de lo que me apetecía contarte. Cuando hablamos de ese punto en el que la recta tangente corta a la circunferencia hablamos casi de una idea, o sin casi, porque la geometría no deja de ser una idea, una abstracción que traemos a la realidad en un dibujo. Cuando dibujábamos tangentes con el tiralíneas el grosor de ese punto dependía de muchos factores. En mi caso siempre era un punto gordo que yo pensaba que me servía para disimular mejor mi falta de aptitud para el dibujo. Ahora ya sé que eso no disimulaba nada y que eso que yo hacía era dibujar la misma mentira que ahora se dibuja con el programa más avanzado que puedas usar. En realidad, como sabes, el grosor de ese punto es cero. En realidad, tampoco la línea de la circunferencia tiene grosor. En realidad, la línea tangente, la dibujes lo fina que la dibujes, es una desmesura en relación con la no dimensión del concepto. 

    Y, a pesar de eso, la primera vez que entendemos ese concepto geométrico es porque lo hemos visto dibujado. Yo, que dibujo fatal y tengo una mente que tiende a la abstracción, necesito hacer garabatos para entender la mayoría de las cosas, necesito un papel y un boli, un esquema, una lista, un croquis. Un mapa conceptual, que decimos. Un mapa de las ideas. Yo creo que esa es una verdad bastante incuestionable, que las ideas pasan de la mano al papel y de ahí a la cabeza, que comprender es dibujar ideas, aunque, como es el caso de la tangente, dibujarla sea falsearla. Fíjate que me da por pensar que toda explicación es de algún modo una ficción, que cada relato esconde una mentira, que cada pequeña falsedad es un verso o una ecuación, un modo de explicar las cosas. La verdad es en mi experiencia intransferible. Me siento incapaz de traspasar esas barreras y cada vez me quedo más en las afueras de la circunferencia, como si ese punto de contacto con la tangente estuviese siempre a un intervalo definido de distancia, un intervalo que se hace cada vez más pequeño, que tiende a cero en el límite, pero que nunca llega a serlo, que siempre está a una infinitesimal distancia.

    Te pasa con la piel. Nada te toca, a no ser que seas uno de los treinta de Columbrianos o lleves un décimo del 092. Nada te alcanza. Todo lo que te llega te roza en un acercamiento imposible, como el de la recta que toca la circunferencia, a no ser que practiques el teorema del punto gordo y te salgas por la tangente asumiendo un mundo en el que las cosas efectivamente pasan.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Conos. (Audio)

 

Conos. (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2022)

    Para algunos de mis alumnos la existencia de las sirenas es incuestionable. Dicen que hay pruebas de ello y una de las pruebas que aducen es que se han encontrado restos que lo atestiguan, restos que no saben decirme ni dónde ni cómo ni por quién se han catalogado como tales restos de sirenas. Es el argumento irrefutable de que existen los vampiros: como es verdad que yo no he visto nunca un vampiro y tampoco he visto Rusia, pero sé que Rusia existe, debe ser que los vampiros tienen que existir. De la misma manera se podría argumentar que nada existe, porque hay veces que veo cosas que no existen, como cuando vemos en las carreteras esas masas de agua reverberando al sol; luego cabe pensar que no exista lo que veo. Y tampoco lo que no veo. Ni Rusia, ni los vampiros, ni las sirenas. Ni el agua en el espejismo del desierto. Me lo pasé muy bien con mis alumnos destripando argumentos e imaginando tesis extravagantes. Teoría: los vampiros son extraterrestres. Dado que no he visto nunca un extraterrestre, como no he visto nunca un vampiro, los vampiros deben venir de otro planeta. De hecho, las pirámides las construyeron ellos, porque ni en Egipto ni en Centroamérica existía la tecnología suficiente para construirlas cuando las construyeron, se dijo. Algo de lo que ni ellos ni yo tenemos ni idea, pero que nos divirtió en la mañana del miércoles, poniendo a prueba nuestra capacidad para detectar falacias. Divertirse aprendiendo o aprender divirtiéndose, no sé decirte cuál es el orden correcto. La cuestión es que existen más sirenas que las que salen en las canciones de Fito y en las películas de Disney y que puede que los vampiros sean una forma marciana en la que se manifiesta La Fuerza.

    La verdad es el frío. Yo la veo como un espejo muy pulido por el que se resbala y en el que todo se refleja. La verdad —la razón, el argumento— se me presenta así, como un cucurucho lleno de castañas para calentar las manos. Pero esa es a la vez una mentira atroz, un calor falso, del momento, un conformarse con algo para ir tirando, para sentirse bien, para andar cuatro pasos y pelarte los labios hasta sentir el frío de vuelta. Un cucurucho por el que se cae, un cono invertido sin agujero en el que todo se atasca. Si los extraterrestres existen podrían ser la causa de las sirenas y su cuerpo cónico, su metáfora de la tentación, esa figura femenina para la perdición del hombre; la expresión de la belleza imposible, la belleza que te arrastra por los sentidos y te desalma, te convierte en desalmado, prisionero eterno de la imposibilidad de la consumación. La forma cónica de la cola de la sirena se me hace estampa de la verdad.

    Los conos, los conos naranjas y blancos que señalan las calles cortadas para el asfaltado y que se multiplican estos días por la ciudad no son ya pequeñas trampas que te impiden llegar a tiempo al trabajo o al dentista, sino estampas deliciosas que recuerdan la existencia de las sirenas, su resabio cónico, su carácter extraordinario, su ser vampírico y extraterrestre.


viernes, 9 de diciembre de 2022

Vértice. (Audio)

 

Vértice. (En Hoy por Hoy León, 9 de diciembre de 2022)

    En la furgoneta, de vuelta hacia León, hablábamos de Carlos como quien habla de uno más de la familia. Traíamos en los ojos el paisaje y el alma de esa parte de la montaña que bendicen las aguas del Curueño y del Torío. No pudimos ver mucho, apenas una pincelada de lo que encierra el secreto de la montaña leonesa y eso que ya el otoño se ha quedado atrás, que los colores de hace unas semanas tuvieron que imaginarlos estos visitantes manchegos con los que anduve de paseo este domingo pasado. “Yo no sabía que esto estuviera aquí”, dijeron, bueno, dijo Paco, haciendo de portavoz de todos; una de esas dos cosas que Carlos siempre tiene que oír cuando viene la gente de fuera. Carlos, este Carlos del que te hablo, es el de La Vecilla, el del bar El Cruce, el que creo yo que representa una idea brillante que tiene que extenderse, la idea de que es posible hacer realidad eso en lo que uno cree.

    Cuando entramos en el bar, a los de Daimiel —un pueblo que te queda lejos, casi en el corazón de La Mancha, del que habrás oído hablar por tener otra lucha abierta, la de conseguir que no desaparezcan las Tablas, un Parque Nacional amenazado por la sequía y la sobre explotación en regadíos durante tantos años del acuífero que las sustenta— les pareció que molestaban, que llegaban en mal momento, porque todo estaba tan tranquilo que parecía que el bar no debía estar abierto. Carlos estaba colocando los adornos de navidad y se respiraba una calma que no se reconoce en un bar del sur ni cuando está cerrado. Pero ya sabes cómo son estas cosas: empezamos a hablar y nos hicimos familia.

    En realidad, Carlos y yo ya lo éramos, sin saberlo, porque hablamos de Lolo y de Fulgencio y de tantas cosas que tenemos en común, que supimos de inmediato de esa cercanía. La tortilla estaba fabulosa y la panceta no era de este mundo. El momento era el de la misa y ocurrió uno de esos encuentros mágicos que van más allá de lo cotidiano. Los manchegos supieron enseguida lo que es la montaña leonesa y es curioso que confluyeran, como en un vértice, dos aristas tan distantes y tan diferenciadas: llanura y montaña, secarral y prados húmedos. Hubo, de las cosas que dijo Carlos, dos que te quiero subrayar: “nos educaron para irnos del pueblo” sería la primera, una verdad como un disparo; la segunda es una contramedida para la agresión hegemónica de la ciudad: “cada vez somos más los jóvenes que se quedan”. Dijo más cosas, habló de instituciones, de organizaciones, de su Lucha por la Montaña Leonesa, hablamos de la gente que quiere quedarse y de la que busca venirse, de ese mapa de la montaña en el que está trabajando con total entusiasmo.

    El martes, al ver la noticia de que Renfe pone en marcha el primer tren histórico en la provincia con un trayecto por la montaña oriental, pensé en la segunda cosa que siempre le dicen a Carlos los de fuera: “si todo esto lo tuvieran los catalanes…”.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Un punto rojo sobre bandera blanca. (Audio)

 

Un punto rojo sobre bandera blanca. (En Hoy por Hoy León, 2 de diciembre de 2022)

    Te hablo después del partido de anoche, con la ventaja de conocer el resultado. Si hubiera tenido que hablarte antes quizá no se me habría ocurrido pensar sobre esto, porque lo previsible habría sido otro resultado y que el fútbol, ese deporte que juegan once contra once en el que siempre ganaba Alemania, hubiera dejado que los poderosos de tradición lograran sus objetivos.

    Sé que anoche no todo era fútbol, que había otros quehaceres. La ciudad no pierde el pulso, aunque hubo unos minutos en los que se pararon corazones con ese pánico de ver la bandera japonesa y la de Costa Rica en el mapa de la siguiente fase del campeonato del mundo. Desde la ventana, la ciudad se veía un poco más quieta que otros jueves y las luces de la Navidad me hacían guiños calmados desde los edificios de enfrente. Una sensación de teatro, de puesta en escena. La imagen de un punto rojo sobre una bandera blanca. Y esta es un poco la reflexión que te decía al principio, eso sobre lo que se me ocurrió pensar: el mundo global en que vivimos centra el foco de la atención a su antojo y nos coloca en los sillones dorados de los palcos de Catar. Es difícil no pensar sobre eso. Ucrania, COVID, IPC, gol de España.

