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sábado, 24 de marzo de 2018
viernes, 23 de marzo de 2018
¡Ojo con despreciar los sueños de los niños! (En Hoy por Hoy León, 23 de marzo de 2018)
El Día Mundial del Síndrome de Down es el Día Mundial de la Poesía. Lo que me gusta de esa metáfora es, por ejemplo, darme cuenta de la belleza que hay en la sonrisa de Mario. Yo te voy a hablar de él, porque lo tengo cerca y me ha enseñado a abrazar y eso es algo que siempre le voy a agradecer. No hay nada como un abrazo de Mario, de la misma manera que no hay nada como un verso de Salinas, porque tú vives siempre en tus actos. Y al principio no se atrevía, pero, como ahora me tiene confianza, sabe cuándo necesito un abrazo y cuándo no. Estuvieron aquí en la radio y explicaron cómo hacen las cosas; no Mario, ya lo sé: él no, pero sí otros tan auténticos como él. Y se notaba en la entrevista el aire de poesía, la belleza de la verdad. Dice Julio Llamazares que para él "lo que distingue la literatura de la escritura es la existencia o no, de un poso poético. La poesía es el alma que hace que las palabras digan más de lo que dicen normalmente. En España, el noventa por ciento de los libros que se escriben no son literatura. Pueden ser narraciones estupendas, pero no son literatura porque carecen de esa poesía que se crea cuando los escritores pulimos las palabras para crear una música, una ensoñación". ¿Y sabes qué? Yo me doy cuenta de que el noventa por ciento de los abrazos no son abrazos, porque carecen de la poesía, del modo auténtico en el que Mario te sabe abrazar. ¿Has pensado en eso? ¿Has pensado en los filtros que tienes que quitarte? ¿Has pensado en las veces que has despreciado los sueños de los niños?
Aquí, en la radio, en la entrevista del otro día, cuando le preguntaron a una estudiante de uno de los Ciclos de Formación Profesional que imparte Amidown qué le parecía su profesor, todo lo que dijo de él fue que su mujer es Subdelegada del Gobierno. Lo dijo sin filtro alguno, con la poesía de lo auténtico, con la exagerada belleza de la libertad. Y eso es un sueño, aunque ella, la estudiante, ya no sea una niña. Ahora, cuando lo escribo en la distancia de mi pretendida reflexión, me doy cuenta de que no suena igual, de que hay algo que falla, del mismo modo en que comprendo que yo no sé abrazar como se debe, del mismo modo en que veo que mi narración de lo ocurrido no está a la altura de la poesía.
Necesitamos poesía, y abrazos, y ausencia de filtros. Necesitamos sueños valiosos. Necesitamos recomponer los sueños de los niños. Ya sabes que te lo cuento todo. A esta hora en que me escuchas yo estoy en Madrid. Estoy en uno de esos momentos difíciles en los que me gustaría cruzarme con Mario y sus abrazos. Sabes que no te oculto nada. No pienses que estoy hablando con otro, porque es a ti a quien me dirijo y lo hago en primera persona para que te llegue claro mi mensaje: hay muchas cosas por hacer, pero solo debes ocuparte de eso que depende de ti; no debes agobiarte con el peso del mundo, pero actúa. Puedes hacer algunas cosas, creo. Por ejemplo puedes leer un poema esta semana para celebrar que existe la poesía o puedes ver un vídeo que se llama “Auténticos”, un vídeo que está en las redes y que pretendía alcanzar el millón de visualizaciones antes del veintiuno de marzo. Yo lo he visto y te animo a que tú también lo hagas, aunque hoy ya sea veintitrés. Te va a gustar.
Un millón es muy poco, o mucho; un millón es un millón. Un millón de gracias, Mario. Un millón de gracias a quienes nunca desprecian los sueños de los niños.
viernes, 16 de marzo de 2018
Como una avispa en un bote. (En Hoy por Hoy León, 16 de marzo de 2018)
Me creerás si te digo que me siento como una avispa
en un bote. Hoy no me deja el cuerpo hablarte de la actualidad. Me golpeo una y
mil veces contra el vidrio, intentando salir del encierro en el que me veo al
escuchar las noticias, al comprender que los niños venden páginas de periódicos
y horas de televisión. Me siento muy cómodo en este micrófono silencioso y
agradezco mucho esa sensibilidad.
Me creerás si te cuento que, a pesar de mi interés
en el silencio, me veo obligado a hablar y por eso me golpeo en la tapa
metálica, en el cristal del tarro que me atrapa, en la necesidad de hacerme ver
a mí mismo que los niños no pueden ser mercancía. Tampoco mercancía
informativa, alarma social, sostén de guerreros paladines. Los niños siguen
jugando al parchís. Los niños siguen viviendo en un mundo de colores. Los niños
arman el mundo de sueños y no se les puede convertir en objeto de consumo. Se
me nota que estoy muy enfadado, y triste, y preocupado. Y sin embargo los niños
siempre juegan al parchís.
