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viernes, 28 de septiembre de 2018
Perder la magia. (Audio)
Este enlace conduce al podcast de Radio León en el que se puede escuchar la columna de hoy.
Perder la magia. (En Hoy por Hoy León, 28 de septiembre de 2018)
No te lo vas a creer, pero, hasta esta semana, no
había pasado por Ordoño desde que se abrió de nuevo al tráfico. Tampoco me
había fijado antes, si es que estaban cuando pasé caminando durante las obras,
en las nuevas jardineras, los bancos, las flores ornamentales, toda esa
sensación de novedad y lustre que luce el asfalto reluciente. Discutían unos
amigos sobre si la actuación ha resuelto el problema estructural de fondo o si
las cosas siguen como estaban. Y me quedé un poco en esa idea vieja de cambiar
todo para que todo siga igual.
¿Te fijas en que esa es la idea base que
descubrieron los primeros griegos cuando empezaron a pensar sobre la
naturaleza? Todo cambia, ya sea en apariencia, como decían algunos; ya sea en
realidad, como sostenían la mayoría. Todo cambia, pero, por debajo de ese
permanente cambiar, hay una idea de permanencia, algo que subyace. Unos lo
entendieron de un modo absolutamente material, otros de un modo formal, pero
siempre consideraron esa idea de totalidad. Al mirar con ojos nuevos la
controvertida actuación en la principal arteria comercial de la ciudad, veo
desde el coche las flores y las marquesinas, los bancos, las jardineras, pero
sobre todas las cosas veo el asfalto y me acuerdo de una discusión de este verano
sobre el sentido de la palabra “progreso”. ¿Calles empedradas o calzada de
asfalto? ¿Fachadas de cal luminosa o funcional ladrillo visto? ¿Luz amarilla de
melancólicos reflejos o luminosos LED de poca potencia? ¿Casas antiguas de
arquitectura tradicional o modernos bloques de cemento y cristaleras?
Si te digo la verdad, al pasar con el coche por
Ordoño no eché de menos los adoquines, pero la suavidad del asfalto me hizo
sentir extraño. Quizá la mejor actuación habría sido que no circularan coches en ningún
caso, quizá habría que haber buscado el equilibrio entre el sueño de un mundo
sin tráfico y la presión imparable del progreso, o eso que hemos convenido en
llamar progreso. Dejaremos para otro momento esa discusión, la que nos obliga a
repensar qué es progresar y si todos pensamos que significa lo mismo en todos
los contextos.
Quiero pensar que se puede progresar sin daño, que
es necesario quitar y poner adoquines, recolocar las piedras sin estropear la
plaza. Me hablaba una compañera de sostenibilidad, de hacer sostenible lo que
se cae solo y ella me decía que el mejor modo es la
cirugía, la selección, el levantamiento de barreras. Yo no estoy tan seguro.
Creo que hacer sostenible lo que se cae es hacer reformas profundas, construir
sobre pilares sólidos y no poner diques que parchean o sencillamente colocar
cuatro flores y tres lazos. El progreso y la sostenibilidad tienen que ser
posibles, como el consumo y la belleza, como la técnica y el arte. No basta con
quitar los adoquines. No basta con aligerar de árboles las aceras. No basta con
limitar los carriles. Cuando avanzar es perder la magia, uno no sabe si vale la
pena.
Es ese
anuncio de la radio que plantea preguntas imposibles. Ese en el que se pregunta
por qué en las fotos antiguas nadie sonríe. Yo creo que es porque en aquellas
fotos todavía existía la magia, todavía los retratados se asomaban al fogonazo
del polvo de magnesio con el asombro ante la maravilla, eso que, a base de
progresar, hemos perdido.
viernes, 21 de septiembre de 2018
Sobre los héroes perezosos y las súper cosas. (En Hoy por Hoy León, 21 de septiembre de 2018)
Dice Hernán Casciari, un conocido escritor argentino,
digamos lo de escritor por resumir, que desde que no sabemos vivir sin un móvil
en la mano el mundo se está quedando sin verdaderos personajes de fábula, que
los héroes son hoy héroes perezosos. Dice que ya es impensable la escena de un
enamorado corriendo al aeropuerto en busca de su amada para que no coja ese
avión que los separará para siempre, que se limitará a mandar un mensaje y a
esperar.
Esta idea de los héroes perezosos aparece en una
entrada de su blog titulada El móvil de
Hansel y Gretel, pero a mí me llegó ayer a través de un vídeo de whatsapp.
No sé de cuándo es el vídeo; la entrada del blog es de octubre de dos mil ocho.
Una de las características más inquietantes de la información que se mueve en
las redes sociales es su ausencia de historicidad, la dificultad para
determinar su datación y también la sombra de sospecha sobre la propia autoría.