    Pienso que cualquier persona teme lo que merece. Quiero decir que todos somos culpables en algún sentido y que si exigimos que sea castigada con rigor toda iniquidad no podríamos dormir, que sobre la blancura de nuestra conciencia siempre se extiende un punto rojo, una mancha perfecta que señala nuestra culpabilidad en algún sentido. Haber olvidado todos los dramas absortos en el televisor discutiendo si la pelota había salido o no por la línea de fondo es un pecado. Haber olvidado que los demás también forman parte del juego es la arrogancia propia de nuestra condición. Haber olvidado que estamos asistiendo a un trampantojo de la realidad es la ingenuidad que nos permite avanzar a la siguiente fase.
Catar al frente, Catar en el subsuelo de muchas referencias en nuestra propia ciudad y me imagino —que no lo sé— que no solo a través de la Cultural, Catar en todo momento, condicionando horarios para las reuniones o para los exámenes en demandas patrióticas de alumnos que no se quieren perder el partido. Condicionando la vida Catar, desde su opulencia. Catar en la foto que impide la foto. Un escenario en fondo blanco con cuadraditos rojos, no como la bandera de Japón, tan clara, tan inmensamente blanca con su mancha circular de perfecto rojo. Estamos fuera. Estamos dentro, Japón nos perdona la vida, Alemania nos salva y nos entrega la vida, nos hace el boca a boca, Costa Rica nos apuñala. Catar lo abarca todo y hasta aquí nos llega.

    Ahora que los toques de campana son patrimonio inmaterial de la humanidad, deberíamos llamar a “tente nube” cada vez que pensamos en pedir castigo para todo aquello de lo que podamos ser culpables. Un punto rojo sobre blanco.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Esferas cristalinas. (Audio)

 

Esferas cristalinas. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2022)

    En el cosmos geocéntrico que dibujaron los griegos, y que todavía persistió después de Copérnico, el mundo supra lunar es un sistema de esferas cristalinas hechas de éter o quintaesencia. Esferas perfectas que se mueven en un movimiento circular como no puede ser de otra forma dada su pureza y perfección. Es un universo eterno, un cosmos de armonía solo quebrada por los astros errantes que llamaron planetas y que dibujaban movimientos anómalos en los cielos. Esos planetas, y el resto de anomalías que fue generando la observación, llevaron al genio polaco a pensar en una hipótesis descabellada, una idea que solo podía presentarse como una hipótesis, como un juego matemático: la idea revolucionaria de que la tierra no fuera el centro de ese cosmos ordenado y que perdiera esa posición central para desplazarse a una más de las órbitas que giran alrededor de un nuevo centro, el sol.

    Esa idea revolucionaria de Copérnico no es fruto de la observación, sino que va contra la observación misma y trae consigo consecuencias demoledoras como es el sencillo hecho de que si la Tierra es uno más de los planetas, probablemente todos los planetas y los astros respondan a las mismas leyes físicas de la Tierra, con lo que esa idea de perfección de lo celeste se desvanece. La reinterpretación cristiana del sistema aristotélico-ptolemaico se desmorona y la Harmonia Mundi ya no se sostiene de manera científica.

    Fíjate qué dos acontecimientos más revolucionarios: ya no hay un cielo perfecto y una realidad terrenal, sino que el cosmos es el mismo en los orbes que en la tierra y, por otra parte, la observación, la evidencia de la experiencia directa, ya no es la explicación correcta de la realidad. Parece mentira que hayan pasado tantos siglos desde el “pero se mueve” de Galileo. Seguimos, creo yo, colgados de la idea griega de la perfección del cosmos y miramos al cielo con los ojos turbios de admiración mágica. No me malinterpretes. No quiero decir que no me parezca bien. Al contrario, diría. Ya sabes que soy siempre partidario del asombro y que esa esfera de la magia entiendo que es la que enciende la chispa del sentido en nuestra frugal, si es que se puede decir así, y efímera existencia. Ese mirar la esfera de los cielos con el asombro en las pupilas es buscar lo eterno que se nos escapa y eso que la inmortalidad está siempre en nuestra mano, porque compartir la belleza es alcanzar la eternidad.

    Por eso creo que la noticia de la semana, sin lugar a dudas, la protagonizan Pablo y Sara, los dos leoneses escogidos por la Agencia Espacial Europea para participar en su programa como futuros astronautas. Podrán observar lo que Copérnico imaginó, podrán mecerse en la belleza de la eternidad de los orbes cristalinos. Son más que la noticia, son la cara del éxito, la imagen de un sueño hecho realidad.


viernes, 18 de noviembre de 2022

Rombo. (Audio)

 

Rombo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2022)

    Todas las cosas podrían suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Ya sabes de mi debilidad por Lubitsch, ese modo de enseñar sin enseñar, de decir sin decir, de hacer creer que efectivamente todo puede ser en la tienda de la esquina cuando se acerca la Navidad y James Stewart se enamora. La tienda de la esquina antes que el bar de enfrente, la tienda de la esquina porque ya apenas existe, porque se mantiene como puede reinventándose en espejos y luces y lucha a duras penas con la presión oriental o de las medianas y grandes superficies.

    En el barrio, carnicerías que también venden frutas y otros productos de olvidos de última hora, despachos de pan que son quioscos o quioscos que son panaderías en los que todavía se escucha llamar a los clientes por su nombre. Tiendas en las que quizá ya no puede pasar cualquier cosa, pero que resisten como pueden al comercio devastador de la gran empresa. Si decíamos de los bares, que se arrastran en su pérdida de personalidad a manos de las cerveceras, esa tienda de la esquina ya no tiene aliento ni para arrastrarse. Pienso en alguna de mi pueblo, que fue mítica en mi infancia, referencia obligada de anécdotas en cachos o en lonchas, que ya apenas se sostiene en la oscura bodega del tiempo, como queriendo mostrar su luz perdida, su imposibilidad de adaptarse al ritmo de la exigencia digital globalizada. Pero en el bar sí. En el bar, pese a que no tenga ese toque Lubitsch que tanto me gusta, en el bar sí que siguen pasando todas las cosas y eso que ya ves que cada vez hay menos bares y más cervecerías. En el bar de enfrente de una gasolinera se refugió el conductor ebrio que este domingo pasado dejó su coche abandonado en el surtidor. No queda claro si con la manguera puesta.

    Podemos pensar que tenía la manguera puesta y que se le olvidó sacarla, o que mientras estaba repostando vio la oportunidad de tomarse la última en el bar y no pudo resistirse, o que iba directamente al bar y no encontraba aparcamiento y pensó que la gasolinera era un buen sitio. Total, iban a ser solo dos cañas más. Es un decir, ya me entiendes. El bar de enfrente es el paisaje de tantas cosas, que cuesta entender una imagen de España sin esa referencia. Vida en el bar. 

    Todo puede suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Veo nuestras vidas escurriendo por un borde hacia la barra del bar o el mostrador de la tienda, resbalando hacia un vértice y volviendo por el otro, dibujando un rombo en el que nos movemos desde donde yo estoy hasta donde estás tú, en esquinas enfrentadas que recorren caminos quebrados, en esa trayectoria simétrica que si se recorre por fuera nunca termina. El rombo es en la memoria colectiva de los que vimos el cine en blanco y negro una señal de peligro o de atracción, según se mire. James Stewart, en la película, sabe ver la belleza finalmente en la muchacha de la tienda de la esquina, sin mirar en el vértice simétrico del rombo, sin necesidad de tomar la última en el bar de enfrente.

viernes, 4 de noviembre de 2022

Número. (Audio)

 

Número. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2022)

    Estuvimos comiendo un cocido el viernes pasado en un restaurante que está aquí mismo, a cuatro calles de la radio. Estuvimos sintiendo la lluvia que caía fuera, una lluvia de otoño en este verano de octubre. Nos vino bien el día gris y oscuro para envolver el cocido y nos hizo sentirnos en casa el ambiente amable que todavía conserva ese restaurante a pesar de la reforma. Nos dio por recordar qué bares quedan con el sabor de siempre, con ese aire de tasca que los define y que no han sucumbido todavía a la voraz redecoración de las franquicias o las marcas de cerveza. Algunos lo han hecho manteniendo viva su identidad, pero en otros no sabes si estás en Almería o en Segovia.

    El caso es que Ángel, lo vamos a llamar así por si eso hace que se sienta más ángel que demonio, vive en Roma y había venido para ver a su madre y bueno, no te cuento más detalles. El caso es que nos contó que su hija —que no es romana, porque en Italia rige la sangre y no la tierra y por eso la niña tiene pasaporte japonés como la madre y español como el padre, pero no italiano— le pregunta algunas veces cosas como esta: papá, ¿cuántas noches tengo que dormir para que llegue la Navidad?

    Fíjate qué tesis más profunda. La Navidad no llega sola. Llega porque yo tengo algo que hacer para que ocurra. Está en mi mano. Depende de que yo duerma el número de noches necesario y, cuando lo haya hecho, cuando haya dormido ese número exacto de noches que se necesita, a la mañana siguiente en el árbol estarán los regalos y será ya el día de Navidad. Es algo que yo tengo que hacer, algo que yo puedo hacer, algo que yo quiero hacer. Dime cuántas noches son, que me pongo a ello. Seguro que sabes italiano o japonés, o alemán, porque creo que los padres se hablaban en alemán para entenderse, y me dices que es una mala traducción de una niña y que —traduttore, traditore— en realidad la niña sigue hablando del tiempo que tiene que pasar para que ocurra, el tiempo como magnitud ajena, como algo que nos pasa y no algo que manejamos. ¿Cuántas noches tienen que pasar para que sea Navidad? ¿Cuántas noches tengo que dormir para que sea Navidad? La clave no es el número, porque el número es el mismo. La clave está en la perspectiva: el tiempo como castigo, el tiempo como oportunidad. ¿Cómo estás viviendo? ¿Estás pendiente del tiempo que te queda o estás disfrutando del tiempo que te creas? ¿Cuántas noches has tenido que dormir para cumplir sesenta años? ¿Cuántas te faltan para los cincuenta y nueve?