Lo que no sé si sabes es que ahora juegan al parchís
con el móvil, en una aplicación para teléfonos inteligentes con la que juegan
de manera virtual con jugadores virtuales que no tienen delante de sí. Yo no lo
podía creer, te lo aseguro; cuando lo vi por primera vez pensé que era una
tomadura de pelo, pero no lo es. Están ahí, aprovechando ratos vacíos para
llenarlos tirando el dado en partidas virtuales que juegan con cualquiera que
pasa por su lado. Entiende que es un “su lado” virtual, claro. Y juegan con uno
de Sevilla y con el de la clase de quinto.
Te decía que estoy triste. Ya sabes por qué. Te lo
han dicho en muchos medios de comunicación. Era noticia ayer en León y se
mezcla en mis sensaciones con la noticia estrella de estos días. Noticias que
hablan de niños. Noticias que airean una condición agresiva del ser humano, una
condición violenta, si quieres, pero que yo quiero seguir creyendo que no es
una condición natural. Por eso creo más en el parchís, creo en los colores del
tablero, en el ruido de los dados en el cubilete, creo en la oportunidad
siempre abierta hasta el final de la partida de volver a sacar las fichas que
nos comen. Y si tiene que ser de forma virtual, porque ya nadie tiene tableros,
¡qué remedio!
Fíjate que ayer por la tarde estaba en el Gumersindo
Azcárate, hablando con algunas familias de los alumnos de sexto. Estaban
también sus profesores. Perdona que me ponga pesado, que ya sé que el viernes
también hablé de un colegio, pero es que me gustó lo que me contaban, porque vi
otra vez un mundo de colores, un universo repleto de colores, desbordante de
energía. Hablábamos de la transformación y ellos explicaban lo que habían hecho
con los espacios del cole, con lo que tenían viejo y de cualquier manera, que
había sido transformado, en virtud de un proyecto que están llevando a cabo, en
un cosmos nuevo. Un mundo a estrenar en la yema del dedo. Todos los colores en
la mano para comprender que vivimos en el siglo XXI y que estas son las
noticias que deben hablar de los niños. Pero yo solo soy una avispa en un bote,
que se da cabezazos contra el cristal hasta que salga un
cinco.
viernes, 9 de marzo de 2018
Un ternero en el cole. (En Hoy por Hoy León, 9 de marzo de 2018)
Estaba en Puebla de Lillo. Habíamos estado hablando de
actuaciones educativas de éxito y al terminar, ellas, las maestras, se quedaban
todavía un poco más. Ya eran casi las siete y media. Las montañas, el propio
Susarón, lucían ese brillo de la nieve al caer la tarde y, como estaba nublado,
los grises afilaban el paisaje. La estampa era para una postal y me quedé un
segundo haciendo alguna foto, hasta que me di cuenta de que un jato ya de
tamaño importante se había colado por debajo de la valla y estaba pastando a
sus anchas en la hierba del cole. ¡Mira!, pensé, ¡el ternero también quiere
jugar en el patio del colegio!
Ya te puedes imaginar el despliegue cuando avisé a las
maestras: que si ponte por allí, que si estaos quietos que lo vais a espantar,
que si “hurria pallá”, que si “tira pallá”... No hubo mucho que hacer con el
ternero. Se ve que como vaqueros no tenemos ningún futuro. “Tranquilos”, dijo
la directora, “ahora llamo a Rosa y ya ella lo soluciona”. Y cerramos las
puertas del cole para que no se escapara hacia la carretera y se quedó allí, a
las faldas de las montañas, danzando entre los columpios a la espera de que
Rosa lo condujera de nuevo a su lugar. Había aprovechado un agujero en la
alambrada, o quizá lo había hecho él. La verdad es que pastaba con toda la
tranquilidad del mundo y hubiera estado allí sin causar ningún problema, hasta
que aparecimos con nuestra insensata idea de hacerle volver y le generamos un
estrés de domadores inexpertos que no sirvió absolutamente para nada. El
ternero jamás iba a volver a la finca vecina por el agujero que había usado
para escapar.
