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viernes, 22 de abril de 2022

Detrás de cada máscara. (En Hoy por Hoy León. 22 de abril de 2022)

    Ahora que te has quitado la mascarilla se te notan en la cara los efectos del estrés. Siento que todo este tiempo de rostros encubiertos ha ido marcando nuevas cicatrices, aflorando manchas, enrojeciendo pequeños granos, exhibiendo sarpullidos mínimos. El paso del tiempo es tan implacable como el deterioro, la mera oxidación, ese fenómeno tan increíble que permite la vida y que es, en el mismo proceso, causa de la vida y causa directa del envejecimiento. Vivir es envejecer, claro.

    Incluso para quien destapa tras la mascarilla una piel perfecta, la oxidación es permanente. Hay una sombra de lamento en lo que digo, ya me doy cuenta, como si quisiera pensar que esa piel del bebé que fuimos fuera una quimera perdida, pero no es así. Me gustan las arrugas en la piel, las señales del tiempo que decía aquel poeta, y me gustan porque enseñan la historia de quien se las dibuja. Cicatrices, marcas, manchas, arrugas, imperfecciones cosecha de la propia vida. Uno evita mirar al espejo para no ver que ya no está al otro lado aquella cara de quince años y trata de reconocer el rostro de esa persona que se asoma, un rostro ajeno que está todos los días mirando en una pared del baño o que se ve de reojo en el vestíbulo en esa última ojeada antes de salir a la calle. Esa necesidad de esquiva no me parece que sea patológica, sino espontánea y natural, un principio básico de evitación del daño que no conlleva ninguna intención de negar las evidencias. Ahora bien, esa negación espontánea de la realidad no debe nunca confundirnos. Quiero decir que, aunque sigamos pensando que tenemos quince años en una especie de ilusión idealista, sabemos que esa puede que no sea la realidad que ven en nosotros los demás. Por eso, ahora que te veo más allá de los ojos, porque te has quitado la mascarilla, te reconozco diferente, te integro en otra categoría de personas conocidas, personas que fueron ojos.

    Personas que fueron ojos, huellas de la ansiedad y del tiempo, miedos que se transforman en gripes. Señales que se dibujaron escondidas y que ahora destapas en un gesto nuevo, este gesto de pintarte los labios, de recortarte bien la barba, de enseñarte como eres. Fíjate que te hablo de quitarte la mascarilla y me viene a la cabeza, no sabría decir por qué esa noticia de esta semana sobre la Mesa por León. Quizá sea una asociación de ideas fácil, quizá en lo que pienso es en eso, en que ha llegado el momento de quitarle la máscara a una iniciativa que desde sus primeros pasos mostró una piel delicada, una piel estirada por muchas tensiones que se pretendían aparcadas y que ahora sale a la luz por debajo de la máscara con todos sus arañazos. Una mesa muy nueva que ya está envejecida, que no gastada por el uso. Una mesa descompuesta, unida por pegamentos con déficit de poli-vinil-acetato. Una mesa con incrustaciones de escepticismo. Una mesa que se desarma una vez que nos quitamos la máscara y se ve la huella de todo este tiempo que ha pasado.

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