    Yo diría que no llevas por cuenta los números, que sin más haces y deshaces, vas y vienes, atiendes y trabajas, cuidas, avanzas, construyes. La reforma permanente de tu local interior está en tus manos y tienes que seguir manteniendo la tersura de tu estilo de siempre, sin que las reformas de las marcas te corrompan. Por cierto, ¿cuántos gusanos tiene que tener la sopa para que sea nociva además de repugnante o no es cuestión de número? En la del cocido del viernes, gusanos ni por asomo.

viernes, 28 de octubre de 2022

Dodecaedro. (Audio)

 

Dodecaedro. (En Hoy por Hoy León, 28 de cotubre de 2022)

 

Detrás de las gafas de sol está todo. Hoy sé que toca contarte lo que me pasa al comprender la muerte de Lolo, pero solo me sale esa frase, que detrás de las gafas de sol está todo. Detrás de las gafas, de las camperas, del color negro, al abrir la puerta y mirar detrás del personaje, podía encontrarse el vacío —hay tantos casos—. Si así fuera, si me dijeras que has abierto esa puerta y has visto el vacío, te diría entonces que el vacío es el todo, porque solo me sale esa frase, que detrás de las gafas de sol está todo.

En cierta ocasión, Paco Alonso, el arquitecto, el mago del adobe, le dijo cuando ya se había ahogado en un delirio de provocaciones: “Lolo, sal de la viñeta”. Era en Tabuyo y, no te lo vas a creer, estábamos hablando de geometría sagrada siguiendo la idea de los pitagóricos, y también de Platón, de que la realidad responde a arquetipos geométricos y que en la medida que esos arquetipos se mantengan en su forma correcta, la realidad se sostiene como debe. “Sal de la viñeta”, le tuvo que decir. Ya te imaginas. Los sólidos platónicos y la armonía de los arquetipos, la sensación de que las cosas se desordenan porque pierden su geometría sustancial.

Ahora que ya estamos en edad de morirnos, te cuento un secreto: siempre estamos en edad de morirnos, pero hay cosas que no se hacen. Uno no se va sin decir adiós, de esa manera tan a lo escarabajo tigre. Sabes que Lolo había estudiado biología y sabía muchas cosas de bichos. Estuvimos armando una novela que tengo escrita y no publicada en la que hablábamos de bichos, los bichos de Lolo —los Demus—, bichos que él dibujó y yo hice vivir. Sabía mucho de bichos y en las cenas de los jueves, después de hacer la tertulia de Localia, a veces nos contaba cosas como que el escarabajo tigre es el animal más rápido del planeta y que cuando se lanza a por una pieza se queda ciego porque se deja el cerebro atrás. Bichos que evolucionaron a monstruos, ideas de una realidad detrás de las gafas, en el vacío de un mundo paralelo.

En las tardes de Armunia te desarmaba con un trazo, desplegaba la melena del León y hablaba y hablaba y enredaba y complicaba y se reía —¡cuánta risa! — y nos parecía que todo era sencillo y fluido, como ensartado por un dodecaedro, que parece ser que es la forma geométrica que puede generar un plan de construcción del universo; un dodecaedro replicante de otras estructuras; un motor de realidad. Hasta que miraba el reloj y se ponía todo serio y llamaba a La Crónica para que le esperasen y se iba corriendo al grito de “tengo que hacer el chiste”. A mí me obligó a volver a escribir. Podría nombrar a más personas, solo que fue él quien me puso tareas, el que me empujó con su dodecaedro creador a entrar en la viñeta y ahuecarme en el fernet de la Ragazzi para inventar La Gocha, es cierto, una revista que nunca se publicó; para inventar los Demus, que están en un cajón semejante; para crear un mundo en el dodecaedro de la belleza y dejar que todo se resuelva en un sencillo fundido a negro.

El círculo del brocal. (Audio)

 

El círculo del brocal. (En Hoy por Hoy, 21 de octubre de 2022)

 

He escrito círculo en el título, “el círculo del brocal”, porque pienso más lo que contiene el brocal, el círculo profundo de la oscuridad, que el brocal mismo; quizá tendría que haber escrito “la boca del pozo”, para dar mejor idea de lo que quiero decir. Solo espero que lo entiendas, que hay algo oscuro a lo que me asomo, un círculo cerrado que se comprende entre las paredes del brocal y que es eso lo que quiero mirar y no veo, lo que me interesa, lo que me habla más allá de la lucidez superficial del pozo visto desde fuera. Lo que se encierra es lo que me interesa desvelar.

Tengo un amigo que colecciona pozos. Ya ves. Otros coleccionan llaveros o insignias de equipos de fútbol. Él colecciona pozos. Pozos en fotografía o en dibujos o en cualquier otra representación. Fíjate que no he dicho fotografías de pozos, porque lo que colecciona son los pozos, no las fotografías, me parece interesante el matiz en el sentido de que ese pozo que aparece representado en la fotografía es lo que atesora mi amigo y no su representación. El pozo, en su ser agujero, ser vacío, es inasible en toda condición. Todas las partes que diríamos que lo conforman son y no son él mismo: la garrucha, la cuerda, el cubo, el propio brocal, el agua misma, son elementos que arropan lo que es verdaderamente el pozo, que ni siquiera lo constituyen, porque sin el vacío del agujero no serían tal pozo o a lo sumo serían un pozo ciego.

Este amigo ha escrito un poemario que ha titulado Travesía. No lo busques. No se trata de vender. No lo vas a encontrar. Está en el pozo de sus deseos y no tiene voluntad de edición. Yo voy a poner un “de momento” en eso, pero bueno, lo dejaremos ahí, en obra de arte sin voluntad de multiplicación. Dice en este libro algo que te quiero leer: “Las teselas del mosaico, las piezas del puzle: un paisaje, la familia, un rincón de la casa, una afición, un color, amigos y enemigos, ausencias, una fragancia, dolor, carcajadas, un sueño y una pesadilla, amor y desamor, dios o varios dioses, o ninguno, trabajo y descanso, el campo florido y el barbecho”. Me ha dado para pensar en mis propias teselas, en los trocitos de vida con los que yo compongo la oscuridad de mi pozo, en esa forma de entendernos como una composición de momentos únicos.

Ayer precisamente, en el aseo de un centro médico al que fui para una consulta, en el agua del retrete, limpia, cristalina, brillaba una moneda, me parece que de veinte céntimos. Pensé que se le habría caído a alguien, aunque me cuesta entender cómo pudo llegar allí, y ahora, mientras te hablo de pozos, me doy cuenta de la cantidad de monedas que la gente echa en los sitios más inverosímiles para pedir ventura y me imagino a un enfermo que acude a una consulta con angustia por las noticias que pueda recibir y lo veo sacando una moneda del monedero para dejarla caer en el inodoro mientras pide con todas sus fuerzas su preciado deseo. Es el agujero oscuro y profundo del pozo. Su irresistible tentación.

viernes, 14 de octubre de 2022

De forma pentagonal. (Audio)

 

De forma pentagonal. (En Hoy por Hoy León, 14 de octubre de 2022)

    La vieja cárcel provincial, la que está abandonada, no la cárcel histórica en la que está ahora el Archivo, sino la moderna, que ya es antigua, vista en Google tiene forma de estrella de mar. Es un deporte, observar la ciudad desde el plano con las fotografías aéreas de Google Maps. Se fija el espacio en un momento del tiempo, de manera que las cosas que pasan se atrapan en el instante en el que pasan cuando precisamente pasa el fotógrafo del Maps. Es verdad que se va actualizando, lo concedo. Aun así, me queda la sensación de que la vida se encierra en la cárcel de lo digital.

    Esa imagen de la estrella de mar encerrando a los presos me conduce a impresiones de paso lento, desmanes de cajas chinas que traen regalos que son cajas que son regalos que son cajas que contienen el vacío. Un universo de muñecas rusas que se autocontienen mintiendo sobre su verdadera esencia. El abrazo de la estrella de mar que recoge en su interior las historias de los presos genera una estampa irreal, un poco en la idea de hacer cárceles, psiquiátricos y escuelas en las que encerrar cualquier posibilidad de cambio. Esa planta en forma de estrella de cinco brazos es un emblema, casi un símbolo de libertad que ya no está en las cárceles modernas construidas en pabellones paralelos que dibujan un armario con sus estanterías para meter cachivaches en cajones atestados. Los cinco brazos de la estrella de mar podían ser un dibujo de esperanza o tal vez una broma de mal gusto, una burla solo a la altura de quien pudiera mirar desde el cielo o conociera el secreto de su construcción. Ya, ya sé que me vas a decir que es una cuestión de control, que no hay ninguna poesía en el asunto, que esa disposición en galerías que parten de un espacio central circular es mucho más práctica si no se tiene un videocontrol técnicamente bien desarrollado. Y puede que sea así, puede. Pero yo elijo ver la estrella de mar, elijo lo distinto. Y, si me apuras, hasta giro un poco el mapa hacia el este y dejo que dos de los brazos sean piernas, un tercero el cuerpo y los otros dos los brazos que abrazan y acogen —o que oprimen hasta quitar el alma—. Elijo el mundo inconstante en el que las imágenes del mapa desvelan caminos siempre por recorrer incluso en el perímetro que imagino de forma pentagonal para el carcelero, aunque en el mapa solo se vea un rectángulo.