Pensé que esa idea de libertad ―de falsa libertad,
porque escapó de un cercado para encerrarse en otro―, esa idea de traspasar la
valla, no se había registrado en el cerebro del jato; que esa metáfora de
escapar por un agujero hacia un lugar mejor no formaba parte de la realidad del
animal, que se limitaba a mascar la hierba y después a escapar de los
aspavientos insensatos de un advenedizo e insensato gritón que no hizo otra
cosa sino molestar. Siento que nos ocurre a menudo que salimos por un agujero
inesperado de nuestra confortable rutina, de nuestro encierro inadvertido y
salimos a una vida que es la misma en lo esencial, pero que comporta enormes
diferencias. La única cuestión es si somos capaces de apreciarlas y si nos
sirven para algo, porque no veo al ternero subido en el balancín, o sí, que de
estas maestras de Puebla de Lillo se puede esperar cualquier cosa, porque si
hicieron un circo en un pasillo, si mantienen el pulso de ese cole contra toda
tempestad, capaces son de subir al ternero al columpio. Es solo darles algo de
tiempo para encontrar la forma.
Se nos olvida en la capital que existe la vida más
allá del Bernesga. Se nos llena el ombligo de la pelusa de la camiseta de felpa
de la gran ciudad y nos olvidamos de la vida diaria de la gente que en los
pueblos mantiene vivas tantas cosas. Se nos olvida incluso siendo de pueblo
como somos. Pero ahí están las mujeres. En este caso cuatro maestras que tiran
del carro del cole compaginando todos los días tantas cosas. Como tú, que haces
malabares para llegar a todos los frentes, lo sé. ¡Cuánto darías por encontrar
un agujero para salir al patio y darte cuatro mecidas de libertad en el
columpio del colegio!
viernes, 2 de marzo de 2018
Instituto. (En Hoy por Hoy León, 2 de marzo de 2018)
La postura del alcalde de Villaquilambre, en relación
con la moción aprobada ayer para instar a la Junta a construir un instituto en
ese Municipio, me recuerda el famoso “y sin embargo se mueve” de Galileo. Ya
sabes que, acusado de mantener posiciones contrarias a las Sagradas Escrituras,
se vio obligado a retractarse de sus teorías y abjurar delante del Tribunal de
la Inquisición romana admitiendo que el sol se mueve alrededor de la tierra,
que permanece quieta. Del mismo modo, pero sin Inquisición, claro, el alcalde
de Villaquilambre se ha visto en la necesidad de apoyar la moción del
Instituto, aunque le parece oportunista. Algo así como, vale, me sumo a la
petición porque no puedo no hacerlo, pero…
Es difícil ser Sócrates y beber de buen grado la
cicuta por mantener lo que piensas. Creo que a nadie se le puede exigir. Ni al
mismísimo Galileo. Basta ese sencillo “pero se mueve” para acallar la
conciencia y poder seguir trabajando. Estarás conmigo en que, en cualquier
caso, el valor de decir “pero se mueve” delante de un tribunal de la
Inquisición no es comparable a este “pero es oportunista”. Sobre la cuestión de
fondo, me imagino que pasará lo que con el geocentrismo, es decir, que lo que
valía como verdad antes de Copérnico, no vale después y hoy día ni siquiera la
imagen heliocéntrica que dibujó el polaco nos sirve para explicar las cosas. El
Instituto en cuestión será o no será necesario en función de lo que la verdad
determine. Y la verdad es que es muy posible que haga falta, ¿quién puede
negarlo si a los de Valladolid se les concede algo parecido?
El otro no es la causa de mis sentimientos. Solo es
el detonante. El “click” que los enciende. No podemos entendernos en el otro,
sino en nosotros. No podemos defender nuestros argumentos apoyándonos en la
razón de otros. Sé lo que estás pensando, porque me dices que este es el único
municipio de más de diez mil habitantes que no tiene un instituto y esa es una
buena razón, pero yo no quería hablar de quién tiene o quién no tiene razón. Yo
quería hablar de esa excusa, de ese dejar en hueco la decisión de apoyar la
moción, ese suspensivo “pero es oportunista” frente al heroico “pero se mueve”
de Galileo. Porque el valor de lo que decimos está en lo que comporta y hay
muchos viernes que me pregunto por el valor de lo que te digo y si no estaré
ensayando una excusa vana en lugar de un compromiso cada vez que te hablo.
Me gustaría asomarme a tu cabeza por un agujero
azul, como esos que se han ido rasgando en la valla de las obras de la
estación, esa valla de rafia abierta con mil ojos para que los curiosos
comprueben que del otro lado están trabajando las excavadoras. Asomarme a tu
cabeza y ver qué comporta esto que te digo, para decidir si es verdad que eres
el centro del universo y mis palabras no te rozan o si todo gira alrededor de
una nebulosa de indefinición que flota blanda y pesada en el gesto mecánico, en
la pincelada precisa, en el teclear de tus manos mientras me escuchas. Hay una
cierta reverencia en esto, de modo que abjuro
con corazón sincero y piedad no fingida, condeno y detesto todos mis
errores, pero sí que te digo que, de la misma manera que hay quienes han
empezado una colecta de a céntimo para el Museo de la Semana Santa, habrá que
empezar otra para el Instituto.
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