Uno piensa que tiene una historia fresca en el móvil y resulta que es una idea
de hace diez años, algo que, creo que no es el caso, pero podría serlo, puede
que hasta su propio autor ahora ni piense.
Esto pasaba con los medios de comunicación
convencionales, me dirás. También está expuesto todo lo que se publica y
pervive en el tiempo aunque su autor se desdiga. Es cierto. La diferencia
consiste en que nuestra tendencia acrítica a dar por bueno y actual todo lo que
nos llega por la vía de internet o derivados nos hace pedir firmas por campañas
cerradas hace años o solicitar la búsqueda de personas que ya han aparecido o
que nunca llegaron a perderse. Las cadenas se extienden con la misma frescura
del primer día sin fecha ni autoría, solo con un pequeño aviso en la parte
superior del mensaje: reenviado. El cartel con la foto del gatito perdido
solicitando su búsqueda se deteriora con el tiempo y nos habla de su pérdida de
actualidad por sí mismo.
La diferencia está en que el móvil nos convierte en
héroes perezosos y nos limitamos a esperar; el cartel en las paredes nos obliga
a salir al mundo, a preguntar, a dar detalles. Es lo que está ocurriendo con
Andrés Turienzo, que lleva en mano esa carta a Dinamarca: es un héroe de los de
antes que se ha subido al árbol para buscar en las ramas más altas. Quizá su
esfuerzo heroico sea inútil, quizá lo sensato fuera asumir lo inevitable y
empezar a pensar en otra dirección, mandar mensajes y esperar a que se pongan
en pie iniciativas que permitan aprovechar toda la infraestructura construida en
Villadangos también con dinero de todos. Quizá sea así, pero es estupendo contar
todavía con el arrojo de un héroe sin pereza.
Sé que yo
soy un héroe perezoso. Es más, ni siquiera un héroe. Soy un bocado digital que
ha masticado el nuevo tiempo. He mandado mensajes. He esperado. He desertado de
mi heroicidad. He consolado mi desconsuelo con la idea de que este mundo es
así. Y he visto que, a falta de héroes, en los quioscos venden a los niños súper
cosas. Superzings, se llaman. Los niños abren el sobre y se ponen súper
contentos si les sale “súper cepillo de dientes” o “súper tenedor”. Cuando las
personas no sabemos serlo, cualquier cosa puede ser “súper”. No veas lo chulas que son “súper mochila” y
“súper brocha”.
sábado, 15 de septiembre de 2018
Manosear las tesis. (En Hoy por Hoy León, 14 de septiembre de 2018)
Esa imagen de periodistas en fila para leer la tesis
del Presidente es una imagen para la historia. A la hora en la que escribo ya
se sabe que el tan controvertido trabajo se va a hacer público para que quien
quiera pueda acceder a él libremente, pero todavía no se han desencadenado las
consecuencias de esa decisión que necesariamente tienen que darse, porque, como
bien sabes, toda decisión tiene consecuencias. A mí no me interesa
especialmente si Sánchez copió más de la cuenta sin citar o si se vio caer en
las redes de la intertextualidad. Si me apuras, tampoco es el caso que deba
ocuparnos aquí si eso le inhabilita o no para el buen gobierno, porque de lo
que yo quiero hablarte es de lo más cercano, de lo que tenemos aquí en este
León nuestro de cada día. Si te hablo de ello es porque esa imagen del manoseo
de la tesis me resultó hasta ofensiva.
¿Te das cuenta? Periodista tras periodista tomando
en sus manos el grueso volumen encuadernado, pasando páginas y páginas,
repasando el índice, tratando de retener párrafos, copiando fragmentos al azar,
porque, como reconocía uno de los lectores, es difícil saber qué es importante
cuando estás leyendo algo que no entiendes bien. No creo que haya en la
historia de los doctorados de la Camilo José Cela una tesis más manoseada que
la de Sánchez. Y esa repulsa del manoseo inútil me hace pensar en el porqué del
empecinamiento en la ocultación. ¿Por qué ha sido tan contumaz en la negación
el autor de esa tesis “cum laude” si no tiene nada que ocultar? Lo decía
Jabois: es como si García Márquez dijera ‘he escrito Cien Años de Soledad, pero
no la lean, que no vale la pena’.
Pero no es mi intención plagiar a Jabois, ni hablar
de la tesis, de su autoría, dudosa o no, sino del manoseo, del modo en que las
zarpas de la opinión pública se agarran a lo que les viene a la mano y del
hecho de que esa pretensión de ocultación nos hable siempre de que hay una
pieza que cobrar más allá de las cortinas de humo. Me resulta difícil creer que
existan tesis puras. Me resulta casi imposible creer en la pureza. Me resulta
inevitable adivinar lo oscuro tras el empeño en levantar paredes de granito
frente a la verdad. Eso no quiere decir que ocurra siempre. No quiere decir que
sean todos. Pero entiendo la preocupación de quienes se ven en la obligación de
frenar los escándalos y no saben cómo hacer ante la avalancha de contundentes
aldabonazos de realidad. Al final parece que todo se derrumba, pero no es
verdad. Las insidias siempre permanecen y hay una gatera por la que se escapan
los más escurridizos, que siempre saben cuándo hay que apretar a correr para
dejar al más torpón, al más ingenuo, al más descuidado, con las manos en la
masa.