    La forma pentagonal que sugiere la estrella trazando rectas de punta a punta es el camino del que vigila el encierro, el camino que parece correcto, el camino que está del otro lado de lo vallado, ese en el que nos sentimos seguros los que nos creemos fuera de toda prisión. El camino de forma pentagonal es el camino de la cordura. Por eso es tentador atrapar la estrella, salirse hacia adentro, escapar fingiendo desequilibrio. Este lunes, a la hora del café, en un Bar de Doctor Fleming, fingían irrealidad decenas de camisetas negras que decían “dale like a la salud mental”. Una estrella de mar y un mar de impulsos por el derecho a crecer en bienestar para salir de cualquier cárcel. 

viernes, 7 de octubre de 2022

Un vector direccional. (Audio)

 

Un vector direccional. (En Hoy por Hoy León, 7 de octubre de 2022)

    Todavía el lunes la Plaza del Grano tenía el olor de la tradición en el ambiente y no es ninguna metáfora, que los carros engalanados llevan su tiro enganchado y ya te digo que quedaba en el aire del lunes un olor importante. Era un tufo asumible, de todos modos. Había ido hasta allí para enseñársela a mis tíos que estaban de visita cultural por León, Zamora y Valladolid, un tour de los de Si hoy es martes, esto es Bélgica, y en esas visitas concentradas la Plaza del Grano nunca cabe, por lo que hay que enseñarla en un extra. Mi tía ni siquiera lo apreció. El mal olor, quiero decir. Estaba encantada con poder verme aquí en León y completamente fascinada con la belleza de la plaza, y eso que ella vive en Almagro, donde puede verse una de las plazas más bonitas de España. Es algo que tiene la Plaza del Grano —volveré a decir que echo de menos las otras piedras—, algo en su alma quizá, algo que viene del ábside de la Iglesia de Nuestra Señora del Mercado, algo que se esconde en los soportales, esa mirada inodora desde el pasado, un flotar que se huele, vuelvo a decir, desde la tradición y la verdad de la gente. Mi tía estaba encantada mirándolo todo y ni tan siquiera le llegó el olor de la historia. Yo aproveché el viaje para mirar con ojos de turista y vi algunas cosas que no me gustaron, pero me las callo por el valor superior de esa bocanada de calma que siempre me deja la plaza. Y eso que la cosa apestaba. Sin hacer daño, pero apestaba.

    Me quedaba pensando en la verdad de la tradición, en su poder para fundamentar y mantener verdades que quizá sean totalmente cuestionables. Quiero decir que, más allá de la fiesta, el sentido de la tradición, yo que sé, subir a la Virgen del Camino a comer morcilla y comprar avellanas, o participar en la ceremonia de Las Cantaderas y revivir la negativa del pueblo leonés a entregar a sus doncellas o portar los pendones o cualquier otra de estas tradiciones leonesas que se disfrutan y recuerdan estos días, la verdad que se sostiene es la de la identidad de lo leonés, el vector de convergencia que señala la dirección de lo leonés, como otros vectores señalan en sus tradiciones el ser castellano o ser manchego. Ser lo que se es, por diferencia de los otros, necesita de un armamento cultural, una tradición sostenida en la historia, porque el cimiento sólido de lo que se es viene determinado por lo que se ha sido. En Toledo hablan de los TTV, los toledanos de toda la vida que mantienen sus tradiciones y las enseñan en los días de fiesta como aquí, como en todas partes. Un vector direccional. Lo que marca el camino.

    Me pregunto si sería un exceso de fervor leonesista lo que llevó a un joven a robar la bandera que conmemora la festividad de la Guardia Civil que se había izado en la catedral el mismo lunes. Me pregunto si fue el olor potente, pero soportable, que quedó en la Plaza del Grano después de tanta tradición lo que le impulsó a recoger la bandera de España y llevársela a su casa. O si fue cosa de un no hay lo que hay que tener de unos amigos encendidos. Es lo que tienen los vectores, que pueden indicar una dirección o cualquier otra.

viernes, 30 de septiembre de 2022

Simetría. (Audio)

 

Simetría. (En Hoy por Hoy León, 30 de septiembre de 2022)

En las noticias de La Sexta, me parece, contaban ayer que la reconstrucción de Nôtre Dame de Paris está siendo posible gracias a que existía un mapa, una especie de doble digital, que permite acometer las obras con total precisión y en la misma pieza explicaban, y creo que ese era el centro de la noticia, que la catedral de León está siendo mapeada con un robot que presentaron como un robot canino. Luego he visto que la misma noticia la dieron algunos medios leoneses ya este verano y que parece ser que el robot responsable de tomar los datos del mapeo andaba por las calles de León hace un año, y cito textual la noticia, lo hacía “para sorpresa general”, escoltado por una mujer que, correa en mano, supervisaba su tránsito por la ciudad.

Perdona mi ignorancia total respecto al tema. De hecho, que haya un robot que ha sido capaz de proporcionar los datos exactos para que se pueda generar una imagen digital precisa de la catedral me parece una noticia estupenda, bueno, me parece una noticia estupenda que exista esa fotocopia virtual y no deja de parecerme curioso el modo en el que se ha conseguido. Pero también pienso que es curioso que esa noticia vuelva a aparecer ahora en un telediario a nivel nacional. No tengo ninguna teoría al respecto, solo un cierto asombro. Las imágenes, si no las has visto, son más que interesantes y te sitúan en la catedral como si estuvieras viéndola en una nube de puntos. La empresa que está detrás de la construcción digital de la Pulchra Leonina es una empresa leonesa que está en medio mundo y esa es también una noticia en sí misma, una noticia de éxito.

Podría decirse que la catedral está a salvo dado que existe un objeto en el universo digital que la respalda, como si hubiese una copia de seguridad de nuestra joya del gótico. Lo que me pasa por la cabeza es la posibilidad de hacer copias digitales de todo, la idea de generar un mundo en perfecta simetría con el mundo que llamamos, de momento, el mundo real. Esa intención del Metaverso que nos parece inocua, ¿acaso no será el germen de una idea terrorífica? Y, por otra parte, ¿no es este que tenemos por real un mundo imaginado en muchos sentidos? Lo que me alarma es que este mundo superpuesto pueda ser aún más el de la diferencia, el que deja a salvo a unos pocos y condena a la mayoría al infierno de las facturas. Esa simetría entre lo real y lo virtual es una simetría imperfecta y produce una ilusión más perversa que la ya perversa realidad que nos acoge.

Ayer por la tarde, cuando volvía a casa por el Paseo de Salamanca, los estorninos me recordaron que por la mañana, cuando iba a trabajar, había pensado en que debía hablar hoy de la belleza de los estorninos anunciando el otoño en bandadas caprichosas señalando el cielo de lado a lado en el Paseo de Salamanca. Una simetría de tiempo y cielo. Una belleza analógica e imperfecta. Algo también para mapear.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Desde un conjunto vacío. (Audio)

 

Desde un conjunto vacío. (En Hoy por Hoy León, 23 de septiembre de 2022)

            Me ha hecho repensarme muchas cosas la entrevista de Carmen Tapia a Miguel Martínez en la que habla de su enfermedad. Es de valientes, vamos a decirlo así, reconocer que uno padece Alzheimer. Miguel ha sido siempre muy valiente para todo, dijiste. Yo no lo sé. Quizá sea eso, quizá sea una cuestión de valentía, quizá sea sencillamente eso que llamamos vivir.

            Lo digo porque en ese andar por la vida en el que todos estamos ya es un acto de valentía enfrentar cada mañana. El atasco de la bajante, la bomba de la caldera, el precio de los hoteles, la leña y el carbón. Un lunar que se transforma, una llamada de la ginecóloga anunciándote que hay alguna cosa que no está bien. Todo requiere valentía. La tabla de multiplicar, el logaritmo neperiano. ¿Acaso no hace falta valor para entender qué son los descriptores del perfil de salida de la Educación Primaria?

            Es una evidencia que convivimos en la valentía, en la consciencia del daño. Yo aprecio la decisión de Miguel Martínez de enfrentar su situación, asumirla y comprometerse con ella. Es más, sin entrar en otro tipo de valoraciones, me parece que es algo que siempre ha hecho, aunque diga que antes jugaba mejor al golf. Otra cosa es que a los demás nos pareciese bien eso con lo que se comprometía o no, en esa parte no voy a entrar porque pertenece al pasado —creo que pertenece al pasado, no estoy muy seguro— y es verdad que cuando vemos la foto de un hombre que ha sido poderoso en la antesala de la dependencia, como nos pasó con Suárez o con Maragall, comprendemos que la importancia de lo que nos pasa es muy relativa y eso nos permite ser pacientes, pacientes con lo que hay, pacientes con lo que nos llega, pacientes valientes, como todos los que asumen la paciencia a la que obliga toda enfermedad. Mira tú ese vértigo cómo te tiene, mira esa espalda cómo te para, mira esa tristeza que se te ha metido en el pecho y que no sabes identificar. Paciencia. Paciente.

            El paciente está en su sábana, se arropa en su inseguridad ante lo que sufre, ante lo que viene. El TAC dirá que estás limpia, que lo que tienes es abordable y se puede eliminar. El tiempo se arrastrará de consulta en consulta, de tratamiento en tratamiento, hasta que te vuelvas a encontrar en la seguridad de que todo vale la pena de nuevo. En cambio, Miguel sabe que viaja hacia un conjunto vacío. En realidad, él ya lo sabe y la diferencia está en que nosotros no somos conscientes de estar en ese viaje hacia la no consciencia. Él ya está sentado en su asiento y su tren es de largo recorrido. Verá el mundo correr por la ventana. Algunos pensamos que todavía no hemos llegado a la estación. Me acuerdo mucho de quienes atendéis o habéis atendido a personas que viven en ese conjunto vacío de la conciencia. Citaría vuestros nombres, pero sé que no os vale la pena, que habéis aprendido tantas cosas en ese viaje que no es el vuestro, que el dolor del vacío os ha enseñado lo que significa ser valiente: eso que llamamos vivir.

viernes, 16 de septiembre de 2022

En el vértice de la tormenta. (Audio)

 

En el vértice de la tormenta. (En Hoy por Hoy León, 16 de septiembre de 2022)

        Hay un punto en el que confluyen todas las fuerzas, un punto fatídico que pudieras ser tú, un punto que se convirtiera tal vez en el vértice de la tormenta. Hay días en los que te sientes así, tironeado desde todos los ángulos. Son esos días en los que todo sale mal o con impedimentos, días en los que se abren grietas en las paredes más sólidas y, a la vez que notas cómo la tormenta te arrastra hacia su interior despiadado, todo el mundo exige de ti cosas que no les puedes conseguir. Puede ser un quince de septiembre o un dieciséis, un catorce de junio, un quince de noviembre, un diecisiete o un dieciocho de enero, eso da igual. Hay muchos días así y, cuando te ves en ese punto, la tentación es la del abandono, la de dejarse llevar: bajar los brazos y arrastrarse hacia abajo como en la espiral del sumidero. Solo que no es ese nuestro estilo, porque sabemos empaparnos con la lluvia, porque estamos acostumbrados a bailar todas las danzas y sabemos desmoronar una cena de pie en la cocina. No puede tocarnos tanta agua, no puede deshacernos como si fuéramos un castillo construido en la arena cuando sube la marea. Somos roca. Lo decía Marías cuando hablaba en sus últimas novelas de esa ciudad del noroeste a la que puso por nombre Ruán, gente tirando a austera y a grave. Lo decía de Ruán, es cierto, pero es que Ruán y León tienen cuatro letras y una sonoridad que se parece. Y lo firme solo se desmorona en la tragedia. ¡Gol en Elche!, gritó una voz en la radio mientras Dani Garrido se defendía como podía improvisando un obituario del escritor recién fallecido. ¡Gol en Elche! En el momento más severo de la tragedia, la fuerza de lo inmediato, un gol en Elche. En el vértice de la tormenta, cuando todo te aprieta y te desajusta y te desasosiega, hay un gol en Elche que te desplaza hacia afuera.

 Aunque la tormenta siempre es perfecta y siempre desborda, lo que debes entender es que nunca nadie está en el vértice, que nunca lo que sucede está en contra de nadie, sino que ocurre de manera que cada uno de nosotros podría elegir ser el vértice de alguna tormenta. ¿Ves el caso del San Claudio? Agua por las escaleras, agua en los pasillos, agua en la cocina. ¿Y quién está en el vértice de la tormenta? ¿El Ayuntamiento? ¿La Junta? ¿De quién son propias las competencias? Estamos otra vez con el tema de los límites, lo que es estructural y lo que es mantenimiento, algo que seguro que está más que definido, pero que luego el día a día descoloca.

    Tendrán razón. Tendrán razón todos, quienes protestan, quienes se defienden, quienes acusan, quienes sufren, quienes alarman. Todos tendrán razón, pero en el vértice de la tormenta no queda nada, porque la tormenta se mueve y el agua se seca y se recoge y las grietas se reparan y los días se desprenden del almanaque con parsimonia diaria. Gol en Elche. Ha muerto Javier Marías y creo que la Reina de Inglaterra y leoneses ilustres y muchos otros en accidentes en los últimos días. Tormentas perfectas, vértices. Gol en Elche. La vida parece ser que continúa.

viernes, 9 de septiembre de 2022

La altura del cielo. (Audio)

 

La altura del cielo. (En Hoy por Hoy León, 9 de septiembre de 2022)

        Mi hermana, la que es ahora la pequeña, pero que no debería serlo, dice cosas como esta: “hoy el cielo está más alto que otras veces”. A mí me gusta mucho escucharla porque, en la sencillez de la frase, “hoy el cielo está más alto que otras veces”, hay una autopista para los pensamientos y, si se quiere, se pueden escribir páginas y páginas sobre lo que dice esa sencilla afirmación. Yo, que tiendo a la exageración, estoy tentado de repensar y repensar el significado de su idea y tratar de imaginarme la altura del cielo, el listón que separa en el aire lo que es cielo de lo que no lo es todavía, lo que se queda en, podríamos decir “aire”, para simplificar.

Nosotros vivimos rodeados de aire y más arriba, más alto, más allá de lo que nos rodea, hay un punto en el que el aire ya no es aire, sino cielo. Uno no sabría decir si los aviones vuelan por el aire o por el cielo, si los pájaros son del cielo o de la tierra, si las nubes son la frontera que señala la línea que separa lo que está allí de lo que es aquí, porque sí que sabemos que el cielo no es cosa nuestra, que está allí en lo alto de nuestra vida pequeña e insignificante ante la inmensa enormidad de lo que los antiguos llamaban el orbe, su ser inalcanzable e inabarcable. Mi hermana estaba hablando de eso, de que hay días en los que el cielo está muy alto, muy lejos, muy separado y otros en los que se mira y se ve que todo brilla más cerca, porque eso se ve especialmente en la noche, y sobre todo en las noches de verano y patio y charla y tiempo para mirar y atrapar la altura mínima del cielo. Tocar con la mano las estrellas, traerlas al aire, bajarlas al momento quieto y calmado de la noche, esa aventura del verano, ese momento sin tiempo de los días del verano. Comprender la altura del cielo, sopesarla, debería ser un arte que todo el mundo manejara, un saber del común, una de esas cosas que nos sirven para sentirnos gente, la misma gente, la misma clase de gente, la que respira el mismo cielo y se suspende en el mismo aire.

Este verano que todavía no se ha ido, porque se nos olvida que todavía tiene casi dos semanas, está siendo el verano del hielo y el fuego, más fuego que nunca y menos hielo que de costumbre. La altura del cielo se acorta pavorosamente en los incendios, lo hemos visto, el fuego la señala. La altura del cielo se hace inmensa en los supermercados, en la nevera del hielo, en la sonrisa satisfecha del que conseguía el saco. Poca broma con la naturaleza humana ante la escasez, poca broma con la idea de tener que compartirla. La altura del cielo se achica hasta aplastarnos, ya lo creo.

Mi hermana lo decía mirando las estrellas a kilómetros de altura más allá del batir airado de las palmeras, recordando una noche distinta en la que se veían los agujeros de luz del cielo al alcance de la mano en su memoria. La altura del cielo, un concepto salpicado de matices, como la escasez del hielo, como la ceguera del fuego, la subida de los tipos o la muerte de la Reina.

viernes, 17 de junio de 2022

Con rumbo desesperado. (Audio)

 

Con rumbo desesperado. (En Hoy por Hoy León, 17 de junio de 2022)

    No sé si alguna vez has visto a los animales abandonar el bosque con rumbo desesperado al comenzar el incendio. Yo tengo la imagen de esa estampida dibujada en uno de aquellos libros de Bruguera que leíamos en los setenta, cuando el cambio climático todavía no era una evidencia. Igual ni te acuerdas o ni los llegaste a ver nunca. Había una serie que publicaba clásicos de aventuras, Verne, Salgari, Dumas, Walter Scott,… Muchos empezamos ahí a dejarnos los ojos en el gusanillo de la lectura. Moby Dick, La Isla del Tesoro, Robinson Crusoe. Se podía leer el texto, imagino que adaptado — ¿quién se acuerda?—, aunque la mayoría nos íbamos a las viñetas que contaban la historia con un ritmo semejante al del cine. También cayeron en mis manos por aquella época otro tipo de ediciones realizadas con el mismo concepto, pero con otro contenido: igual has oído hablar de Los cinco, Los Hollister o Susy la pelirroja. Es de alguno de esos libros de donde guardo la imagen de los animales abandonando el bosque en el incendio y los dibujos infantiles se almacenan en mi memoria con la misma alarma que si estuviese viviendo ahora mismo la escena. El bosque desesperado.

    Me veo en esa tesitura del abandono con rumbo desesperado y tiemblo por el miedo. Es verdad que fue hablar el Consejero, el miércoles, del operativo de lucha contra incendios forestales y declararse el de la Sierra de la Culebra, que todavía a esta hora nos tiene en vilo. El horror del fuego. Lo que nos obliga a escapar o, en eufemismo escuchado al Delegado del Govern en Lérida, auto evacuación de las personas. Este concepto de auto evacuación es como la racionalización del pánico, la frialdad ante la inminencia del desastre. Hielo, flema contra flama. El bosque en llamas y colocamos el cepillo de dientes junto a la pasta dentífrica en el neceser y el pijama bien doblado junto a la ropa interior limpia. Auto evacuación racionalizada ante el pavor del fuego. Cuesta creerlo. Uno imagina otra estampa, más la del dibujo de la historieta infantil, la carrera desenfrenada, la escapada sin rumbo, la huida sin esperanza. Pero, hablando del Consejero, ya es mala suerte tener la rueda de prensa programada para el día antes del incendio. Si hubiera sido leridano, habría podido auto regular su comparecencia y hacer que los incendios de Zamora se auto alimentaran en dosis moderadas de riesgo medio, con una condición más adecuada a su discurso.

    No sé si viene del Segre, pero es la pera que parte de la fruta que ha llegado a los colegios en estos días la haya comprado la Junta en Granada a un intermediario que la trae de Lérida. Ya ves, otro incendio. Ojalá las llamas se extingan pronto en la comarca del Segre, y aquí, más cerca, en la de la Culebra. Ojalá no se enciendan más fuegos. Ojalá no nos veamos auto evacuados con rumbo desesperado por ninguna causa. Ojalá, Pereira, las del Bierzo vuelvan a ser las peras de Dios en los colegios.


lunes, 13 de junio de 2022

Lejos de entender las causas. (Audio)

 

Lejos de entender las causas. (En Hoy por Hoy León, 10 de junio de 2022)

        Impresiona pensar en el derrumbe del viaducto de la autovía en Vega de Valcarce. Uno ve las fotos y entiende esa fobia tuya a transitar por encima de los puentes. Si preguntas, verás que ese miedo irracional a caminar por las alturas es más compartido de lo que te piensas. Quizá no en los términos tan exagerados en los que te ataca a ti, que eres capaz de renunciar a gozar de paraísos por no tener que cruzar en coche ningún río, pero sí en alguna de sus formas. Es como que separar los pies del suelo, a gente tan sensata como tú, le produce un vértigo de psicoanálisis o de película de Hitchcock. Nadie quiere perder pie, pero tender puentes es el modo que tenemos de extender el suelo, la manera de plegar punto sobre punto y acortar las distancias, atajar los abismos, conectar las orillas sin tener que subir hasta las fuentes. ¿Te imaginas tener que subir hasta La Cueta para cruzar el Sil?