Las tesis y las masas, ejemplo feroz de manoseo.
Recuerdo un libro de Elías Canetti que hablaba de esto, de cómo la masa tiende
siempre a crecer; masa abierta, masa cerrada, masa como anillo. Por eso es tan
importante que la prensa no esté presa, que no se le caiga la “ene” de
noticias, prensa presa: masa manoseada. No es solo que hay que mejorar a
diario, hay que escapar al manoseo. Ya, claro, lo sé, a las víctimas no se les
puede pedir tanto. Las víctimas bastante tienen con lo que sufren, como para
exigirles que se den cuenta y tengan el valor de denunciarlo. Hace falta que
quienes amasan las tesis, permitan que la verdad flote.
viernes, 7 de septiembre de 2018
Crucidrama. (Audio)
Este enlace conduce al podcast de Radio León en el que se puede escuchar la columna de hoy.
Crucidrama. (En Hoy por Hoy León, 7 de septiembre de 2018)
Me gusta mucho resolver crucigramas. En especial los
que elabora Mambrino, porque mezcla en ellos sentido del humor, actualidad,
frases hechas y pequeñas perlas culturales que deja caer como el que no quiere
la cosa. Son cinco, diez, a veces quince minutos de no pensar en nada
manteniendo la mente ocupada, como quien aborda una especie de yoga, una
sadhana, un ejercicio espiritual que se hace religión cuando se ritualiza: el
momento mágico de hacer el crucigrama. Y al mantener la mente ocupada,
descanso. Descanso sobre todo de la propia mente que es la que me tiene todo el
día en un sin vivir: recordándome esto, obligándome a lo otro, advirtiéndome de
aquello, empujándome a lo de más allá. La mente, la lamentable mente que
lamentablemente no nos deja ni un pensamiento puro. ¡Vaya mentecatez, dirás! Y
sí, es otra vez la mente juzgando lo que oyes, cuando podrías dejarte llevar
solo por lo que digo, dejándola en suspenso, como haces al escuchar la
respiración del mar.
Digo que esto de los crucigramas es religión desde
que he descubierto en ellos mensajes directos para mí. Por ejemplo, al resolver
uno de antes del verano se podía leer una frase de Schwarzenegger que era la
siguiente: “Es muy fácil: si cuando te mueves tiembla, es grasa”. Y ahora,
visto con la perspectiva de todo este desmán de chiringuitos y barbacoas, es
mejor no mirar qué es lo que tiembla cuando me muevo. ¡Si le hubiera hecho caso
a Mambrino! A veces los mensajes no son tan claros y me aparecen palabras que
tienen especial significado para mí: chadiana, arroyuelo, Neptuno. Palabras que
a ti no te dicen mucho, pero que para mí son mensajes cristalinos. En esta
locura del crucigramismo he llegado a creer que Mambrino y yo tenemos una
conexión mística especial y me he puesto yo mismo a elaborar crucigramas y
enviarlos con mensajes directos a quien sé que los va a comprender. ¡Y son
comprendidos! Y en el fondo creo que si tú que no crees en esta nueva religión
buscas un mensaje en el primer crucigrama que hagas, lo vas a encontrar.
Me da la impresión de que te decepciono. Me llega
telepáticamente tu idea de que me ha dado algún siroco y ya no te hablo de lo
que esperas, que esta tontería de los mensajes en los crucigramas ni te va ni
te viene. Lo veo en el siete horizontal: decepcionante. Y también lo veo en el
seis vertical: intrascendente. Y se cortan en la letra C, que es justo la
inicial de cruce, de corte, de Cruz. ¿Quieres más señales?
Este verano empezó con una cruz y termina con un
drama. Un verdadero “crucidrama”. El drama de Vestas: molinos, Daimiel que se
queda y Villadangos que se va, Don Quijote, el yelmo de Mambrino. El drama de
siempre, con su plan de tierra prometida, ínsula de enormes riquezas para quien
no las tiene; trabajo, bienestar, progreso (en el ocho vertical). Con su nudo
de subvenciones a fondo perdido y alfombras y parabienes. Con su desenlace deslocalizador,
palabras que empiezan con la “d” de drama y decepcionante y que podrían ir al
uno vertical. Y la cruz la tienes más que clara: caja, préstamo, prescripción,
contrato, información, amiguismo, enredadera, conseguidor, privilegiado. En la
cinco horizontal no cabe otra palabra que no sea “trampa”.
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