Salir al puente me trae imágenes de luz cegadora, no sé por qué, imágenes de casitas encaladas, quizá recuerdos de un puente sobre el Guadiana cerca de un molino o una posada en una curva de la carretera. Puente de barandillas blancas que ata una isla al continente, también con reflejos de luz escándalo, luz escondida en nieblas de otoño, luz de fin del mundo en el oeste del verano. Me veo andando ese puente que se deshace detrás, que no te deja volver sobre tus pasos, que te apura en la carrera hacia un universo desconocido, un suelo nuevo. Quizá un recorrido que nunca estuve muy seguro de querer hacer y que ahora me coloca en esta otra orilla de mi vida para mirar todo ese abismo que deja el viaducto que se desploma. ¡Qué vértigo!

Me paro en el borde de ese abismo que un día me atrapó y escucho en el informativo regional a la representante de los trabajadores de Siro que habla desde un pasillo de las Cortes y suena por detrás de sus palabras la llamada a votación. No sé si lo sabes, pero en las Cortes, cuando va a haber una votación, hay un aviso sonoro, una especie de ding-dang-dong que me recuerda el tin-tin-tin-tin-tin de Encuentros en la tercera fase. Siempre me ha parecido increíble que haya que llamar a sus señorías a ocupar sus asientos para que opriman el botón que manda con los dedos el portavoz del grupo parlamentario. También se oía la llamada por detrás de la voz del Presidente de la Junta en el corte del informativo, explicando su posición con respecto al problema de la fábrica de galletas, que finalmente se resolvió anoche en Madrid.

Puentes, galletas, ríos, fuentes, casas blancas: todo me habla de la infancia, de ese tiempo lento en el que los cumpleaños todavía eran fiestas, ese tiempo en el que el sol se daba la vuelta con toda la calma en trescientos sesenta y cinco días, no como en este tiempo acelerado en el que parece que viniera por un puente acortando el espacio entre un año y otro. Otro año sin entender del todo las causas del desplome del viaducto, la necesidad de llamar a votación, el difícil aroma de galletas.

viernes, 3 de junio de 2022

Con arreglo a mágicas señales. (Audio)

 

Con arreglo a mágicas señales. (En Hoy por Hoy León, 3 de junio de 2022)

    He empezado la semana con la estampa de un corzo que se cruzaba en mi camino a primera hora de la mañana cuando caminaba cerca del río en las afueras de la ciudad. Empezar un día con esa imagen es quizá una llamada de atención. Que además ese día sea un lunes podría ser una señal de algo, si es que nos parece que lo que ocurre puede ser un indicio de lo que ocurrirá o una indicación del camino que debemos adoptar en nuestras decisiones.

    Esta idea, la de que en lo que ocurre hay señales que indican lo que se debe hacer, me parece perturbadora por dos razones. La primera, la dificultad para decidir qué ocurre como señal y qué ocurre sencillamente porque sí, sin ser indicio de nada. Pienso en señales obvias de lo porvenir: hay nubarrones oscuros, señal de que puede haber tormenta. La experiencia nos enseña que hay acontecimientos que vienen ligados a otros acontecimientos. Desentrañar el carácter de esa ligazón puede que sea eso que llamamos ciencia, aun cuando muchas de sus predicciones se desmoronen con su propio avance. La ciencia es un Saturno devorador de hijos, desmintiendo en su avance las verdades tenidas por tales hasta que llegan las nuevas. Señales como indicios. Señales como pruebas. Señales taumatúrgicas, como prodigios que indican el camino correcto. ¿Qué son señales y qué acontecimientos sin ninguna conexión con el porvenir? ¿Acaso ocurre algo que pueda estar desligado de lo por venir? Como ves, un jaleo.

    La segunda es la cuestión del camino mismo. Ya sé que te tengo harto con este asunto de lo que es correcto y lo que no. Pero, es que, cuando hablamos de lo que es bueno para nosotros, ¿sabemos realmente de lo que estamos hablando? A mí cada vez me inquieta más. Lo que es bueno para mí, lo que me conviene, lo correcto. La cosa se complica si pienso en lo que es bueno para nosotros, lo que nos conviene. Y no te digo ya nada si pienso en lo que es bueno en general. ¿Qué camino elijo? ¿Qué camino nos conviene? ¿Qué camino es el correcto? Todo el mundo tiene una idea de eso, es inevitable. Un cierto sentimiento que acompaña a las acciones. Yo lo veía el lunes, paseando a primera hora de la mañana junto al río, al ver saltar a ese corzo que parecía decirme que ese era el camino brillante que debía seguir. 

    Ocurrió, sin embargo, que unos metros más adelante el camino estaba inundado y no lo vi, de manera que metí el pie en el agua y me puse perdido —ese convencimiento de que hay agua de sobra como para regar a manta, como para inundar caminos y prados más allá de lo que hace falta porque así es como se ha regado toda la vida; yo no tengo ni idea del tema: habría que preguntar a todos estos congresistas que están regados por la ciudad con sus acreditaciones del Congreso Nacional de Comunidades de Regantes—. A mí, que vengo de tierra seca, me cuesta ver tanta agua desparramada. Y dudé si sería ese mi buen camino, a pesar de la belleza del corzo saltando en la mañana.

sábado, 28 de mayo de 2022

Antes de que las tablas se desenclaven. (Audio)

 

Antes de que las tablas se desenclaven. (En Hoy por Hoy León, 27 de mayo de 2022)

    Hasta ayer no sabía que el ornitorrinco tiene un espolón venenoso. Lo leí sobre las tres de la mañana, en un momento de insomnio. Nada hay como el ornitorrinco: un animal mamífero que nace de un huevo, que tiene el pico como el de un pato, las patas como las de una nutria y una cola como la de un castor. Además, tiene la capacidad, o al menos eso he creído entender, de detectar a sus presas por el campo eléctrico que generan al moverse. Imagina la situación, enterrado en el fango del lecho del río, el ornitorrinco se aísla del entorno, se olvida de la vista y el oído y se concentra en su capacidad de electro detección, si es que se dice así, de manera que enciende el radar y cuando percibe el movimiento de su presa, se lanza sobre ella sin darle la menor oportunidad de escapar. Mucho ornitorrinco veo y eso que parece ser que está en serio peligro de extinción.

    No sabría decirte por qué me sale esto del ornitorrinco, porque el tema que traigo para comentarte hoy es el del teatro Emperador. Puede que haya algún punto de conexión que mi cerebro haya establecido a nivel profundo, pero te aseguro que, a nivel consciente, para nada pretendo decir que quienes se han ocupado de la gestión de recuperar el teatro para la cultura leonesa son unos ornitorrincos, que te aseguro que no tengo ni idea de qué es lo que han hecho en estos quince años y, por tanto, no tengo elementos para hacer un juicio. Lo que sí que veo es que las puertas siguen cerradas y que ese espacio en el que tantas veces el veneno del teatro se ha vertido desde el escenario sigue albergando oscuridad, aplastando recuerdos en la piel de las butacas. Quizá sea que al pensar en el veneno del teatro me he acordado del veneno del ornitorrinco. Venenos de intenciones diferentes, pero venenos.

    Y hablar del Veneno del teatro es recordar a Galiana y a Rodero en el escenario del María Guerrero de Madrid, no voy a decirte en qué año, pero quizá fuera en uno de esos días en los que, en las calles de alrededor del teatro, la música, la moda, el teatro mismo, el cine, la cultura en general, burbujeaban. Unos tiempos que fotografió Ouka Lele, la mirada de Ouka Lele, ese ojo que traía la luz de León en la memoria y que pintó el blanco y negro de la movida madrileña con todos sus colorines. Otra artista leonesa que construyó la cultura de un país por estrenar —esa España de finales del siglo veinte— y que en esta semana hemos sabido que ya no hará más fotos.

    Porque sabemos que la cultura es la vida, al menos la vida como seres humanos, no podemos vestirnos de ornitorrinco y cerrar oídos, boca y ojos para quedar a la espera del impulso eléctrico que nos traiga la comida al pico de pato en el que estamos encerrados, para arañar el fango con las patas de nutria y nadar en la corriente con la cola de castor. Antes de que las tablas del escenario del Emperador se desenclaven es preciso deshacerse de estos monstruosos disfraces de ornitorrinco que nos visten. 

viernes, 20 de mayo de 2022

A través del valle inquietante. (Audio)

 

A través del valle inquietante. (En Hoy por Hoy León, 20 de mayo de 2022)

    Lo sabes muy bien. No todas las preguntas tienen respuesta. Muchas veces he tenido la tentación de pensar que sí, que todas las preguntas tienen respuesta, pero que, si las dejamos sin responder, es porque no sabemos cómo responderlas, no porque no exista la respuesta. Pero ya te digo que eso es solo una tentación y que realmente ocurre que hay preguntas que se hacen sin pretender una respuesta, aunque la tengan, o que, aun haciéndose en busca de una, es imposible encontrarla.

    No obstante lo anterior, afrontamos la vida con la seguridad de tener respuesta a todas las preguntas. A medida que vamos dándonos respuestas, vamos alcanzando confianza en el solucionario de nuestras emociones y —puede que sea a eso a lo que llamamos “madurar”— nos llega un momento en el que nos sentimos capaces de dar respuesta a todo. Es una falacia en la que hacemos caer a nuestros hijos enseguida cuando nos preguntan por qué está fría el agua del mar cuando sopla el viento y les decimos que pasa lo mismo con el mar que con la sopa en la cuchara, cuando le soplamos para que se enfríe; cuando lloran porque hay un monstruo en el armario y les decimos que los monstruos no existen, pero que, si existieran, nosotros estamos ahí para enfrentarlos, para hacer que se vayan, para que desaparezcan. Tenemos horror vacui ante el enigma. Pero debes saber que hay preguntas que se quedan flotando en el ambiente, preguntas inquietantes que no tienen nunca respuesta, emociones que se nos cuelan por un espacio pequeño abierto en un corazón descuidado y que se quedan a dormir para siempre en la periferia de los sentimientos, como una nube que no termina de descargar su lluvia, ni en forma de lágrimas, ni de tormenta, ni de sangre en el peor de los casos. Esas emociones “cero razón”, digamos emociones puras o puro fantasma, no siempre responden a una realidad extraña a quien las siente, pero el hecho de que eso sea así no invalida la realidad indudable de que existen, aunque lleven consigo un ramo escogido de preguntas sin respuesta y a veces hagan un daño que termina siendo irreparable.

    Supongo que será algo de esto lo que ha pasado con la confianza de UPL en el pacto por la Diputación, una nube de desencuentros que a UGAL y al PSOE no les llega. Me cuesta responder a todas las preguntas que me surgen por mucho que lo intento y que los adultos de mi alrededor me dicen que es todo muy fácil de entender. Yo tengo el síndrome de Peter Pan desde un día en el que me quise quitar la sombra, desde que entendí que hay algo en mí que me hace vivir fuera de mi personaje. ¿Sabes que, en los personajes de animación, cuanto más realista es el dibujo más nos cuesta admitir su realidad? Los americanos lo llaman el valle inquietante y yo creo que tiene que ver con todas esas emociones que nos envuelven, esa imperceptible realidad que viene con nosotros y que plantea, en un parpadeo, millones de preguntas sin respuesta. El pacto por León y su caricatura, tal vez ejemplo de ese inquietante valle.

viernes, 13 de mayo de 2022

En virtud de cierta inercia. (Audio)

 

En virtud de cierta inercia. (En Hoy por Hoy León, 13 de mayo de 2022)

    El abandono es la forma extrema de relajación. Ves la playa ante tus ojos y te llega el bullicio de los cuerpos alineados en la masa de humanidad que  se agolpa al borde del agua, en los primeros metros de la arena. Sientes toda esa presencia. Levantas ligeramente los pies hasta que te extiendes completamente en la superficie del mar y, sin el menor esfuerzo, cierras los ojos y notas el vaivén de las olas en tus sienes y el silencio es tu paisaje y te abandonas a esa sensación ingrávida y, en ese momento de intimidad máxima, el mundo huye. Ese abandono es tu descanso, tu liberación y a la vez tu ausencia plena. Dejar de ser en un instante, hacerte el muerto, hasta que un chapoteo cercano, una ola, un reflejo de actividad, una convulsión mínima, algo inesperado y por completo ajeno, te devuelve a la actividad y a la conciencia y te recuperas de ese abandono feliz en el que estabas y todo circula de nuevo como circula la galaxia alrededor de su agujero negro.

    Es un decir lo de abandonarse al agua, como puede ser mecerse en los compases de una ópera, o fundirse en la pantalla del cine o en la acción trepidante de un poemario o en la mística de un reclinatorio o en la energía de una melé en un partido de rugby. Formas de abandono. Dejarse ir en la circunstancia. Modos de fluir con la vida en el quehacer cotidiano. ¿Quién puede estar siempre alerta en la bandera del héroe, en la capa del soldado? La lucha es ese modo de pedir que te cambien los gambones por vieiras, la esperanza de que la luminosidad de los días de mayo no se esconda entre nubes de tormenta ningún sábado, la confianza con la que cruzas cada mañana la calle que te separa del rincón seguro en el que te levantas y te lleva al mareo de tensiones que te terminan machacando la espalda.

    El abandono es un modo extremo de degradación. Ves la casa descarnada de palomas y te llegan los ecos de otros días por las grietas que se abren entre el cemento del patio, por donde suben malas hierbas que irrumpen hacia el cielo, ese cielo que nada alcanza desde el abandono tormentoso de la ausencia. Le pasa a esta tierra que no se abona, que no se conserva en marcha, que se ve envuelta en la sola protesta del doce, de las doce del doce, las ocho del doce, la “cara b” del abandono, esa que muestra el deterioro, la impúdica acción de la inacción, el meteoro fatal de la intemperie.

    Es un decir lo de la ruina, como puede ser ruina en el origen o como puede buscarse el origen en la ruina. Pero sea “en la ruina”, “por la ruina” o “con la ruina”, ese abandono extremo que detectas es a la vez relajación calmada y tozuda degradación, nirvana y coma, éxtasis y deterioro. “No se ve el cielo del torrezno”, dijeron hace poco los sorianos en Alimentaria. No se ve el fondo del abismo en el suelo de León. ¡Y eso que ya dijimos que no hay en el mundo cielo como este!

viernes, 6 de mayo de 2022

Alrededor de una medalla. (Audio)

 

Alrededor de una medalla. (En Hoy por Hoy León, 6 de mayo de 2022)

El miércoles el día era luminoso, como el de hoy. Un día que cualquiera hubiera escogido para fiesta. Fíjate que sé que pasaron muchas cosas que te alegran, éxitos que no voy a enumerar, momentos que imagino en tu relación de cosas buenas. No vale que me digas que es imposible que yo pueda saber lo que te pasó este miércoles, eso da igual. Lo que cuenta es lo que te pasó, las veces que la cuchara de madera se escurrió desde el borde del puchero para recordarte que hasta lo que tiene naturaleza inmóvil se resbala cuando está en la acción. No sé cómo contarte lo luminoso de la mañana sin hablarte de esas cosas sobrenaturalmente buenas que acontecieron tan cerca de ti, de todo lo tuyo. Un San Jorge que se tomara la muerte de los dragones sin impulsos violentos, un Dios que obrara milagros con un libro de Inglés. Glorias del día en minucias próximas. Me sé tus andanzas en votos devotos que se colocan de una facción o de la otra, que siembran ojeras y deslealtades, que trazan líneas, que desarman inquinas, que afloran pulsos y obediencias. Me sé que desde ese miércoles tienes un punto de mira nuevo, una idea vieja que se te está desplegando de nuevo en la cabeza, con la misma serenidad, quizá entusiasmo, de ese primer día.

Ese miércoles luminoso de mayo, perdona que vuelva a traerte hoy a un instituto, en el García Bellido hubo uno de esos actos mágicos de los que me gusta hablarte. Fíjate, yo creo que ya lo sabes, que tuvimos la visita de Mª Paz García Bellido, hija de D. Antonio García y Bellido, el que fuera, como reza la placa que en su pueblo natal guarda su memoria, doctor en Filosofía, catedrático de Arqueología, escritor, políglota, dibujante. García y Bellido, quizá muchos en León no lo sepan, es el alma de los estudios que nos han llevado a establecer el origen de la ciudad en aquel campamento de la Legio VII, sobre cuyas termas, por darte un indicio de lo que hablamos, se levantó siglos después la catedral. Es algo así como que lo que estudió Bellido nos da la pista de lo que es la historia del origen de esta ciudad. Un estudioso que da nombre a un instituto, algo posiblemente menor para la mayoría, pero que, en la luz del miércoles, con la visita de su hija Mª Paz y de dos de sus nietos —uno se llama Antonio y no te haces idea de lo hermoso que fue presentar una y otra vez a Antonio García Bellido a compañeros, alumnado, autoridades que estuvieron ese día en el centro—, volvió a alcanzar la sombra del vuelo de las águilas, la estampa de la historia iluminando el día. Yo creo que la luz venía de ahí, de ese brillo, del brillo del oro pulido de la medalla que, en su día, a principios del verano de 1969, le otorgaron los leoneses en señal de reconocimiento a su labor. Y fíjate qué cosas, que, en la generosidad de la familia de García y Bellido, en la voluntad de sus hijos, está que esa medalla vuelva a León, que se conserve en manos, en corazones leoneses, como ejemplo de luz, déjame que lo repita, de luz generosa que ilumina el modo correcto de hacer las cosas más allá de las líneas que dividen cualquier jurisdicción.

viernes, 29 de abril de 2022

Dentro de lo que cabe. (Audio)

 

Dentro de lo que cabe. (En Hoy por Hoy León, 29 de abril de 2022)

    La luz del Bierzo es otra, ya lo sabes. No es que me guste más, pero es otra. Es obra quizá de la humedad o de la intensidad de verdes o del anuncio del mar, pero allí hay otra luz. Aquí en León cambia el cielo, no solo la luz, como se veía ayer al atardecer contra la estampa de la catedral vista en la distancia desde la ronda. Y a la vista está que el cielo recortado es universal como la luna y se ve uno y el mismo en toda su presencia. Un cielo que es otro, pero es uno, local y universal, como todo. Local y universal, como creo que dijeron de Colinas en el reconocimiento que le hicieron esta semana en el IES Juan del Enzina. Un Colinas luminoso, me parece que se dijo, o al menos se pensó, al modo en como se habla de lo que tiene lustre, lo ilustrado, lo que se ve por la luz que recibe y la que emite. Luz bañezana en universo de poesía. Cielo. Luna. Mar. ¿Cómo era aquella luz que endiosaba mis horas?

    Cielo, el de todos. Luna, la de todos. Mar, el mar eterno que es uno y todo lo envuelve, Ponto, estéril piélago de agitadas olas nacido de Gea sin mediar el grato comercio. La belleza del acto de Colinas —la perfección de su discurso— me llegó a los oídos en esta tarde berciana de la que te hablo, una tarde de esas que tienen peligro por acumulación de ingenio, porque entre los diez profesores que comimos juntos había más de uno que, además de profesor de filosofía, es filósofo. Igual no te lo crees, pero tres de ellos crían o han criado gallinas, alguno con carné de pequeña explotación agrícola, no vayas a pensar que es cualquier cosa. Tener ese carné, según parece, te permite criar hasta cinco gallinas dentro de la legalidad. No te extrañe que haya alguna gallina que ha salido hegeliana, como a quien le sale una mala yerba en el parterre. Lo bueno de las gallinas, aunque sean hegelianas, es que ponen huevos. Las malas yerbas, en cambio, solo son promesas de inmortalidad. Y en esas andábamos, ya te digo, pendientes de la entropía, de la inmortalidad y el sábado en esa pelea que cada uno mantiene contra el lenguaje, robando frases de unos y otros, como acabo de hacer ahora, y colocando citas de clásicos y extraños en un festival de todos los colores. Luz berciana alumbrando ese encuentro de viejos compañeros, de nuevos colegas, de condena a la querencia, arrimados al amor del fuego que todo lo circunda, como todo se enreda en canciones posiblemente de Serrat o discursos de García Calvo. Melenas como la de Colinas. Guerra plena a todo lenguaje —silencio— para que la literatura no pinte de colorines la realidad, esa fantasía en la que nos ha dado por vivir.

    Colinas en el Juan, filosofía en la tarde de jueves. Parecería que la tos hubiera remitido, que la fiebre se hubiera aplacado, que otras batallas fueran posibles y eso que sabemos que si hay mariquitas es porque existen los pulgones, aunque sigamos vertiendo toneladas de herbicida y sepamos muy bien que las flores, cuando no se miran, se marchitan.

viernes, 22 de abril de 2022

Detrás de cada máscara. (Audio)

 

Detrás de cada máscara. (En Hoy por Hoy León. 22 de abril de 2022)

    Ahora que te has quitado la mascarilla se te notan en la cara los efectos del estrés. Siento que todo este tiempo de rostros encubiertos ha ido marcando nuevas cicatrices, aflorando manchas, enrojeciendo pequeños granos, exhibiendo sarpullidos mínimos. El paso del tiempo es tan implacable como el deterioro, la mera oxidación, ese fenómeno tan increíble que permite la vida y que es, en el mismo proceso, causa de la vida y causa directa del envejecimiento. Vivir es envejecer, claro.

    Incluso para quien destapa tras la mascarilla una piel perfecta, la oxidación es permanente. Hay una sombra de lamento en lo que digo, ya me doy cuenta, como si quisiera pensar que esa piel del bebé que fuimos fuera una quimera perdida, pero no es así. Me gustan las arrugas en la piel, las señales del tiempo que decía aquel poeta, y me gustan porque enseñan la historia de quien se las dibuja. Cicatrices, marcas, manchas, arrugas, imperfecciones cosecha de la propia vida. Uno evita mirar al espejo para no ver que ya no está al otro lado aquella cara de quince años y trata de reconocer el rostro de esa persona que se asoma, un rostro ajeno que está todos los días mirando en una pared del baño o que se ve de reojo en el vestíbulo en esa última ojeada antes de salir a la calle. Esa necesidad de esquiva no me parece que sea patológica, sino espontánea y natural, un principio básico de evitación del daño que no conlleva ninguna intención de negar las evidencias. Ahora bien, esa negación espontánea de la realidad no debe nunca confundirnos. Quiero decir que, aunque sigamos pensando que tenemos quince años en una especie de ilusión idealista, sabemos que esa puede que no sea la realidad que ven en nosotros los demás. Por eso, ahora que te veo más allá de los ojos, porque te has quitado la mascarilla, te reconozco diferente, te integro en otra categoría de personas conocidas, personas que fueron ojos.

    Personas que fueron ojos, huellas de la ansiedad y del tiempo, miedos que se transforman en gripes. Señales que se dibujaron escondidas y que ahora destapas en un gesto nuevo, este gesto de pintarte los labios, de recortarte bien la barba, de enseñarte como eres. Fíjate que te hablo de quitarte la mascarilla y me viene a la cabeza, no sabría decir por qué esa noticia de esta semana sobre la Mesa por León. Quizá sea una asociación de ideas fácil, quizá en lo que pienso es en eso, en que ha llegado el momento de quitarle la máscara a una iniciativa que desde sus primeros pasos mostró una piel delicada, una piel estirada por muchas tensiones que se pretendían aparcadas y que ahora sale a la luz por debajo de la máscara con todos sus arañazos. Una mesa muy nueva que ya está envejecida, que no gastada por el uso. Una mesa descompuesta, unida por pegamentos con déficit de poli-vinil-acetato. Una mesa con incrustaciones de escepticismo. Una mesa que se desarma una vez que nos quitamos la máscara y se ve la huella de todo este tiempo que ha pasado.

viernes, 8 de abril de 2022

A juzgar por los indicios. (Audio)

 

A juzgar por los indicios. (En Hoy por Hoy León, 8 de abril de 2022)

          Ya te has tomado al menos una limonada. Es un decir, ya me entiendes, que quizá no te guste o te parezca mal o no seas de León y no entiendas bien qué quiere decir eso de tomarse limonadas y fíjate que no utilizo la expresión matar judíos, que es la realmente apropiada en este contexto, aunque sea inapropiada en sí misma ­—lo apropiado y lo inapropiado conviven casi siempre—. En fin, que seguro que ya has estado en el entorno limonada o vas a estar esta tarde o mañana, porque esto es León y es lo que toca y tiene la limonada un efecto particular cuando se mezcla en el incienso de las procesiones, un efecto inapropiado y apropiado que santifica esta parte de la fiesta en la que se mezclan lo sagrado y lo profano.

         Sin ánimo de levantar sospechas ni de generar malestar en nadie, que uno piensa que es respetable toda creencia siempre que eso en lo que se cree no vaya contra la elemental dignidad de todo ser humano, me ha llamado la atención desde muy pequeño esta convivencia extraña entre religión y folclore, fe y fiesta, ayuno y exceso, iglesia y taberna. Vuelvo a decir, esa convivencia íntima de lo apropiado y lo inapropiado, esa sensación de recogimiento y calle, incienso y limonada. Fíjate que si pensásemos seriamente en el sentido de todo lo que hacemos en estos días más allá de la tradición cultural o, si quieres, por debajo de esa tradición cultural, tendrían que aparecer los verdaderos signos, los hechos reales que dan pie a la tradición. Y se observa un distanciamiento entre lo que es y lo que le da sentido, porque no hay en la mayoría de las personas que participan en las manifestaciones religiosas de estos días un sentimiento religioso más allá de la devoción por una imagen, por el color de una túnica, por la solemnidad de una tradición. Si nos dejásemos llevar por los indicios, diríamos que no hay iglesias bastantes para albergar a tantos fieles.

         Cuando era más joven y beligerante no podía entender todo este despilfarro de carrozas, tronos, figuras, flores, mantos, capas, terciopelos, estandartes, músicas, peinetas, encajes, cirios, calles ocupadas en nombre del hijo de un carpintero que hablaba del amor, la solidaridad y la pobreza como el modo apropiado de vivir. Y me parecía inapropiado participar de algo que termina siendo un modo de escenificar el triunfo de la opulencia. Ahora veo las cosas con más distancia y entiendo el discurso del acervo cultural, la pertenencia, la tradición, la institución social. Entiendo, y participo de la emoción de sentirme de mi pueblo cuando estamos todos en la calle compartiendo ese sentimiento, cuando la infancia nos admira de nuevo y nos quedamos parados viendo cómo desfilan los soldados romanos —en mi pueblo, “armaos”— haciendo el caracol y la estrella, como te pasa a ti cuando en el encuentro en la Plaza Mayor se para el tiempo. Me parece que son indicios de alguna cosa que no sabría nombrarte, alguna cosa que me habla de Genarín y de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad, algo apropiado e inapropiado al mismo tiempo.

viernes, 1 de abril de 2022

A costa de tus propios sueños. (Audio)

 

A costa de tus propios sueños. (En Hoy por Hoy León, 1 de abril de 2022)

    Te has comprometido tanto con lo que sientes que es tu propio deber que ya no dejas sitio para que te crezcan sueños. También podría decirlo de otra manera, podría decir que te has comprometido tanto con el deber que ya no sabes qué es lo que sientes, que tu ser tú queda tan de lado que no hay nada que no sea eso que te has impuesto como deber. No creas que me parece mal, que sobre este tipo de cuestiones, y casi te diría que sobre cualquiera, he aprendido a no juzgar. Ya sabes de esa pelea mía con lo que está bien y lo que está mal, ese desorientado razonar que me impide juzgar los comportamientos de los otros, quizá por lo mucho que me he sometido a la exigencia moral de mi propio juicio, quizá por haber rodado hacia el desviado precipicio que conduce a la muerte de los hombres libres, quizá por no saber encontrar una piedra sólida desde la que fundamentar verdades incuestionables. Tal vez lo que ocurre es que el juicio moral, todo juicio moral, es por su propia condición una inmoralidad. En fin, que has decidido hacer lo que debes siempre, por encima de lo que en algún momento puedas pensar que te conviene y, por supuesto, mucho antes de hacer cualquier cosa que sencillamente quieres o que, sin más, te apetece.

    La clave para la felicidad, en este asunto de hacer o no hacer lo que uno debe, está, como en tantos casos, en el interior, en lo que te mueve a hacer eso que haces. Es viejo, viene del dieciocho, del ideal ilustrado, o puede que más atrás, ya sabes, aquello de obrar conforme al deber sencillamente por amor al deber mismo y no por cualquier otra motivación, como, por ejemplo, la posibilidad de obtener una recompensa, ya sea en forma de bien material o de satisfacción personal, de bienestar. La felicidad parece ser que no consiste en hacer lo que uno debe para sentirse bien, ni tan siquiera en hacerlo por una inclinación personal espontánea hacia el bien, ni mucho menos por el hecho de obtener una silla en el paraíso. La felicidad no es una recompensa, no es un resultado, no es una consecuencia. Por eso me admira la capacidad de renunciar a tus propios sueños, a tus deseos, a tus inclinaciones, para mantenerte firme en el cumplimiento de eso que te llega en forma de deber. Y sí, ya me doy cuenta de que decidir eso que sea el deber es una cuestión de mucho recorrido, por mucho que vea que tú lo tienes tan claramente definido.

    Es un deber que no se impone, y eso me causa mayor admiración, un deber querido, autoimpuesto, que tiene que ver con el cuidado de los otros, que es renuncia desde la libertad. Ese hallazgo, la libertad, es un demonio que te abraza y ya no te suelta. Es un tesoro que se engarza en tu coraje y yo lo admiro, no lo juzgo. Lo que pasa es que en mi modo de entender la libertad, esa elección que te hace esclavo, aunque sea del deber, aunque sea de un deber autoimpuesto, termina coartando tu propia libertad. Es por eso, quizá, que lo que te parece una negociación es solo una forma de rendición, eso que entiendes como deber es una respuesta al miedo.